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martes, 31 de marzo de 2020

¡El horror, el horror!

Yo levanté la cabeza. El mar estaba cubierto por una densa faja de nubes negras, y la tranquila corriente que llevaba a los últimos confines de la tierra fluía sombríamente bajo el cielo cubierto... Parecía conducir directamente al corazón de las inmensas tinieblas. 

Este es el final de El corazón en las tinieblas, una novela corta del escritor polaco-británico Conrad, que casi todos conocemos gracias a la adaptación que hiciera el gran Coppola al cine bajo el sugerente e impactante título de Apocalyse Now, película que llegué a ver por primera vez siendo un rapaz en el Cinema Paz de Bembibre (hoy sala Benevívere, en la que llegamos, llegué, en realidad, a realizar algunos ciclos de cine, bajo el amparo eso sí del Ayuntamiento de Bembibre). Luego volveré sobre esta grandiosa película. Y qué impresión me causó la misma. 
Recordádmelo.

El impacto de esta obra de Conrad tal vez provenga de ese grito, que retumba en nuestro subconsciente: "¡Ah! el horror! ¡El horror!". Ese grito que pronuncia un tal Kurtz. Y que, en estos momentos de desasosiego (por emplear un término a lo Pessoa), nos golpea aún con más fuerza, con la inusitada fuerza de la barbarie, de aquello que nos hace sufrir, confinados como estamos en el espacio, alguna gente en un espacio mínimo, otros con algún privilegio más acaso por estar en una casa de pueblo, en un pueblo, que parece que diera como más chance, como más alegría. 
Confinados en el espacio. Y también en el tiempo, como me ha hecho recordar Fernando Montes (quien fuera profe de inglés precisamente en el Instituto El señor de Bembibre, y con quien he podido compartir algunas charlas). 
Confinados o suspendidos en el tiempo, me atrevería a subrayar, porque este tiempo nuestro de confinamiento, este tiempo nuestro de incertidumbre (encima nos intoxican con la información, a veces contradictoria, esto requiere tal vez de otro texto) nos está generando, de un modo inevitable, ansiedad. 
El propio futuro más o menos inmediato, con sus dosis de incertidumbre (no tenemos certeza de nada o casi nada, salvo de que algún día, tarde o temprano, también nos moriremos, por éste u otros virus, por el desgaste, por la vejez, por la depresión, por un infarto...). Esto es así, no nos hagamos los mensitos ni los pelotudos. Bueno, que cada cual se crea lo que le parezca, sólo faltaría, que de lo que se trata, en el fondo, es de sentirse a gusto y en paz. Con la templanza estoica que procura la sana energía. 
El tiempo, ay, es lo único que tenemos, mientras podamos disfrutar del mismo. Los seres humanos necesitamos estar rodeados de espacio, de espacio más que de tiempo, llegó a decirnos Henry Miller. 
De espacio, sí (ahora más que nunca nos damos cuenta de ello, porque no podemos movernos libremente en el espacio), pero también necesitamos estar rodeados de tiempo. 

Después de esta hecatombe vírica, que a buen seguro superaremos, a lo mejor nos da por regresar a la matria, al pueblo, a las aldeas, de donde quizá nunca debimos salir (dicho así, parezco todo un cavernario y pitecantropino). 
Recuerdo, ahora más que nunca, aquella charla que tuviera con mi maestro y profesor Gustavo Bueno en su Fundación de Oviedo. Luego de contarle algo acerca de mi vida, después de haber cursado estudios en su facultad, me dijo: o sea, que usted salió de la caverna para regresar a la misma. Pues sí, tanto danzar por el mundo adelante para volver al pueblo. Como un Ulises cualquiera. 
En esencia, sí que deberíamos vivir en medio de la Naturaleza, en armonía con nuestra Madre Naturaleza. Y dejarnos de contaminar la Tierra, de explotar hasta el último recurso del que disponemos. Llegará un momento, no tardando, en el que ni siquiera dispondremos de agua potable.  Tiempo al tiempo. 
Por ejemplo, en la Ciudad de México, a día de hoy, ya tienen problemas serios de abastecimiento. No me extraña, una ciudad-monstruo, con sus bellezas y encantos, eso sí, que resulta insostenible a todas luces. Contaminación, terremotos, escasez de agua potable, de agua en general... Y encima, para más inri, construida en zona lacustre, pantanosa, lo que la está haciendo hundirse poco a poco.  

Pero ahora, sin afán de aguaros el día, sino todo lo contrario, os invito a que leáis y/o releáis El corazón de las tinieblas. Y de paso volvamos a visionar Apocalipsis Now. Una lectura que no sólo os entretendrá, sino que os hará reflexionar acerca del salvajismo humano. Y una película que os mantendrá pegados al televisor o al ordenador sacudiendo vuestras entrañas. 
El corazón de las tinieblas de Conrad es una travesía por el río Congo del continente africano (pobres africanos, si les entra de lleno el Coronavirus, no sé qué podría ocurrir, ya que no disponen de un sistema sanitario seguro ni medio seguro). 
Un descenso a los infiernos, al horror, a la barbarie, que los europeos, ¡tan lindos ellos!, aprovecharon para ensañarse con la población de África (continente que se lleva todas las hostias, habidas y por haber, en forma de plagas, epidemias, hambrunas, violaciones, asesinatos, guerras...). 

Una bajada al Averno, la que realiza Marlow en busca del coronel Kurtz (enfermo, trastornado, encargado de una explotación de marfil en medio de la selva), un Kurtz endiosado y enloquecido, tal y como aparece en la película de Coppola (aunque en este caso la acción se sitúa en Camboya), que interpreta el genial y bárbaro Marlon Brando, con una resplandeciente enajenación en el rostro, en su mirada. 
Su aparición en pantalla se me antoja hipnótica. Y debo confesar que lo que mi memoria conserva de aquel primer visionado en el Cinema Paz de Bembibre fue la figura de Brando: surrealismo o expresionismo en estado puro bajo la sensación de una realidad febril y yodofórmica.  
Y también la secuencia de unos helicópteros estadounidenses sobrevolando una aldea vietnamita al ritmo bélico de la Walkiria de Wagner. 
Siempre recordaré aquel primer visionado de la película de Coppola sobre los horrores de la guerra de Vietnam. Sobre la locura y la muerte. ¡El horror, el horror!
De la mano de Miguel Ángel García, paisano y amigo (gran periodista y corresponsal de Televisión Española en Berlín) nos encaminamos de Noceda a Bembibre para ver aquella obra maestra, que uno, siendo un chavalín, no llegó a entender en toda su dimensión, pero sí recuerdo el horror, la cara de la locura en Brando. Y aquello me sobrecogió. Se grabó en mi subconsciente. Y creo que me llegó a producir alguna pesadilla.
Derviches en Estambul. Foto: Cuenya
 

Hoy, después de rememorar aquella película y leer la obra de Conrad, me encuentro con esta pesadilla real, con este absurdo vírico, que traspasa muros y cuerpos humanos para instalarse en nuestro consciente diario, inflamado a su vez por un ruido informativo insoportable, que intento combatir, por decirlo de algún modo, con la lectura y el visionado de estas obras (por cierto, en Apocalipsis Now también suena el The End, de los Doors, canción que me sigue haciendo entrar en trance cual si fuera un derviche giróvago). 
Pues eso, bailemos la danza giróvaga, a ritmo sufí. O bien al ritmo que nos marcara el gurú Jim Morrison. 
Y, para finalizar, me apetece recordaros estos versos de Borges (incluidos en su poema Buenos Aires).
No nos une el amor sino el espanto
Ojalá nos uniera el amor. Ojalá. 
Inshallah.  

domingo, 29 de marzo de 2020

Sociedad orwelliana

Orwell, que era un tipo lúcido, visionario, se anticipó a nuestra sociedad en su libro 1984, que escribiera precisamente en 1948. 
Llevo tiempo escribiendo acerca de este asunto y el Gran Hermano, esa Telepantalla que nos vigila día y noche (hasta existe un programa televisivo llamado Gran Hermano, en el que participara y hasta ganara el bueno de Juanjo Rocamora, que, aunque alicantino, ha estado en diversas ocasiones en Noceda del Bierzo, y por supuesto en mi casa, la casa materna y paterna).

Un post en Facebook del amigo Trapote (vallisoletano afincado en el Bierzo Alto desde hace años, en concreto en Labaniego) me ha hecho recordar esta situación orwelliana, este Gran Hermano que nos muestra Orwell en su ficción distópica (lo distópico como algo que nos hace creernos felices cuando en realidad estamos sometidos, oprimidos, bajo un estado totalitario). 
Una ficción que hoy, hace tiempo, se ha convertido en toda una realidad. Ya sabemos que la realidad supera cualquier ficción. Y la literatura, ahora más que nunca, debería ir por los derroteros de la realidad, del análisis de la realidad (ensayar, filosofar a partir de lo científico, de la razón), de esta realidad monstruosa que estamos viviendo a resultas del coronavirus, que en verdad nos ha traído enfermedad y muertes, miles de infectados y miles de personas en la UCI. No sólo en nuestro país sino en todo el Planeta. 
Disculpad que siga con el monotema vírico, pero es que necesito entender qué está ocurriendo, qué nos está pasando. Y necesito reflexionar acerca de este asunto, que entronca de lleno con este 1984 sobre el que hoy quiero hablaros. Y que recomiendo encarecidamente su lectura porque puede darnos pistas acerca de lo que que se nos puede venir encima cuando salgamos de este atolladero vírico, que saldremos, por supuesto, puesto que ya comenzamos a atisbar, en lontananza, que pronto alcanzaremos, en España, el pico de la curva, la estabilidad del problema. 
Orwell

Me lo recuerda, con entusiasmo, el científico, profesor y buen amigo chileno-español Ildefonso, que imparte clases en el Campus de Ponferrada. 
Saldremos de ésta, me digo, y eso deseo. Un algo de esperanza, aunque nos auto-engañemos, siempre viene bien de cara a hacernos más llevadera esta absurda situación, propia de las obras que nos legaran tanto Kafka como Camus, a los que me he referido en algunas ocasiones. 
Incluso me dicen, algún amigo me lo ha señalado, con toda su buena fe, claro, que llevo publicados tres textos titulados El miedo, El huevo de la serpiente  y La peste, y cree que ya he analizado en los mismos la situación. Ojalá hubiera logrado analizar y desentrañar este enredo, ya quisiera, ya. 
Que en estos momentos, en vez de cenizos y agoreros, me dice, necesitamos estar juntos, unidos y con esperanza. Sí, necesitamos fraternidad, esa que promulgaron los franceses en la Revolución. Y que en nuestro país se convirtió en cainismo durante la Guerra y la posguerra Incivil, algo que no hemos superado, por desgracia. 
En estos momentos también hay mucho malmete en este país de paisitos, que lo que consigue, con sus opiniones, es dividir en vez de unir. Necesitamos fraternidad, ahora más que nunca. Ser fraternos, ser hermanos, ser solidarios. Todos a una. 
Pero desgraciadamente, una vez más, cada cual va a su rollo. 
Fraternidad pedía en el anterior texto, La peste, que nos busquemos por cariño, no por el miedo a estar solos con nuestras angustias. 
El miedo, qué demoledor está siendo, y cómo se utiliza con fines perversos. 
Que el amor y los afectos son quienes pueden curarnos de todo este sin dios, que tendrá colosales consecuencias, por supuesto económicas (el puto virus, haya salido del laboratorio o por su propio peso, dinamitará el sistema, ¿estrategia china para hacerse con el mercado mundial?), aparte de psicológicas (muchos trastornos a la vista, no habrá suficientes psicólogos y psiquiatras en el país para solventarlos) y sociológicos (una gran desconfianza se habrá generado, entre otras, a la hora de acercarnos a nuestros prójimos, no nos vayan a contagiar el bicho o algo extraño. Y mucho menos hacer grandes quedadas..., qué corra el aire... qué corra...).  
Pues sí, os mando todo mi cariño, todo mi afecto. Y os deseo lo mejor, sobre todo a quienes estéis sufriendo verdaderamente el virus en vuestra carnes, con familiares y seres queridos en el disparadero. 
En cualquier caso, deseo aclarar que no es mi intención ser agorero ni cenizo, ni tampoco entretener a la gente (quede clarín clarete, que se me ha visto....), sino reflexionar acerca de esta locura. Y de paso, si os apetece, que estas mis reflexiones, estos mis pensamientos os ayuden a reflexionar, a sacar vuestras propias conclusiones. Esta es mi idea al respecto. Y así entiendo la escritura, que sirva para la reflexión.
Kafka

Dicho lo cual (me apetecía aclarar algunas cosas), 1984 de Orwell da la impresión de que fuera una obra escrita en la actualidad, porque, ahora más que nunca, a resultas del Covid-19, estamos confinados en un estado de alarma, controlados por la Policía del Pensamiento (con el conchavamiento de chivatos y chivatas, propios de cualquier estado totalitario, que, si te sales de la raya, te atizan duro). Control estricto que, obviamente, es necesario, si deseamos hacer desaparecer o al menos espantar el virus, porque, si nos estuviéramos confinados, el virus seguiría campando a sus anchas. 
No obstante, me preocupa qué ocurrirá cuando todo haya pasado, que pasará, cuando nos den carta blanca para movernos, qué ocurrirá, lo cual entiendo que se hará de un modo paulatino, no de golpe y porrazo, para que no salgamos al ruedo... ibérico como auténticos toros de Mihura, embistiendo a lo que se nos ponga por bandera, o por capote. 
Me preocupa qué ocurrirá después del encierro. ¿Habrá un antes y un después? ¿Todas las aguas volverán a sus cauces? ¿Habremos aprendido o des-aprendido algo interesante, que nos sirva a nuestras vidas? ¿Renunciaremos al capitalismo salvaje en aras de una vida sencilla y natural? ¿Emprenderemos un viaje de retorno o sin retorno? 
Un amigo, otro, me envía hoy mismo vía guasap un sustancioso artículo, escrito por un doctor en psicología, titulado Tres Miradas y un destino, en el que nos dice: "Esta Odisea nos conmina a una travesía sin retorno. Lo crucial, cuando la emergencia de salud haya terminado, será decidir qué viaje hacemos". ¿Qué viaje deseáis emprender? ¿Qué viaje podremos o nos dejarán hacer?

Lo que parece evidente es que nos asestarán un golpe a nuestras economías, nos recortarán derechos y libertades (ay, la libertad, ese fantasma, que dijera Buñuel, esa quimera, de la que nos hablara el marqués de Sade, que se la pasó encerrado en prisiones y manicomios la mayor parte de su vida, precisamente por ser un librepensador), y tendremos que reponernos y recomponernos de este drama. Y me preocupa mucho, mucho, que los ultras -como ocurriera en los años veinte del pasado siglo- acaben haciéndose con el poder (es fácil contaminar a la masa con bulos, con falsedad, con todo tipo de trapacerías, la mentira acaba tornándose verdad para quienes se la tragan). Y entonces ahí que estamos perdidos. Habremos perdido la batalla, habremos involucionado y retrocedido en nuestros derechos y libertades, en nuestros salarios... en tantas cosas. Si eso ocurriera, que el escenario es plausible (no adelantemos acontecimientos, aunque cabe alertarlo), entonces sí que caeríamos de lleno en el pozo del control absoluto por parte del poder, de los poderes, quedando a su entero servicio, a su merced, como esclavos o títeres manejados a su antojo, a gusto y gana. Y ahí intervendría el Ministerio del Amor, precisamente para castigar los gestos de amor, el Ministerio de la Abundancia, para darnos la cartilla de racionamiento. O el Ministerio de la Verdad, para ofrecernos la Mentira, esa Gran Mentira, por lo demás, con la que llevan nutriendo nuestras ilusiones. Y qué nos creemos a pies juntillas. 
Esa Gran Mentira que nos viene anunciando, desde hace tiempo, el amigo escritor Eduardo Keudell. 

sábado, 28 de marzo de 2020

La peste

La historia se repite, bien lo sabemos, y cada cien años, además de estar todos calvos, se desata alguna epidemia o pandemia, como la que nos está castigando, por ser malvados, seguro. Y no lo digo en términos religiosos, como castigo divino. No hay más dios que el Hombre. Y no hay más diosa que la Mujer. Aunque de dioses, dicha sea la verdad, tengamos poquito. Me refiero a su omnipotencia. 
Ni siquiera los grandes tiburones la tienen, que ante un puto virus de mierda, nomás, también se resienten, estornudan, tienen tos y fiebre. Y hasta se asfixian por dificultad de respiración. Es evidente que el virus, la enfermedad nos iguala, mucho más que la Revolución francesa (permitidme esta licencia). La igualdad está, por tanto, en el sufrimiento. 

Nos castiga la Naturaleza por ser malvados con Ella, con nuestra Madre. 
El asunto es que, cada cien años de soledad, nos confinan. O bien nos atizan con una epidemia, ya sea la peste negra en la Edad Media, que por cierto también se originó en Asia, eso dicen, y pasó a Europa a través de Mesina (Sicilia), la lírica Italia (vaya coincidencias). 
Qué me corrijan los expertos e historiadores si me equivoco. Por poner un solo ejemplo la bellísima ciudad de Firenze (permitidme esta otra licencia, como homenaje a la lengua italiana y por ende al pueblo italiano, que está sufriendo mucho con este coronavirus, cuídense mucho Álida, Jordi, Elisa) quedó diezmada. Y sirve como escenario para las narraciones, las ciento y una narraciones de El Decamerón, de Boccaccio, algo que ya escribiera en otro texto incluido en este mismo blog.  
La historia es cíclica, bien lo sabemos. Y las pestes nos llegan con puntual regularidad cada siglo. Y a menudo cada pocos años, porque, desde hace unas décadas, llevamos una racha, que pa' qué: el sida, que nos espeluznó en su día (la película Les nuits fauves o Las noches salvajes, de Collard, me sigue sobrecogiendo cada vez que la veo) se cargó a millones de personas. Y aún sigue cargándose a muchas, o bien el Ébola, la peste porcina, la gripe Aviar, la gripe común, algunos virus familiares del Coronavirus, entre otros. 
No obstante, ya se está hablando de que podría ponerse en marcha una vacuna en breve y están comenzando a emplearse fármacos testados para la malaria o el lupus como la Hidroxicloroquina, que al parecer funciona bien para combatir el Coronavirus, además de algún otro antídoto contra este Covid-19. Así que estas noticias son esperanzadoras, alumbrándonos el camino, la senda recta hacia la cura. 

No cantemos victoria aún, que por ahora sigue subiendo, de modo estrepitoso, el número de infectados y de fallecidos. ¿Qué sería de nosotros sin este estado de alarma, de confinamiento? ¿Quién nos iba a decir que quedaríamos atrapados por este virus? Sé que ahora, a toro pasado, todo el mundo (se nos da bien la charleta de barra del bar, cuánto la extrañamos, ¿verdad?) le ve los cojones al burro (perdón por esta salida de tono) pero nadie (ni siquiera nuestros mandatarios y expertos en la materia) hizo nada por adelantarse a lo que se nos venía encima. Y esto no lo digo con afán ideológico ni farrapo gaitas, sino que parece una verdad objetiva. Hasta que no lo tuvimos encima al bichejo no se nos movió ni un pelo. Pero les pasó a todos los países algo parecido. Qué no somos los únicos poco clarividentes. Me pregunto, ¿adónde están esos adivinos mediáticos que todo lo saben y todo lo ven, que son capaces de predecir el futuro? ¿Acaso no fueron capaces de predecir tal hecatombe vírica? Quizá, al ser ésta invisible (pobres pitonisos, no disponen de aparatos de alta tecnología), no la visualizaron, o sea, que no la vieron venir. 
¿Y por qué China no cerró su país en diciembre o a principios de enero, como lo ha cerrado ahora? ¿Y por qué no se cerró Madrid, la gran ciudad española y colosal foco de infección? 
¿Por qué no se adoptaron medidas de prevención? 
Más vale prevenir que curar, dicen en mi pueblo. Pero no fuimos capaces de prevenir. Y ahora pues eso, nos lamentamos. 
Creo, con sinceridad, que si hubieran estado otros gobernantes al mando tampoco habrían atinado, y esto es mucho decir, habida cuenta de que tampoco Italia, ni Francia, ni Alemania... ni nadie... la vio venir tan cabrona. Y los resultados son los que cantan, lo que cante el lapicero, decía un carpintero/ebanista, también de mi pueblo. Lo que cante el lapicero es una expresión que entraña mucha musicalidad y mucho sentimiento. 

Todo este vendaval vírico me ha llevado hasta la lectura de La peste de Camus, ese grandísimo escritor, que me dejó huella con obras como El extranjero o El mito de Sísifo
Camus, heredero directo del visionario Kafka, nos ofrece, en su libro La peste, algo similar a lo que estamos viviendo en estos momentos en todo el Planeta, nuestro otrora Planeta azul y verde (del color de la muerte en estos momentos). 
Él, como bien sabe quien haya leído esta obra, sitúa la epidemia de la peste en la ciudad argelina de Orán (no en vano, Camus nació en este país magrebí. Como anécdota diré que tenía orígenes españoles en Menorca). 

En La peste también se habla de un severo confinamiento de sus gentes, con lo que esto conlleva y supone en cuanto a la pérdida de libertad o libertades. La libertad, ese bien tan escaso y tan preciado. Aquí y allá. Ojalá la libertad guiara al pueblo, como en aquel hermoso y sugerente cuadro de Delacroix. 
Somos fundamentalmente seres sociales (ya sé que existen eremitas y monjas de clausura...). Y necesitamos del contacto humano, del contacto con otros seres, que ahora estamos echando en falta. Necesitamos afectos, necesitamos amor... Y la falta de contacto físico nos impide desarrollarnos como desearíamos. Entonces, nos volvemos ansiosos ante el miedo y la incertidumbre. ¿Qué ocurrirá entonces? No podemos dejar de pensar en el futuro, aunque sea en un futuro inmediato. Nos resulta complicado vivir el día a día, bajo la espada de Damocles, en este presente aciago, en este aquí y  ahora, en nuestro espacio y en nuestro tiempo. Tenemos miedo a nuestra propia soledad. A nuestro propio yo. Y encima alguna gente se convierte en chivata. Seamos solidarios con nuestros congéneres.
En estos momentos de desconcierto y sobresalto, la mayoría de los seres humanos nos hermanamos en el sufrimiento. ¿Es necesaria una peste, un virus, para que nos hermanemos? ¿No sería mejor que nos hermanáramos gracias a la ternura, al amor? Qué difícil, habida cuenta de que el ser humano es un lobo para el ser humano, célebre frase de una obra del comediógrafo Plauto que el filósofo Hobbes popularizó. No nos pongamos estupendos ni dramáticos. No hagamos drama, ché, más del que tenemos ahorita entre manos,  ahorita mismo o mesmo

Busquemos a los demás seres humanos por fraternidad (la fraternité, que también promulgaron los franceses), no porque tengamos miedo de nosotros mismos, miedo de nuestros miedos (valga la redundancia), miedo de estar solos con nuestra angustia a cuestas como Cristo con su cruz por la medina de Jerusalén (a ver si judíos y palestinos se hermanan en estos momentos aunque sea a través del miedo al extraño invasor o alienígena vírico).  
Prosigamos reflexionando, sintiendo, con cariño, haciendo actividades, como un modo de vida, como algo terapéutico. 
La vida, señoras y señores, es un puro milagro. La vida es puro azar. Y debemos aprender o re-aprender a convivir en armonía con la misma, incluso en situaciones calamitosas como ésta. 
La vida es como un partido de tenis, tal y como nos muestra el genio Woody Allen en su película Match Point, con una Scarlett Johansson que es pura luminosidad fílmica
Sólo el azar nos dice de qué lado caerá la pelota de tenis. 
El azar, ay, tan importante en la física cuántica. 
Tan importante en nuestras vidas. 
Vale más caer en gracia que ser gracioso, dice algún refrán. 
Vale más ser suertudo que talentoso... oso... oso. 
En España el talento no se premia, se dice en Luces de bohemia, de Valle Inclán, don Ramón María. Ni en España ni en ningún lugar del universo, habida cuenta de lo que nos está ocurriendo ahora, porque se debería premiar más y mejor a nuestros investigadores, a nuestros científicos... a nuestro personal sanitario, que son quienes salvan nuestras vidas. Vaya por ellos y por ellas (ellas y ellos, porque nuestro pensamiento se articula fundamentalmente a través del lenguaje, un lenguaje que debe estar vivo en todo momento, un lenguaje que debe crecer y reproducirse) este enorme aplauso desde este rincón del útero de Gistredo. 

viernes, 27 de marzo de 2020

El huevo de la serpiente

A propósito de un texto que escribiera en este mismo blog titulado El virus del estado de alerta (alarma, en realidad), en el que hacía referencia a El ángel exterminador de Buñuel (película que deberíamos re-visionar para entender cómo nos comportamos los humanos en un encierro), alguien me habló (me dejó un comentario, para ser más exacto) acerca de El huevo de la serpiente, de Bergman, película que viera hace años.
Pues todo Bergman me fascina y me ayuda a entender la condición humana. Ver películas del maestro sueco es como adentrarse en el psicoanálisis, la psicología, en la mente humana, en definitiva. Y en este caso el cine no sólo es arte, sino ciencia humana, como apuntara el filósofo Pablo Huerga en su magnífico ensayo La ventana indiscreta, una poética materialista del cine.
https://www.lanuevacronica.com/la-ventana-indiscreta-de-pablo-huerga
https://cuenya.blogspot.com/2016/02/la-ventana-indiscreta-de-pablo-huerga.html 
El huevo de la serpiente es sí, además de un buen título fílmico, una película que nos invita a reflexionar sobre el miedo generalizado (también he escrito recientemente sobre el miedo) y la depresión social y económica que estamos viviendo en estos momentos convulsos, con un virus castigador, que ha quebrado literalmente nuestro sistema (ahora, más que nunca, nos damos cuenta de la importancia de la salud, la física y la psíquica, que son toda una. Y de que nuestra sanidad, aun siendo buena, que lo es sin duda, tiene muchas carencias, porque no se ha invertido lo suficiente en la misma). 
Ahora, más que nunca, nos damos cuenta de tantas cosas, en las que quizá no habíamos reparado. O sí lo habíamos hecho, pero nunca imaginamos, ni en el peor de los escenarios, que nos ocurriría lo que nos está ocurriendo. ¡Y lo que te rondaré, morena! Porque este es sólo el inicio de una depresión en toda regla o des-regla. No nos auto-engañemos ni engañemos a nuestros congéneres. 
8Otro asunto es que intentemos sobrellevarlo del mejor modo posible. Qué procuremos estar activos, con ánimo, para afrontar lo que tenemos encima. Qué no es moco de pavo. Ni de pava. 

El miedo generalizado, la incertidumbre, la depresión social y económica que estamos viviendo podrían ser semillas fatales de cara a un futuro inmediato (no quiero ser agorero, ni tengo dotes de adivino, pero esa es la realidad. Y lo que nos cuenta la historia. Y por supuesto la película de Bergman). Así que pongamos cordura, en la medida en que podamos y nos permita nuestra razón. Busquemos cierto equilibro en momentos tan duros (sobre todo para quienes están sufriendo el virus en sus carnes y quienes luchan cada día, cada minuto, cada segundo, contra el mismo) porque en el justo medio, en el equilibro, residen nuestras acertadas decisiones, nuestro certero discurrir por las sendas de esta vida. 
Lograremos salir de esta pandemia, tomando las medidas adecuadas, siendo sensatos, aplicando, por tanto, nuestra razón, qué difícil, lo sé, porque, antes que seres racionales, somos seres emocionales, incluso seres irracionales. Y ahí nos perdemos. Aunque también es cierto que nuestro gran arte a menudo parte del mundo del subconsciente, del mundo onírico, que entronca directamente con lo irracional. O al menos lo sub-racional, si tal puede decirse. 
El huevo de la serpiente es, por lo demás, un título que hace referencia a esta situación, o mejor dicho, a cómo se generó esta catástrofe, que ha puesto en cuarentena a todo el Planeta. 
La cuarentena, ay, es un libro del gran Juan Goytisolo, que he vuelto a releer con ganas en busca tal vez de esa inspiración que procuran los libros originales como es éste, como es toda esa literatura que nos legara el autor de Makbara, entre otros muchos. 
El huevo de la serpiente, además de una película ambientada en el Berlín de los años 20 (justo hace un siglo, la historia se repite, ya lo sabíamos, ¿verdad?), nos remite a todo ese veneno que puede inocularnos el bicho en nuestras células y ponernos en jaque, o en jaque mate. El huevo de la serpiente o el huevo del murciélago (el huevo en este caso es metafórico, quede claro), el huevo del pangolín (y en este también es metafórico), o el huevo de cualquier otro animal salvaje como causantes de este Covid-19.
¿Acaso Drácula no se transformaba también en murciélago vampírico? Ahora va a resultar que el coronavirus es el Drácula de nuestro tiempo. Y Bram Stoker se ha convertido en uno de los mayores visionarios de la historia de la Humanidad. Hay otros también. 

Curiosamente, a los murciélagos no les atacan los virus, sino que ellos son los portadores, que volando, volando voy, esparcen sus mierdas contaminadas, víricas. Qué peligro. O sea, que nos volvemos draculines y draculinas, o lo tenemos jodido, porque los humanos, demasiado humanos, estamos expuestos a todo tipo de enfermedades, epidemias, pandemias, plagas y demás cabronadas. 
Ahora parece que ya se ha desatado otra epidemia en China a través de las ratas. Así que no me extraña que cierren el país, antes deberían haberlo hecho con el coronavirus para no dejar que nos llegara vivito y coleando a nuestra Europa arrasada, no hace tanto tiempo, por dos guerras mundiales, un Holocausto barbárico y algunas otras guerras como la Incivil española, la de los Balcanes, etc. Suma y sigue. 
El huevo de la serpiente de Bergman (que se dejen por favor los chinos y aun otros de comer ponzoñas como murciélagos, víboras..., que nos van a meter todos los virus habidos y por haber bajo firmamento. Y que dejen otros mandamases de jodernos la marrana con sus experimentos, sus enredos, sus prepotencias...) me ha llevado hasta el universo de dráculas que nos chupan no sólo la sangre sino las entrañas al completo.  

miércoles, 25 de marzo de 2020

La fragua literaria leonesa: Javier Matilla

LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Javier Matilla Domínguez: “El poeta Miguel Hernández es un modelo de humildad y superación a seguir”

El polifacético Javier Matilla, ganador del Certamen Versos Burlescos en honor a Genarín y autor de 'A la sombra de la luna', sigue escribiendo cada vez que se encuentra inspirado y motivado por algo.

Javier Matilla Domínguez Ágora de Poesía
Javier Matilla Domínguez, en el Ágora de la Poesía de León./ Manuel Cuenya
Manuel Cuenya | 25/03/2020 - 09:53h.
Días de angustia, noches de insomnio./ Bajo la maleza, los viejos recuerdos/ de un pasado incierto que devora el presente/ convirtiendo el futuro en un lugar sombrío./ Qué noche tan larga es el miedo/ cuando pasan las horas, los días, el año entero,/ sin que una luz ilumine la estancia/ donde se agolpan desordenados los sentimientos/ y, como un eclipse de sol que lentamente se forma/ convirtiendo en sombra todo lo que toca,/ así es la oscuridad que sigilosa se cierne/ sobre la cabeza del hombre que con temor la espera...
(Javier Matilla, fragmento del poema 'Miedo', incluido en 'A la sombra de la luna')
Ganador del Certamen de Versos Burlescos, que convoca la Cofradía de Genarín, Javier Matilla Domínguez es asimismo autor del volumen 'A la sombra de la luna', una bonita metáfora de la vida, en su opinión, habida cuenta de que la luna tiene un inmenso poder sobre todos los seres vivos y además influye en todo lo que nos rodea. Eso con respecto a la luna. Y en lo referente a la sombra, aclara que es la parte inconsciente de la personalidad, tal y como nos dijera Jung.
"La sombra es capaz de sacar a flote nuestro lado oscuro, para así conocernos más y mejor", añade Javier, para quien su ópera prima, auto-editada, resume una primera etapa de su vida en relación con los sentimientos más tiernos y amorosos. Sentimientos que fueron, a la postre, el empujón necesario para descubrir un mundo creativo que revoloteaba en su interior.
"Si tuviera que hacer la sinopsis de los ingredientes emocionales y conceptuales utilizados en la mayoría de los poemas, diría que son: amor incondicional, alegría, sentido del humor, gratitud, confianza o superación", señala Javier acerca de su poemario, que decidió auto-editar porque así podía tener el control sobre todo el proceso, incluido el de la promoción del mismo.
En su caso, como en otros muchos, la literatura llegó a él siendo un adolescente, en una época en que estudiaba Formación Profesional en el colegio Sierra Pambley de Hospital de Órbigo. Y fue una chica (esto me hace recordar lo que contara el maestro Pereira acerca de cómo comenzó a escribir de un modo creativo) la que le hizo descubrir por primera vez lo que era eso de las mariposas en el estómago. Entonces, se le ocurrió escribirle algo que le sorprendiera para que, acaso, se fijara en él.

(Puedes seguir leyendo esta fragua en ileon.com: 
https://www.ileon.com/cultura/la_fragua_literaria_leonesa/106486/javier-matilla-dominguez-el-poeta-miguel-hernandez-es-un-modelo-de-humildad-y-superacion-a-seguir)

domingo, 22 de marzo de 2020

Día del Señor

Hoy es día del Señor (y de la Señora, no nos olvidemos, y de las señoritas y señoritos, ay, entré en delirio, que alguien me eche el alto y me baje de este castaño milenario, una monjita, por fa, que me eche una mano). Un algo de humor siempre viene bien, sobre todo ahorita que debemos permanecer encerrados en casa. Encerraditos, aseaditos y compuestos, prestos para recibir la hostia consagrada, o un hostión monumental. Ya veremos. 
Prosternados en arrobo místico ante el Señor, precisamente ante él, que todo lo manda, que todo lo puede y todo lo sabe, él, que ha dejado que se cuele un virus en nuestras moradas, en la morada misma del Señor. O no. 
Pobre Señor, qué culpa tendrá de estos enredos entre humanos antropoides. Si somos los humanos, demasiado primates, quienes inventamos la pólvora. Y todas las mierdas que nos están cayendo encima de nuestros cogotes. Pero qué mal hablado y escatológico me estoy poniendo, jo, si es que no hay quien me aguante. 
Que somos nosotros, con nuestra maldad (el mal y la maldad existen en el mundo, bien lo sabéis) quienes estamos matando la gallina de los huevos de oro, mientras el gallo, a duras penas, logra entonar un mea culpa de desconcierto en medio de una marejada de pesadillas, una detrás de otra. Y así despeñarnos y caernos en un abismo sin forma ni fondo, que ya es decir. Como la cuadratura del círculo. En una espiral des-acompasada. 
Anda, capullín, componte y endereza el paso... 'avállate' por las sendas rectas de Nuestro Señor Mío. Que él, con su Bondad infinita pero limitada (esto habría que discutirlo en la barra del bar, con un vermucito y unas olivas y papitas como aperitivo. Si es que ya estás salivando como un perro de Pavlov), con su omnipresencia, nos salvará del atolladero vírico en que nos han metido (en plural, no mayestático, lo digo). ¿Quiénes nos han metido el miedo y virus en el cuerpo? ¿Quiénes son los responsables de este sin dios? Los responsables, ay, pues los responsables 'semos toos' (¿O no semos toos, primo andalú?), que contribuimos con nuestras mierdas a envenenar la Tierra, maltratándonos, maltratando a animales y vegetales. Envenenando nuestros ríos con la química letal de nuestros residuos y cloacas, envenenando nuestros huertos, trastornando con piensos basura a nuestros herbívoros... 
Bueno, todos todos no contribuimos a tal desmadre, que hay gente que ni mata una mosca (y encima pagan justos por pecadores, todo lo acaba pagando el payo el Porro, perdón por tal localismo), mientras otros, armados hasta las trancas, con la megalomanía trepada al quinto pino, se están cargando el Planeta, con sus decisiones, con sus argucias, con sus desvaríos y contaminaciones. ¿No me digas, no me digáis que no necesitamos más cordura en este mundo de la sin razón? ¿Acaso no deberíamos recompensar más y mejor a nuestro personal sanitario? ¿Y qué me decís de los investigadores? ¿No son ellos quienes debieran ganar los millones que ganan los tuercebotas? ¿Qué aportan a la Humanidad los tuercebotas? ¿Qué aporta a la Humanidad tanto circo de poca monta? ¿Acaso no son los obreros, las obreras, quienes mueven el mundo? ¿Y por qué no se les recompensa como es debido? No sólo no los recompensamos, sino que los puteamos hasta decir basta. Y ellos y ellas son quienes nos traen el pan a la boca. Basta ya de farsas. Digámoslo alto y claro, para que se nos oiga. 
¿Por qué permitimos que los parlanchines, encima de medio pelo, nos tomen por el pito un sereno, pobres serenos, al vaivén de la intemperie? ¿Por qué no nos damos cuenta de una puta vez de lo que realmente es importante y lo que en verdad tiene valor? Cuántas preguntas, Señor. Puedes tú, con tu omnipotencia, despejárselas a este penitente. Pareciera que estuvieras hablando solo contigo mismo. Contigo y con tu delirio a cuestas. ¿Tal vez estás charlando con el vecino, o con la vecina. Y no has reparado en ello? ¡A lo mejor no te escucha ni el Tato! Y ahora, ¿a qué vienen estas admiraciones? Tú sigue, anda, sigue y prosigue, que alguien, en algún rincón del Orbe, quizá tenga a bien escucharte. Porque el Señor se ha ido en este preciso instante a dormir la siesta, la siesta eterna de los justos. O de los injustos. Qué más da a las alturas a las que nos hemos subido. 
Creo que deberías poner orden y concierto a esta retahíla de insensateces. O aparcar el delirio, que no te conduce nada más que algún trastorno de la psique. Crees que todo esto que estás largando sólo sirve para calmar tu nostalgia tal vez por un paraíso perdido. Un paraíso fantaseado. Con fruta fresca y natural. Y hortalizas saludables. Un paraíso rebosante de salud y amor. Ay, el amor, los afectos, que podrían mover montañas, y ríos y mares. 
¿Hay alguien normal por ahí, por ende en bajo, como decía un paisanín? ¿Alguien puede escucharme? Pues que me ayude a salir de este encierro. Y me dé luz, esa luz que embellece la realidad, la vida. Y nos vuelve a todos y todas (va por los académicos y académicas de la lengua, la real y la ficticia) alegres y prestos para continuar en la batalla. ¿Alguien dijo que esta era una guerra? ¿Hasta cuándo durará? ¿Y luego sufriremos los sin sabores de la posguerra? ¿El virus causará tanto mal en el mundo que seamos incapaces de abrazarnos de nuevo, apestados que andamos todos en la esquina de nuestras rumiaciones?
La normalidad, el sentido común, que a veces es un sin sentido, la razón, la lógica, la ciencia, la filosofía, ¿dónde han quedado? ¿Por qué seguimos en el oscurantismo, como en la Edad Media, con la peste negra? ¿Por qué seguimos siendo tan miedosos, acaso no hemos madurado lo suficiente?
¿Y qué me decís de la ignorancia? La ignorancia como arma poderosa con la que juegan los tiburones a la bolsa. La bolsa de la guita. Somos unos 'probines' en manos de unos tiburones, que nos zampan sin escrúpulos. 
La ignorancia, el miedo, las castas... 
Ah, sí, ahora recuerdo que estaba hablando de algún virus. Debí quedarme traspuesto en mi siestecica. 
¿Pero no hay un mogollón de virus en el mundo (el Sida, por ejemplo, sigue matando a miles de personas en el mundo, sobre todo en África), y plagas, y contaminación, y hambruna, y pestes y asesinatos y todo tipo de barbaridades y aberraciones... Causadas de un modo directo o indirecto por los humanos, demasiado humanos. Bestialitiquines que 'semos'. 
¿Habrá sido un sueño pasajero o una insoportable pesadilla del ser? Ser o no ser, estar o no estar, he ahí la cuestión. 

Aveiro en canal



Bajo una luz primaveral y acariciadora, se abre Aveiro en canal, o en canales, en su corporeidad vital y multicolor, en sinfonía sensorial, en polifónico espíritu.


Aveiro luce espléndida con sus canoas, esas trajineras que navegan por las arterias de un espacio que bombea sangre y alma, que irriga una realidad ensoñada. Que tal vez me devuelve a Xochimilco, en tierras aztecas.
Mientras, las palomas corretean en busca de migajas y libertad. El sueño de la libertad, el vuelo sosegado de una belleza sentida.



Siento la visita de Aveiro como si fuera la primera vez, aunque esta, rememoro, sea mi segundo viaje a esta ciudad tocada por la varita mágica de lo vibrante, con el sano estremecimiento de lo eterno y el exotismo de lo palmeral.


Bajo un prisma de irrealidad que palpita y envuelve.


A menos de cien kilómetros de Oporto, Aveiro es un sueño real, la Venecia portuguesa, aunque me late submarina como una una cidade holandesa, acaso danesa, siempre universal y sanadora. 

Un brindis por la belleza, que engendra una dulce sensación de mapa de los afectos. 
Volveré, aunque aun no me haya ido. 
Esa es al menos mi intención.

sábado, 21 de marzo de 2020

El miedo

El miedo guarda la viña, decían otrora en mi pueblo. El miedo es libre, se dice en el lenguaje cotidiano. El miedo a la libertad. Ese sí que es un gran miedo. Auto-destructor. El miedo a nosotros mismos. El miedo a lo diferente. El miedo al Otro. 
El miedo, sobre todo si es irracional, causa estragos en el ser humano. El miedo nos tiene paralizados, como si nos hubieran amenazado con el hombre del saco, o el sacamantecas, y estuviéramos todos cagaditos (disculpad el término escatológico). 
El miedo, en tiempos a un dios tirano y castigador, y ahora a un virus de mierda, nos tiene esclavizados, literalmente amarrados a la pata de la mesa, encerrados en este mundo tarado y vuelto del revés, en esta casa del diablo o del infierno. Que más da. No hay más infierno que este mundo. Y no hay más cielo que esta Tierra. El infierno son los otros. Nos dijo Sartre. O es uno mismo. Todos somos en cierta medida cielo e infierno. 
Cielo e infierno es un conmovedor disco de Vangelis. 
Nos creíamos dioses y diosas en el olimpo de los elegidos y somos unos pobrecitos mortales, para más inri agarrados por huevamen u ovariamen, permitidme estos palabrines. 

El miedo, que es consustancial al ser humano (tal vez por eso se inventaron los dioses y las diosas), es algo que sabe manejar muy bien el poder establecido, los poderes en general, para paralizarnos, dejarnos noqueados, hacer de nosotros a su antojo. El miedo a quedar sin trabajo, el miedo a quedar sin dinero, sin techo, sin nada... el miedo a morir, el miedo a todo, el miedo al miedo. Rizando el rizo de la melena afro (perdón por esta salida de tono). 
Qué este virus infame no pille a la población subsahariana, que la va a dejar temblando del susto. 
¿Pero por qué tenemos tanto miedo, si la historia nos dice que siempre ha habido y habrá pestes, epidemias, pandemias... todo tipo de adversidades y contratiempos... guerras, holocaustos, hambrunas...? Si ya nos sabemos el cantar de los cantares, ¿por qué ahora iba a ser diferente?¡Porque somos acaso mejores, más guapos y aseaditos que quienes nos han precedido! 
Pues no tengamos tanto miedo, si de todos modos acabaremos muriéndonos. Hasta algún vídeo he visto recientemente en el que se dice, a modo guasón, naturalmente, que todos los españoles acabaremos muriendo, todos los españoles y no españoles. Antes o después. Pues la muerte es nuestra única certeza. 
Y cuando nos llegue la muerte, ya no podremos dar fe del cuento, como quizá dijeran los filósofos estoicos, re-interpretados en estos momentos por mi prisma psicodélico. 
Un chute de alegría nos vendría bien en este tiempo de angustias y virus. Pero resulta complicado hacer la vista gorda a algo que nos meten por los ojos a todas horas. Quieras o no. Nos desayunamos, almorzamos y cenamos con el virus. Es nuestra nutrición. 
Nos volvemos chalados porque nos saturan de información, nos chutan con ruido informativo, nos dicen una cosa y luego la contraria, nos marean, nos zarandean. 
Hay gente que se está muriendo (esa es una realidad), hay gente que se contagia (siento mucho tu contagio, Olga, y espero que pronto salgas recuperada, siento que algunos oriundos de Noceda también estén infectados, les deseo lo mejor...). Siento, porque soy humano, porque soy sensible, porque no puedo evitarlo. 
Siento que acabemos todos infectados. Pero debemos armarnos de valor y afrontar la situación, con nuestro mejor rostro. Hacer corazón de tripas (¿o es al revés?). Y levantar el ánimo, porque además eso hace más fuerte nuestro sistema inmune. 
Desde los medios, que están al servicio del poder (no lo olvidemos) nos bombardean literalmente con misiles víricos. Nos contagian por todos los poros del intra-ánima. Nos contagiamos nosotros mismos, sólo de pensarlo. Y así en este plan de planes. 
Por tanto, hagamos un esfuerzo aún más. 
Venga, ciudadanía del mundo, no  os dejemos amedrentar por un virus. 
Quién dijo que la vida era fácil. Quién nos metió la Gran Mentira por los ojos. 
La historia se repite, ya lo sabemos, y la peste bubónica del Medievo, a la que hace mención Boccaccio en El Decamerón, tiene lugar ahora bajo el coronavirus (hasta perece lindo el nombre bajo su máscara ponzoñosa, como de rey mago trepado a un dromedario que surcara un firmamento de dunas. Haylos y haylas que pensarán en otras coronas. No me sean malpensados).
En estos momentos estoy releyendo El Decamerón (un tochito considerable), un volumen con historias para troncharse, de celos, de infidelidades, de picaresca, como la del sordomudo ficticio, imaginario, que se hace el mensito y el mudito, metiéndose en un monasterio, y acaba beneficiándose a las monjitas, o mejor dicho, ellas se aprovechan de él creyendo que es un tolín.  
La historia es cíclica. El río se desborda y vuelve a su cauce. Si bien es cierto que estamos maltratando (a) la Madre Naturaleza. Y ésta nos acaba devolviendo sus coces en forma de maremotos, terremotos, volcanes en erupción... Maltratamos a los animales (vacas locas, gamusinos esquizoides...) y ellos nos devuelven la basura que les procuramos. 
Aprendamos, reflexionemos, seamos más empáticos, pongámonos, eso mismo, en el lugar de los otros. Los otros especulares. 
No seamos tan cabrones, tan egocéntricos, tan relamidos. Porque polvo somos y en polvo nos convertiremos. Pero por el momento sintamos el placer del día a día, con poco o nada, porque a fin de cuentas la vida es un milagro, aquí y allá. Milagro, no en sentido religioso, sino en el sentido literal del término. Vivir cada día es un auténtico regalo. 
La vida es un gran obsequio. Que algunos aprovechan, eso sí, para beneficiarse de los demás, para enriquecerse a costa de los demás. Para vivir la vida de varias generaciones, sin vivirla, porque la vida es finita. Y no da para mucho. O sí. Depende de lo que se ansíe. 
Ha llegado la hora de abrazarnos. 
Sin miedo, sin miedos, por favor. 

jueves, 19 de marzo de 2020

Carnavaleando en Oporto/Porto

Carnavaleando en Oporto/Porto, es un decir esto de carnavalear, paseando por esta ciudad fluvial y marina, navegando a través del espacio y el tiempo, siempre hacia el agua como espacio amniótico. 
Atraído por aquello que fluye. Amo todo lo que fluye. Y Porto ofrece Douro y mar Atlántico. 
Enhechizado por una ciudad a la vez cercana y familiar y a la vez como sacada de otro tiempo, acaso de otro cuento [contame otra historia, que diría un argentino o argentina], con sabor a francesinha. A francesinha tropical (como un local donde la sirven exquisita). A café ultramarino. 
Con sus barcos y sus luces de colores y esas puestas de sol que hacen soñar, soñar con otro mundo, un mundo nuevo al tiempo que ancestral.

Siempre nos quedará Oporto. En una noche en calma, con un invierno que huele a primavera mentolada.
La contemplación es un espectáculo que permite un bienestar sin igual. Y se aproxima a eso que llaman la felicidad, que vaya usted a saber que cosa es. Un instante de placer, tal vez, acaso de armonía con uno y con el mundo entorno.
Desde la Ribeira, o bien desde Vila Nova de Gaia, con sus bodegas, el placer está servido en bandeja de oro 24 quilates.
Contemplar un amanecer, y por supuesto un atardecer o la caída del día, mientras uno se queda arrobado sintiendo el discurrir del Douro, el río de oro, que va a dar a la mar, resulta extraordinario. Un sueño, un genuino sueño fluvial. 

Los aviones surcando el firmamento, las gaviotas sobrevolando el ambiente, con sus sonidos ancestrales, con su ritmo, que invita a bailar una danza tribal.
Oporto, el Puerto, el Porto me despierta con su caricia matinal y me arrulla llegada la noche, con su nana inmemorial o memorial. Con el tiempo suspendido en su aire transparente, con su calidez cuasi primaveral y su luz vibrante.


Me gusta ese Oporto decadente, con olor a moho y a ropa tendida en sus casas azulejadas y coloridas, me gusta ese Oporto de callejuelas empinadas, que siempre van a dar al Douro. Y me gusta ese Oporto-mirador de tejas.
Pero me entusiasma sobre todo ese Oporto que se abre al mar, con su luminosidad y la mirada perdida en un horizonte de olas, que vienen y van, arrulladoras también, como una canción relajante de infancia.


Ese Oporto Atlántico que parece mirar y mirarse en el espejo americano. 

Al otro lado, a unas cuantas millas, a unos cuantos kilómetros se sitúa el continente americano, que sigue haciéndome fantasear a la vez que me procura una dulce sonrisa de melancolía, de saudade
Oporto es fado y saudade, morriña embotellada con aroma a cepas viejas, a vino en barrica de roble, a dulcedumbre. Oporto sabe a café, sí, con regusto a algo inolvidable. Y a vino. Y a tierra familiar, como ya apuntara en alguna ocasión.
Este carnaval me ha permitido disfrazarme de portugués, si tal puede decirse, mezclarme con la población portuguesa, hermana, fraternal. Y volver a gozar de una ciudad que ya se ha convertido en mapa afectivo con el transcurrir de los años. Una ciudad en la que me siento a gusto y en paz. 
Incluso pude acercarme a Póvoa de Varzim, que pertenece al distrito de Oporto, a su Gran Área Metropolitana. Y se sitúa a algo más de media hora del centro de Porto en metro.
Foto tomada de la web del festival de Correntes





Hasta allí me allegué cual peregrino para asistir al festival llamado Correntes d'Escritas, que congrega a los mejores escritores del panorama nacional portugués, amén de algunos españoles como Rosa Montero, que hizo una exposición brillante (con cita incluso al enorme Nietzsche), a quien me hubiera gustado saludar pero, con tantísima gente, me resulto tarea imposible. Quizá debería haber andado más espabilado. 
En todo caso, puedo dar fe de este festival, al que me invitara la poeta portuguesa Isabel Pinto, a la que conociera hace ya unos años en el certamen poético de A Rúa, en Galicia. Una buena cicerone, Isabel, a la que agradezco su amabilidad para conmigo. 
Ahora, que ha transcurrido el tiempo, tengo la sensación, a resultas por supuesto del virus, de que mi visita a Porto fuera hace una eternidad. Ya entonces andaba pululando el virus. Y supimos (y nos acojonamos, permitidme este palabro) que el escritor Sepúlveda (que por el festival de Correntes andaba, yo ni lo vi) contrajera el coronavirus, al parecer en Italia, no en Portugal. No obstante, esa noticia nos sobrecogió, decía. 
Póvoa de Varzim
Sea como fuere, ahora estamos todos en la cuerda floja debido a este virus infame y dispuesto a acabar con todos nosotros. Millones de muertos se prevé si no logramos parar esta monstruosidad, el monstruo, este sí es un monstruo que da miedo. Y no hablamos de ninguna película, aunque lo pareciera. 
El carnaval de la belleza de Oporto ha dado paso al carnaval de la muerte. Por el momento, aquí seguimos.