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lunes, 21 de octubre de 2024

Carta para un adiós, por Ana López Sobredo

 

(Curso de composición de relatos y microficciones, nivel intermedio, UNED de Ponferrada, impartido por Manuel Cuenya)

Hola, querida:

Por fin me he decidido a escribirte. Tengo tantas cosas que contarte, que no sé por dónde comenzar.

No recuerdo en qué momento sembré tu semilla dentro de mí, pero sé que germinaste y quisiste devorarme por completo.

Yo era una niña tímida, muy reservada. Nunca buscaba problemas y necesitaba que todo el mundo estuviera contento conmigo.

En el colegio mi actitud debía de ser perfecta. Ningún profesor decía nada malo de mí. Pero cuando llegó la adolescencia, me sentí una chica no querida, una fracasada.

Cuando me miraba en el espejo me odiaba. “Estás gorda, das asco”, esas eran las palabras que más me repetía.

Dejé a un lado los amigos, me aparté de la familia, abandoné mis aficiones, planté los estudios y me centré en contar calorías. Tener una bonita figura era el objetivo, creyendo que así sería feliz, que todo el mundo me envidiaría.

Mi cuerpo se convirtió en una prisión, una voz interna me taladraba -cada día estás más gorda, no comas tanto-, me invadían la desgana y la apatía, los problemas de movilidad se hacían cada vez más notorios hasta el punto de negarme a caminar y pasarme excesivo tiempo en la cama. 


Mi madre sufría en silencio, lloraba mis rechazos, mis negativas a recibir ayuda, quería socorrerme, pero yo siempre la rehusaba.

Busqué información en Internet, encontré las causas, pero me negué a afrontarlas. Una manzana, cincuenta y nueve calorías, un yogur desnatado, cuarenta y una calorías. El recuento de calorías era lo que más me importaba. Y la báscula. Pesaba treinta y nueve kilogramos con mi estatura de uno sesenta y nueve.

Y los espejos, que en mi casa estaban todos averiados. Se habían estropeado, mi imagen se distorsionada. Mi madre me decía: “mírate, estás en los huesos”. Yo me miraba, y el espejo me mostraba gorda, muy gorda. Mi madre, sin duda, me engañaba.

El día que ingresé en el hospital el diagnóstico fue brutal. No. No podía ser. No estaba enferma, no podía padecer ninguna enfermedad. Pasaron muchos días llenos de sombras. Los días transcurrían entre tinieblas, mientras me alimentaban con sondas. Me moría a ratos. Yo era mi propia asesina.                  

Odiaba las batas blancas... los carritos de comida… los vasos de zumo… los buenos consejos y las caricias. Cuando al fin me levanté y me miré en el espejo, no me reconocía, esa no era yo. Los ojos hundidos… la mirada extraviada… la tez pálida. Incipientes calvicies. Mi cuerpo era un saco de piel lleno de huesos.

Ese fue el momento en que decidí arrojarte de mi vida, consciente de que no sería fácil, pero segura de que lo habría de conseguir, porque después de cada noche siempre amanece un nuevo día lleno de luz y yo había vivido demasiado tiempo entre brumas.

En eso estoy ahora, intentado deshacerme de ti. Por eso te digo adiós, no vuelvas a apropiarte de mi vida.

Ahora quiero ser yo y aceptarme tal como soy.

A horcajadas, por Azucena Martín Moro

     (Curso de composición de relatos y microficciones, nivel intermedio, UNED de Ponferrada, impartido por Manuel Cuenya)

        Ella se hizo la encontradiza, pero, en realidad, llevaba esperándolo un rato. Desde donde se encontraba había podía observarlo sin que él se diera cuenta.

Había pasado un mes desde la última vez que se habían visto, un mes desde que habían hecho el amor por última vez o, mejor dicho, desde que ella hiciera un intento desesperado de mantenerlo a su lado utilizando el sexo como maniobra de atracción asegurada.

Se habían separado unos meses antes, pero él quiso mantener su promesa: la recogería en Madrid cuando el curso, al que había asistido, acabara, y la llevaría al lugar donde la esperaban sus hijos.

A ella le “tocaba” su mes de vacaciones, según el convenio regulador. 


         Cada vez que se encontraban después de la ruptura de común acuerdo, algo se revolvía en su interior al dar y recibir ese beso, cordial para él; frustrante, cruel, amargo, para ella. Ausencia de roce en los labios, de dientes mordisqueándolos, de lengua recorriéndolos, plegándose y desplegándose, inicio recurrente de lo que en el mundo animal sería un ritual de apareamiento. En esto consistió su último encuentro.

    Emprendieron el viaje de vuelta después de comer. Su conversación en el coche se podía calificar de anodina, intrascendente, neutra, una manera de eludir cualquier referencia personal. Fría, triste, dolorosa, para ella. La música sonaba en la radio del coche, que saltaba de emisora en emisora por la escasa cobertura en algunos trayectos. Circulaban por el tramo de la autovía abierto hacía solo unos meses, cerca del lugar donde tuvo lugar una “ceremonia de despedida" (sin saberlo entonces) en un paraje escondido entre robles y matojos, fundidos en una mezcla de amor y sexo.

    El recuerdo de esa escena en el coche, y de otras tantas similares en lugares apartados (las aguas de un río en la montaña, la hierba en un monte…) provocó en ella una mezcla de excitación y angustia por tener que obligarse a sí misma a refrenar el impulso que en otras oraciones había encontrado respuesta inmediata en él. Pero, en uno de esos cambios de dial, los acordes de la que fue “su canción” rompieron el dique de contención existente entre ellos tras la separación.

    Ella colocó su mano izquierda en la pierna de él y sus dedos se deslizaron hasta alcanzar la cremallera del pantalón en una simple caricia que provocó una reacción inmediata. El desvío cercano, que la nueva ruta no había anulado, el camino pedregoso, el polvo, y un brusco frenazo. A horcajadas en el asiento del coche, profunda y rápidamente.

    Faltó “el piel con piel”, el recorrido de su cuerpo lamiendo de arriba abajo cada una de sus curvas hasta llegar a los labios que esperan recibir mucho más que besos con o sin lengua. Faltó el “hueles a ti”. Faltaron las palabras de amor mezcladas con las de deseo… Calor, cristales empañados, jadeos, movimientos convulsos, excitación, desahogo.

Un encuentro sexual. Sexo sin amor.

El resto del viaje, un silencio no pactado; y el beso de despedida anulado por miradas culpables y arrepentidas. Y la certeza de que todo había acabado entre ellos.

Ella se hizo la encontradiza, pero, en realidad, llevaba esperándolo un rato. No sabía para qué.

Desde donde se encontraba había podía observarlo sin que él se diera cuenta. Ya no era el mismo: se había mimetizado en un hombre acorde con la mujer que iba cogida de su mano. Había pasado un mes desde la última vez que se habían visto, un mes desde que habían hecho el amor por última vez o, mejor dicho, desde que ella había hecho un intento desesperado de mantenerlo a su lado utilizando el sexo como maniobra de atracción asegurada.

El intento fracasó, pero el sexo fue un éxito.

 

 

domingo, 20 de octubre de 2024

Historia de un beso, de Garci


Paseo de San Pedro, Llanes

Mi reciente viaje a la costa oriental astur me ha despertado el deseo de volver a ver El abuelo y visionar por primera vez Historia de un beso, ambas películas de Garci, filmadas en lugares de esta zona tocada por la belleza de Asturias patria querida, como señalé en este enlace: https://cuenya.blogspot.com/2024/10/el-paraiso-en-la-costa-de-llanes.html 


En esta ocasión me centraré en Historia de un beso, por las razones que explicaré a continuación, dejando para otro momento El abuelo, que me parece un peliculón. 

Aparte de las historias de amor que cuenta el director madrileño, tan devoto de Asturias, en Historia de un beso, esta película llama la atención por los escenarios de rodaje naturales en la paradisíaca playa de Barro o el verde y marino paseo de San Pedro en Llanes, además de algunos otros, localizaciones que tienen que ver con su director artístico, en este caso el entrañable y premiado Gil Parrondo, con quien tuve contacto en mi etapa en la Escuela de cine de Ponferrada. Un ser con una gran sensibilidad al que nunca olvidaré. Gil Parrondo, ganador de dos premios Oscar por Patton y Nicolás y Alejandra, dirigidas por Schaffner, y cuatro Goyas por películas de Garci, colaboró asimismo en películas como Espartaco, de Kubrick;  Lawrence de Arabia y Doctor Zhivago, de David Lean, o La caída del imperio romano, de Anthony Mann. 


El ilustre luarqués Gil parrondo es también el director artístico de El abuelo, de Garci. Y de la mayoría de su filmografía. Los cuatro Goyas ganados son Canción de cuna, You're the One, Tiovivo c.1950 y Ninette.                                                                                                                                                                                                  https://cuenya.blogspot.com/2016/12/un-garbeo-por-el-nilo.html                                                                                              https://cuenya.blogspot.com/2023/07/de-ortigueira-las-asturies-de-los-mios.html 


Historia de un beso es una película sobre la nostalgia y el amor, el cual, como se dice en la película, nace y muere cuando uno menos se lo espera, porque nada en la vida, en nuestras vidas, es eterno. Sobre el amor (en realidad tres historias de amor) y la muerte. 

Eros y Thanatos, una vez más, en una puesta en escena que transcurre en dos épocas: los años veinte y los años cuarenta de la posguerra. Cada una de las cuales está iluminada de una forma diferente. Con una luz colorista para los años veinte, y una luz fría para los años cuarenta. La fotografía es realmente bella. Con un elenco actoral estupendo: Alfredo Landa (gran interpretación la suya, conmovedora), Ana Fernández, Carlos Hipólito, Tina Sainz, entre otros. 

Me apetece hacer una mención especial a Pilar Ordóñez, que interpreta a una muda llamada Filomena. Y quiero recordar que Pilar Ordóñez, a quien conocí en un viaje a Egipto, estuvo en Tardes cinematográficas en Bembibre en 2009, bajo la concejalía de cultura de Chero Celemín, al que echamos de menos, tal y como escribiera en este mismo blog. 

https://cuenya.blogspot.com/2009/12/pilar-ordonez-tardes-de-cine-el-9-de.html