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miércoles, 15 de noviembre de 2017

Gijón, aroma marino, sabor a sidra

Vuelvo a Gijón (Xixón) para presentar Mapas afectivos. Y me encuentro con una ciudad acogedora, donde la comida y la bebida lo es todo, o casi todo. Algo habitual, por lo demás, en nuestra piel de toro, sobre todo en este Noroeste verde y marino. 
Puerto de Gijón

Se come mucho y bien en esta tierra, lo que a uno le entusiasma, dicha sea la verdad. Por lo general, a los seres humanos nos gusta comer y beber, salvo que tengamos algún trastorno mental (véase la terrible anorexia, o bien la bulimia), que sin duda dan muchos quebraderos de cabeza a quien las padece. Y aun se los procura a su entorno más inmediato, a su familia. 
María, Esperanza, Natalia, Manuel, Pablo, José María

También existen lugares en el mundo, pongamos por caso Cuba, donde la comida resulta harto escasa, incluso para los turistas, lo cual es mucho decir, o al menos esa fue mi impresión en mis viajes a la isla caribeña. 
No así el bebercio, pues el ron (aunque a veces sea malo) se toma en cantidades. Qué rulen los mojitos a orillas del Maleconcito habanero. 
De repente, me doy cuenta de que Gijón, con su luz tenue, casi mortecina, me ha llevado a La Habana, acaso porque ambas son ciudades marinas, aunque en una se coma de rechupete (un buen pote o fabada y aun un cachopo regado con sidrina hacen las delicias de cualquier comensal) y en la otra la comida (a excepción de grandes hoteles) no va más allá, ay, del arroz con frijoles, y de vez en cuando alguna langosta. 
Por cierto, guardo un buen recuerdo de Los Nardos, un restaurante perteneciente a la asociación cultural Juventud Asturiana, que se halla en el primer piso de un edificio del famoso Paseo del Prado, enfrente del emblemático Capitolio. 
Al parecer, también en Gijón existe el Centro Asturiano de La Habana, que no he llegado a visitar. Quizá en una próxima visita a esta ciudad con aroma marino y sabor a sidra pueda visitarlo. 
En Cabo de Peñas

Sí visité, en cambio, la casa leonesa de Gijón, donde presentara mis Mapas afectivos, con la hospitalidad de su presidente Santiago Seara, que es originario de Torre del Bierzo, en el Bierzo Alto (o sea paisano) y de su tesorero, el escritor maragato José María Chimeno, que anda ahora presentando un libro sobre Gaudí (apasionante la figura y la obra de este genio, que supuestamente se inspirara, para idear sus arquitecturas, en la Capadocia turca. Y que nos ha dejado monumentos singulares tanto en Astorga como en la ciudad de León).
Zona del Cabo Peñas

Me ha gustado volver a Gijón y reencontrarme con gente conocida, gente amiga, como es el caso de Pablo Huerga (gran filósofo y estupenda persona) o bien las poetas Esperanza Medina y Natalia Menéndez, a quienes tuviera la ocasión de conocer en un encuentro poético en La Felguera, en el centro de Artes Escénicas Álvarez Nóvoa (otro grande de la escena teatral y cinematográfica, con quien llegué a compartir algunos momentos inolvidables). 
En la presentación también estuvieron presentes Beatriz y su marido. Beatriz es una extraordinaria profesional de la enfermería. Gijonesa que vive entre Ponferrada y su ciudad natal. 
Luanco

Y por supuesto allí estuvo María, mi prima, la nieta de Simona Cuenya, originaria de Vega de los Árboles (La Vega), próxima al monasterio de San Miguel de Escalada. 
Antes de la presentación tuve tiempo para darme una vuelta a lo largo del paseo de la bahía de San Lorenzo, haciendo parada para echarle un ojo al histórico bar Varsovia, situado en un edificio modernista, Art Decó, en la calle Cabrales. Un local con solera especializado en cócteles. La bahía de San Lorenzo me recuerda a las playas de Riazor y Orzán en Coruña. Gijón y Coruña tienen como cierta similitud. 
Bar Varsovia

Al día siguiente de la presentación de Mapas afectivos me encuentro con mi sobrino carnal Rodrigo, que desde hace algún tiempo vive y trabaja en las Asturias verde de montes y negra de minerales (el poema de Garfias y la canción de Víctor Manuel son sublimes). Y nos vamos a danzar por los alrededores, acercándonos a Luanco (donde no recuerdo haber estado nunca, a pesar de la cercanía con Gijón, y de que ahí vive mi prima María) y al hipnótico Cabo de Peñas, el más septentrional del Principado astur. Un balcón con vistas a los acantilados y al verdor esperanza de una tierra familiar.
Lo de Principado suena a cuento de hadas, a xanas, tal vez. Y nos adentra en la mitología de los seres sobrenaturales. En ocasiones, conviene dejar volar la imaginación, incluso conviene volar de un modo físico. 
Monumento a la sidra-Gijón

En mis sueños recurrentes de infancia soñaba con volar. Y a menudo pienso que estaría muy bien poder volar/sobrevolar Gistredo hacia Asturias. A vista de pájaro el Bierzo Alto, Babia y Asturias. En todo su esplendor. En línea recta estamos al lado. El Bierzo Alto y Asturias hermanados por una lengua común, por un sentir parecido. Si es que nos parecemos más de lo que creemos. En realidad, los seres humanos, aquí y allá, somos más parecidos de lo que algunos creen. Por eso los nacionalismos no tienen sentido. Y aun son perniciosos para la Humanidad.    
Después de la visita al Cabo de Peñas, que hace soñar con el romanticismo paisajístico (el paisaje como memoria afectiva, la genuina memoria) y esas olas que vienen y van, como en la archiconocida canción Je t'aime moi non plusde Serge Gainsbourg, continúo el paseo por Verdicio, un lugar para entrar en contacto con el eremitismo cantábrico, un mapa para perderse en otoño y reencontrarse en sus playas en verano.
Verdicio

Me despido de Gijón mirando al mar cantábrico, desde el monumento de Elogio del horizonte, de Chillida, que a la poeta y narradora Marta Muñiz le entusiasma. 
"De la que bajo" (expresión que tanto presta a los astures) voy recorriendo la medina de Cimadevilla, medineando por sus callejuelas, con sus casas coloridas y el fuerte y a la vez agradable olor de las sidrerías, en las que se escancia (no se tira, como me recordara un escanciador espabilado) esa bebida que a uno se le antoja una de las mejores (tal vez más saludables) del mundo. Devoción le tengo a la sidra natural, sobre todo si se acompaña con buenos pinchos o quesos de la tierra, que son muchos y muy abundantes (habrá que entrarle al Gamoneo en una próxima visita). 
Elogio del horizonte-Gijón

El aroma a sidra me lleva, cómo no podía ser de otro modo, al monumento a la Sidra, que es un árbol hecho con botellas de este elixir, próximo a la estatua de Pelayo, en la zona del puerto, cuyas vistas a los barcos me procuran, por instantes, la ilusión óptica de que estuviera en el Nyhavn de Copenhague. Unas ciudades me llevan hasta otras, de un modo inevitable. Ha comenzado a orvallar/orbayar y ya toca despedirse, de verdad, de la ciudad, que en su interior también alberga a algunos sin techo, durmiendo al aire libre. Y es que la globalización, sobre todo de la miseria, se ha impuesto en este mundo capitalista. 

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