Carnavaleando en Oporto/Porto, es un decir esto de carnavalear, paseando por esta ciudad fluvial y marina, navegando a través del espacio y el tiempo, siempre hacia el agua como espacio amniótico.
Atraído por aquello que fluye. Amo todo lo que fluye. Y Porto ofrece Douro y mar Atlántico.
Enhechizado por una ciudad a la vez cercana y familiar y a la vez como sacada de otro tiempo, acaso de otro cuento [contame otra historia, que diría un argentino o argentina], con sabor a francesinha. A francesinha tropical (como un local donde la sirven exquisita). A café ultramarino.
Con sus barcos y sus luces de colores y esas puestas de sol que hacen soñar, soñar con otro mundo, un mundo nuevo al tiempo que ancestral.
Siempre nos quedará Oporto. En una noche en calma, con un invierno que huele a primavera mentolada.
La contemplación es un espectáculo que permite un bienestar sin igual. Y se aproxima a eso que llaman la felicidad, que vaya usted a saber que cosa es. Un instante de placer, tal vez, acaso de armonía con uno y con el mundo entorno.
Desde la Ribeira, o bien desde Vila Nova de Gaia, con sus bodegas, el placer está servido en bandeja de oro 24 quilates.Contemplar un amanecer, y por supuesto un atardecer o la caída del día, mientras uno se queda arrobado sintiendo el discurrir del Douro, el río de oro, que va a dar a la mar, resulta extraordinario. Un sueño, un genuino sueño fluvial.
Los aviones surcando el firmamento, las gaviotas sobrevolando el ambiente, con sus sonidos ancestrales, con su ritmo, que invita a bailar una danza tribal.
Oporto, el Puerto, el Porto me despierta con su caricia matinal y me arrulla llegada la noche, con su nana inmemorial o memorial. Con el tiempo suspendido en su aire transparente, con su calidez cuasi primaveral y su luz vibrante.
Me gusta ese Oporto decadente, con olor a moho y a ropa tendida en sus casas azulejadas y coloridas, me gusta ese Oporto de callejuelas empinadas, que siempre van a dar al Douro. Y me gusta ese Oporto-mirador de tejas.
Pero me entusiasma sobre todo ese Oporto que se abre al mar, con su luminosidad y la mirada perdida en un horizonte de olas, que vienen y van, arrulladoras también, como una canción relajante de infancia.
Ese Oporto Atlántico que parece mirar y mirarse en el espejo americano.
Al otro lado, a unas cuantas millas, a unos cuantos kilómetros se sitúa el continente americano, que sigue haciéndome fantasear a la vez que me procura una dulce sonrisa de melancolía, de saudade.
Oporto es fado y saudade, morriña embotellada con aroma a cepas viejas, a vino en barrica de roble, a dulcedumbre. Oporto sabe a café, sí, con regusto a algo inolvidable. Y a vino. Y a tierra familiar, como ya apuntara en alguna ocasión.
Este carnaval me ha permitido disfrazarme de portugués, si tal puede decirse, mezclarme con la población portuguesa, hermana, fraternal. Y volver a gozar de una ciudad que ya se ha convertido en mapa afectivo con el transcurrir de los años. Una ciudad en la que me siento a gusto y en paz.
Incluso pude acercarme a Póvoa de Varzim, que pertenece al distrito de Oporto, a su Gran Área Metropolitana. Y se sitúa a algo más de media hora del centro de Porto en metro.
Hasta allí me allegué cual peregrino para asistir al festival llamado Correntes d'Escritas, que congrega a los mejores escritores del panorama nacional portugués, amén de algunos españoles como Rosa Montero, que hizo una exposición brillante (con cita incluso al enorme Nietzsche), a quien me hubiera gustado saludar pero, con tantísima gente, me resulto tarea imposible. Quizá debería haber andado más espabilado.
Incluso pude acercarme a Póvoa de Varzim, que pertenece al distrito de Oporto, a su Gran Área Metropolitana. Y se sitúa a algo más de media hora del centro de Porto en metro.
Foto tomada de la web del festival de Correntes |
Hasta allí me allegué cual peregrino para asistir al festival llamado Correntes d'Escritas, que congrega a los mejores escritores del panorama nacional portugués, amén de algunos españoles como Rosa Montero, que hizo una exposición brillante (con cita incluso al enorme Nietzsche), a quien me hubiera gustado saludar pero, con tantísima gente, me resulto tarea imposible. Quizá debería haber andado más espabilado.
En todo caso, puedo dar fe de este festival, al que me invitara la poeta portuguesa Isabel Pinto, a la que conociera hace ya unos años en el certamen poético de A Rúa, en Galicia. Una buena cicerone, Isabel, a la que agradezco su amabilidad para conmigo.
Ahora, que ha transcurrido el tiempo, tengo la sensación, a resultas por supuesto del virus, de que mi visita a Porto fuera hace una eternidad. Ya entonces andaba pululando el virus. Y supimos (y nos acojonamos, permitidme este palabro) que el escritor Sepúlveda (que por el festival de Correntes andaba, yo ni lo vi) contrajera el coronavirus, al parecer en Italia, no en Portugal. No obstante, esa noticia nos sobrecogió, decía.
Póvoa de Varzim |
Sea como fuere, ahora estamos todos en la cuerda floja debido a este virus infame y dispuesto a acabar con todos nosotros. Millones de muertos se prevé si no logramos parar esta monstruosidad, el monstruo, este sí es un monstruo que da miedo. Y no hablamos de ninguna película, aunque lo pareciera.
El carnaval de la belleza de Oporto ha dado paso al carnaval de la muerte. Por el momento, aquí seguimos.
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