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miércoles, 11 de enero de 2023

Al Magrib, el Poniente de la fascinación

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Me apresto, si tal puede decirse, a relatar este viaje a Al Magrib (el Poniente) tirando de lo que fui escribiendo durante el transcurso del mismo a través del Facebook, que me ha servido como un diario de a bordo.
Siento en el alma que mi viaje a este país coincidiera con el fallecimiento de Pepe el tamboritero del útero de Gistredo (Noceda del Bierzo), conocido como Mateguines, a quien le tenía cariño. Con lo cual no pude estar en su entierro. Lo lamento porque Pepe me hace recordar mucho a mi padre. Ahora ya están juntos, a buen seguro en un más allá eterno, tal vez jugando una partida de naipes. 
Valga este humilde homenaje a Pepe, que era un excelente músico y entrañable persona a quien siempre recordaré.
Este breve fragmento de la música gnaoua en la plaza Jemaa el Fna es mi recuerdo a sus sones, inevitablemente asociados a la fiesta de Las Chanas de Noceda del Bierzo en agosto.
 Llegué al aeropuerto de la Menara de Marrakech a mediodía, una buena hora para coger un autobús Alsa que me acercó hasta la plaza Jemaa el-Fna, y desde ahí al hotel Faouzi, donde me recibió el bueno de Faiçal, al que conozco desde hace ya varios años. Faiçal es un buen tipo, que siempre se muestra hospitalario, atento, con el viajero. Y eso se agradece mucho, lo que hace sentir como en casa.
Lástima que, aunque tenía billete de ida y vuelta para el aeropuerto de Marrakech en Alsa, ya no me sirviera porque el regreso fue muy temprano y a esas horas aún no está en funcionamiento el Alsa. Con lo cual no me quedó más remedio que tirar de taxi. El propio Faiçal se encargó de negociar el precio.
 
19 de diciembre de 2022 
 
Vuelvo como golondrina a esta ciudad, donde he estado al menos una docena de veces.
Vuelvo a la ciudad roja, donde estuviera antes de la pandemia.
Vuelvo a este espacio, que siento como mapa de los afectos, donde me encuentro muy a gusto, con un cielo azul radiante, protector, como dijera el escritor Bowles. Un azul comestible, también, como exquisita es su gastronomía.
Hoy hizo una temperatura extraordinaria, con unos veinticinco grados, lo que se agradece en época invernal.
Vuelvo a esta ciudad sensorial que acaricia con sus sones de muecín y te envuelve en sus olores y aromas a especias.
La Medina es un mundo en sí mismo, con la plaza de Jemaa el Fna como gran metáfora.
La Yamaa o Yemaa, también Jemaa o Djemaa o Xemaa, que es Patrimonio oral e Inmaterial de la Humanidad, gracias en gran parte al ya fallecido escritor Juan Goytisolo, sigue seduciendo al visitante con sus variopintos puestos, sus espectáculos y su vida en estado puro. Un genuino microcosmos.
Marrakech o Marrakesh es un maravilloso oasis en medio del desierto. Y la terraza de la Renaissance en la zona nueva de Guéliz, con vistas a toda la ciudad, un mirador y un café bar estupendos.
Lástima que los contornos del Atlas se aparecieran difuminados.
El Atlas sigue entusiasmándome. Y me invitar a fantasear.  
 
20 de diciembre de 2022
 
Como si de un ritual se tratara, viajo al valle del Ourika (Urika), que queda a unos sesenta kilómetros de Marrakech, en pleno corazón del Atlas. Sólo imaginar que uno pone los pies en el Atlas, la imaginación vuela. Y la fantasía se desata. 
Es como regresar a mi útero de Gistredo. Hasta encuentro similitudes paisajísticas. 
Tanto Gistredo -ojalá no nos acaben jodiendo el paisaje con las palas- como el valle del Ourika conforman mi memoria emocional. 
El río fluye como la memoria por cauces reinventados. 
A orillas de este río siento el fluir del tiempo, con su pasado y también con su presente continuo. Es como si regresara a una infancia feliz, cuando aún creía en Magos. Y en magas. Con la ilusión de un tiempo de creencias. Hasta he llegado a redescubrir un Belén viviente en este confín del mundo. Con los dromedarios a orillas del río (oued) Ourika.
La sacralidad de este entorno, otrora primigenio, ahora colorido y aromático, también se ha vuelto turístico. Con la singularidad de bares, teterías y restaurantes por doquier, a la vera de la refrescante agua que mana en el Alto Atlas, a los pies del Toubkal o Tubqal, el pico más alto de toda África del Norte, para atravesar la fascinante aldea de Setti Fatma o Sti Fadma.
"El trayecto de Marraquech a Si Fatma, en el fondo del valle del Urika, parece condensar en el lapso de una hora una lección ilustrada de geografía", escribió Juan Goytisolo.  
 21 de diciembre de 2022
 
Hoy te ha tocado medinear, dejándote guiar por el instinto a través de este laberinto de calles y callejuelas, puertas y zocos como Bab el Khemis o el barrio judío, el Mellah. 
Resulta fascinante perderse en esta ciudad medieval, donde lo legendario se vuelve pura vida, con el fuerte olor de las emociones.
Una experiencia inolvidable adentrarse en esta ciudad amurallada, de tonos ocres, tal vez como la carne con que están revestidos los sueños. 
Un truco para orientarte: seguir una flecha de color azul. Esto te dijo una chica: tu peux suivre la flèche. Si no tienes prisa, ya te encontrarás. Déjate llevar. 
Las voces de Marrakech resuenan en tu interior. Te gustaría seguir las huellas que dejara Canetti, y por supuesto la impronta del maestro Juan Goytisolo, con quien pudiste conversar en una ocasión en el mítico café de France, desde cuya terraza las vistas a la ciudad son espectaculares. 
Juan Goytisolo contribuyó como nadie a que la plaza de Jemaa El Fna sea en la actualidad un lugar único: “ágora, representación teatral, punto de convergencia: espacio abierto y plural, vasto ejido de ideas campesinos, pastores, áscaris, comerciantes, chalanes venidos de las centrales de autocares, estaciones de taxis, paradas de coches de alquiler somnolientos: amalgamados en una masa ociosa, absortos en la contemplación del ajetreo cotidiano, acogidos a la licencia y desenfado del ámbito, en continuo, veleidoso movimiento: contacto inmediato entre desconocidos, olvido de las coacciones sociales, identificación en la plegaria y la risa, suspensión temporal de jerarquías, gozosa igualdad de los cuerpos”.
La Medina contrasta de un modo brutal con la ciudad nueva, donde el lujo de los restaurantes y los hoteles, como la Mamounia, entre otros muchos, se impone, con el exotismo palmeral y la vegetación exuberante propia de algún vergel o jardín edénico.
Si existe el edén, tal vez habría que redescubrirlo en esta tierra.  
 23 de diciembre de 2022
 
Ait Ben Haddou y su entorno se me antoja un sueño, acaso una ficción en medio de una realidad, que a uno le sigue procurando una energía especial. 
Es un espacio sagrado, cada día más atestado de visitantes. Es lo que tiene la globalización. Y el mundo frenético en que vivimos. 
El cine, las diversas películas que se han rodado en esta zona, entre ellas, Gladiator (Gladiador), Babel, La última tentación de Cristo o Lawrence de Arabia, han contribuido a darle candela. 
En cualquier caso, me hace sentir feliz volver a la kasbah, en realidad es un Ksar, de Ait Ben Haddou. Y me alegra asimismo haber compartido momentos con el alemán Adam, la mexicana alemana Juliette y el berebere Hassan.

Recientemente he vuelto a ver Gladiador, de Ridley Scott, y he prestado atención a cada imagen, llegando a percibir con claridad el escenario de Ait Ben Haddou, un lugar mágico, donde uno se siente religado con alguna suerte de espiritualidad.
 26 de diciembre de 2022
 
Merzouga, la entrada en el Sáhara, me sigue fascinando como la primera vez que pusiera aquí los pies hace más de veinte años. Aunque, desde entonces, el turismo se ha masificado. Todo tiende a perder su sacralidad, su belleza primigenia porque los humanos nos empeñamos en colonizarla. 
Un paseo de más de dos horas en dromedario desde el pueblo de Merzouga, que queda cerca de la frontera argelina, hasta el campamento. Y regreso en 4x4. 
Lástima que en Merzouga ya no exista aquella laguna, que uno llegara a ver, porque el agua, que es vida, se muestra como un bien muy escaso en esta zona. 

En todo caso, uno sigue disfrutando de las dunas, de su colorido, dependiendo de la luz del día, de los amaneceres y las puestas de sol en el desierto. Y por supuesto de sus cielos en la noche. Da la impresión de que pudieras acariciar las estrellas, de tan cerca que las sientes. Con una Vía Láctea bien marcada. Como si también estuviera tatuada en tu frente, tal vez en la retina de tu memoria ancestral. 
Se siente uno nada frente a la inmensidad del desierto. Se siente uno incluso libre. 
"Aquí nos sentimos libres", dicen los hombres del desierto, qué vagan de un lado a otro con la sensación de que el tiempo se hubiera detenido o bien fuera eterno. 
"Nuestra televisión es el cielo estrellado", esa televisión que uno puede quedarse contemplando hipnotizado durante horas al amor/calor de una pequeña hoguera, porque las noches en el desierto en época invernal son frías. Calor durante el día y frío durante la noche. Por eso es desierto.
Sea como fuere, se me antoja un gran placer compartir tan bellos momentos con un francés de Marsella, una canadiense de Ottawa, Meg, y un hombre del desierto, entre algunas otras personas. 
Salud. Un canto a la vida.
Merzouga, que ha cambiado mucho desde la primera vez que pusiera los pies en la misma, sigue atrayendo como un poderoso imán, con la fuerza de lo sagrado.
El desierto es territorio que invita a recrearse consigo mismo en soledad, haciendo uso de la introspección, a la vez que procura una sensación única de libertad. Los cielos nocturnos son pura maravilla. Un espectáculo inolvidable.  
 27 de diciembre de 2022
 
Los paisajes del sur marroquí resultan visualmente muy atractivos. Es como si uno estuviera constantemente ante una sucesión de estampas en movimiento. Puro cine. Con la belleza de su colorido. Con su exotismo. Este es en verdad otro mundo. O eso parece. La gente por lo general se muestra cercana y hospitalaria, sobre todo los bereberes.
El desierto de Zagora, aunque no sea el de Merzouga, también tiene su magia. Me encanta su luz, esa luz que procura vida y belleza a la realidad.
Y por supuesto la visita a las gargantas del Todra, aunque no sea tu primera vez, te sigue dejando boquiabierto, extasiado ante lo sublime. Y ese inmenso palmeral que se extiende desde la población de Tinerhir hasta las gargantas, que te envuelve con su verdor y su terrosidad, también del adobe.
Las construcciones en adobe me devuelven de un modo inevitable a una tierra familiar.  
 28 de diciembre de 2022
 
El camino me ha traído hasta la costa atlántica, donde la temperatura sigue siendo maravillosa. Como para tumbarse en la playa a ver las olas que vienen y van en un estado cuasi hipnótico. 
Essaouira o Esauira (Suira) sigue luciendo espléndida. Sólo por una puesta de sol ya merece ser visitada esta linda ciudad, que ha servido como escenario de rodaje a grandes del cine, entre ellos Orson Welles o el propio Ridley Scott. 
Un destino que también entusiasmaba y sigue entusiasmando a la bohemia andante y a los hippies. Eso creo. A músicos como Hendrix o Cat Stevens (ahora Yusuf Islam) atraídos a buen seguro por los ritmos gnaouas. 
La antigua Mogador portuguesa es una ciudad pequeña donde se respira calma. Y buen rollo.
La verdad es que dan ganas de quedarse a vivir durante una temporada larga en Esauira, porque es un lugar cargado de buena energía, al menos uno es lo que siente en este espacio.  
 29 de diciembre de 2022
 
Hasta el santuario de Diabat he peregrinado, es un decir, en busca de las huellas de Hendrix. La leyenda y por supuesto los lugareños aseguran que por esta aldea, próxima a Esauira, estuvo en 1969 el legendario guitarrista americano, un año antes de su muerte por sobredosis, siendo aún un rapaz.
Llego al bar que lleva su nombre y me atiende un hombre amable que me cuenta la historia de Hendrix. Aprovecho, claro, para tomar un zumo de frutas varias, que está muy rico.
Lo que sí es del todo cierto es que estuvo en Esauira. Él y tantos otros músicos como Bob Marley, Frank Zappa o Leonard Cohen. No en vano, Esauira celebra un festival de gnaoua y músicas del mundo conocido como el Woodstock marroquí.
Salta a la vista que estoy en un lugar blanco y azul donde se respira vida y arte por todos los costados.
También se cuenta que Ridley Scott, aparte de la Skala del puerto, hizo pasar algunas calles de la medina de Esauira por calles de Jerusalén para filmar En el reino de los cielos. Y Orson Welles tiene dedicada una plaza con su nombre.
Esauira es una inmensa playa con aroma a argán, y un puerto cuyas protagonistas son las gaviotas, que tal vez pudieran revelarse y también rebelarse como asesinas, según me dice Martita desde Ponferrada.
A lo mejor son esos pájaros que filmara Hitchcock. Ojalá, inshallah, que las gaviotas sean nomás almitas de la caridad sobrevolando el corazón del visitante.
 30 de diciembre de 2022
 
Como decía o más bien escribía recientemente: el viaje de la vida continúa, por fortuna, a través de dunas y oasis plenos de belleza, esa que engendra luz y amor. 
La belleza de este país engendra mucha luz. 
Del neorrealismo de Esauira he viajado hasta Safí (Asfi), que se halla también en la costa atlántica. Me apetecía acercarme hasta aquí aunque Safí no tenga el encanto de la perla del Atlántico. No obstante, cuenta con una buena medina y una fortaleza portuguesa. 
El mar, además, siempre procura placer. 
Lo mejor de Safí es haber podido conocer a Kaoutar, que me ayudó, muy amable la chica, a encontrar un hotel donde alojarme porque llegué un poco a la aventura, algo que suelo hacer a menudo.
Era la primera vez que viajaba a Safí. Y eso siempre procura estimulaciones. Ojalá, inshallah, vuelva a reencontrarme con Kaoutar, con quien mantengo contacto aunque sólo sea vía WhatsApp.  
 31 de diciembre de 2022
 
Cierro el círculo de este periplo por Al Magrib en este centro del universo islámico llamado plaza de Jemaa el Fna, que es asimismo Patrimonio oral e Inmaterial de la Humanidad. Un gran espectáculo. Y lo cierro prácticamente ya porque mañana regreso a Madrid, con ganas de volver a la tierra (también siento la capital del Reino como mi propia tierra, por supuesto) y a la vez siento nostalgia por irme, sobre todo después de estar en el café de France, donde tuve la ocasión de conversar con Juan Goytisolo, uno de nuestros más grandes escritores, que además sabía hablar árabe. 
Un buen conocedor del mundo y en concreto del mundo musulmán porque pasó sus últimos años en la ciudad de Marrakech, en concreto en la medina, cerca del mencionado café de France. 
También me he dado una vuelta por el restaurante Toubkal y ya no es lo que era, aunque no está mal, claro está. Allí me sentía como en casa. En cambio, aún me queda el hotel Faouzi. Y la hospitalidad de Faiçal.
Feliz vida.
Cierro este círculo regresando al punto de partida en Al Magrib, que es la ciudad de Marrakech, donde tantas veces he estado y adonde espero, si los dioses y las diosas me lo permiten, seguir yendo, porque es uno de mis mapas de los afectos, donde siempre acabo encontrando no sólo una temperatura ambiental extraordinaria sino una temperatura emocional estupenda.