Como si de un Apocalipsis se tratara, el Coronavirus, además de meternos el miedo en el cuerpo, nos está literalmente trastocando. Una situación desconcertante, cargada de incertidumbre, que nunca antes habíamos vivido. Al menos este menda no es consciente de tal desmán. Y eso que los virus y puterías varias existen y han existido desde tiempos inmemoriales, acaso desde que el universo existe.
El dinosaurio ha llegado, tal vez para quedarse. Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.
El dinosaurio viaja a toda velocidad por las carreteras de este Planeta global y globalizado, traspasando muros y fronteras, atizándonos en todo el corvejón del alma.
Confieso mi miedo ante lo desconocido, ante lo que no acaban de revelarnos del todo, porque no sabemos, a ciencia cierta, los estragos que puede causar, aparte de matarnos, entre la población, estragos de todo tipo, porque esta guerra mundial a través de un virus, que se generó en China (eso nos dicen) provocará, ya está provocando, una debacle, que afecta y afectará a la economía (los mercados se hunden, se va al garete la bolsa, se pulveriza la pasta, esa guita tan artificial por lo demás), a la sociedad (tocada en su madre o esencia), a cada individuo en concreto.
Economistas, sociólogos, psicólogos, personal sanitario... vaya trabajo tienen por delante.
Todos y todas (asegura algún experto) acabaremos, de algún modo, contagiados por la peste, peste perteneciente a esta posmodernidad líquida, donde todo se nos escurre de entre las manos, como quizá se les escurrió el virus a quienes estaban experimentando en laboratorio.
Quiero creer que no ha sido un virus creado ex profeso para devastar, diezmar, matar a la Humanidad. O sí.
Cómo podemos averiguar lo que cuece este sistema perverso y antropófago que nos preside, y nos manipula a su antojo, este Gran Hermano vigilante y castigador que nos mueve como a pobres marionetas.
Me siento desconsolado, impotente, como si estuviera viviendo una pesadilla, que lo es. Una de esas películas futuristas, de ciencia ficción, una de esas cintas de zombis, que nos pusiera patas abajo toda nuestra estructura mental (incluidas la infraestructura y superestructura), nuestra zona de confort, esa zona de la Europa desarrollada, higienizada... Nunca exenta, por lo demás, de virus, bacterias, enfermedades varias...
Nos creíamos cuasi invulnerables, cuasi inmortales. Y descubrimos, una vez más, que somos unos pobrecines, unas desvalidas criaturas expuestas a todo tipo de maldades y maleficios. Con nuestra mortalidad finita. Con nuestra vulnerabilidad. Con nuestros miedos más ancestrales, que nos vuelven majaretas perdidos.
El séptimo sello (Bergman nos dio una gran lección con su filme) y las siete trompetas del Apocalipsis son una realidad. ¿Qué trompeta está sonando ahora? ¿Y qué ángel o diablo la está tocando?
"Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto". Deslumbrante y visionario el gran Kafka. Con su metamorfosis.
Por desgracia para los humanos, también el coronavirus muta. Y no sabemos cómo muta.
Cuando un virus se nos mete en casa, en la casa del ser (y esto es una pandemia), el cuerpo se echa a temblar. Y el espíritu se desmorona.
Ojalá, colectiva e individualmente, tengamos el valor para afrontarlo y sobrevivirlo.
Ojalá. Inshallá.
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