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domingo, 29 de agosto de 2021

Encontro de poetas en Quiroga

 Un año más nos damos cita en Quiroga para recitar, leer... en la casa de la cultura de esta localidad gallega, que forma parte de la llamada Ribeira Sacra, lo que es siempre motivo de alegría. Y con este ya son varios los años que he podido asistir, incluso como mantenedor (bueno, ese año precisamente no pude asistir, lástima, aunque sí mandé texto para que allí se leyera).

Raquel Villanueva y Emilio Vega
Y se lo envié, por supuesto, al organizador del acto, el poeta berciano Emilio Vega, que ya lleva algún tiempo como responsable de tal evento cultural. 

A Emilio Vega lo conozco desde hace años, incluso he tenido la ocasión de entrevistarlo para la fragua literaria leonesa y hasta un prólogo le hice para uno de sus poemarios. Con lo cual hemos mantenido contacto y amistad a través del tiempo. https://www.ileon.com/cultura/036895/emilio-vega-mis-paisajes-interiores-apuntan-a-los-valores-inherentes-a-los-seres-humanos 

https://cuenya.blogspot.com/2016/07/emilio-vega-poeta-del-amor.html

Este año la mantenedora fue la narradora Raquel Villanueva, a quien le doy mi enhorabuena. Y a quien también he podido entrevistar y hacer el prólogo de uno de sus libros. A Raquel la conozco desde hace tiempo y nos une una buena y saludable amistad. https://www.ileon.com/cultura/043729/raquel-villanueva-lo-que-somos-esta-en-lo-que-escribimos-en-lo-que-contamos-y-en-las-personas-que-amamos 

Dúo Yotón

En efecto, Raquel, la belleza será comestible o no será. Como nos dijera el genio paranoico Dalí en respuesta al surrealista Breton, para quien la belleza será convulsiva o no será. Siempre en busca de la belleza, esa que engendra verdad y bondad, como me gusta decir, y como dijera a propósito del poema inédito que le dedicara allí mismo y le dedico a Lidia como tejedora de sueños y palabras. 

Siempre es una alegría, decía, reunirse en torno al fuego sagrado de las palabras, que dicen y piensan, porque el lenguaje es pensamiento. No me canso de decirlo.

Javier R. Sotuela

Y tal cual escribe uno, así deja plasmado su pensamiento, su forma de entender la vida o mismamente de entenderse a sí mismo. La palabra también se emplea con fines curativos, como hace el psicoanálisis, que es un modo de darse cuenta de lo que a uno le ocurre, y para ello el primer paso es la verbalización de lo que está sucediendo. Si bien las palabras también pueden herir en lo más profundo del alma. El lenguaje es una herramienta poderosa. Y la palabra poética dice más de lo que a priori parece. Por eso es poética, además de que pueda resultarnos bella, emocionante. 
Edith y Noe


Me gustó volver a ver a poetas conocidas como Noe Estévez Rionegro (galega de A Rúa, que a uno se le antoja berciana) y Edith Fernández: https://www.ileon.com/cultura/111477/edith-fernandez-la-musica-es-poesia-y-la-poesia-tiene-musica O bien al narrador y poeta Antonio Esteban: https://www.ileon.com/cultura/055927/antonio-esteban-gonzalez-por-que-no-se-promociona-mas-la-literatura y el cantautor Javier R. Sotuela: https://cuenya.blogspot.com/2016/01/javier-rodriguez-sotuela.html, que en otros tiempos fuera conocido como el cura rojo en la localidad de Matarrosa del Sil. Él fue quien bautizó al humorista Leo Harlem.

Elisa Vázquez

Un hombre comprometido con las nobles causas, que figura en más de una ocasión en mi más reciente libro Desde las entrañas, del que por cierto leí ayer mismo en Quiroga la cuarentena. 

Un placer compartir escenario con Manuel Blanco (otro veterano de Quiroga), y los debutantes en esa localidad lucense como los amigos Ruy Vega, María de Miguel y Elisa Vázquez. 

http://cuenya.blogspot.com/2017/05/la-fragua-literaria-leonesa-ruy-vega.html 

Ruy Vega

https://cuenya.blogspot.com/2019/05/maria-de-miguel-luz-y-sonrisa.html

https://www.ileon.com/cultura/044882/elisa-vazquez-a-pesar-de-que-en-el-lenguaje-sigue-habiendo-una-gran-dosis-de-sexismo-en-mis-libros-no

Sil olvidarme de Gregorio Esteban Lobato, con quien llegué a compartir otrora trabajo en la ex Escuela de cine de Ponferrada y Chelmick, P.J., que es un habitual del Ágora leonesa, con su verbo siempre arriesgado y transgresor. 

María de Miguel

Y mis felicitaciones para el dúo Yotón (Toni y Yoan), que amenizó con su música el encuentro poético. 

Un placer compartir con todos ellos, con todas ellas, además de otros y otras poetas de Galicia este Encontro y posteriormente una velada con cena incluida, que se me hizo en excelso cortita. 

La próxima vez, eso deseo, a ver si nos quedamos hasta el amanecer charlando.  

*En calidad de fotógrafo, si tal puede decirse, ni siquiera aparezco en la foto de grupo. 

domingo, 22 de agosto de 2021

La bahía de Santander

 Dejo Oviedo con nostalgia. No en vano pasé algunos años/cursos en la Vetusta de Clarín. Y me lanzo a la aventura, es un decir, con el fin de conquistar (otro decir) la ciudad de Santander, que visitara por primera vez siendo un jovencito, con las ilusiones intactas. Me gusta decir esto de las ilusiones intactas. 


Santander me devuelve a una época de descubrimientos. Y me traslada a un tiempo en que escuchaba con devoción a los Supertramp. La música de este grupo británico me hace recordar la capital cántabra. Qué curiosa asociación. La música como nutriente espiritual. Siempre. Y en todo momento. La música amansa a las fieras. Y procura emociones intensas. 

Santander me devuelve, de un  modo inevitable, a mi pueblo porque de esta tierra era Pilarín, vecina y casi familiar (aunque no lo fuera de sangre). Incluso llegó a ser socia de la revista La Curuja. 


Siendo un rapacín, me resultaba exótico que Pilarín (simpático nombre, pues los puristas del lenguaje dirían Pilarina, supongo) fuera de Santander. Exótico o algo que se le podría asemejar. 

Pilarín, quien ejerció como maestra hasta su jubilación en Santander, al igual que su marido Miguel -el cual era originario del útero de Gistredo- se pasaba los veranos en Noceda. O ese es al menos el recuerdo que tengo de ellos. Lástima que Miguel falleciera relativamente joven. Y Pilarín, con unos noventa años, nos haya dejado no hace tanto tiempo. En su última etapa de vida solía verla a menudo en el pueblo. Que fuera de Santander es un recuerdo que me marcó. También en Cantabria, en concreto en Torrelavega, vivían y siguen viviendo familiares de Miguel y Pilarín, que son asimismo oriundos de Noceda.


Y en Cantabria nació Beni, vecina de cuarenta y dos años que, a resultas de una trombosis, nos dijo adiós recientemente, a la cual le dediqué unas palabras en un post de Facebook, que bien podría recuperar para este blog. Y Beni era a su vez familiar de Miguel y Pilarín (o sea, sobrina nieta). Y podría seguir mencionando a nocedenses de algún modo han tenido relación con Santander, con lo cual esta palabra 
me suena desde que era un crío. Y esto deja huella. Da la impresión de que estuviera haciendo un autoanálisis, que quizá así sea. Indagando en mi subconsciente. No puedo evitarlo. 

12 de julio (Facebook)

La bella y portuaria ciudad santanderina me recibe con lluvia cual si estuviéramos ya en la entrada del otoño. Este julio no parece que en el Norte vayamos a pasar calor, cuando en el Sur se están asando a la parrilla. No obstante he podido darme un largo paseo a la orilla de la mar, que es algo que un tipo de tierra adentro como uno valora mucho. El mar es pura magia. Y uno tiene tendencia a irse a los lugares con agua, ya sean ríos, regueras o mismamente playas y puertos marítimos. Tengo la impresión de redescubrir esta ciudad después de tanto tiempo.


Llego a Santander como en una nube, con la sensación de no haber puesto los pies en esta ciudad nunca en la vida. Con ojos de asombro. Como un niño que la mirara por vez primera. Esa es la primera impresión. No obstante, en cuanto pongo los cinco sentidos en su bahía es entonces cuando regresan a mí tantos recuerdos. Y sí, en ese momento reconozco la ciudad en la que estuviera hace tantos años, aunque confieso que durante los últimos años sí he visitado Cantabria, la Cantabria infinita, la Cantabria del chistoso Revilla, que por cierto está casado con una ancaresa o ancareña de Lumeras (Candín), tal y como me contara, no hace mucho, el bueno de Daniel Higinio, que hasta me dijo: "ese señor, con el que acabas de hablar, es el hermano de Aurora, la mujer del Presidente de Cantabria, el señor Revilla". Pues qué bien. 


La belleza de la bahía de Santander resulta inspiradora o inspiratriz, sobre todo cuando uno la recorre en barco. Una sensación realmente agradable. Una experiencia estupenda. Se cuenta que es una de las bahías más hermosas del mundo, formando parte del Club de las bahías más bellas del mundo. Con la ensenada de El Sardinero, donde se halla  la isla del Mouro (figura mítica ésta en el Bierzo) y la península de la Magdalena (con su palacio de estilo inglés, que fuera residencia de verano de Alfonso XIII) se alza como un sueño o una alucinación.


El Sardinero, con su gran hotel y casino, que es como adentrarse en alguna escena de Amarcord de Fellini. El arenal del Puntal con sus dunas. Sólo por este recorrido en barco y por acercarse hasta la Magdalena ya merecería la pena una visita la ciudad. 


Sin olvidarnos, claro está, del paseo Pereda (en honor al autor, entre otras obras, de Peñas arriba), que cuenta con su estatua, con sus jardines, el palacete del embarcadero, el edificio del Santander (el banco) y el centro Botín. Aprovecho la ocasión para decir que de Quintana de Fuseros (población cercana a Noceda) es José Antonio Álvarez, el consejero delegado de este Banco. 


13 de julio (Facebook)

Sólo por acercarse a La Magdalena, a la península de esta ciudad cántabra, que es un fantástico mirador al mar Cantábrico, ya merecería la pena visitar la ciudad de Santander, que estoy redescubriendo con satisfacción. Es una gran belleza este lugar. La grande bellezza. Tal vez podría ser la magdalena de Proust. Mientras me quedo hipnotizado contemplando las olas que vienen y van, rememoro un mundo pleno, tal vez el tiempo de la infancia y aun de la adolescencia. Es probable que Santander sea una de las primeras ciudades, aparte de León, que visitara siendo un tierno infante sin infantado de realeza. O tal que así.


El novelista Pereda me hace recordar, como no podía ser de otro modo, al amigo periodista y escritor (también editor, traductor, librero y músico) José Luis Moreno-Ruiz, que falleciera hace tan solo unos meses, dejándonos huérfanos a quienes, con absoluta devoción, seguíamos sus escritos y por supuesto aquel memorable, esencial, insustituible programa de radio conocido como Rosa de Sanatorio en referencia al homónimo y clorofórmico poema de Valle Inclán. Pues Moreno-Ruiz escribió, entre otras, una novela titulada Pereda Cebú. Cabe recordar que él era santanderino de origen. Y hasta llegó a tener una librería en esta ciudad. Pero creo que no le entusiasma mucho su ciudad natal, dicho sea de paso, llegando a vivir en países como Puerto Rico o México. 


Recuerdo con cariño su paso por Bembibre cuando lo invité a participar en Tardes Literarias. Y, después de un paseo por la Villavieja, llegó a decirme que le parecía un buen sitio para vivir. Bene vivere. Así era él. 

La bahía de Santander me ha llevado por los recuerdos. Y me ha devuelto a mi tierra. Buena suerte, Rosa, con tu hostal en la capital cántabra. 


La bahía de Santander me ha arrullado con el vaivén de sus olas. Me siento impregnado de mar. Me entusiasman los espacios con agua, los ríos, las regueras y reguerinas, los lagos... me gusta el mar y todo lo que fluye. Sigamos fluyendo por la costa... hacia Santoña. 

miércoles, 18 de agosto de 2021

Verano para viajar

Si las bicicletas son para el verano, como nos dijera el todoterreno Fernán Gómez, el verano es para viajar (incluso al interior de uno mismo), para excursionar, salir al campo, explorar el entorno próximo y aun otros entornos y lugares en el mundo. 
Costa Vasca

El verano, que sigue siendo la estación más lírica del año, puede dar mucho de sí, y da mucho de sí si uno se dedica a visitar y recorrer espacios, tal vez también tiempos, lo que ayuda a cargar pilas. El sol es un venero de inspiración. Los días iluminados invitan a estar en mejor estado de forma. Por eso es tan importante la luz solar, que además embellece los sitios. Y procura asimismo que uno pueda hacer foticas, que siempre se agradecen como recuerdo. 

Biarritz

Este verano, como casi siempre (aun a pesar de la pandemia), se me está antojando hermoso. Y me ha permitido viajar a diferentes lugares y encontrarme con gente que realmente merece la pena. Que los afectos es lo verdaderamente importante en un ser humano ya lo había descubierto. Los afectos y la salud física, psíquica/emocional. Lo demás resulta secundario, incluso en este mundo en el que el tener está muy por encima del ser.  

A ver si algún día invertimos el tanto tienes, tanto vales, y logramos pasarnos al: tanto eres, tanto vales. Porque uno acaba siendo todo aquello que vive, que siente de verdad, todo aquello que aprende y comparte con los demás, todo aquello que ama, con lo que se emociona. 

La vida es tan breve, lo sé ahora más que nunca, que conviene sentirlo todo y de todas maneras posibles, que así es como le gustaba viajar al deslumbrante Pessoa. Viajar para sentir. Viajar para posteriormente recordar. Vivir para contarlo o contarla. Para contárselo a uno mismo y al tiempo contárselo a los demás. Qué a todos nos sirva el viaje, sea éste al interior o al exterior. Pues el interior también será exterior para quien sepa mirarlo, verlo, observarlo con detenimiento.  

Bahía de Santander

El mes de julio me ha permitido por ejemplo viajar a Asturias, Galicia y Cantabria, donde también estuviera el pasado verano pandémico, aunque en esta ocasión pude volver a Santander después de tantos años. Después de tantos años pude viajar a aquella ciudad marítima que visitara por vez primera, creo recordar, siendo un tierno adolescente. Un viaje que me permitió acercarme a la Santoña anchoera y a Laredo (poblaciones que se miran a través del espejo marino frente a frente), algo sobre lo que profundizaré (no sé si este es el término más adecuado, porque creo que no voy a hacer una inmersión marina, o sí, ya veremos) en una próxima entrada. 

Santoña

No obstante, algo conté en su momento a través del Facebook a este respecto, aunque fuera algo breve. También en el mes de julio visité el poniente astur, con Tapia de Casariego a la cabeza, que ya se ha convertido en un mapa afectivo, entre otros lugares, con el encanto suficiente como para que uno vuelva a ellos, porque, como nos recordara el Nobel Saramago, convendría visitar en verano lo que se visitara en invierno, de día lo que se hiciera de noche, etc. Y así en este plan. "En plan...", como dicen ahora, a modo de muletilla, los guajes de nuevas hechuras.  Lugares, decía, como Ribadeo, Taramundi, A Fonsagrada, Navia de Suarna... en los que uno se siente en casa.  

Castro Urdiales

Y llegó agosto, ferragosto, en esta ocasión con menos frío en el rostro, que me permitió adentrarme en el País Vasco, en concreto en la costa, incluso en la corniche y la costa francesa, a partir ya de la bella Castro, Castro Urdiales, que, aun siendo cántabra, se toca con Euskadi. Qué belleza, la costa. En realidad, las costas, la costa, que se me antoja universal, con su aroma a algas y salitre, a mar que bate sus olas. Sobre todo esto tengo intenciones de escribir largo y tendido, o breve y distendido. Ya iremos viendo, porque el verano, aun siendo lírico, también llega a su fin. Y los recuerdos comienzan a amontonarse. Y a diluirse. 

La corniche francesa

El encuentro literario en el útero de Gistredo, que celebráramos recientemente, también fue un momento memorable para compartir emociones, memoria afectiva, en torno al amor sagrado de la palabra, de esas palabras que dicen y piensan, como bien sabe la filóloga y escritora Margarita Álvarez, que estuvo presente en el evento. Gracias, Margarita, por tu buen hacer, con tus textos que rescatan la memoria de la lengua, de nuestras palabras, de lo ancestral que forma parte de nuestro acervo cultural. De esa tu Omaña  hermanada con el Bierzo. 

Duodécimo Encuentro literario. Foto. Jesús Madero

Y mi agradecimiento por supuesto al resto de participantes en este encuentro (el duodécimo), a saber, Alicia López, poeta y narradora astur-leonesa de alto voltaje, que nos dejó con un nudo en la garganta, sobre todo con la lectura de uno de sus relatos; Marisé Prieto, a quien agradezco su cariño, su hospitalidad y por supuesto su profesionalidad como profesora y escritora;

Foto de Álvarez
Dionisio Álvarez por amenizar el encuentro con sus letras poéticas y su música, con sus canciones y ese sabor a vendimia de otros tiempos en los que éramos felices y tal vez no lo sabíamos, y Camino Pastrana, joven y luminosa periodista y narradora que se metió al auditorio en el bolsillo con la magia y la emoción de sus palabras, con su presencia escénica absolutamente extraordinaria. Sin olvidarme, claro está, de la poeta y narradora Lidia Fos que estuvo arropando el acto en todo momento.

Encuentro en Noceda

Mi gratitud y todo mi cariño para ti. Para quienes estuvieron presentes y ayudaron a crear un clima que sentí realmente entrañable, entre ellos Jesús, que hizo un excelente reportaje fotográfico (te agradeceré mucho, Jesús, que me lo pases), Antonio y Benjamín, que incluso nos acompañaron en la velada, Ana y Javi, Alberto, Carlos y José Manuel, Marta y Emilio, algunos familiares, etc., etc. Siento que, gracias al afecto de tanta gente, el encuentro literario tendrá su continuidad. Ojalá. 

Los Montes de la Ermita
El verano es para viajar y encontrase con amigos. Para salir al monte, a la Naturaleza, en busca de aire puro, de sol. Tan importante la vitamina D para la salud. Y volver a aquellos lugares de infancia tatuados en la retina de la memoria. Esos mapas afectivos como Urdiales de Colinas y Los Montes de la Ermita, incluso Igüeña, que se ha convertido ya en lugar de peregrinación, o mejor dicho en un sitio de relax, en un punto gastronómico (ahí están Roberto y su hija Estefanía, los dueños del bar restaurante Sabugo, que sirve unas viandas exquisitas y abundantes). También en Igüeña están Casa Aníbal y La playa como templos gastronómicos. güeña, con su río Boeza y su playa fluvial y su valle de Bubín, donde otrora hiciéramos un encuentro literario dedicado al Tío Perruca, me late cercano, familiar. 
Los Montes
Los Montes de la Ermita, que he podido visitar recientemente en entrañable compañía, me invita a la fabulación, como le ocurriera al director de Albares de la Ribera Chema Sarmiento, que le dedicó un mediometraje que se mueve entre lo real y lo surreal, como si nos adentráramos por la puerta del realismo mágico. 

Los Montes
"Los Montes ya no figura en el mapa como pueblo", dice un oriundo, que está pasando unos días en su casa. "Sigue sin luz, aunque sí tenemos agua corriente gracias a nosotros mismos", añade. 

De repente, me asalta la ocurrencia de que no existe un pueblo así en ningún otro país, al menos de la Europa Occidental. Con lo cual es un privilegio estar en este espacio sagrado y remoto, un escenario novelesco, como la Luvina o Comala de Rulfo. O bien el que nos muestra Julio Llamazares en La lluvia amarilla.

El Bierzo Alto, tan desconocido incluso entre los habitantes del Bajo, es un ejemplo de lo que se ha dado en llamar la España vacía y vaciada, la España desatendida, la España olvidada. Por fortuna, un rebaño de vacas con sus xatines cruzan por la vereda y colman de placer al excursionista (y por supuesto a la excursionista). Antes de alcanzar la aldea, se divisa el pico Catoute al fondo, que es todo un mirador a la hoya berciana y aun a otras tierras.

Urdiales
Por su parte, Urdiales de Colinas, al que se puede acceder desde el mismo punto al que se va a Los Montes -Urdiales a la izquierda y Los Montes a la derecha, a unos tres kilómetros antes de alcanzar el pueblo de Colinas del Campo de Martín Moro Toledano yendo desde Igüeña-, es otra aldea enclavada en las estribaciones de la Sierra de Gistredo, a la que en tiempos de infancia y adolescencia íbamos los rapaces de Noceda después de coronar el alto del Xafra. Una experiencia mística inolvidable, en alguna ocasión amenizada con la música psicodélica de los Pink Floyd. Si bien en esta reciente ocasión, realizamos la excursión en coche en compañía de Benjamín y Jesús. 
Iglesia de Urdiales

Benjamín, aun siendo nocedense, nunca se había allegado a Urdiales. Y Jesús, con su potente cámara fotográfica, tampoco había puesto los pies en esta aldea deshabitada, o mejor dicho poblada por un rebaño de vacas, aunque esta vez sólo vemos una que parece ensimismada. 

La pista de terracería hasta Urdiales no está en el mejor de los estados, salvo para todoterrenos. Y uno se pregunta, una vez más, que si Urdiales estuviera en la Europa verdaderamente desarrollada, entonces tendría un camino asfaltado o algo similar que permitiera un buen acceso. Y en manos alemanas, francesas o suizas, por ejemplo, sería un lugar conocido en el mundo entero por su singularidad, como un museo al aire libre.

Urdiales

El tan cantado turismo rural es una milonga. Aunque es cierto que algunos pueblos como Bárcena Mayor, enclavado en la Cantabria profunda, se conserva estupendamente, porque el acceso al mismo, una vez más, es estupendo. Y es que todos los sitios más visitados del mundo tienen las mejores comunicaciones del mundo... también (valga la redundancia rebuznante). 

La visita a Urdiales, en compañía de Benjamín y Jesús, resultó estupenda. Y a uno le encantó volver a esta aldea, que podría ser un magnífico escenario novelesco. Como lo es Los Montes de la Ermita. Su iglesia, restaurada, no da la impresión de que fuera la de un pueblo deshabitado y en cierto modo en ruinas en al menos una parte, porque sí que existen casas recuperadas, incluso hermosas. 

En Urdiales no encontramos ni a un alma, tal vez sólo las almas de los difuntos, que vagaron entre nosotros sin que nos percatáramos de ello. 

Urdiales

Lástima que al regreso nos topáramos con que el vehículo estaba pinchado. "Esta rueda parece que tiene poco aire". "Estas ruedas no pinchan", aclaró Benjamín.  Pero no tardaríamos en confirmar lo que suponíamos en cuanto comenzamos el descenso hacia Igüeña por la pista. La rueda delantera de la parte derecha, a medida que se iba desinflando, comenzó a dar problemas, incluso un tufo a quemado. Pero era necesario llegar a Igüeña como fuera, porque, entre otras razones, los móviles, ninguno de los tres, tenía cobertura. Y no era posible dar señales de emergencia. Ni siquiera los coches que nos seguían, ya en la carretera asfaltada, que va de Colinas a Igüeña, parecían darse cuenta de nuestro entuerto. Y acabamos llegando a Igüeña echando humo... por las orejas, es un decir. La idea inicial de acercarnos a Colinas había quedado desbaratada. 

Igüeña

Al final, sin entrar en detalles, se resolvió todo. Disfrutamos de una suculenta comida en el Sabugo, gracias a Roberto y su hija Estefanía. Y uno incluso logró echarse una breve siestecica en el mismo exterior del ayuntamiento mirando hacia la playa fluvial y el grafito del minero. Un sueñecito reparador. El pasado minero de esta tierra sigue presente. Y las ganas de este viajero por seguir recorriendo lugares continúan intactas. 

miércoles, 4 de agosto de 2021

La memoria de la ribera del Curueño


Desde que leyera el río del olvido, de Julio Llamazares, quedé fascinado con la ribera del Curueño. Es tal su modo de contar, que dan ganas de acercarse a estas tierras. Y recientemente he podido hacerlo en estupenda compañía. 

Curueño a su paso por Sopeña

Aunque en alguna ocasión anterior también pude saborear el agua del Curueño, es un decir. O mejor dicho, logré bautizarme en este y legendario río leonés a su paso por la población de Lugueros cual si fuera el mismísimo Jordán, el río del bautismo bíblico. “Este pan tiene un sabor bíblico -en referencia a un pan del Bierzo-”, recuerdo que llegó  decirme el oscarizado director artístico Gil Parrondo, que era ante todo un ser entrañable. Pues eso mismo, que el Curueño, que tiene fama de río truchero, como otrora lo fuera el río Noceda, sabe a bautismo. 

“Las truchas del Curueño, famosas por su piel fina y por su carne blanca y prieta de montaña, saltan en la cocina del bar Sierra de Nocedo”, escribe Llamazares.

Cascada de Nocedo

Por cierto, la cascada del Nocedo, que “esconde su belleza en la angostura de una grieta que el río de Valdorria ha abierto e plena roca para poder salvar el desnivel que lo separa del Curueño”, me recuerda a la cascada de La Gualta en Noceda, con lo cual Noceda y Nocedo se hermanan en nombre y paisaje, que es memoria afectiva. Nocedo y Noceda comparten nogaleda. 


Siempre con la memoria y la afectividad en la boca. Pues las personas, los paisajes, son más o menos lindos en función de los afectos que tengamos depositados en los mismos. Y de este modo la belleza, que también es bondad y verdad, se me antoja subjetiva porque depende de nuestros sentidos y de nuestros sentimientos, de nuestras emociones. Y la tierra de uno, o aquellas tierras que identificamos como propias, nos resultan bellas, gratificantes, por eso mismo.

En mi consciente resuena Sopeña de Curueño, que es la tierra del poeta Jesús Díez, del que me hablara por primera vez Julio Llamazares en el Festival Eñe de Literatura, que se celebra/celebraba en Madrid: https://www.ileon.com/cultura/060289/regreso-a-los-paisajes-del-alma-viajo-en-la-memoria-a-las-voces-del-origen

Con Toño Getino

Y de este pueblo, en el que pongo los pies -creo recordar que por vez primera-, es la editora y poeta Marina Díez (alumna también de mis cursos de escritura en la Universidad de León). Y de Sopeña era el cineasta leonés-argentino Octavio Getino, a quien llegué a conocer a través de un seminario de cine latinoamericano que ideara la cubana Alquimia Peña: http://cuenya.blogspot.com/2014/06/alquimia-pena.html (extraordinaria mujer, que me recibiera con mucha hospitalidad en mi primer viaje a La Habana). 

Después de tomar algo en el bar de Sopeña, me doy una vueltina por el pueblo, siempre en entrañable compañía, y me topo con un hombre que se dirige a mí y me pregunta si soy Cuenya. El mismo que viste y calza, le digo. Pues te recuerdo de la presentación que hicieras hace años de Jesús Díez en León, me responde. Qué bien, encantado. Conversamos y sale a relucir el nombre de Getino. Yo también me apellido Getino. Entonces serás familia del cineasta Octavio. Exacto.

La Valdorria

Yo soy Toño Getino. Qué curioso. Los astros se conjuntan. Sopeña me procura buenas vibraciones. Aún queda mucho camino que recorrer y el viajero y la viajera deciden continuar ruta, que ya va tocando la hora de comer. Al final, se acercan a Valdepiélago (hermoso nombre, que nos remite a las profundidades marinas). El viajero se acuerda de que de este sitio era un rapaz, Ángel, con quien compartiera un tiempecito de alojamiento en Oviedo durante su etapa universitaria.


Valdepiélago queda al ladito mismo de La Mata de la Bérbula (conviene no confundirla con La Mata de Curueño). En la Mata de la Bérbula pasó Julio Llamazares todos los veranos de su infancia. Y en este pueblo, que a los viajeros se les antoja un lugar familiar, el autor de Memoria de la nieve “aprendió a caminar y a descifrar los signos de la noche y del paisaje”. 

Se quedan a comer en Valdepiélago, en concreto en el mesón El Zaguán de Colín, al aire libre, aunque sopla un viento tan fresco que la viajera y el viajero (sobre todo éste) deciden terminar sus viandas, exquisitas por lo demás, en el interior del restaurante.


Los atiende Laura, una chica amable y sonriente, que incluso accede a hacerse una foto con el viajero. En el interior aparecen fotos de Jesús Calleja, entre algún otro. Pero uno echa en falta que no esté alguna imagen de Llamazares. Pues sí, viene algunas veces por aquí, añade Laura. Después de la copiosa comida, a base de revueltos y pastel de cabracho, apetecería echarse una siestecica a orillas del Curueño. O mismamente mientras nos dejamos arrullar por el sonido de la cascada de Nocedo.
Montuerto

El agua como algo hipnótico, que te sumerge en un ensueño. “Brama como una fiera herida y prisionera  de sí misma la cascada del Nocedo”, escribe Julio Llamazares, que se queda sobrecogido mirándola, “con la misma emoción y el mismo vértigo con los que la miraba siendo un niño”.  

El viajero y sobre todo la viajera, que guarda gratos recuerdos de Montuerto, se dirigen a este pueblo, en el que estuvieran hace ya algún tiempo. Y se acercan al camping, que parece regentar un hombre mayor, aunque en esencia él está haciendo las funciones de su sobrino, que lleva también el bar merendero, cuyo nombre se me hace exótico. Se llama Tagüima, lo que me suena a nombre hispanoamericano. El que lo bautizó así, según nos cuenta Julio en El río del olvido, fue un albañil, que había hecho la mili en África.

El viento resopla con fuerza en Montuerto. Y se avecina temporal en este verano frío en el Noroeste. 

Hoces de Valdeteja

A partir de la cascada del Nocedo, el viajero y la viajera se adentran en “el impresionante abismo de las hoces de Valdeteja”, que, aunque menos conocidas que las de Vegacervera, resultan fascinantes estas enormes montañas calizas, “un paisaje tan hermoso como sobrecogedor y tan espectacular como perturbador para el espíritu y el alma”, un paisaje que a uno lo traslada hasta la Transilvania, imaginándome vampiros en forma de cuélebres, diañus, llobus, mouros, nuberus, curuxas… emergiendo de algunas oquedades y cuevas originadas en las rocas. Como esa cueva que se halla en el pueblo de Llamazares, que al final no visitamos, aunque espero que podamos visitarla en un próximo viaje. 

Cementerio de Llamazares

Las curuxas, curujas o corujas son aves rapaces nocturnas, siempre al acecho, que dan nombre a nuestra revista cultural. "Las corujas -escribe Julio en El río del olvido- son almas en pena que han vuelto disfrazadas de pájaros desde el infierno". 

El pueblo de Llamazares

Al parecer, la cueva de Llamazares, cuya gruta se atisba al fondo, desde el cementerio del pueblo, desde donde se tienen buenas panorámicas, muestra singulares formaciones coraliformes. Un paisano, que está paseando con su perro labrador por el entorno, habla con el viajero y la viajera y les cuenta alguna cosa de esta cueva, poco o nada conocida si la comparamos con las cuevas de Valporquero. Y eso que las de Valporquero, que visitara por primera vez siendo un renacuajo, con unos cinco o seis años en una excursión escolar, tampoco son tan conocidas fuera de la provincia leonesa. O esa es al menos mi impresión.

La Mata de la Bérbula

El término Llamazares se refiere a terrenos pantanosos. En mi pueblo se habla de llamazos, que sería algo parecido.

Al final de las hoces de Valdeteja se abre, “como un nuevo espejismo”, el valle de los Argüellos, por el que tiene querencia el poeta Ángel Fierro (con quien compartiera, con él y con el tío Ful, la Güeste de Villafeide de 2019, invitados por la escritora y profesora Vane. Con la colaboración de Alma).

Ángel Fierro, a quien también he tenido la ocasión de entrevistar y llevar a las Tardes Literarias de Bembibre, llegó a invitarme hace años para hacer un cuentacuentos en Lugueros, lo cual le agradezco.

El Curueño

Fierro es autor, entre otros, de Río Curueño. El fluir legendario, en el que recoge leyendas como la del moro Qil, los milagros de San Froilán (en la Valdorria se halla una ermita dedicada a este santo), La dama de Arintero o los duendes de Tolibia, que están sin duda emparentados con estos vampiros de los que hablara cuando me refería a las Hoces de Valdeteja. “Los duendes y marcianos de Tolibia… en lugar de tener cuernos y rabo…, tocan y bailan”.

Lugueros

De la Valdorria, dice el escritor Llamazares, que no es un pueblo sino una aparición… La Valdorria es un sueño o un espejismo o una ilusión. Recuerdo, hace años, tal vez con un grupo de Erasmus, treparme hasta la Valdorria y luego hasta la ermita del santo Froilán, que, siendo un jovencito, se retiró en las montañas del Bierzo. Una experiencia mística de alto voltaje, cual si uno se sintiera en éxtasis al estilo de San Juan de la Cruz o Santa Teresa de Jesús.

“A los pies de Bodón, la mítica montaña del Curueño, el imponente farallón calizo… que vigila y domina el valle de los Argüellos, la vega de Lugueros se extiende mansamente, entre saúcos silvestres y huertos y choperas, como un oasis de paz y de verdor tras los ocho kilómetros de agreste y turbador desfiladero”, nos cuenta Llamazares.  

Iglesia de Lugueros

Lugueros es un pueblo precioso, o eso le parece al viajero, que, desde donde está ubicada la iglesia del pueblo, un genuino mirador, se ofrecen maravillosas vistas. La iglesia del pueblo, donde también presentara Llamazares algunos de sus libros (lo recuerdo en compañía de Fierro) me hace fantasear con alguna iglesia californiana, tal vez con la Misión San Francisco de Asís que fuera escenario de rodaje en la película Vértigo (De entre los muertos) del mago del suspense, el siempre genial Hitchcock.

El viaje continúa en dirección al puerto de Vegarada, ya en el límite con las Asturies de los míos amores, pero, a medida que nos acercamos a lo alto, una niebla espesa lo cubre todo, impidiendo disfrutar de la belleza del paisaje. Y la carretera deja de estar asfaltada para convertirse en una pista de terracería, sólo apta para todoterrenos. A ver si en otra visita hay más suerte. La estación de esquí de San Isidro queda a pocos kilómetros. 

A medida que descendemos comienza a despejarse y, ya en Redipuertas (Rediós, qué puertas), la niebla ha desaparecido casi completamente.

Cerulleda

“Redipuertas es el último pueblo del Curueño y el primero, por lo tanto, bajando por el río… Según los mapas también, en Redipuertas nace, al menos como tal, el río Curueño”, escribe Llamazares.

Redipuertas no llama la atención al viajero, en cambio, sí lo hace y mucho el pueblo de Cerulleda, que le parece todo un Nacimiento, un Belén navideño. Tal vez aquí nace en verdad el río, como una auténtica creación divina. Un sitio extraordinario para darse un baño bautismal.

Cerulleda, con sus puentes y su molino -el molino del escritor Jesús Fernandez Santos, el autor entre otros de Los bravos o Extramuros, al que menciona Llamazares en su libro-, se me hace un lugar prístino. Y me devuelve a la aldea de Setti Fatma en el valle del Ourika marroquí, que tanto me entusiasma, espacio en el Atlas al que he viajado en diversas ocasiones.

Puente Cerulleda

Sobre el río Curueño  han escrito varios autores, como deja reflejado en este artículo el gran Fulgencio Fernández (el tío Ful): https://www.lanuevacronica.com/del-olvido-y-la-literatura

De regreso a la ciudad de León, "la bella desconocida", que luce majestuosa entre el Torío y el Bernesga, con su magnética catedral y su entrañable barrio Húmedo, hacemos un alto en La Vecilla, adonde suelen ir a veranear los asturianos, según Julio Llamazares. En La Vecilla tenía casa, creo recordar, la periodista y escritora astur Ángeles Caso, que es amiga de Julio y también de Manu Velasco,  maestro, narrador  y bloguero toreniense (otro paisano ilustre de Toreno, como lo es Nuria, a la que hacía referencia en anterior entrada de este blog), al que Caso le prologara su libro Soñando personas. 

Torreón medieval en La Vecilla

"Anclada como un barco al pie de las montañas, con aire puro y fresco y limpias aguas, La Vecilla dobla su población cada verano, gracias, principalmente, a la gran afluencia de asturianos", escribe Julio Llamazares. Al viajero le llama la atención un panel informativo sobre el Camino Olvidado en el que aparece Noceda del Bierzo (aparte de Fasgar y Colinas del Campo, claro está), que se halla próximo a la casa consistorial, ubicada en el torreón medieval del pueblo. Con su forma cilíndrica. Que en tiempos construyeran los condes de Luna "para la defensa y el gobierno de las tierras del Curueño". La plaza Mayor, situada entre el ayuntamiento y la iglesia, se muestra como un remanso de paz, de sosiego. Es domingo.  

 A los campesinos en Boñar

La Vecilla es, aparte de la capital y el corazón del valle del Curueño, con su estación de tren, el reino del gallo de pluma. El gallo de oro (con un guiño al maestro Rulfo). "Camino de La Vecilla, el viajero deja atrás los tejados de La Cándana, pero los gallos le acompañan todavía largo trecho con sus cánticos", rememora Julio Llamazares. Y en verdad que a este otro viajero le chiflan los cánticos de los gallos, que en Noceda entonan con maestría y emoción.  


La ribera del Curueño va quedándose atrás, mientras el viajero y la viajera deciden acercarse a Boñar (al parecer, el padre de mi padre, que era herrero, vivió allí, eso creo que lo contaba el inolvidable Amador Fierro, que vivía, antes de fallecer ya hace años, en el Divino Obrero de León). 

El pueblo del Negrillón, ya sin su olmo centenario, aunque sí con su monumento a los ganaderos y su iglesia, es un pueblo animado, sobre todo en verano. Y sobre todo un buen punto de partida para visitar la montaña central leonesa, incluido por supuesto el pantano del Porma (pendiente queda la visita por la ruta literaria que ideara la profesora Nuria a partir de dos obras de Llamazares). 

Unos nicanores de Boñar no pueden faltar en esta visita. Están deliciosos. Hasta una próxima.