Vistas de página en total

domingo, 30 de julio de 2023

Porque la vida, al final, es nuestro mejor viaje,

 Cuenta el amigo escritor Ruy Vega que El verde aroma del Noroeste es un libro de sensaciones, aprendizaje, encuentros y búsqueda interior. Más allá de un libro de viajes, es un libro del viajero, lo cual me entusiasma, que una persona con sensibilidad y capacidad de lectura y escritura como Ruy Vega diga, escriba esto después de leer mi nuevo libro. 

Cabo Ortegal

Me alegra mucho, de verdad. Siempre es un gran placer, una satisfacción, que al menos a un lector le haya tocado la fibra algo que uno escribe. En realidad, lo que a uno le gustaría es que El verde aroma del Noroeste procure emoción y reflexión en quien lo lea, aparte de que la lectura le resulte amena y le invite a recorrer los lugares por los que se transita en estas páginas. Pues más allá de un libro de viajes... es un libro de búsqueda interior, como dice Ruy. Viajar para re-encontrarse, para saber quién es uno y por ende los demás, porque nada de lo humano ni lo animal nos es ajeno, acá y allá. 

El propio Ruy se plantea: ¿Qué es el viaje? Y responde, creo que con acierto: viajar es mucho más que ir de un lugar a otro (conocido o no), mucho más que moverse en un tren de traqueteo armónico, mucho más que sentarse en un autobús mientras ves una película en el teléfono. Mucho más. Viajar es encontrarse con uno mismo, conversar contigo (que tan necesario es) y conocer o reencontrarte con otros. "Papá, hoy te traigo El verde aroma del Noroeste, de Manuel Cuenya", añade el autor de estas maravillosas cartas publicadas en el periódico La Nueva Crónica, que algún día esperamos ver reunidas conformando un libro porque Ruy es además una persona generosa, empática, que tanto se agradece en este mundo de egos, narcisismo. 

La Peral, Somiedo
La vida, al final, es nuestro mejor viaje, sí, amigo Ruy, qué bien lo sabes, lo sabemos. Por eso hemos de seguir viajando, viviendo (vivir para contarla, como hiciera el Noel Gabo), para sentir, sentirlo todo de todas las maneras posibles (como dijera el gran Pessoa), y por supuesto para reflexionar acerca de la condición humana, del mundo en que vivimos, que hemos creado, construido a nuestra imagen y semejanza. 

Mi gratitud y todo mi afecto para ti, Ruy Vega. 

*A ver si hacemos hueco a finales de septiembre y lo presentamos en Ponferrada. 

https://www.lanuevacronica.com/el-bierzo/porque-la-vida-al-final-es-nuestro-mejor-viaje_140040_102.html

martes, 25 de julio de 2023

De Ortigueira a las Asturies de los míos amores

 Una vez acabado el Festival Internacional de música de Ortigueira, decido poner rumbo a las Asturias o Asturies, aunque en un inicio pensara en regresarme al Bierzo o bien quedarme al menos un día más en Ortigueira para saborear el silencio de este bello pueblo marinero y disfrutar de los placeres gastronómicos en el mesón Río Sor. 

Puerto de Navia
Al final, las Asturies atraen como un imán y me apetece darme un voltión por las mismas, porque son muchas y variopintas, matria y patria queridas de los míos amores. No en vano, siempre lo digo, me pasé cinco cursos universitarios de mi vida en Oviedo, que me dejaron inevitablemente huella. Qué tiempos aquellos. Juventud, divino tesoro/ ¡ya te vas para no volver! Aunque en aquel entonces uno deseaba también conocer otros mundos, salir fuera de Asturias, salir fuera de España. 

Recordar para seguir viviendo, sin quedarse anclado a los recuerdos, la memoria como manantial de inspiración para seguir componiendo la sinfonía de la vida. Creo que esto último me ha quedado algo cursi. 

Ortigueira, finalizado el festival de música, me lleva hasta Navia, en las Asturias, donde ya había estado como animador a la lectura a través de la empresa Serviocio, del gran José, que a su vez ha sido alumno de los cursos de escritura que imparto en León.
Playa de Navia
Recuerdo sobre todo el Palacio Arias y el casino.
Y ahora la plaza del ayuntamiento, que es Ágora donde se reúnen los paisanos a charlar, la plaza de abastos, el mesón Antolín -excelente sitio gastronómico-, el puerto, el paseo marítimo y su luz, hoy deslumbrante.
Navia conforma de algún modo El verde aroma del Noroeste. Un sitio tal vez poco conocido, que resulta agradable, con la brisa de su ría y su playa o sus playas y marismas.
Campoamor

Aquí nació también el escritor, filósofo y político Ramón de Campoamor, que cuenta con una estatua.
(Tomado de mi muro de Facebook)

Pues eso, que, finalizado el festival, me encaminé a Navia, donde ya había estado, aunque en esta ocasión tuve como una percepción distinta de este lugar, habida cuenta de que pude acercarme al mar, a la playa. Y eso tiene, en mi opinión, un plus. La propia amiga Raquel, que es de origen astur, me decía que no recordaba la playa en Navia. Cada viaje es en sí mismo un descubrimiento. Por eso hay que seguir viajando, abriendo la mente, abrazando nuevos horizontes. 

casino Navia

Lo que sí se me quedó grabado de Navia es su situación junto a la ría que forma en su desembocadura el río Navia, además de su casino o el Palacio Arias, donde llegué a estar alojado en una ocasión. 

En este viaje disfruté de un clima extraordinario, con un cielo despejado, azul, brisa y sol, algo que no suele ser tan frecuente en Asturias, ni siquiera en verano. 

Ría Navia

Navia, aunque sea una desconocida en el occidente astur, me entusiasmó, tal vez porque descubrí o redescubrí con nuevos ojos, con un sentir renovado, también, otra Navia. 

Y, como no podía ser de otro modo, me acerqué a Puerto de Vega, Pueblo Ejemplar de Asturias, que queda cerca de Navia. Bueno, pertenece a su concejo. 

Puerto de Vega aparece en mi nuevo libro El verde aroma del Noroeste. Me prestó recorrer su puerto, con un intenso olor a pescado, sus callejuelas estrechas y empinadas, con sus casas nobiliarias, como ya apuntara en el muro de Facebook durante el transcurso del viaje. Y sobre todo asomarme a los acantilados del Cantábrico, que fue toda una experiencia mística. 

Desde la Atalaya de Puerto de Vega

En un mundo tan mercantilizado como el nuestro, donde todo es susceptible de comprarse y de venderse, creo que conviene recuperar la espiritualidad, lo intangible. Lo dice un no religioso ni creyente en dioses absurdos, porque las religiones, todas ellas, son por lo general sectas que intentan por todos los medios coartar la libertad de los individuos, meterlos en vereda, apriscarlos, aborregarlos con el miedo al infierno y toda esa sarta de pendejadas. 

Estoy convencido de que en el siglo XXI hay que apostar deliberadamente por la espiritualidad, que es lo que podría convertirnos en mejores personas de lo que somos, más empáticas, o simplemente empáticas, solidarias, hospitalarias, amorosas, de verdad, porque cada cual va a su puta bola en este mundo desalmado. Y por supuesto apostar por la racionalidad, por la ciencia, por el logos, por el equilibrio mental, por la templanza, la ataraxia, como ya señalara en la entrada reciente que hiciera sobre Ortigueira. 


Puerto de Vega, que es un sitio chulo y tranquilo, me lleva por estos derroteros. Y me hace pensar en el ilustre e ilustrado Jovellanos, que terminó sus días en este pueblo del occidente astur. Ahí sigue en pie su casa, la casa mortuoria, del siglo XVII, con una placa que nos recuerda este "homenaje a la buena memoria de este esclarecido asturiano", además de una estatua de él -en el II centenario de su muerte- en la parte más alta del pueblo, a saber, la Atalaya, desde donde me dejo hamacar por la brisa marina. 

Casa mortuoria de Jovellanos

Ye prestoso, Puerto de Vega, préstame la de Dios, si es que parezco astur. No es de extrañar porque los bercianos del Alto, del útero de Gistredo, miramos desde La Silva a la patria y/o la matria de Asturias, o sea, que somos y nos sentimos en cierto modo asturianos. Y ahí que me siento como en casa en este occidente que goza de un entorno privilegiado, con su hechizo cantábrico, remoto, blanco.
Puerto de Vega, que aparece como mapa de los afectos en El verde aroma del Noroeste, es muelle donde a principios del siglo XIX llegó un Jovellanos a punto de fallecer, como se recuerda en una placa de la casa donde vivió sus últimos momentos.
Resulta agradable recorrer las callejuelas de su coqueto centro histórico y dejarse ir hasta el mirador de la Atalaya para sentir la brisa marina, las olas que vienen y van en ese mar embravecido que me invita a sumergirme en sus procelosas aguas.
Puerto de Vega está impregnado con el espíritu de Jovellanos y huele a pescado por todas las esquinas.
(Tomado de mi muro de Facebook)

El polifacético Jovellanos recorrió la comarca del Bierzo a finales del siglo XVIII. Estuvo en Villafranca y en el Monasterio de Santa María de Carracedo, entre otros lugares. 

"El Bierzo se dejó acariciar por la cultura y el buen hacer del ilustrado y las gentes de la comarca leonesa, de carácter fino, de trato alegre y noble recibieron al ilustrado junto a mantos floridos de paisajes románticos y variados", nos recuerda el escritor Pedro Villanueva en un texto publicado en La Nueva Crónica a propósito de la incursión de Jovellanos en el Bierzo https://www.lanuevacronica.com/el-bierzo-de-jovellanos

El viaje continúa por la vecina Luarca, una villa que ya me gustaba antes de poner los pies en la misma, y que he tenido la ocasión de visitar varias veces. Otro mapa de los afectos, como señalo asimismo en algo que escribiera en el muro de Facebook y que recupero aquí. 

Luarca también forma parte de El verde aroma del Noroeste, como no podía ser de otro modo. 

Me sorprende que la Oficina de Turismo ya no esté en el Palacio de los marqueses de Gamoneda, que es un sitio con mucha solera situado en la plaza del Ayuntamiento de Luarca o plaza de Alfonso X el Sabio. La han cambiado y ahora está al lado de Correos. 

Construida como si fuera anfiteatro en torno al puerto, con sus embarcaciones coloridas, y el cauce del río, Luarca se perfila como una postal desde alguno de los muchos miradores con los que cuenta esta villa blanca de la costa verde, con sus singulares casas de indianos, que son grandes mansiones de migrantes españoles que viajaron a las Américas, y su histórico barrio de pescadores de Cambaral, con sus callejuelas estrechas y empinadas. Y desde este barrio subirse hasta el promontorio, donde se halla el faro y la ermita de la Atalaya al borde del acantilado, con vistas de ensueño. 

La villa blanca de la costa verde también conforma el verde aroma del Noroeste, un espacio afectivo al que uno siempre vuelve, con ilusión, como si fuera la primera vez, como un niño asombrado, ese niño que viaja por el mundo dejándose sorprender en todo momento, con inquietud por saber y sentir.
Me suena Luarca desde que era un rapacín porque en mi pueblo había un hombre, bien pintoresco, que decían que provenía de este pueblo, villa del occidente astur.
Entonces imaginaba que aquel lugar era un territorio mítico como Macondo o Comala.
Tumba de Severo Ochoa
Aunque aun no había leído ni a Rulfo ni a Gabo, dos maestros de la literatura.
Deseaba conocer Luarca, donde decían también que había surgido ALSA, la compañía probablemente más poderosa de autobuses de España.
El hombre al que me refería se llamaba como uno mismo. Lo conocían por Murias, su apellido.
Con el transcurrir del tiempo he podido visitar Luarca en diversas ocasiones. Y siempre encuentro estimulante recorrer este lugar tocado por la magia de la belleza marina, con un cementerio que es un auténtico museo al aire libre, donde reposan dos grandes, uno de la ciencia, Severo Ochoa -gran peso tiene este científico en el pueblo-, y el otro de las Artes, Gil Parrondo, premio Óscar en dos ocasiones, al que tuve la ocasión de conocer con motivo de mi etapa en la Escuela de cine de Ponferrada.
Gil Parrondo
Un hombre entrañable Gil Parrondo, al que recuerdo con cariño. Le gustaba que comiéramos en La Fonda de Ponferrada. "Este pan es bíblico", me decía antes de tomar su gin tonic como digestivo.
Ahora me da nostalgia al estar delante de su tumba. Me pone triste. Pero siento que su espíritu me acompaña en este periplo por "la su tierra luarquesa" en este bello cementerio marino. Por fortuna, el faro seguirá alumbrándonos en el recorrido.
Ah, en una ocasión también viajé a Luarca con motivo de una animación a la lectura que hice en esta villa blanca de la costa verde.
(Tomado de mi muro de Facebook)

Faro de Luarca
Y por supuesto, pues queda al ladito mismo, la visita al cementerio, a las tumbas del Premio Nobel Severo Ochoa y el Premio Óscar Gil Parrondo, de los cual también hablo en El verde aroma del Noroeste. Aunque no exista nadie que lo indique no resulta complicado dar con estas tumbas o panteones, una cercana a la otra. Las vistas desde el cementerio al mar son también espectaculares. A Severo Ochoa no tuve el placer de conocerlo, pero a Gil Parrondo sí, y eso me llena de satisfacción. Además, era un hombre sabio y entrañable, al que siempre recordaré: https://cuenya.blogspot.com/2016/12/un-garbeo-por-el-nilo.html 
Ermita y faro de Luarca

Luarca es una villa a la que espero seguir volviendo mientras tenga unas gotas de sangre en las venas. Qué la ilusión no desaparezca nunca. 

Unos treinta y seis kilómetros separan Luarca de Cudillero, el alfa y omega de una ruta plena de encanto, con un paisaje de acantilados y playas inolvidables como la playa del Silencio.

Cudillero es otro de esos pueblos que cautiva al visitante porque es como un sitio de cuento, con sus casas arracimadas y coloridas, como una estampita, eso sí, atestada de turistas. 

Si bien he estado en varias ocasiones en Cudillero, me apetece respirar, una vez más, el ambiente de este pueblo marinero, casi siempre atestado de turistas y viajeros tal vez en busca de esa estampa que tanto cautiva, porque Cudillero atrapa por sus casas coloridas y sus calles empinadas. Una Medina Cristiana, como digo en El verde aroma del Noroeste. Qué atrevido.
Me gusta charlar con la chica de la Gijonesa, en la plaza de la Marina, un local donde puede tomarse desde un café hasta una fabada o una tabla de quesos. Me gustaron el Varé de cabra con leche cruda, el ahumado de Pría y por supuesto el Gamonéu.
Es madrileña pero ya se siente asturiana, aunque lamenta que en invierno Cudillero es algo triste. Y húmedo y frío, pienso. Porque incluso ahora en verano ni siquiera hace calor. Y suele llover a menudo.
Cudillero es como una postal o mejor dicho como un gran decorado de cine. No en vano, el entrañable decorador Gil Parrondo, al que hacía referencia en la entrada a Luarca, se encargó de la dirección artística de la famosa película Volver a empezar, dirigida por Garci, que también se rodó, al menos una escena o secuencia, en Cudillero, porque he vuelto a ver esta peli no hace tanto tiempo y se reconoce Cudillero.
Me sorprende toparme con la librería 221b Baker Street, en referencia al detective Sherlock Holmes, como si estuviera en Londres.
(Tomado de mi muro de Facebook)

Ahora todos nos hemos convertido en turistas dispuestos a zamparnos cual si fuera una tarta de boda (¿y eso es un manjar?) cualquiera de esos lugares que se ponen de moda. Somos caníbales. Y el turismo, no nos auto-engañemos, acaba por restar encanto a aquello que una vez lo tuvo.

Pulverizamos la sacralidad, el sentido primigenio. No obstante, Cudillero sigue conservando su aroma de pueblo pesquero, en esta ocasión bajo un cielo plomizo, con amenaza de lluvia, con lo cual no dan muchas ganas de treparse a los diversos miradores que existen para conseguir bellas panorámicas. 

El visitante prefiere darse una vuelta por el pueblo, por los llanos, lo que resulta harto complicado, porque el Cudillero está literalmente colgado de la montaña, y quedarse, mientras toma un café y alguna cosilla más, a darle al palique con la rapaza de la Gijonesa, que se muestra hospitalaria y conversadora. 

La amiga Conchita, que vive en Valladolid -a quien conociera, a ella y a su pareja Alfredo, en un viaje semana-santino a Extremadura-, me cuenta una historia novelesca de los Selgas, una familia ilustrada, noble, de espíritu libertario, que en la actualidad se ha convertido en una Fundación con sede en El Pito, un pueblecito del concejo de Cudillero. La próxima vez habrá que visitar este lugar. 

El correcaminos tiene ganas de acercarse a Gijón.

Puerto de Gijón
Piensa que también podría darse una vuelta por Avilés, que es un lugar como de paso, porque no podría decir que conozco esta ciudad. Bueno, en realidad uno no conoce nada. Sólo sé que no sé nada. Y cada vez creo que sé menos. Tengo la impresión de que necesitaríamos mil vidas para conocer o medio conocer algo,  dejémoslo en al menos otra vida exclusivamente dedicada a viajar por el ancho mundo. Eso de la vuelta al mundo en ochenta días queda como algo deslumbrante pero no deja de ser una ficción de Verne.

Ahora la vuelta al mundo sería en un mes. Otra ficción aún menos verosímil que la anterior. O hagamos como el bueno de Cortázar, una bestia literaria, dando la vuelta al día en ochenta mundos. ¿Por qué mundo empezamos? En cuanto al día, podríamos elegirlo al azar. 

En algún próximo viaje creo que debería adentrarme en las entrañas de Avilés. Ahí vive además mi sobrino Rodrigo. Y también las poetas Esperanza Medina y Natalia Menéndez, que son buena gente. 

De momento, tiro para Gijón -la tierra de las poetas amigas Alice y Marta, donde también vive el amigo filósofo Pablo, la amiga Beatriz y la también amiga y en tiempos musa Valle-, que es una ciudad a la que cada vez le tengo más cariño, donde me siento a gusto. 

En esta ocasión Gijón luce radiante, aunque el amigo gijonés Abel, que vive y trabaja desde hace años en la ciudad holandesa de Leiden, dice que en Gijón el clima no es bueno. A decir verdad, Abel hace tiempo que no para mucho o nada por Gijón, porque se ha pasado la mitad de la vida fuera de España: Gales, Inglaterra, Alemania, Países Bajos. Y cuando viene a España suele quedarse en Berrocalejo, Extremadura, la tierra de su padre. 

Disfruto de su clima, de su gastronomía, de su bahía, del colorido y animado barrio de Cimadevilla, con sus chigres y sidrerías, sin olvidar la casa natal de Jovellanos, ya que también hice referencia a su casa mortuoria de Puerto de Vega. Y hasta le hago una fotica al monumento al fundador del Reino de Asturias, Don Pelayo, que es asimismo considerado como el iniciador de la Reconquista.  

Siempre resulta agradable pasear por Xixón. Me gusta escribirlo así, con equis, porque eso le da cierto exotismo y mucha sensualidad. Pasear, además, procura buenas vibras, es saludable y se me hace una actividad inspiradora.
Pasear, meditar, leer y ocasionalmente escribir, saboreando el silencio, como me dice el amigo médico, psicoanalista y escritor Luis Salvador López Herrero.
Por eso hay que pasear las ciudades, los lugares, como si uno los aprehendiera, impregnándose de su aura, de su olor, porque todos los sitios, como las personas, huelen a algo, tal vez a sí mismos. Y Xixón huele a mar y a sidra, con su árbol de la sidra como emblema y los muchos chigres y sidrerías que existen en toda la ciudad, sobre todo en el colorido y animado barrio de Cimadevilla, que asoma al mar con una sonrisa.
Pasear por este barrio es una delicia, dejándose fluir como fluyen las corrientes marinas, subiendo al cerro de Santa Catalina en busca del Elogio del Horizonte, con vistas al Cantábrico, entre el sueño y la realidad.
Ese Elogio que parece acogernos con sus brazos y su cuerpo sólido a la vez que liviano, en cuyo interior suena la música del viento, cual si se dispusiera a volar, como alguien ha señalado de forma poética.
Xixón huele a mar y a sidra y sabe a fabes y cachopo de cecina, sabor que remite a León.
Como la visita fue breve aunque sustanciosa no avisé ni a la amiga Beatriz ni al amigo Pablo. Ni siquiera a mi sobrino Rodrigo, que vive en Avilés, tampoco a la prima María, que vive en Luanco. A nadie.
Otra vez será porque sí me gustaría presentar El verde aroma del Noroeste en esta ciudad, ya que figura en este libro.
Hasta la próxima.
(Tomado de mi muro de Facebook).


sábado, 22 de julio de 2023

Vuelvo a Ortigueira con ilusión

Vuelvo a Ortigueira un año más con la ilusión de la primera vez. No conviene perder la ilusión, que es lo que nos mantiene vivos. Y por supuesto no podemos perder la inquietud, las ganas de viajar, de salir, de disfrutar de la música -que es nutriente espiritual de primer orden-, de la naturaleza, que hace que nos sintamos saludables, de re-ligarnos con la belleza, que es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo, como acostumbraba a decir el periodista Ramón Trecet en sus Diálogos 3, que era un maravilloso programa musical en Radio 3, RNE. 

La belleza que engendra amor y el amor que engendra belleza en este mundo que hemos construido los humanos a nuestra imagen y semejanza. 


Un año más en este territorio de gaitas y cornamusas soplando con ímpetu y ritmo musical. 

Un año más en este espacio verde, con aroma a alga marina bajo un cielo azul comestible, como una langosta azul, por supuesto. Y con una temperatura realmente agradable. Me entusiasma volver a Ortigueira para asistir al festival Internacional de música celta... folclórica. Para danzar al son de grandes bandas.

(Tomado de mi muro de Facebook)

Vuelvo a Ortiguera para saborear esta tierra tocada por las gaitas y las cornamusas como si fuera la primera vez. Y me siento feliz, si tal puede decirse, habida cuenta de que la felicidad es algo que a menudo se nos escurre entre las manos, porque vivimos en una sociedad líquida.

Tal vez tendría que hablar de ataraxia, esa tranquilidad, esa serenidad, ese equilibro que buscaban los filósofos epicúreos y los estoicos, incluso los escépticos. La ataraxia como tranquilidad y ausencia de miedo, según Séneca, que me dio una vuelta a la cabeza cuando leí De la brevedad de la vida: "El tiempo presente es muy breve. Siempre está en marcha, fluye y se precipita: desaparece antes de llegar". 
Por eso debemos aprovechar el tiempo, cada instante, vivir en el aquí y en el ahora, porque el pasado pasado es (eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor es una quimera y además puede procurarnos nostalgia, incluso depresión) y el futuro es algo que puede producirnos incertidumbre, ansiedad, angustia, que a veces se traduce en infartos, entre otros contratiempos. 

Al final, Ortigueira, con su extraordinario festival internacional de música, me invita a la reflexión y a la vez me ayuda a sentirme vivo. La música me hace vibrar y este año me gustó escuchar a bandas como Peoples for Boghall and Bathgate Caledonia Pipe Band y Bagad Sonorien An Oriant. O grupos como Rura, Startijenn o Le Vent du Nord, aparte de Fetén Fetén, que fue toda una revelación. 

Con Nina y Diego en Río Sor

Me gustó volver a Ortigueira, que es ya un mapa de los afectos, y encontrarme con Nina y con Diego, el hijo de Mari Luz y Orlando, los dueños del mesón Río Sor, los cuales ya fallecieron, desgraciadamente, porque ambos eran jóvenes y me trataban con gran hospitalidad. Unas palabras de recuerdo afectuoso les dedico en mi reciente libro El verde aroma del Noroeste.  

A Nina la conozco desde hace años como camarera del mesón Río Sor, el cual estuvo cerrado durante dos años por el fallecimiento repentino de su responsable Orlando. 

Me gustó volver a disfrutar de este mesón, como si estuviera en casa, donde por cierto se come una comida casera deliciosa, de gran calidad. Y me sentí muy a gusto en el hostal La Perla, como si fuera un hotel de lujo.

Muy amable también la señora que lo regenta. La suerte me acompañó, eso creo. En Galicia tengo la impresión de que estuviera en mi tierra, en mi pueblo. Poder descansar bien, en forma, con una buena ducha cada día, le permite a uno continuar animado, con ganas de farra. Y de este modo deleitarse con el paisaje, que me sigue pareciendo hermoso y también con el paisanaje, dispuesto a darlo todo en días de festival. 

La zona de acampada en la playa de Morouzos sigue vibrando día y noche, aunque uno, que sigue manteniendo espíritu bohemio, prefiere darse un garbeo por la misma para luego dormir en un sitio confortable. Será la edad, que no perdona. 

Una tierra tocada por el verde y el mar, con sus acantilados y sus playas.  

Desde el promontorio de la Garita da Vela, que es un emplazamiento estratégico, privilegiado, se divisan la ría de Ortigueira, el puerto de Espasante, el de Cariño y el Cabo Ortegal, en días despejados, pues hoy el día está gris y lluvioso. Un lugar que hechiza por su belleza natural. 

Seguiré escuchando el latido de su música.

(Tomado de mi muro de Facebook)

Incluso tuve la ocasión de visitar Espasante, que atesora, como su vecina Ortigueira, un gran encanto. Gracias a Juan Pedro (alumno mío de la Universidad de la Experiencia, que se pasa el verano en esta zona) por mostrarme algunos sitios chulos, como la garita o casa da vela, a los que espero volver porque el verde aroma del Noroeste resulta siempre harto inspirador. 

Cuna luminosa como un cuento inefable

Te dejas hamacar en la cuna, luminosa como un cuento sagrado, con el aroma a brezo y a miel. 

Sientes la tierra, donde las gaitas y las cornamusas, bajo la sombra estirada de nogales y castaños centenarios, soplan nanas de amor como brisas marinas.

Te adentras en el mapa de los afectos, coronado por castros, monasterios y castillos, que son escenarios de relatos románticos y novelas de caballerías, donde los eremitas siguen acariciando el centro de gravedad.

Te sumerges en ese mundo uterino, lacustre, aderezado con el pimentón de las ilusiones y la morriña de otro tiempo. 


Surcas ese huerto que explota en mil y un colores sensuales, donde la templanza se torna puro lirismo en contacto con el esplendor de la naturaleza.

Te dejas arrullar por la fertilidad de sus valles, de los que brotan chorros salutíferos con el sabor ferruginoso de lo nutricio, el cual te devuelve a sueños hechos con las caricias azuladas de la genciana y de los arándanos. 

Regresas a ese espacio legendario donde una vez habitaron los trogloditas y los mineros que se dejaron la piel y los pulmones arrancando carbón a las entrañas de la tierra, en galerías sin espejo ni fondo.

Viajas al final de aldeas olvidadas, a orillas de un río de aguas cristalinas, donde aún crepitan los leños de roble en las pallozas en busca de un horizonte tal vez infinito, resplandeciente como un cuento inefable.

*Este texto recibió un premio a principios de este año en la localidad de Quintana de Fuseros, lo cual me hace mucha ilusión porque Quintana es pueblo hermano y además no suelo presentarme a concursos. Con mi agradecimiento al jurado. 


martes, 11 de julio de 2023

Madrid, antes y después


 La ciudad de Madrid luce espléndida. Casi siempre luce espléndida bajo un sol embotellado. Me gusta darme una vuelta por la capital del Reino de España siempre que viajo fuera del país. Irme un día o dos antes de coger vuelo y quedarme otro par de días, incluso más, a la vuelta. Y en esta ocasión así lo hice, tanto a la ida como a la vuelta de mi viaje a Cuba.

Madrid ha sido por tanto el punto de partida y de regreso de mi viaje allende el océano. Ni que decir tiene que me ha resultado estimulante, instructivo, partir hacia otros horizontes para luego regresar a la tierra de uno, donde está la belleza de los afectos. Me ha gustado viajar a Cuba, como he escrito en varias en entradas en este mismo blog, aunque eché de menos quedarme mucho más tiempo en La Habana. Por fortuna, he tenido la ocasión de estar en la capital cubana tres veces, con ésta, que se me hizo breve como un suspiro. Aunque la saboreé con intensidad.

Me gustó, una vez más pasear por Madrid, que, aunque caluroso, nada que ver con el calor húmedo, asfixiante de Cuba. Madrid se me hace calor seco, saludable, lo cual agradezco, aunque a la noche, en pleno verano, se concentre el calor más de lo que a uno le gustaría.

Sea como fuere, merece y mucho darse una vuelta o dos o tres por el barrio de Lavapiés, que es tanto como estar en el multiculti barrio de Barbès, en París, aunque Lavapiés también conserva su aroma a tasca, a pueblo, a aldea, en este caso global y habitada por hindúes y africanos.

Después de darme un garbeo por la antesala/plaza de Tirso de Molina, donde había despliegue de Got Talent en el Teatro Apolo (pues acostumbro a alojarme en la calle Vélez de Guevara) me acerco a este barrio multicultural, que, al igual que el parisino de Barbès, está habitado por los camellos y los yonkis, tanto es así que hasta un rapaz, con aires y acento latinoamericano, me preguntó si yo era algo así como un poli camuflado, porque en un rato estuvo trapicheando con otras dos rapazas colgadas.

Tirso de Molina

La verdad es que, después de un tiempo observando el tejemaneje en una plaza aledaña al restaurante Mandela, decidí adentrarme en este restaurante, donde he estado en mis últimas visitas a Madrid.
Buen nombre Mandela para un restaurante senegalés regentado sobre todo por chicas hispanoamericanas. Una mezcla todopoderosa. Hay que seguir apostando por el mestizaje porque eso de la raza pura que lanzara furibundo el capullo de Hitler y sus secuaces (tan malvado es el que mata como el que tira de la pata) es una gilipollez supina.

Cabe recordar que también por la plaza de Tirso de Molina pulula una fauna harto singular.

Madrid es ya una ciudad hispanoamericana, porque hay cada vez más hispanos viviendo en la misma. Creo que se ha puesto de moda y todos los extranjeros ansían visitarla, incluso quedarse a vivir en ella. A los franceses y los alemanes también les gusta mucho. Disfrutan de su gastronomía, de la fiesta... del alcohol, que sigue siendo mucho más barato que en sus países, aunque Madrid se ha puesto por las nubes, empezando por el alojamiento. Se necesita mucha guita para vivir en Madrid si uno desea disfrutar de lo mucho que ofrece esta ciudad de ciudades, el Madrid de los madriles.


En esta ocasión disfruto del Retiro, que es un pulmón verde que resulta refrescante y animado. Y por supuesto de la Gran Vía y la terraza del Corte Inglés de Callao, que me obsequia con unas vistas maravillosas precisamente a la Gran Vía y aun a otros espacios de la ciudad.
También me entusiasma pasear por la Calle Mayor, donde vivieran Calderón de la Barca y Lope de Vega, y dónde se halla la histórica casa Ciriaco; o por la Plaza Mayor, que es una belleza, también con el arco de Cuchilleros, o la calle Arenal, con el Teatro Eslava (inolvidables recuerdos de la Joy Eslava), y el pasadizo y la chocolatería de San Ginés (escenario de Luces de bohemia, de Valle-Inclán) o la zona del Palacio de Oriente, que tanto me hace recordar a Buckingham, con sus jardines de Sabatini y los del Campo del Moro.

Y disfrutar del trasiego de gentes por Sol, donde tuve la ocasión de toparme con el actor Pepe Viyuela. Y unos metros más lejos, como a la altura del Museo del Jamón de Sol (donde me gusta tomar cañas y bocadillos de jamón, entre otros) con Gurruchaga, que reconocí al instante bajo su figura gótica, tanto que casi nos chocamos caminando, aunque no le dije nada, qué iba a decirle, si me quedé como sorprendido. En todo caso, no creo que le hubiera hecho gracia que le dijera nada. Caminaba como con cara de pocos amigos.

Madrid es una fiesta, como dijera Hemingway acerca de París. Una fiesta maravillosa para quienes, cada cierto tiempo, nos adentramos en la misma para disfrutarla como se disfruta de algo la primera vez, aunque no sea la primera vez.

Madrid es una ciudad que a uno le sienta bien tanto a la ida como a la vuelta de un viaje al otro lado del charco, como en esta ocasión, que viajé al "caimán dormido", al "lagarto verde".