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martes, 26 de noviembre de 2013

La fragua literaria leonesa: Sara R. Gallardo

La Fragua Literaria Leonesa
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Sara R. Gallardo: "Mi meta no es escribir más o publicar más a menudo"

Por Manuel Cuenya | 26/11/2013

Sara. R. Gallardo (foto de Carolina Villafruela)
 
La poeta y periodista Sara R. Gallardo, autora de 'Epidermia', tiene previsto escribir una novela y quiere publicar un nuevo poemario, que tiene medio escrito.


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"Aquí el que triunfa es que ha pegado un pelotazo"

 
Por Manuel Cuenya | 26/11/2013


lunes, 25 de noviembre de 2013

El callejón de los milagros

Confieso mi devoción por El callejón de los milagros. Parece que de repente me entrara una vena mística, que pa' qué. Me trae muy buenos recuerdos esta película de mi época en México, que fue donde la vi por primera vez. Me encantó y me sigue gustando, como si fuera la primera vez. Supongo que será porque se trata de una buena película, aunque decir esto así no signifique mucho. Bueno y malo son conceptos maniqueos. ¿Verdad? En cualquier caso, está avalada por varios premios, entre ellos, la Mención Especial en el Festival Internacional de Cine de Berlín en 1995 por su excelente calidad narrativa o el Premio Goya en 1996 a la Mejor Película Extranjera en lengua española. 

Basada en la novela homónima del Nobel Mahfuz, El callejón de los milagros está dirigida por el solvente Jorge Fons, cineasta mexicano, tal vez no demasiado conocido fuera de su país, pero con una larga y exitosa carrera cinematográfica (véase Rojo amanecer). En todo caso, Fons, con la ayuda de su guionista Leñero, que construye magníficos diálogos, hace propia su historia, trasladando todo el meollo del cogollo a México, su tierra, porque el Nobel egipcio sitúa su novela en El Cairo en los años 40. 
         Por tanto, Fons da una vuelta de tuerca a la novela y la lleva a su terreno, que es el que mejor conoce, y eso se nota y se siente con gran emoción, porque lo que nos cuenta y cómo nos lo cuenta es realmente extraordinario. 
         El Cairo de los años 40 de Mahfuz se transforma, en esta obra maestra del cine, en la vida de unos singulares personajes (es una gran peli de personajes encarnados por excelentes actores y actrices), a los que no parece sonreírles la vida, en la Ciudad de México, años 90.

 Personajes atrapados, obsesionados con el dinero y el sexo, como motores vitales, incapaces de salir de la miseria... moral en la que viven inmersos. La película, en la que se entrecruzan las historias -aderezadas con humor y montadas de un modo innovador y fragmentado- se estructura en cuatro episodios, que son contados, con un lenguaje coloquial, "chilango", propio de los habitantes del D.F., desde tres puntos de vista. Hay incluso escenas que parecen repetidas porque son tomadas desde diferentes ángulos de cámara o puntos de vista, con saltos temporales hacia atrás.  El montaje es del prestigioso Carlos Savage, conocido por sus colaboraciones con Luis Buñuel en películas como Los olvidados, Él, Nazarín o Él ángel exterminador, entre otras muchas y grandes. 

Los puntos de vista son el de Don Ru (Rutilio, interpretado por el actor Gómez Cruz), el dueño de la cantina donde se reúnen los parroquianos a darle al dominó, al trago y al palique; el punto de vista de Almita (Salma Hayek, cuya interpretación resulta sensual, engatusadora y en verdad reveladora) que busca volar, y el de la ingenua Susanita (que interpreta la actriz Margarita Sanz, ganadora de un premio Ariel por su actuación), que es la dueña del vecindario donde vive Almita y el resto de personajes. Los cuatro episodios, todos ellos con el callejón de los milagros como escenario -de ahí el título-, corresponden a los tres puntos de vista de los protas, además de un cuarto episodio, "el regreso" (Abel regresa en busca de su amada, Almita), que sirve para concluir una trama amorosa con regusto amargo. El amor y la muerte abrazados y fundidos en el Fin. 

         El primer episodio, después de mostrarnos el callejón de los milagros, corresponde a Don Ru, el jefecito de una cantina, "Los Reyes antiguos", donde los habituales juegan al dominó, el típico machito mexica, con mala baba, que trata a su esposa (Doña Eusebia) como a una mierda, se enseña con su hijo Chava y su empleado el Güicho (un raterillo) y acaba sucumbiendo -ironías de la vida- a los encantos de un jovencito, Jimmy (empleado de una tienda de ropa). Algo que le revela a Abel (el peluquero). Estupendas las partidas de dominó (que sirven para introducir cada uno de los capítulos) con un cuarteto de cine, a saber, el doc, que es un dentista tuerto enredado en asuntos turbios; Zacarías, que es un mugroso y vividor, que maneja a los mendigos y acosa a Flor, la dueña de la carnicería del callejón; Ubaldo, el hombre culto, "el pinche poeta", porque se la pasa, mientras juega al dominó, recitando versos de Amado Nervo, a la vez que cita a Dante o a Platón, y Don Fidel, el dueño de una joyería, que le propone matrimonio a Almita, aunque es su madre, Doña Cata, quien lo quiere para ella. 
El segundo episodio se centra en Almita, que está enamorada de Abel, aunque este decide emigrar a los Estados Unidos con su amigo Chava (el hijo de Don Ru y Doña Eusebia).  Almita, al marcharse Abel, acaba hipnotizada por un padrote o chuloputa, José Luis (interpretado de un modo estupendo por el actor mexicano, aunque nacido en Madrid, Giménez Cacho, al que hemos visto recientemente en Blancanieves, de Berger), que le promete el paraíso y la mete de lleno en el mundo del puterío de lujo. 
El tercer episodio está dedicado a Susanita,  la ricachona casera del vecindario, donde viven todos los personajes, como en una colmena. Es una solterona avara y "necesitada" que aspira a cumplir su sueño amoroso. Y para ello recurre a Doña Cata, la madre de Almita, para que le lea el destino con las cartas del tarot. Doña Cata le dice que encontrará al hombre de su vida, porque "las cartas lo averiguan todo" y de este modo "la adivinadora" se ahorrará el alquiler de Susanita, quien, tras echarle los perros al Chava, acabará topándose con el Güicho, el cual le hace la corte sólo por interés. Y el cuarto, el regreso, que cierra la peli con un desenlace trágico. 
Una película que nos muestra un México tan real y tan vivo como la vida misma.  

sábado, 23 de noviembre de 2013

Los muertos de Celama

Los muertos de Celama

MANUEL CUENYA 17/12/2003
En el reino de Celama, Comala, tierra paramera, el teatro en su estado puro, el teatro Corsario como uno de los mejores de este país, ¿de qué país? 

Fernando Urdiales como patrón de barco. Cuando vi esta representación teatral me entraron ganas de no morirme nunca jamás. Qué chistoso. 
Los muertos de Celama bien podrían ser los muertos del Bierzo o los muertos de Pedro Páramo. El Páramo como lugar onírico y a la vez real como la vida misma, como la muerte que ya es. “El Páramo es la muerte que supura el metal”. “El espejo de su ruina, la ruina del cielo, que suena como es Dios”. Vivos infelices que están muertos y muertos que nos hablan con sentimientos y luego nos cantan tangos de amor y muerte. Así es esta vida precaria y penosa en el culo del mundo, en el reino de Celama, que bien podría ser Comala o cualquier cementerio o pueblecito mejicano/berciano, Luvina, nomás, donde las noches invernales se hacen eternas, un lugar en el que la vida no vale nada, la vida no vale nada en León, en León Guanajuato, como reza una canción mejicana harto irónica y macabra. Si bien es cierto, “no es lo mismo morir en Celama que en la Vega”. Yo tampoco soy el autor de este texto, acaso vertebral, sino sólo un muerto más, dispuesto, eso sí, a contaros algo acerca de esta obra teatral que tuve el placer de ver y escuchar hace tiempo en el Bergidum ponferradino. Hablemos, pues, del reino de Celama y de su adaptación teatral realizada por el propio Luis Mateo Díez en colaboración con Fernando Urdiales, director del Teatro Corsario. Hablemos de esta tierra, una y mil veces sangrada, de este páramo de quietud y dolor en el que terminan por desaparecer hasta los gatos y las ovejas. “Se acaba el mundo”, nos anuncia uno de los personajes, que tal pareciera la moza de ánimas, enlutada y a trote de madreña, mientras toca el cencerro y entona una plegaria por los difuntos y las almas del purgatorio. 

http://www.diariodeleon.es/noticias/bierzo/los-muertos-de-celama_113319.html 

Un médico, Don Ismael Cuende, es quien va dándonos cuenta de la muerte en este páramo de piel quemada, donde los muertos, para más inri, lo son de vocación y trabajo. Angelitos trabajadores, ya que su vocación es morir con las botas puestas y el arado enterrado en ese pedregal sobre el que no crecen más que zarzas y codesos. Una tierra que se nos hace muy familiar. Y aun se nos clava en las entrañas. 

La puesta en escena, cuyo decorado principal son las tumbas de un cementerio, así como el tratamiento de algunos personajes-títere, nos recuerda una vez más a “La clase muerta” del polaco Kantor. Hay payasos-fantasma que nos adentran en una especie de teatro del absurdo. 
“-¿Celebramos algo?”, pregunta la cantinera -“Que hay salud”, responde el borracho. “Todos somos unos payasos en este mundo”. Incluso el sexo, corporeizado en la Burlona o mujer cabaretera, parece ensañarse con los muertos. Sexo y muerte. Eso es todo. Qué terrible realidad o pesadilla. La obra teatral en su conjunto, amenizada por la música de acordeón, resulta emocionante.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Artaud y su doble

El espectro del escritor y artista sobrevuela en el Reina Sofía. Filandón


Manuel Cuenya 30/09/2012

Una verdadera pieza de teatro perturba el reposo de los sentidos, libera el inconsciente reprimido, incita a una especie de rebelión virtual...».
La actual exposición Espectros, en el Museo Reina Sofía, me ha hecho rememorar a Artaud, que en su día causara gran revuelo debido a sus transgresoras teorías acerca del teatro, contenidas en El teatro y su doble, obra de cabecera para quienes sentimos pasión por este arte, que procura misteriosas alteraciones y choques emocionales en el espíritu.

Artaud nos propone un teatro que actúe como una suerte de terapéutica espiritual, social, que renueve el sentido de la vida y despierte a los «muertos en vida». No en balde, sus teorías teatrales les han servido a los modernos psiquiatras para ponerlas en práctica con sus «enfermos».
Aboga por un teatro puro y espontáneo a través de signos, gestos y actitudes, basado en el lenguaje corporal, que no sea deudor de la palabra. En todo caso, la musicalidad de las palabras, si las hubiere, deberán hablar directamente al subconsciente, como en los sueños. Un teatro vivo que sacuda e hipnotice a los espectadores. Un teatro que invite al trance, como ocurre con las danzas de los derviches giróvagos o bien con el teatro balinés, que cuenta con gestos y mímicas para todas las circunstancias de la vida. Un auténtico espectáculo en el que el actor/actriz sea un atleta físico, afectivo, capaz de «jugar» en distintos niveles y en todos los sentidos de la perspectiva, en altura y profundidad, porque no habrá una separación —como en los teatros convencionales— entre la escena y la sala. Como tampoco la habrá entre la realidad y la representación, el lenguaje verbal y el corporal, la vida y el arte.
Todo será un único espacio en este espectáculo integral hecho con gritos, chirridos de autómatas, sorpresas, efectos teatrales varios, repentinos cambios de luz, máscaras, vestimentas simbólicas, danzas de maniquíes animados, lo cual me hace recordar el teatro de la muerte de Kantor y los espectáculos de la Fura dels Baus, que han sido influenciados por el teatro artaudiano. Aparte de éstos, son muchos quienes recibieran su sello de identidad, desde el teatro del absurdo hasta Arrabal o el Living Theatre de Nueva York.
Un artista con mayúsculas, que reflexionó no sólo acerca del teatro sino sobre el cine —léase El cine—, la poesía, la cultura mexicana. Viajó a México en busca de espiritualidad, que encontró en los Tarahumaras y en el dios-peyote. Además, compuso esos Mensajes revolucionarios en los que México aparece como un país con una fuerza cuasi sobrenatural.
Escribió guiones como La concha y el reverendo, considerada como la primera peli surrealista, cuya influencia es definitiva en Un perro andaluz, de Buñuel. Asimismo, intervino como actor en Napoleón, de Gance, o en La pasión de Juan de Arco, de Dreyer, en su genuino papel de monje loco.
Un maldito y apestado de la sociedad —como Van Gogh, a quien le dedica un magnífico ensayo—, que tuvo la osadía de rebelarse contra el sistema preestablecido, desde la lucidez y el desdoblamiento. Una pena, pues gran parte de su vida se la pasó recluido en manicomios, que acabaron con su genio y figura. Léase lo que escribiera contra los psiquiatras o bien en ese libro-bomba, Para acabar con el juicio de Dios, que en su día se emitiera por radio, con la consiguiente prohibición. Y que el Teatro Corsario, comandado por el leonés Fernando Urdiales —otro grande del arte y la psiquiatría— pusiera en escena a mediados de los años ochenta.
Artaud, en su afán por cambiar el mundo, y arremeter contra los tótems y tabúes, acabó triste y solo.

martes, 19 de noviembre de 2013

La fragua literaria leonesa: Óscar M. Prieto



 
La Fragua Literatia Leonesa

                         Óscar M. Prieto (Foto: Rafa R. Palacio)

Óscar M. Prieto: "El tiempo como condición esencial del ser humano, como lo fugaz e inaprensible de la vida"

Por Manuel Cuenya | 19/11/2013

El narrador Óscar M. Prieto, autor de 'Love is a game', está trabajando en dos novelas.


http://www.ileon.com/cultura/034422/oscar-m-prieto-el-tiempo-como-condicion-esencial-del-ser-humano-como-lo-fugaz-e-inaprensible-de-la-vida

La Fragua Literatia Leonesa

"La política me parece perversa. La sociedad, atolondrada" 

 http://www.ileon.com/cultura/034612/la-politica-me-parece-perversa-la-sociedad-atolondrada

viernes, 15 de noviembre de 2013

El otoño siempre hiere

Desempolvo este artículo, que escribiera hace años para Diario de León. 

                                                                            Raúl Guerra Garrido

El otoño siempre hiere es el título de la última novela o último viaje literario de Raúl Guerra Garrido. Y también el comienzo del capítulo nueve, hontanar de belleza. “Un viaje sin más rumbo que el de la coartada”.

“El escritor  supo que aquel sería su último viaje”, así arranca esta espléndida novela, que transforma la velocidad/ficción en realidad, y el recuerdo de la realidad en inventada memoria de la realidad. Es algo así como el Voyage au bout de la nuit de L. F. Céline. Un viaje al fondo de la oscuridad,  al fin de la noche. Un  paseo en globo  por el amor y la muerte. 

“Le toqué un muslo y la muerte sonrió”. Es éste un viaje de introspección, aunque el narrador nos diga que el recurso memorialístico es un viaje interior que no va a emprender, y lo autobiográfico es el primer síntoma de impotencia, algo que desprecia, porque el protagonista de esta novela -insiste- no es su álter ego. 

Sospecho que no son necesarias tales justificaciones. Por lo demás, a este menda no le parece que lo autobiográfico sea síntoma de impotencia. Sólo hay que pasearse por algunas páginas de Automoribundia, de Ramón Gómez de la Serna, por  ejemplo,  para darse cuenta de su potencia autobiográfica. O bien, uno puede principiar recorriendo las sendas de Bukowski  y  Henry Miller.

El otoño siempre hiere es un viaje de reflexión, decía, en el que brotan las heridas de melancolía, y se escucha  el tañido de la añoranza, temblor del arrechucho, campanadas de la Quinta Angustia, conmovedora misa de difuntos. Es como si uno estuviera escuchando el Réquiem de Mozart en el Catoute. Un viaje en el que aparece el Bierzo -según el autor- como un valle donde toda irrealidad tiene su asiento. 

“De haber propuesto la anexión de Galicia al Bierzo -se refiere a Tarsicio Carballo- hubiera arrasado en todos los comicios”. 
Guerra Garrido nos muestra un Bierzo en el que todo es posible -no es una geografía sino un estado mental-, un lugar donde la fantasía se cotiza en bolsa y la realidad carece de valor. Un viaje que quizá le sirva al autor para huir de sí mismo. La literatura como la huida de uno mismo. “Me fui como quien se desangra”, así acaba esta novela, con un final antológico, que sabe a gaucho argentino y que deja un regusto a herida otoñal, a tinta que es sangre... 

Es sabido que el regreso es la reconciliación con lo que la vida tiene de finito, y la morriña es el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

París, Texas

París, Texas es una de mis películas preferidas, entre otras muchas, claro, pero ésta tiene algo que me cautiva, que me deja pegado a la pantalla, cada vez que la veo. 
Me gusta la historia (el guion es de Sam Shepard), sus personajes (y sobre todo la interpretación), su bella y pictórica fotografía (cuyo autor es Robby Müller), que imprime un estilo visual único, aunque en cierto modo remite a los cuadros de Edward Hooper sobre individuos solitarios, en ocasiones vagando hacia ninguna parte (una constante por lo demás en el cine de Wenders, el viaje, la errancia), la música desgarradora de Ry Cooder, al que recordamos también por Buena Vista Social Club, también dirigida por el alemán Wenders, en este caso en Cuba, y sobre todo me apasiona cómo está filmado el reencuentro del prota (Travis) con su mujer (Jane, que interpreta de un modo conmovedor la diosa Nasstassja Kinski) en un legendario peep show

Una secuencia que, por sí misma, ya sería suficiente para hacer de esta película una gran obra. Una fusión perfecta de la imagen y la palabra, lo visual (o su representación) y lo narrativo (la historia, el relato). En esta larga y portentosa secuencia vemos a Travis y a Jane hablando de su pasado y de los motivos de su ruptura. Un rodaje realizado en pocos planos, sin interrupciones en el diálogo, que es revelador, definitivo, en esa recuperación de la palabra (de la palabra incluso sanadora), por parte de Travis, mientras vemos a Jane escuchando atenta y emocionada a su ex-marido -el cual abandona a su mujer y su hijo-, con la consiguiente evolución interpretativa de Jane, que va desde la sonrisa al llanto. Una secuencia con una fuerza dramática hipnótica, que nos ayuda a identificarnos con los protagonistas de la historia, y en la que tanto las imágenes como las palabras adquieren un gran sentido. El rodaje de toda la cinta se hizo en orden cronológico, algo que no suele ser habitual en el cine, salvo en casos como éste, porque se trataba de una producción independiente, que les permitió tanto a los actores como al director una enorme libertad creativa, algo que se transluce en el metraje.  

Avalada por la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1984, París, Texas es una obra maestra del cine, que nos cuenta la historia de un tipo perdido en medio de la nada, en mitad de ninguna parte, o sea bajo el sol de una América desértica, un hombre desaliñado, aunque con traje y corbata, provisto de una gorra roja, que no habla, ensimismado, autista, huido, tal vez, en busca de algo o de alguien. A lo largo del film lo sabremos. Un personaje extraño y extrañado, un vagamundo desfallecido (interpretado de un modo magistral por el actor Harry Dean Stanton), en un mundo que parece no reconocer, ni siquiera se reconoce a sí mismo, cuando se ve reflejado en un espejo. Clave el espejo, el cristal o lo acristalado, en la peli. Un personaje que se asombrara del mundo, como si lo estuviera mirando por primera vez con la inocencia salvaje de un niño (figura esencial es también el niño, su hijo). 

Se trata de una road movie con aires de película del Oeste. En cierto sentido, recuerda mucho a un clásico de Ford como es Centauros en el desierto, algo que reconoce el propio Wenders.  En el fondo, el director alemán  aborda el clásico tema de La Odisea, el viaje iniciático, el viaje físico por el desierto y el viaje de auto-conocimiento que emprende Travis en busca de sí mismo, en busca de su mujer, en busca de su hijo. La vida misma como camino infinito hacia la búsqueda de sentido y nuestra propia aceptación o rechazo.

Más apuntes acerca de París, Texas y Lisboa Story

París, Texas es un relato portador del mito, puesto que habla de un personaje que adquiere la palabra portadora de sentido. Al inicio, vemos a un personaje que no habla o se niega a hablar, tampoco recuerda. Por tanto, carece de palabra y memoria. Sólo se encuentra cómodo en movimiento, en su deambular. Luego descubrimos que camina en busca de su familia, de su mujer y de su hijo, donde la palabra adquiere poder curativo.

La escena clave es la que se desarrolla en el peep show, el encuentro del protagonista con su mujer, a través de un cristal, que permite ver sin ser visto, escena de gran intensidad dramática, acentuada por la proximidad espacial y la distancia temporal que existe entre ellos. 

El discurso, la narración como algo útil, el poder de la palabra en boca del marido. Y por otra parte, el poder de la imagen, que nos muestra la evolución psicológica de la mujer, en este caso interpretada por la siempre genial y hermosa Nastassjia Kinski, prodigio de actriz, que en esta película llega a bordar su papel.

En cierto modo, esta road movie o película de carretera, cuya banda sonora corresponde al músico Ry Cooder, es como una versión posmoderna de Centauros del desierto de John Ford.

En Lisboa Story, Wenders se plantea un ejercicio arriesgado y “original”: ver la capital portuguesa a través de los sonidos que el protagonista registra en su recorrido por las calles de la ciudad, para incorporarlos en una película muda, y su preocupación por filmar imágenes puras. La música de Madredeus como espejo en que debiera mirarse el cine. 

“Escucho sin mirar y así veo” (Pessoa).

martes, 12 de noviembre de 2013

La fragua literaria leonesa: Miguel A. Otero Furelos

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Cultura cultura / 
Miguel A. Otero Furelos

Miguel A. Otero Furelos: "Hay libros que se hacen por oficio y otros en los que uno se deja algo"

Por Manuel Cuenya | 12/11/2013
El narrador y profesor Miguel Otero Furelos, autor de 'El asedio', está con una nueva novela que tiene una trama con suspense.

http://www.ileon.com/cultura/034379/miguel-a-otero-furelos-hay-libros-que-se-hacen-por-oficio-y-otros-en-los-que-uno-se-deja-algo

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Cultura cultura

"El asedio, podía resumir lo que es el mundo hoy"

Por Manuel Cuenya | 12/11/2013

martes, 5 de noviembre de 2013

La fragua literaria leonesa: David Rubio


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Cultura cultura

David Rubio

David Rubio: "León es una tierra de grandes contadores de historias"

Por Manuel Cuenya | 05/11/2013

El periodista y narrador David Rubio, autor de La fuerza de los días, espera publicar su último libro, La baraja, sobre la emigración española.

Premiado, cuando tan sólo tenía diecisiete años, por un relato que convocaba la editorial Alfaguara para estudiantes de enseñanzas medias de toda España, David Rubio sigue siendo un joven escritor y periodista al que le entusiasma escribir sobre lo que más conoce y siente, como es su matria, León.
Su relato premiado, cuyo título es Imaginar la memoria, cuenta cómo su autor se inventa los recuerdos de su madre, mientras dormía en el piso en que ésta pasó su infancia. Este relato forma parte de un libro que incluye otros relatos finalistas, porque "en vez de un ganador, había diez finalistas", apostilla David, que cree que la memoria es una de las grandes fuentes de la literatura, "a menudo inevitable", pero no le parece esencial.


http://www.ileon.com/cultura/034064/david-rubio-leon-es-una-tierra-de-grandes-contadores-de-historias

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"Disfruta de la vida con cabeza pero sin conocimiento"

Por Manuel Cuenya | 05/11/2013

lunes, 4 de noviembre de 2013

Amarcord


Si tuviera que elegir una película, entre miles, siempre elegiría Amarcord (1973), del maestro Fellini. 
Siento escalofríos, una emoción intensa, cada vez que la veo y son muchas las veces que la he visto. 
Y espero seguir disfrutando, riéndome con sus personajes extravagantes, con sus imágenes impregnadas de belleza erótica y lirismo, con sus delirantes y surrealistas escenas, como la del Tío loco subido a un árbol, pidiendo a gritos una mujer: "voglio una donna". 

Es tal su fuerza, el poder hipnótico de sus imágenes y su música (grandísimo Nino Rota) que uno se queda enganchado desde principio a fin. Una película redonda, o mejor dicho circular, estructurada en función de las estaciones del año, que comienza con la primavera (la vida) y acaba con la primavera (la vida), con el regreso de "le manine" (los vilanos), tras la muerte de la madre de Titta (el prota) y la boda de la Gradisca (personaje que despierta las pasiones del macherío). Y aun con la muerte del año viejo y el nacimiento del nuevo año a través de la hoguera (tema carnavalesco) con la quema del muñeco. 
A este respecto, cuando uno ve algunas películas de Berlanga, nota como ciertas similitudes entre el cine del fallero y el grande de Rímini.



Fellini, con la ayuda de su guionista Tonino Guerra, nos ofrece, con impresionantes dosis de fantasía, su propia vida como niño y adolescente en la ciudad de Rímini ("una dimensione de la memoria... de la memoria inventata", según él) en los años del fascismo. Y nos muestra, con una puesta en escena carnavalesca, momentos inolvidables (como el abuelo perdido en la niebla: "Mi sembra di non stare in nessun posto. Forse la morte è cossì?" o la aparición de un pavo real en medio de una gran nevada o el propio Titta hipnotizando a un pavo), y secuencias antológicas, como la visión efímera y ensoñadora del Rex (el transatlántico), el desfile fascista, los amigos de Titta bailando en medio de la niebla abrazados a parejas fantasmales, el encuentro de la Gradisca y el sultán en el Gran Hotel, la propia boda de la Gradisca, o la impactante escena del Tío loco (que pide a gritos una mujer), desde que su familia lo saca del manicomio hasta que una monja enana logra bajarlo de una higuera, que nos invitan a reflexionar (pues pone en cuestionamiento, a través de parodias, la Escuela -maestros y maestras de atar-, la Familia -un tío loco, un zángano, un abuelo chocho y cachondo, una madre, la de Titta, amargada...-, la Iglesia -un confesor más preocupado por la estética de una flores que por la propia confesión de Titta- y el Estado: el Duce como un monigote, una voz sin cuerpo que habla y manda) y sobre todo a reír, a veces con una carcajada llena de nostalgia. 


Un viaje a un pasado fantaseado, un viaje conmovedor filmado con la deliciosa subconsciencia o surrealidad de los sueños, tal vez el mejor de la historia del cine, aunque esto sea muy atrevido decirlo. 
El amor, el sexo, la muerte, los sueños, el cine, los recuerdos están presentes a lo largo de toda la película, cuyo narrador, Titta (o sea el álter ego de Fellini joven) nos guía por su ciudad para enseñarnos sus espacios: la plaza, la calle mayor, el cementerio, el paso a nivel, la playa, el espigón del puerto, el lujoso hotel, sus personajes, en verdad grotescos (como la estanquera, los profesores chalados, la Volpina, la Gradisca, la monja enana o el acordeonista ciego) y su forma de vida, si bien éste es interrumpido a menudo por otros personajes, que adquieren protagonismo (incluso hablan a cámara, como personajes teatrales), dándole a la película un toque coral, como ocurre con el personaje del inicio, el viejo de le manine, o bien con un abogado-cronista que se empeña en contarnos la historia de la ciudad y es interrumpido, a su vez, por una pedorreta o una bola de nieve. Es el mismo que nos cuenta la historia del harén en el Gran Hotel. 
La película, aunque en ningún momento aparece la palabra Fin, se despide de la mano de un vendedor ambulante que nos dice: "Vi saluto, andate a casa", Adiós, iros para casa; como si se hubiera acabado la función, la representación carnavalesca. Y, en vez de Fin, vemos el título Amarcord. Pues seguiremos recordando y amando. Amore è ricordo. 

domingo, 3 de noviembre de 2013

Los muertos en el útero de Gistredo

Después de leer y aun releer ese relato titulado “Luvina”, cuyo autor es el extraordinario Juan Rulfo, a uno la da la impresión de estar oyendo el silencio sepulcral de los muertos en el útero de la Sierra de Gistredo, cerca, muy cerca de las colinas y los montes del Catoute. Escribe de tu pueblo y lograrás ser universal, nos dijo Cervantes, que sin duda hizo que La Mancha fuera universalmente conocida.

 Luvina es, pues, tan universal como lo pueda ser La Mancha. Y el Bierzo Alto es probable que algún día se parezca aún más, si cabe, a Luvina. “-Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza...”. 

Luvina se nos presenta como un lugar en el que uno puede ver la tristeza a la hora que quiera. Un lugar en el mundo, que bien podría ser cualquier pueblo o aldea del Bierzo Alto. Un lugar fantasmagórico habitado por las ánimas y los viejos a los que ya no les queda ni una pizca de esperanza en la mirada, en ese mirar vago e impreciso, que parece querer decirnos que la vida no es interesante ni intensa, ni siquiera hermosa, una vida acaso malograda, una vida de silencio, un silencio que se puede cortar con el cuchillo de matar los gochos, un silencio que hasta se puede probar cual si fuera un trozo de carne, una víscera en medio de la desolación y el páramo apagado de las tinieblas.

         Luvina tiene ese aire que semejan tener todos esos pueblos del Alto berciano en los que el tiempo es muy largo, casi eterno, y donde nadie parece estar dispuesto a llevar la cuenta de las horas, ni a nadie le preocupa ya cómo van amontonándose los años, uno tras otro, como si el tiempo se estirara más allá de cualquier agujero negro en la negrura espacial de todas las dimensiones conocidas. Los días transcurren sin más, y las noches invernales se vuelven eternas. Y durante el verano, esa estación que colorea el ambiente y hace que nos sintamos un poco menos tristones, los viejecitos se sientan en el umbral de la puerta, debajo del corredor, a la sombra, y se quedan contemplando la quietud, como si estuvieran viviendo siempre en la eternidad. “Porque en Luvina, como en casi todos los pueblos del Bierzo Alto, viven los puros viejos... y los niños que han nacido allí se han ido...”. Ya no nacen niños. Y los que nacen, apenas les clarea el alba y ya son hombres. 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Sublime, Ciudadano Mestre

Mestre en el Bergidum con La música de las bicicletas
Sublime, el espectáculo que nos ofreció Mestre ayer jueves en el Auditorio de León. Una fusión perfecta de música y poesía, de energía y emoción. Una maravilla que uno no puede perderse, sobre todo cuando ama la poesía y la música (tan hermanadas) por encima de todo. 

María José Cordero en el Bergidum con La música de las bicicletas
La música de María José Cordero, que canta como una ángela y la lírica del trovador berciano, Ciudadano Mestre, recitador colosal, gran poeta, capaz de sacudirnos las entrañas con su voz poderosa, hipnótica, con su presencia escénica, con la fuerza rítmica de su palabra hecha carne, con su verbo revelador, con su yo proyectado a las estrellas y su sentir cercano, arraigado en la tierra, nos devuelve a la realidad, a la tierra de nuestros antepasados, que lucharon con todo su coraje y valentía, y nos hace acariciar la ternura que borda el valle del Bierzo, de su matria villafranquina, de nuestro útero.  

Un concierto/recital lleno de magia, La música de las bicicletas, cuyo montaje le corresponde a Miguel Varela, fenómeno de la escena, pues no en vano es el director del Teatro Bergidum de Ponferrada, y en el que intervienen además tres músicos: Uriarte, Collado, Corral, y una soprano, Calderón de la Barca, que logran cautivarnos. 

Me pareció magnífico cuando lo vi por vez primera en Ponferrada pero ahora me ha encantado.  

Grande, Mestre.  Y grandes también quienes lo acompañan en esta aventura músico-poética o poético-musical.

Día de Santos y magostos

Recupero este texto, ahora que estamos en Santos y Magostos. 

La muerte como nostalgia, y no como fruto o fin de la vida, equivale a afirmar que no venimos de la vida, sino de la muerte.
Octavio Paz, El laberinto de la soledad

Tanto fruto de muerte ha dado una flor de sueño: la imaginación, la belleza siniestra del mundo mirado por mí.

Umbral, Mortal y rosa
 
La pregunta no es si hay vida después de la muerte; la pregunta es si hay vida antes de la muerte. 
Julio Llamazares, Escenas de cine mudo

Llega noviembre con su rostro escuchimizado y su halitosis de catarros y hojas muertas. Llega el tiempo de visitar las tumbas y celebrar magostos o amagüestos -que así les dicen en Asturias patria querida-, fiestas en las que los vivos tienen a bien reunirse al amor de una hoguera mientras comen castañas asadas al tambor, toman chocolate y beben vino. Una castaña por cada muertito y una taza de chocolate por cada cadáver enterrado en tierra santa. Tarde o temprano todos acabaremos siendo santitos. Santos comunes y corrientes que debemos aceptar nuestro destino mortal, nuestra condición de cuerpos agusanados. Por lo que sea, no somos como Teresa de Ávila, la santita, cuyo brazo incorrupto podemos ver en la localidad salmantina de Alba de Tormes, a dios gracias. 
Brazo incorrupto de Santa Teresa en Alba de Tormes


A lo peor no tuvimos la suerte de nacer con la estrella del mártir que se convierte en eterno. Ni siquiera alcanzaremos la inmortalidad terrenal, que está hecha de memoria y posteridad, y nada tiene que ver con la fe cristiana en el alma. A lo peor somos sólo un breviario de podredumbre, como nos dijera Cioran. Además, tuvimos la mala fortuna de nacer -como el verso aquel de César Vallejo- un día que Dios estuvo enfermo, grave.

Cementerio de Montparnasse (París)
Se descorcha un mes, noviembre, que nos invita a recordar que la muerte está con nosotros y con nuestro espíritu, que somos carne de cementerio. Entonces, y en espera de una respuesta tal vez consoladora, nos acercamos al cerebro intacto de Quevedo y nos sumergimos en sus sueños: “cuerdo es sólo el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir”. No nos hagamos los mensos, y disfrutemos lo que podamos, que la muerte no nos sorprenda bostezando. No perdamos el tiempo en rutinas estúpidas y majaderías varias. Hagamos de la brevedad de la vida algo placentero. Sabemos que la vida siempre es corta, aunque viviéramos un siglo o dos. Sin embargo, la vida puede dar mucho de sí, siempre que le damos buen giro. Lo cual es mucho decir. A Séneca se le ocurrió escribir toda una obra dedicada a la brevedad de la vida. Y a otros, quizá más desenfadados, les dio por componer versos a la muerte: “la muerte de rodillas mana/ su sangre blanca que no es sangre./ Se huele a garantía. /Pero ya me quiero reír”. De este modo se expresaba César Vallejo, que en paz descanse en el cementerio parisino de Montparnasse: necrópolis literaria, artística, mundana. Descansen en paz los difuntos, hijos de la putrefacción, calcinados todos en un sueño poético o poiético que produce sombras estiradas, escarchados en un bodegón de reserva y regeneración, alegoría a las postrimerías, retablo de esqueletos implorando a grito partido: ¡ay, cuánto mejor hubiera podido vivir!, bajo una tierra encapotada, otoñal, sollozos punzantes que recuerdan a Verlaine, canción de otoño puesta en boca de Serge Gainsbourg, que ya es carroña y comparte cementerio con el poeta César Vallejo. 

Tumba de Gainsbourg
Roguemos por ellos, oremos por nuestros interfectos, ceremonia de rosarios, retahílas y ánimas en pena encendidas. Velamen y velorio en procesión. Iluminaciones a lo Rimbaud: Sepulturero de engañifas. Es el reposo iluminado, sin fiebre ni languidez, en el camposanto. Tumbas abiertas en el corazón de familiares y la feligresía. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, y luego al magosto a darle a la castaña, a manducar panes de muerto con atole, champurrao, tamales de dulce y calaveras de azúcar: ofrendas a los muertitos amortajados antes de haber vivido la última farra: la cena con los apóstoles, “la cena del campanero, si no me dan me encuero”. Calabaza alumbrada. Orquestación con fagot y dulzaina. Santitos que tañen al unísono el arpa de los arcángeles. La danza de la muerte y la doncella. El séptimo sello. Muertos que viven en la lejanía del meollo: apartados de las francachelas y los ruidos informativos. Vivos que duermen siestas eternas, como ovejas a la hora del Ángelus, encima de hostias en expansión. Finados corridos al rojo del universo intergaláctico. Eros y Tánatos agarrados al rabo de angustia. Abismo insalvable. Vida y muerte son lesbianas, nos recuerda el músico y cantautor Javier Corcobado. Cada cual tiene la muerte que se hace, escribe Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Final en sordina neutra.

Mañana será día de difuntos, o sea, día de “Todos los santos”, que así es como le decimos por estas tierras, o día de “los santos inocentes”, como el título de aquella conmovedora novela de Delibes, que luego el cineasta Mario Camus llevaría con acierto al cine. Todos, en verdad, somos santos, unos más que otros, pues pareciera que algunos tuvieran alma de demonio. En cualquier caso, somos santos que aspiramos a elevarnos por encima de nuestras posibilidades de finitud y de muerte. ¡Qué terrible es esto de morirse! Santitos es también -no conviene olvidarse de las cosas importantes- una extraordinaria película de Alejandro Springall. En México lindo -qué viva México, gachupines- a la muerte se la coge por los cuernos. Esto de coger queda como muy atrevido, mas es término que se utiliza con frecuencia aquí y allá, aunque no siempre signifique lo mismo, sino lo otro. ¿Vale? ¿Sale? En realidad, no sé si la muerte tiene cuernos -eso dependerá del muerto y/o la muerta- y además no creo que la muerte tenga rostro de toro, ni siquiera de vaca loca, surrealista y asustada. Pero a uno le gusta jugar con las palabras cual si fueran naipes. Hace varios días, acaso semanas, que no juego a los naipes. Por cierto, se me está yendo el santito al cielo, y no hay Cristo quien lo baje. ¿Alguien me lo podría bajar? Por favor. Uno comienza acercándose a la muerte y acaba bailando una quebradita en la pulquería de enfrente. Ahora recuerdo que hace tiempo que no bailo quebraditas y tampoco tengo a mano una pulquería en la que echarme un trago, nomás. Al tequila si le voy entrando, de a poco. Pero esto es otro cantar. No sólo es tiempo de muertitos sino temporada de castañas en nuestra tierra del Bierzo, acá en el noroeste español. “Me gusta la castaña, me gustas tú”, nos tararea el músico Manu Chao, mientras seguimos degustando castañas y bebiendo vino alrededor de la lumbre, acaso para olvidarnos de nuestros fallecidos, que a su vez podrían estar zampando tamalitos de dulce y calaveras de azúcar. 

De repente, como en un sueño, es como si nos hubiéramos trasladado desde el útero de la Sierra de Gistredo, acá en el Bierzo Alto, al cementerio de Mixquic en México.