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jueves, 10 de agosto de 2017

Diario, miércoles 24 de febrero de 1999

Miércoles 24 de febrero de 1999

Muy poco que decir desde este cosmos de encierro y oposición. Mi estimulación está mermada y mi ánimo abatido. Escucho a Kepa Junquera. Es un virtuoso de la acordeón o trikitixa. Me entusiasma. 
Por instantes, me da la impresión de rozar los bordes del absurdo. La vida se revela absurda, kafkiana. 
Aquí, apoltronado, sabedor de lo que se guisa por otros pagos. Deseoso de largarme a París o a Ámsterdam, en busca de vida, en busca de un puerto que me abastezca. Supero ya los treinta años y tengo la impresión de no haber hecho nada interesante. A lo mejor es sólo una impresión. Ojalá. 
Duermo, respiro, como... a veces siento... con las entrañas. 
He conocido, por pura casualidad, a S, bonito nombre para una damisela rubensiana, apetitosa, robusta y maciza. Es una chavala dulce y joven. Esa es su apariencia. Estaría bien penetrar en su interior. Bueno, esto ha quedado como explícito. En realidad, quería decir que no sólo de apariencias vive el ser humano-animal. Y a uno le gustaría conocer su fondo.
Con ella me siento como si fuera mi novia, suponiendo que la tuviera.  Además, el novio de S aún no se ha enterado de las vainas de su chica. Tal vez no tenga novio. O sí. Mejor así. De lo contrario, se ensañaría con ella, y acabaría dejándola tirada.  
La Geode-París
S es como una virgen a quien se adora por lo que tiene de sobrenatural. Ella es sobrenatural.  Los párpados de sus ojos son como una bendición del cielo. Quizá sea una brujilla en aquelarre. Y aún no me he dado cuenta. 
Quizá haya entrado en deliro, uno mismo. El amor mueve el mundo. O no. El sexo mueve el universo. El sexo (la petite morte, esto es el orgasmo) es primo hermano de la muerte, y en ocasiones hermanastro del Sida. Qué peligro, che. 
Un día S dejó que entrara en su Reino, en su cuento, en su cunto. Y permanecí sentado en su relato-sofá-cama. Cuadro Mae West. Otros días S se subía en un globo y miraba el mundo con satisfacción. Con ojitos de levitación. S parecía irreal vista a contraluz. Y su mundo era jugoso. A veces juguetón y verbenero. Tal vez ensoñador.
Me haces levitar, S.  Espero no perderme en los laberintos grotescos de la locura. Y que no se me suba la simiente al cerebelo. Que mi sistema límbico se ponga a bailar un samba rítmico, sensual (valga la redundancia). A la vez que manda órdenes de riego (me refiero al sistema límbico) a mi huerto epicúreo, ese que cultivo con esmero, en el que duermo plácidas siestas.  
Seguiré manuscribiendo el tiempo, la vida, que discurre por montes y prados teñidos con la paleta de las pasiones.  

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