Habida cuenta de que el fúmbol/fútbol despierta pasiones desbocadas entre la población, vaya aquí este texto, que recupero del baúl apolillado, para darle nueva vida. Lo escribí hace algún tiempo, como podréis comprobar por algunos datos, pero me sigue pareciendo de rabiosa actualidad, ¿se dice así?
Retomo
este blog después de unos días ausente, lo que se agradece, porque
entre escribir y viajar no sabría con qué quedarme. Mejor dicho, uno
debe viajar para poder escribir, que no todo va a ser inventiva y
fabulación.
A
decir verdad, me gusta contar lo que veo, siento, toco... Escribir con
los cinco sentidos, incluso con la extrasensorialidad propia de quien
experimenta una suerte de desdoblamiento o viaje astral por algún
universo curvado, bañado con la fluidez vital y roja del ser. Debo
confesar -a la Virgen de la Purísima- que me perdí el "fúmbol" del
Mundial Sudafricano -no todo, claro, aún hay más-, mientras paseaba por
calles impregnadas de maría y arenque, puro lirismo montado en
bicicleta.
El
"fúmbol"/fútbol me entusiasmaba cuando era un guajín, y hasta aspiraba
en algún momento de la historia de la infamia (en aquel tiempo aún no
sabía de la infamia humana/animal) a convertirme en Rojo Primero.
Entonces, era devoto del Atletic de Bilbao. Quién sabe por qué.
Transcurridos los años infantiles, coleccionando cromos y muchos álbumes
de jugadores -lo que me ayudó a leer de carretilla y carrerilla- se me
pasó la fiebre futbolera, me entraron otras fiebres, y ya... No
obstante, seguí, durante décadas, viendo los partidos de los Mundiales
como con reverencia. Y en realidad aún no se me ha pasado la fiebre
mundialera, si bien ya no veo puntualmente cada partido. Como antaño.
Como aquel Mundial que ganara la France, cuya exhibición bajo la Torre
Eiffel, en el mítico Campo de Marte, fue apoteósica, como si talmente
hubiera ganado la tercera guerra mundial.
El
tiempo apremia. Hay cosas que hacer. Y cuando se viaja, no se puede
estar al plato y a las tajadas. En un avión difícilmente puedes ver la
televisión, salvo que el comandante te informe del resultado: España
1-Portugal 0. Qué notición.
Lo que nunca me ha gustado nada son esos domingos muertos, hechos a base de fútbol de liga, que a uno lo acaban enterrando vivo.
Sobre
todo en el Bierzo Alto, cuando llega la temporada de invierno, no hay
muchos entretenimientos en los que ejercitar el espíritu. Llega el
domingo y hala, aquí me las den todas en la misma rabadilla, que el
mundo se expanda y se corra, al rojo, quizá. Qué más da. No tardando
mucho todo se irá al carajo. Esto te lo dijo una pitonisa, aunque tú,
que eres un descreidín, no acabas de encajarlo. Entre otras cosas,
porque ni los futurólogos ni las adivinas te ofrecen confianza. No
obstante, la mosca la tienes detrás de la oreja.
El
domingo o día del Señor (la señora que se joda y friegue los platos,
diría el machín de turno), te tirarás a la bartola, que para eso
estuviste currelando como un borrico durante toda la semana. Sólo
faltaría que, el día más y mejor señalado de la semana, tuvieras que
trabajar. Necesitas reposo. Estás abatido. A espatarrarse se ha dicho.
Para eso eres el rey de la casa. A chulo y machote pocos te ganan. Eso
es seguro. Además, aún sigues siendo el rey, aunque no tengas trono ni
reina ni nadie que te comprenda, como en la canción aquella de Chentín
Fernández, el mejicanito. Entonces, la recuerdas con cariño y te entra
una morriña que ni pa'qué…
Te
tumbas en el butacón de la sala de estar -no se te vaya a ocurrir
despertarme, le sueltas a tu paisana, que anda atareada limpiando el
polvo de la casa-, ensayas la postura del muerto, la más cómoda posible,
claro está, y te quedas traspuesto delante de la caja imbécil, cada día
más vomitiva, sobre todo si se te aparece la "pantasma" de Belén Esteban, el maripuri Jorge Javier o cualquier friki catódico y "apostódico", son tantos...
No
le prestas la más mínima atención al televisor. Pero el ruido de fondo
te sirve para conciliar el sueño. Una siestina te sienta como dios. Tu
siesta es más sagrada que el vermut al salir de misa. Tú también vas a
misa de doce como buen feligrés. Eso te dices para consolarte. En el
fondo, no eres tú, es tu doble. O tu inconsciencia. En
realidad, la misa la utilizas como pretexto, para rellenar espacios
muertos. Hay que matar el tiempo como sea. Te aburres como un cangrejo.
Pero tampoco haces nada por salir del hastío en que te sumerges cada
domingo.
Con
legañas en los ojos, y amodorrado, te introduces el auricular en el
oído tonto, ya lo tienes amaestrado. No puedes perderte los chillidos
que meten los radiofonistas futboleros. La verdad es que son unos
gritones. No se cansan de vocear goles, a veces inexistentes. Pero deben
hacerse notar. Ese es su trabajo. Para eso les pagan. Tampoco paran de
soltar fraseologías propias de un sacerdote en trance. Parecen
misacantanos, los muy jodidos. No abandonas la iglesia ni cuando estás
en casa, piensas en voz alta. Qué vida más chunga.
Los radiofonistas de marras son capaces de embaucar y embabucar a
propios y extraños desde su púlpito catedralicio, o sea, desde la
radio. Tú te dejas hacer. Bueno, consientes el engaño. Una farsa
dominguera que vives y sigues con entusiasta fervor. Acabas por creerte
tu propia fábula.
Así te las gastas tú un domingo cualquiera este país de las maravillas. Venga, todos al trapo fumbolero o
funambulero. Y que la Roja, nuestra furia, vaya al estrellato,
zampándose primero a Paraguay este sábado y luego al que se tercie. A
ver si la Roja, que te quiero roja, me devuelve, de una vez, la
confianza en el fútbol, como cuando era un rapacín. La copa es vuestra.
Pero tú no eres él, o sea, uno mismo. Vaya lío.