21 gramos. El peso del alma.
La narradora berciana Raquel Villanueva, a quien he podido entrevistar y prologar su libro Relatos de una adoratriz, acaba de obsequiarme con su reciente novela, editada por Loto Azul, con dedicatoria incluida, lo cual le agradezco mucho, porque Raquel es buena amiga, una chica estupenda, que sabe que las historias son de amor, muerte y vida, "únicos argumentos de este discurrir nuestro". Así es, querida amiga, así es.
https://cuenya.blogspot.com/2014/09/la-fragua-literaria-leonesa-raquel.html
https://cuenya.blogspot.com/2018/09/relatos-de-una-adoratriz.html
Y tú has escrito una historia estremecedora, que me ha llegado a las entrañas, porque te metes de lleno en la piel, en el cuerpo-mente de una mujer de ochenta años, que está en la última etapa de su vida. Y eso me escalofría, porque uno se identifica con esta mujer, con su historia de vida, con esta historia que también podría ser nuestra propia historia si llegamos a esa edad: "Y vuelve a estremecerme pensando en el verde turquesa que anhelo volver a mirar mañana", dice la protagonista.
Con tu prosa envolvente, con el punto de vista narrativo de esa mujer llamada Celia, logras sobrecoger a tus lectores/lectoras. Al menos a mí has logrado estremecerme, y además has conseguido que reflexione acerca de la vida/muerte, eros y tánatos (cara y cruz de una misma moneda), acerca de la enfermedad y el abandono, la soledad impuesta, la identidad/pérdida de identidad, la memoria/olvido, el paso inexorable del tiempo, el deseo como punto de apoyo, la ilusión, los sueños, la nostalgia... porque nada de lo humano nos resulta ajeno, con lo cual se me antoja que has escrito una pequeña gran obra de arte, de arte con mayúsculas, porque, a través de un monólogo interior, nos introduces en la condición humana, en el consciente/subconsciente de esta mujer abandonada a su desgracia, "¿qué es uno sin palabras cuando se encuentra sitiado, abandonado?... Condenada a este silencio y a permanecer anclada en esta silla... ¿De qué sirve seguir cuando ya ni tan siquiera eres tú mismo?... No puedo hablar, no puedo andar... Ha pasado tanto tiempo que da vértigo... contemplo la fugacidad del tiempo... lo poco que he podido acariciar esos mundos brillantes... la vida es una continua búsqueda... nos pasamos la vida entre los verbos... entre el verbo buscar y esperar...".
¿Qué buscamos? ¿Qué esperamos?, me pregunto. Buscamos la belleza, el amor, acaso el amor que engendra belleza. En esa necesidad de asomarnos siempre a otros ojos como quien busca la luz, como diría Celia. "Pienso en la fragilidad de lo bello".
Esperamos el absurdo. ¿O es absurda la espera? Esperamos acaso a Godot, como ocurre en la obra teatral de Beckett. Esperamos la muerte, la única certeza posible. Pero, mientras tanto, seguimos buscando la vida, el amor, el placer, el bienestar, la felicidad, la libertad... "Espero como todos, todos siempre esperamos algo".
"Al final solo queda la espera... la espera de nada... No soy nada, no soy nadie", pronuncia Celia, esa señora mayor que sientan al lado de la ventana, esa soñadora... rebelde, sonriente, desconcertante. "¿Dónde voy a asirme ahora?", se pregunta la protagonista de esta historia, sabedora de que todo el pasado es una gran mentira... una tergiversación de los recuerdos... Siempre queremos lo imposible. "No entiendo a esta sociedad que rinde culto a la juventud sin reparar en que mañana esa juventud será lo mismo que soy yo hoy", se dice Celia con lucidez, la cual ve una densa niebla desde su ventana que le recubre el cerebro, una niebla que difumina lo que piensa, lo que siente. "¿Tal vez eso sea la vejez", se pregunta con miedo a perderse en esa niebla, una imagen poderosa que me trae a la memoria una secuencia de la película Amarcord, de Fellini, donde vemos al abuelo perdido en medio de la niebla:
"Mi sembra di non stare in nessun posto. Forse la morte è cossì?".
"Al final, uno ha de entregarse solo a sus propias certezas o, más bien, sobreponerse a las dudas", nos cuenta Celia, a la que en el fondo le gustaría seguir amando y ser amada... perderse para siempre en la palabra amor. Amar y ser correspondidos es quizá lo mejor que puede ocurrirnos a los seres humanos...
"Pero ha pasado el tiempo -como nos recuerda Gil de Biedma-/ y la verdad desagradable asoma: -envejecer, morir, /es el único argumento de la obra".
Envejecer, morir, como únicos argumentos. Qué difícil nos resulta aceptar, asimilar la vejez, la enfermedad y la muerte.
Tu novela, Raquel, es grande porque nos habla, como también nos dijera el genio Rulfo, del amor, de la muerte y de la vida.