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miércoles, 20 de febrero de 2019

La fragua literaria leonesa: Antonio Odón Alonso

LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Antonio Odón Alonso: "La única verdad de la farsa es que al final se muere"

El multidisciplinar Antonio Odón Alonso, autor de 'La verdad de la farsa', está en estos momentos con un proyecto ilusionante, 'La Casa de la Poesía. Fondo Cultural Antonio Colinas',  sobre la obra de uno de los grandes escritores de esta provincia y de este país.

Antonio Odón Alonso
Manuel Cuenya | 20/02/2019 - 18:21h.
Pintor, escultor, ilustrador, músico, escenógrafo,  comentarista radiofónico, poeta, narrador, gestor cultural. Todo eso es Antonio Odón Alonso. Un renacentista de la época actual, cuya curiosidad le lleva a meterse en camisas de once varas muchas veces y a tocar muchos palos, en su opinión, "que unos son consecuencia de otros", añade.
Cuenta que tendría que vivir dos vidas... o más para poder desarrollar tanto cuanto quisiera. Algo que suscribo. Porque una vida, incluso vivida con intensidad, no da para mucho. Pero, como somos limitados, tenemos que conformarnos.
Autor de 'La verdad de la farsa. 100 comentarios radiofónicos', Odón Alonso nos recuerda que la vida es en el fondo una farsa maravillosa, una obra de teatro sin guión, sin ensayos ni director, donde nos han soltado directamente a la representación. "La única verdad de la farsa es que al final se muere", apostilla. De ahí el título de su libro 'La verdad de la Farsa', que surge a partir de sus comentarios radiofónicos. Y que funciona muy bien como lectura.
"Es una manera diferente de contar la historia de una Ciudad. Son cien comentarios, de tres o cuatro minutos cada uno, sobre la vida de una pequeña ciudad que en algún momento de su historia pasada fue un Macondo leonés, donde se camina de lo local a lo universal. Las otras series, que todavía no están publicadas en libro, amplían esta visión y presentan algunos personajes y heterónimos que han calado en el oyente radiofónico y espero que también lo hagan en el público lector", precisa nuestro artista originario de La Bañeza, que lleva el arte en sus venas. Y además se dedica desde hace años a la gestión cultural en su ciudad, lo que le ha permitido estar en contacto, de un modo directo, con el arte.
"Los comentarios radiofónicos son todo un reto semana a semana en Onda Cero La Bañeza-Astorga. Me han permitido crear personajes y heterónimos que me están dando un juego enorme. Tanto 'El Limpia de la calle el Reloj' como ahora 'Verecundo Pessoa' me permiten esconderme detrás de ellos y contar las cosas desde otros puntos de vista. Me encantaría que estas series se convirtieran también en libros", apunta él, cuya labor como artista nada tiene que ver, a su juicio, con su faceta como gestor cultural, porque "como artista piensas en términos abstractos y como Gestor Cultural es todo lo contrario. Un buen Gestor necesita, además de imaginación e intuición, tener capacidad de diálogo con el personal político y tres herramientas para que todo acto o actividad salga bien: un proyecto, un calendario y un presupuesto. Saber con lo que cuentas. El artista trabaja de otra manera. Debe analizar el mundo exterior, tamizarlo por su mundo interior y ese análisis someterlo a sus conocimientos y aplicarlo a los soportes con las herramientas que ha decidido trabajar para convertirlo en obra de arte".
Su vocación por la escritura, "que es comunicación pero también una manera de fijar por escrito tu pensamiento creativo, tus vivencias, convertidos en poema, relato, ensayo, artículo, novela, guión...", surge siendo un adolescente como consecuencia, seguramente, de las muchas lecturas de aquella época. Para él escribir es una  forma de comunicar sus inquietudes artísticas a la gente que le rodea, de mostrar lo que uno ha aprendido.
Colabora desde muy joven en prensa, bien con ilustraciones o con artículos, donde siempre ha tratado de desplegar su creatividad, "en trabajos no sujetos a la inmediatez, en los que me gusta analizar y hacer crítica constructiva", matiza a la vez que rememora su infancia sentado en la camilla de la cocina, al calor del brasero, dibujando, que es una de sus grandes pasiones.  "Dibujar es algo maravilloso. Trazar en un plano una idea y llevarla a un proyecto".
Asimismo, siente devoción por la escultura, que es llevar el dibujo a las tres dimensiones. "La escultura ha surgido casi siempre del diseño, para carteles... Ahora los cánones clásicos se han perdido. Antes era barro, piedra o metal, ahora hay gran profusión de materiales y todo camina sin apenas reglas", se lamenta este pintor expresionista, que huye de la perfección, prefiriendo una pincelada suelta a algo más relamido.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Cela, un camaleón de la escritura

Intentar abarcar la obra de Cela se me antoja tarea harto complicada, por volumen y por calidad literaria. Por supuesto. Como escritor (avalado además por el Premio Nobel de Literatura en 1989), resulta indiscutible. Aunque, como persona, la cosa no sea tan clara. 

No obstante, tendría que haberlo conocido para poder valorarlo. En todo caso, la escritura es un fiel reflejo de uno mismo. Dime cómo escribes y te diré quien eres. 

Cabe destacar, sin embargo, que Cela es un buen ejemplo de escritor camaleónico en el sentido de que cada obra suya es harto diferente al resto, sobre todo sus libros de las primeras épocas, como La familia de Pascual Duarte, cuyo estilo en poco o nada se parece a La colmena. Y no digamos El viaje a la Alcarria, que es un estupendo libro de viajes. O bien Mazurca para dos muertos y San Camilo, 1936, incluso esa "purga de su corazón" que es Oficio de tinieblas 5. Por citar sólo algunos ejemplos. 
Cela. Iria Flavia

Si cabe reseñar que a Cela le entusiasmaba el monólogo, el monólogo interior (esa escritura en cierto modo caótica, que va y viene, con saltos temporales, sin orden ni concierto), que aplica, de un modo evidente, en obras como San Camilo, 1936 acerca de la preguerra incivil. "España es un país de cabestros", escribe en este libro. Y aun en otras como Oficio de tinieblas 5 o Cristo versus Arizona. Incluso La familia de Pascual de Duarte tiene mucho de monólogo (en forma de memorias), el que se larga Pascual en la cárcel con este comienzo memorable, existencialista, revelador: "Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte". 

“Ahora ya es tarde para volver sobre los pasos perdidos -escribe en Oficio de tinieblas 5- sobre las singladuras cuyo último y único puerto es la muerte no debe causarte el menor enojo el que los demás se rían de tu muerte tú cumples no siendo cruel ni contigo mismo quede la crueldad esa máscara de la impotencia para los demás”. 

Hermosas y a vez crueles palabras. La muerte como gran tema, que a nuestro autor le obsesiona (como nos ocurre a la mayoría de seres humanos), la muerte como último y único puerto. Terrible realidad. "No niegues que te entristece decir adiós a la mar -agrega- el precio de la derrota es el tener que ir diciendo adiós a las cosas a los rincones y a los paisajes...”. 

En otro de sus pasajes nos dice: “recordar es saberse morir, es buscar una cómoda y ordenada postura para la muerte, esa muerte que ha de llegar precisa como un verso de Goethe, indefectible lo mismo que el cauteloso fin del amor”. 

Al parecer, salvo que nos afecte la demencia senil, el alzheimer o alguna de esas enfermedades de la memoria, estamos condenados a recordar mientras vivimos. Y creo que hasta estamos abocados a recordar (la memoria, esa fuente de placer y a veces de dolor) bajo el disfraz de la amnesia, que nos devuelve nuestra imagen de niñez y de adolescencia, casi siempre distorsionada, como en un espejo valleinclanesco. 
Tumba de Cela. Iria Flavia



La memoria (extraordinario manantial literario) nos hace recordar que todo en este mundo conocido llega a su fin, incluso el propio mundo (¿es finito y limitado, finito e ilimitado, o bien infinito a secas?), y que nuestra vida tiene un límite, el límite que impone la muerte. Algo que resulta difícil de encajar, por mucho que uno intente auto-engañarse. 

En cualquier caso, el autoengaño sigue funcionando -creo que por fortuna- como un sabio y sano mecanismo defensivo. De lo contrario estaríamos perdidos, y muertos,  aun antes de emprender viaje rumbo a la nada, nada más aterrizar en el campo perverso de la realidad, el río de los desengaños. La memoria también sirve al examen de conciencia, al recuento de los buenos pasos y de las malas pasadas. Y en la vida de Cela, como en la todo quisque -aquí no se libra ni cristo bendito-, no todas han sido rosas en el espinoso jardín de las delicias. 

Ninguna vida deleita con su recuerdo, nos llegó a decir Cela.“Alguna puede emocionar. Alguna otra puede llenarnos de nostalgia poética. Pero todas las vidas, incluso aquellas que pudieran parecernos más bellas y rectilíneas, están henchidas de desgracia, están decoradas con el muerto papel pintado de la renunciación”. 


Me late angustioso (que dirían en México) decir adiós a la vida, por más que uno intente hacerse el duro y valiente. Resulta duro navegar en medio de la mar abierta porque, a veces, no se llega al puerto que uno cree, sino que el viaje termina de mala manera.
Cementerio de Iria Flavia


Cuando uno lee y hasta relee a Camilo José Cela se da cuenta de que sus obras, al menos la mayoría, no tienen nada que ver (en estilo) entre ellas, como si estuvieran escritas por diferentes personas. No lo digo con malicia (habida cuenta de que don Camilo gustaba de plagiar, al menos en su última etapa, ahí está La cruz de San Andrés, premiada con la sustanciosa guita del Planeta, que resultó ser un calco de una novela titulada Carmen, Carmela, Carmiña, de la gallega Carmen Formoso. Todo apunta a que la propia editorial facilitó el manuscrito de la escritora Formoso para que Cela la retocara y ganara el galardón. Las malas lenguas aseguran que el Nobel gallego tenía 'negros' y/o 'negras' que le hacían el trabajo, no sabemos si sucio o limpio). 

No me atrevería a valorar su persona por lo que cuentan quienes lo llegaran a conocer. Hay anécdotas sustanciosas al respecto, algunas en verdad desternillantes o hirientes. 

Sólo una vez, lo que tampoco está mal (menos es nada) tuve la ocasión de verlo/escucharlo impartiendo una conferencia en Vetusta, en concreto en el archifamoso Hotel Reconquista de la ciudad en que nacieran a otro grande de la literatura, en este caso Clarín. Eso debió de ser en los años ochenta, más bien hacia finales de los ochenta. Quizá el año en que le concedieran el prestigioso galardón. O bien con motivo del premio Príncipe de Asturias de las letras en 1987. 

Recuerdo su imagen, que me impresionó, tanto por su apariencia como por su esencia, por su charla atinada y emocionante. Tras una apariencia brutal a menudo se esconde un ser sensible. A lo mejor Cela no era tan bruto, como se nos ha dado a entender. Tampoco conviene fiarse mucho de las apariencias, que antes ocultan que muestran esencias. Me quedo, en definitiva, con la dialéctica platónica del regressus y progressusde las apariencias a las esencias y viceversa (estoy pensando en el maestro Gustavo Bueno, el más grande filósofo que ha existido en España, aunque tampoco se le reconozca como se merece). Si es que en nuestro país no soportamos que el vecino sea más inteligente que nosotros. 

En este país de paisitos (reino de taifas) somos muy dados a quedarnos con la fruslería en vez de con lo esencial. Y tendemos a malmeter en vez de mirarnos primero nosotros. El que esté libre de pecado (no me gusta esta palabra, pero así dice el proverbio), que tire la primera piedra.  

Su san Benito de "persona non grata" (como lo declararan en las Asturies, a resultas de meterse con la santina de Covadonga, creo recordar), no le ha ayudado mucho (o sí, era un provocador nato, y eso vende) a que Cela sea leído como se merece. Quizá ahora menos que nunca. 

Acusado de plagio, destapado como repetidor de discursos,  delator, censor en tiempos franquistas (paradójicamente a él también llegaron a censurarlo, si es que hay patadas y pa' todos) y alguna que otra infame jugada (tampoco olvidemos su fama de zampón y jodedor), lo convierten en un ser controvertido, acalorado y en ocasiones mal visto por parte del público. “Sólo los héroes y los santos, que son la violenta excepción, han podido luchar contra la necesidad de comer caliente todos los días”, nos cuenta en el prólogo de La rosa. Y Camilón no es ningún santo ni ningún héroe, sólo un escritor enorme. Con lo cual sus malas artes no deberían enmascarar su talento y su oficio.  
Su obra, genial, inmensa, siempre estará por encima de su persona, aunque en él vida y literatura hayan sido el mismo asunto. 

Si a Cela lo hemos crucificado por sus salidas de tono, sus bromas, en ocasiones de mal gusto, entre otros tantos desmanes, a su discípulo Umbral, don Paco, también lo hemos silenciado, con su imagen de niño insoportable, cascarrabias. 

Umbral, heredero directo o hijo espiritual de Valle Inclán y Ramón Gómez de la Serna, ha analizado nuestra España como nadie. Ahí están sus lúcidos y a veces demoledores artículos, algunos recogidos en Mis placeres y mis días


Tampoco vamos ahora a lavar la imagen de Cela, el marqués de Iria Flavia, su matria, donde está enterrado bajo un olivo y una lápida de granito. 
En Iria Flavia (qué lindo nombre) existe, además, una Fundación dedicada a su ingente obra. Y en Padrón, que es todo uno con Iria Flavia, se halla la casa museo de la gran Rosalía de Castro. 

Confieso haber leído y releído (al menos en mi época juvenil) a Cela. Hubo un tiempo en que -me flipaba tanto- que deseaba imitar sus formas y fondos de escritura, sobre todo esas que emplea en Cristo versus Arizona o en Mazurca para dos muertos (ese fascinante retrato de su Galicia mítica y supersticiosa, con la guerra incivil sobrevolándola como un zopilote, con esa sobrecogedora galería de personajes, contada a través de diferentes voces narrativas). 


"Mi nombre es Wendell Espana, Weldell Liverpool Espana, quizá no sea Espana sino Span o Aspen, nunca lo supe bien, yo no lo he visto nunca escrito...”, así arranca su novela Cristo versus Arizona, que es un monólogo disparatado, una retahíla no apta para cardíacos. Y sí para lunáticos dispuestos a levitar con su torrente verbal  (términos y expresiones de la frontera entre México y USA nos colman de placer, trasladándonos a ese Oeste cinematográfico y ensoñador). 

Colosal y camaleónico, Cela. 

La fragua literaria leonesa: Lola Quintanilla

LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Lola Quintanilla: "Mi máxima inquietud es contar cosas y contarlas bonito"

La narradora Lola Quintanilla, autora de 'Tacones en la arena', entre otros libros, nos adelanta que está próxima la publicación de una guía sobre el Páramo leonés, con la que ella colabora. Y está leyendo mucho sobre la Guerra Civil, el Holocausto, la II República... acaso con el fin de escribir una próxima obra.

Lola Quintanilla
Lola Quintanilla. Foto: Juan Carlos González Muñoz
Manuel Cuenya | 13/02/2019 - 08:56h.
"... No soy misógina, ni machista, ni homófoba ni nada parecido. Creo en la igualdad total de derechos, deberes y oportunidades entre hombre y mujer, siempre que sea desde el respeto de las diferencias esenciales de ambos. La violencia es violencia sin distinción de quien la padezca, sea hombre, mujer, anciano o niño. Abortan las madres; los niños que aparecen en los contenedores los tiran las madres; si mueren cincuenta mujeres al año en España por violencia doméstica, mueren alrededor de veinte hombres y eso sin hablar de los cientos que se suicidan por violencia verbal, social y moral e injusticias judiciales. Y sin embargo, los medios de comunicación y poderes públicos únicamente se hacen eco del asesinato de las mujeres omitiendo el resto. Asociaciones afines al feminismo radical se están financiando a través del dinero público de esta lacra que también están beneficiando a los medios de comunicación: más sangre, más audiencia, más caros los anuncios. ¿Es que nadie se da cuenta del negocio que hay alrededor de la violencia?...".
(Lola Quintanilla, 'Yo misma', incluido en su libro 'Tacones en la arena')
Originaria de Laguna Dalga, pueblo del Páramo leonés (la Celama de la que nos ha hablado el escritor lacianiego Mateo Díez, que bien podría ser asimismo la Comala de Rulfo), Lola Quintanilla es autora, entre otros, de 'Tacones en la arena', que hace recordar el título almodovariano de 'Tacones lejanos', aunque el título de esta obra de Lola se refiera a que los seres humanos, en algunos momentos de nuestra vida, dura e insegura, caminemos con tacones por la arena.
"Vidas con incierto o trágico final o con un amargo continuar... Llenas de incertidumbre, desesperanza, placer o inevitable dolor. Dulces y amargas a la vez", apunta Lola Quintanilla, que ha sabido contarnos (mediante la voz de sus protagonistas, con sus propios testimonios) estas historias, "algunas con medida y meditada ironía, incluso con cierto cachondeo; otras con la rabia, el dolor o la impotencia que provoca la injusticia vivida en sus propias carnes", expresa la autora de 'En nombre de mi madre', que reivindica el derecho a sentir y vivir como cada cual quiera y pueda, y a denunciar  inmoralidades, clamar justicia a quien corresponda y esclarecer verdades incómodas y ocultas en este, en su opinión, nuevo movimiento intolerante y fascista que está resurgiendo en nuestra sociedad carente de valores y sentido de la justicia.
Un libro valiente, arriesgado, emocionante, que, a través de diecinueve voces femeninas (incluida ella misma en el relato 'Yo misma'), nos ayuda a reflexionar acerca de nuestra propia vida, acerca de la condición humana, en definitiva. Y nos enseña el mundo en que vivimos, donde todo lo manda el dinero, según Lola, algo que ya nos dijera también con clarividencia el genio Valle-Inclán, por ejemplo, en esa obra teatral titulada 'Luces de Bohemia'.
"La gente que sufre hoy en España, mayoritariamente es por leyes sujetas a ideologías donde lo que prima es el dinero. Todo lo mueve el dinero. Penoso", puntualiza al tiempo que confiesa haber aprendido mucho escribiendo esta obra porque, durante el proceso de creación (qué interesante resulta este proceso), se le cayó la venda de los ojos. "Mis antiguos ideales no se corresponden con la realidad. La libertad es un ideal y la igualdad un imposible. Me rabio cuando veo una injusticia y más cuando descubro que he sido engañada. Por eso quise dar voz a historias que son ocultadas. En mi inocencia, pensaba en los valores y en la buena intención de la gente. ¡Tonta de mí! No tenía ni idea de cómo funcionaba el mundo. La izquierda en la que yo creía se ha vuelto totalitaria; se encarga de pensar por nosotros e intenta que seamos seres gregarios y dependientes de papá estado", reflexiona, asegurando haber escrito en cada uno de sus libros lo que realmente le apetecía y lo que le pedía el cuerpo. "O el alma. Con su lenguaje, sus sentimientos, sus estados de ánimo y su entusiasmo".
'Tacones en la arena' (Lobo Sapiens, 2017), cuyo diseño de cubierta corresponde al artista bañezano Odón Alonso, se me antoja un libro de imprescindible lectura pues, a través de diecinueve voces narrativas: Fatma, Mamen, Adela, María, Amelia, Berta, Marina, Carmela, una madre, Ivana, Dina, Brenda, Raimunda, Gemma, Emilia, Jana, Sofía, Antonia y Yo misma (Lola), nos introduce en los pensamientos y los sentires, las vidas de estas mujeres, haciéndoles que se expresen con voz propia (un ejercicio hermoso). En el fondo, está dando visibilidad y voz a quienes no tienen ni una ni otra, lo que me hace recordar el emotivo discurso que el actor leonés Jesús Vidal, galardonado con el premio al mejor actor revelación, pronunciara en la reciente gala cinematográfica de los Goya.
"Mis antiguos ideales no se corresponden con la realidad. La libertad es un ideal y la igualdad un imposible. Me rabio cuando veo una injusticia y más cuando descubro que he sido engañada"
Cabe destacar, según nos cuenta ella misma, que el relato titulado Gemma, sobre la enfermedad conocida como Lyme, lo escribió la propia afectada. "Cada palabra y cada coma, cada taco y cada exclamación son suyas. Es su historia y nos la ha contado a su manera. A mí me encanta", apostilla Lola, cuya vocación por la narrativa, por la escritura creativa, se remonta a su infancia.

martes, 12 de febrero de 2019

El maestro Miguel Delibes

Leyendo y aun releyendo al maestro Delibes podemos aprender a escribir de un modo sencillo y a la vez con xeito (permitidme este término). No en vano, el escritor vallisoletano, que le dedica toda una novela a su ciudad natal, El hereje (con una ruta por la misma), manejaba no sólo el lenguaje periodístico (director de El Norte de Castilla, que llegó a ser, lo que le procuró problemas de censura) sino el literario. A veces uno se pregunta cuál es la diferencia entre un lenguaje periodístico trabajado (ay no, que el periodismo requiere premura) y uno literario. 


La clave, en todo caso, es escribir para que a uno lo entiendan. Ese es el primer punto. De lo contrario, si escribimos (y no se nos entiende, o se entiende otra cosa que la que queremos expresar), mal vamos. 
La escritura, como todo, requiere entrenamiento, oficio, aunque el talento no se consiga escribiendo y escribiendo. O puede que sí. 
El talento es algo que los románticos (y aun otros/as) han idealizado y elevado a la categoría divina. Pero esto daría para mucha tela que cortar. Así que centrémonos. 

A Delibes no sólo lo entendemos, sino que además nos introduce de lleno en la emoción, con esos personajes inolvidables, que percibimos y sentimos de carne y hueso, como el Azarías, de Los Santos inocentes, el Nini de Las ratas o Daniel el Mochuelo, de El camino, entre otros muchos. Y además nos ayuda a reflexionar, como buen escritor que es, acerca del mundo en que vivimos. 
Él conocía muy bien su tierra, la tierra castellana, no sólo el entorno urbano sino sobre todo el ámbito rural (era un excelente cazador, ahí está su Diario de un cazador). Y todas esas novelas, que ya he citado, entre ellas El disputado voto del señor Cayo, por poner algún ejemplo brillante, o algunos relatos como El pueblo en la cara, donde el campo y lo campestre están bien presentes. O bien relatos magníficos como La mortaja, donde se funde la infancia, la naturaleza y la muerte (temas, por lo demás, recurrentes en toda su obra). 

Un gran defensor de la naturaleza. Y por ende un buen conocedor de la flora y la fauna, algo que nos apasiona a quienes hemos nacido y nos hemos criado en un pueblo. Esos pueblos que, con el transcurrir de los años, se nos han ido muriendo. Y se nos siguen muriendo. 
Nadie pone remedio a esto, porque, en el fondo, a los políticos y gestores de turno les interesa tener recluida a la población en las grandes colmenas de una gran ciudad. Pongamos por caso en Madrid, que quieren convertir en una megalópolis. 
Por eso hay que releer a Delibes, para religarnos con nuestra naturaleza, con nuestra madre tierra,  que es la que podría darnos de comer. 
Vivir de un modo más natural. Sentir de un modo menos artificial. Y por supuesto deberíamos volver a los libros del maestro castellano (él que también puedo conocer otros mundos, gracias a sus viajes como profesor visitante, como a Estados Unidos) para aprender a escribir con tino, con precisión, con sencillez y a la vez con profundidad, con la profundidad con la que hablan los grandes actores y actrices en escena. No en vano, las una gran parte de las obras de este escritor han sido llevadas al cine. Y al teatro. Con versiones magníficas (casi) todas ellas.

Releo El camino y Los santos inocentes. Y me resultan apasionantes. Vuelvo sobre Cinco horas con Mario. Y me quedo maravillado. Con ese soliloquio o monólogo que le larga Carmen-Menchu a su marido Mario de cuerpo presente. Un recurso magnífico, que al parecer se le ocurriera a Delibes como un modo eficaz de sortear la censura imperante de la época. Pues se trata de una novela de los años 60, que por cierto refleja, a través de los pensamientos y sentires de Carmen, esa época. Con una Carmen espantosa en sus decires, que en verdad reflejan su modo de pensar, frente a un Mario muerto, que no puede hablarnos, que no puede contarnos nada. Aunque sabemos, a través de su esposa, cómo era (siempre desde su punto de vista, claro está). Me entusiasma Cinco horas con Mario. Y la interpretación que lograra Lola Herrera como Carmen Sotillo, la mujer de Mario. 

Leo en estos momentos Castilla habla, que dedica al pintor Vela Zanetti, que tanta relación tuviera con la capital leonesa (ahí está su museo fundación). 
Un volumen, Castilla habla, que recoge artículos varios, entre los que aparece incluso el Bierzo con Las oreanas del Sil (las buscadoras de oro). O bien el de Los galleros de Boñar, que se dedican a la cría de gallos de pluma fina. Merece la pena, asimismo, el que recuerda la figura de El capador, que ha desaparecido de la faz de la tierra, creo. Recuerdo al capador de Cabanillas de San Justo, que iba por los pueblos de la contorna del Bierzo Alto capando gochos. 
Pues eso, seguiremos leyendo y releyendo a Delibes con el fin de aprender a escribir. 

domingo, 10 de febrero de 2019

La Strada

Siento adoración por la obra de Federico Fellini, lo reconozco. Y La Strada (1954) es, aparte de los premios recibidos, una de sus películas emblemáticas. Una cinta entrañable, que despierta intensas emociones, por lo que cuenta y sobre todo por cómo nos lo cuenta. En el fondo, todo es una cuestión de forma, de estilo, tanto en el cine (imagen) como en la literatura (palabra). 
Recientemente he tenido la ocasión de ver, en el teatro Bergidum de Ponferrada, la adaptación teatral que Mario Gas ha hecho de esta película del maestro Fellini, la cual pertenece a su etapa neorrealista. 
Un neorrealismo (con sus miserias, también morales, en esa Italia de posguerra que sobrevive a sus penurias como puede) que entronca con la poética de los sueños imposibles, de las ilusiones truncadas. De un viaje hacia la nada, en definitiva. 
  
Un neorrelismo apasionante en lo artístico (recordemos a De Sica, Rossellini, Pasolini, entre otros) y cruel en la realidad. Un filón para los grandes artistas como Fellini, maestro de maestros, con un universo propio. Y harto sustancioso en el plano estético, en su imaginario surrealista y en ocasiones grotesco, esperpéntico. Como unas luces de bohemia valleinclanescas. No olvidemos que la dramaturgia de Valle es en verdad cinematográfica. Puro expresionismo. 
La obra de Gas, que conserva la esencia de La Strada de Fellini, nos sumerge en ese universo emocionante. Y Gelsomina, encarnada por la actriz Verónica Echegui, con su voz lastimera, con su mirada llena de miedo, con su fragilidad, me hizo estremecer.
Un trabajo, el suyo, extraordinario, que supongo tiene mucho que ver con la habilidosa dirección de actores que ha realizado Mario Gas. 
En todo caso, cuando uno ve a Giulietta Masina, en su papel de Gelsomina-clown, se queda literalmente sobrecogido. Es tal la fuerza y pureza de su mirada, de sus ojos de asombro ante el mundo (un mundo en verdad brutal), que nos da la impresión de que ésta, como una angelita acaso wendersiana (estoy pensando en Cielo sobre Berlín), contemplara el mundo por primera vez. Me atrevería a decir que el Wenders de la lírica Cielo sobre Berlín es deudor de La Strada de Fellini.  
Gelsomina-Masina nos cautiva con su mirar ensoñador, fantasioso, con su ingenuidad, con su ilusión y tristeza a la vez, con su resignación (muchas y grandes emociones para una actriz) frente a un Zampanò fiero, egoísta, que interpreta con maestría el actor de origen mexicano Anthony Quinn (al que recuerdo en la capital de León hace ya varios años). 
La obra de Mario Gas nos muestra toda la historia de La Strada -un drama con final trágico- a través de tres personajes, el forzudo Zampanó, la infortunada Gelsomina y el trapecista (Il Matto, el loco o lunático). Un trío que da mucho juego y jugo. Con una escenografía, que se me antoja onírica, hipnótica, donde el elemento principal es una moto, un carromato-caravana, que también vemos en la película de Fellini. Y una música fundamentalmente balcánica, con temas que habitualmente incorpora en su repertorio el compositor Goran Bregovic (me resulta curioso, pues Bregovic ha compuesto algunas bandas sonoras para Emir Kusturica. Y alguna vez he llegado a escribir que el director de Tiempo de gitanos es el Fellini de los Balcanes). 

En La Strada de Fellini la banda sonora corresponde al genio Nino Rota, colaborador habitual en las películas del director de Amarcord. Y conocido asimismo por la música de El Padrino, de Coppola. 
En el universo circense de Fellini (puesto en escena con acierto por Mario Gas en su obra de teatro) pesa la soledad, la incomunicación. Y la falta de afecto entre los seres humanos, salvo Gelsomina (ángel, santa, virgen, extraterrestre) que busca deliberadamente el afecto (lo que me hace recordar al Frankenstein, de Mary Shelly).  Pasajes memorables, conmovedores, cuando el monstruo toma la palabra para hablarnos de la importancia del amor en un mundo terrible, en el que predomina la violencia, el odio, los bajos instintos, el crimen. "–Debes crear para mí una compañera, con la cual pueda vivir intercambiando el afecto que necesito para poder existir", le dice el monstruo a su creador.
Amar y ser amados, he ahí el quid de la cuestión. Por eso, Zampanó acaba tristón y lloroso, tumbado en la playa, frente al mar. Metáfora estupenda de la soledad del ser humano, del existencialismo puro y duro. Sólo cuando desaparece un ser humano, al que nos sentíamos unidos, es cuando nos damos cuenta de verdad de su importancia en nuestras vidas. Así somos de torpes, o indigentes emocionales. 
Volveremos a visionar La Strada, con nuevos ojos, con la mirada inocente de un niño que re-descubriera, siempre con asombro, el mundo. 


viernes, 8 de febrero de 2019

La fragua literaria leonesa: Alejandro Martínez Rodríguez

LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Alejandro Martínez: "Cuando a un cuerpo le quitas el corazón, se muere, y el carbón es nuestro combustible"

El historiador y profesor Alejandro Martínez Rodríguez, autor del libro 'De siervos a esclavos' sobre la minería en la comarca berciana, está en estos momentos recopilando información, entrevistas, archivos, bibliografía, para un análisis de las huelgas de 1962 y 1963 en la minería de El Bierzo y Laciana.

Alejandro Martínez
Alejandro Martínez
Manuel Cuenya | 06/02/2019 - 13:38h.
Natural de la localidad de Berlanga del Bierzo (ese Bierzo tan desconocido como silenciado, aunque ligado a la explotación del carbón durante un siglo), Alejandro Martínez Rodríguez ha publicado un ensayo histórico titulado 'De siervos a esclavos' (Mountainsoft, 2018), una obra de gran interés sobre todo para quienes deseen entender una parte de la historia de la minería en el Bierzo, que va desde 1843 hasta 1947 (fecha que coincide en Fabero del Bierzo con "el fin de la guerrilla y el cierre del campo de trabajo", según él).
Licenciado en Historia por la Universidad de León y profesor de Educación Secundaria, Alejandro cuenta que su libro surge a partir de una investigación que realizara durante curso 2007-2008 para la asignatura Historia Social de la Edad Contemporánea, impartida por el profesor Javier Rodríguez. Es ahí cuando surge el primer esbozo, nos aclara. Y es en ese momento cuando se plantea la estructura, el formato e incluso el título, "que trata de sintetizar lo ocurrido en el periodo y la interpretación propuesta". Idea que retoma cuando participa con un artículo en 2017 en el III Premio de Investigación Antonio Estévez, que organiza el Instituto de Estudios Bercianos (IEB). Artículo al que el IEB le otorga un Accésit. Ese fue el germen, el embrión para que posteriormente escribiera este 'De siervos a esclavos', singular título que nos adentra de lleno en la historia de la minería berciana, "desde el descubrimiento del carbón de piedra", con la localidad de Fabero como gran protagonista.
"No se puede comprender la historia de El Bierzo, el desarrollo de su sector energético e industrial sin este combustible y sin esta cuenca en particular. Industrialización capitalista, minería del carbón y movimiento obrero van de la mano en España". Historia que además "discurre en paralelo con la vida económica, social y política del país (España), de cuyos hechos constituye un reflejo o vanguardia, como en el 33 o el 62", subraya Alejandro, que se siente vinculado con el sector minero porque sus abuelos fueron mineros, incluida una de sus abuelas, y también la mayoría de sus tíos,  su padre, su suegro... todas las personas mayores de 45 años –nos recuerda– llegaron a trabajar en algún momento en la mina.
"Creo que nacer en una cuenca minera (aunque estudiara en León y pasara mucho tiempo en Ponferrada) ha sido determinante a la hora de elegir el tema de estudio... La minería lo impregna todo: tapas, rallyes, rutas, carreras, documentales, fiestas, teatros, museos, monumentos, etc. No existe sector laboral en España que haya impregnado tanto la música, la literatura, la pintura o el cine.  Ser minero es más que una profesión, crea una identidad, una cultura, que traspasa lo laboral, y eso también vincula a toda la población... En torno a la mina se tejen vínculos de solidaridad, de amor-odio hacia la profesión. La influencia de las organizaciones de clase, el SMC-UGT, la CNT o el PCE, han sido evidentes", señala Alejandro, que en la actualidad, desde hace tiempo, reside en Langre, al que considera su pueblo, y es para él, además de la cabecera de un valle muy bonito, "tranquilidad, hogar, fiesta, alegría, despoblación, montaña. Son raíces, proyectos, ilusiones, es mucho".