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jueves, 31 de agosto de 2017

Entre la alucinación achicharrada y el olor a carne putrefacta

Ayer tarde, en el antiguo cementerio de Ponferrada, nos dimos cita, bajo la lluvia, varios poetas y narradores, además de un público fiel a las nobles causas: la de seguir luchando por la dignidad humana, la de continuar desenterrando del olvido los miles de desaparecidos y desaparecidas en cunetas, fosas comunes... a resultas de la brutal guerra incivil, con una posguerra igualmente cruel, tanto es así que hasta principios de los años 50 del pasado siglo se seguía matando gente cual si se tratara de la propia guerra, una guerra fratricida, para más inri. 

La lluvia no nos impidió en absoluto recitar o leer nuestros textos, aunque los músicos sólo pudieron tocar algunos temas hacia el final del acto, cuando empezó, por fortuna, a escampar. Ahí estuvieron Tote García, que hizo una versión de 'Palabras para Julia', de José Agustín Goytisolo, Javi Morán (un redescubrimiento, en realidad ya había tenido la ocasión de escucharlo, gracias por tu CD) y Polaroids, que era la primera vez que lo escuchaba. 
Y entre los habituales autores y autoras: Sol Gómez, Cristina Pimentel, Ester Folgueral, Nicanor García Ordiz, Abel Aparicio, Juan Carlos y Ana Barredo. Espero no olvidarme de nadie. 
Mestre, al fondo la bahía del Pajariel (como suele decir el profesor y escritor Suérez-Roca)

El broche de oro lo puso, por supuesto, el gran poeta Mestre, siempre cercano y amigable, siempre comprometido con la dignidad humana, sabedor, como dejara escrito el poeta Gamoneda, que la belleza no es/ un lugar donde van/ a parar los cobardes. 
El acto contó, asimismo, con la exposición del fotógrafo villafranquino Robés, dedicada a las exhumaciones. 
Agradecerle a Marco G. Carrera y a quienes forman parte de la Asociación por la Memoria Histórica la labor que vienen haciendo desde hace años. 
Quiero dejaros aquí el texto/poema que leyera, compuesto con la transpiración de los salvajes atentados terroristas, atentados contra nuestra naturaleza, nuestro entorno, cometidos recientemente en La Cabrera (lloramos por estas Hurdes leonesas), también en el Bierzo, nuestra matria chica... en España, en Portugal. Lloramos sangre y lágrimas. Un texto/poema, con título de corte daliniano, en el que está presente la Guerra Incivil.
Nicanor García Ordiz en primer plano

Cabe recordar que Dalí era (sigue siendo) un buen literato, además de un artista excepcional, en el gran sentido de la palabra artista. 






Arde la tierra en la fosa encenizada de las alucinaciones, 
tiembla el universo, con alarido interno, enfebrecido y doliente
reventando la historia como una granada
Mi espíritu, dislocado, sigue abrasándose
entre arbustos en llamas y comadrejas carbonizadas
¿Cuánto tiempo estará ardiendo antes de consumirse?
Se quema el bosque, en esta orilla enroscada del camposanto, sembrado de calaveras y crisantemos marchitos.
Se quema la naturaleza, al otro lado de la 'silva',
por donde se esfuman los sueños y las ilusiones.
Crepitan las ramas de robles y encinas, se calcinan los recuerdos, aúllan las mariposas rojas de la desesperanza
bajo un espeso manto de humo negro y desolación. 
Huele a carne podrida, a tierra pulverizada.
Son los vómitos ensangrentados, biliosos, de un paisano del Hondo Lugar, que clama piedad:
"no me arrojéis más morrillos encima de la panza", grita hinchado de horror, con gusanos en la boca y ojos desorbitados por el pánico
"no más tierra, por favor", suplica el hijo del Carpintero a los cielos malvarrosa
desde la fosa encenizada de las alucinaciones.
En ese preciso instante, resuenan unos disparos en El Sardonal
El eco rebota en mi cerebro
Y el olor a pólvora me envuelve 
penetrando en mis entrañas
Aún puedo sentir ese hedor, esas heridas gangrenadas
Es como si hubiera nacido con el olor de la pólvora tatuado en la frente,
grabado a fuego en la pituitaria,
y no pudiera contener la hemorragia.
Es probable que mi corazón haya dejado de bombear sangre.
Me retumban las sienes como disparos en el monte del fratricidio, donde aún crecen flores escarchadas.
Me han taladrado, los muy cabrones
¡Aún no sé a qué temperatura está ardiendo mi alma!
Pero creo que pronto, muy pronto lo sabré.
Es probable que se me haya paralizado el reloj... de bolsillo
en el cañón de los lobos, donde anidan las alimañas y se despereza el sol de los muertos.
Siento como si mi boca oliera a carne putrefacta,
a letrina invadida de moscas.
Con una pierna que supura pus de color arcilloso, jadeante como un buey uncido al carro, a duras penas logro arrastrarme por entre el mesto matorral.
Un disparo a bocajarro me ha dejado manco.
No siento el brazo izquierdo
Me falta la respiración.
Creo que ya he traspasado la barrera
¡Aún no sé a qué temperatura está ardiendo mi alma!
¡Qué alguien me lo diga!
¡Qué alguien me saque de esta espiral sin fin y sin fondo!
Sólo soy un cadáver,
uno entre miles, en esta poza donde las ánimas ensayan un último chillido de desesperación.

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