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miércoles, 18 de agosto de 2021

Verano para viajar

Si las bicicletas son para el verano, como nos dijera el todoterreno Fernán Gómez, el verano es para viajar (incluso al interior de uno mismo), para excursionar, salir al campo, explorar el entorno próximo y aun otros entornos y lugares en el mundo. 
Costa Vasca

El verano, que sigue siendo la estación más lírica del año, puede dar mucho de sí, y da mucho de sí si uno se dedica a visitar y recorrer espacios, tal vez también tiempos, lo que ayuda a cargar pilas. El sol es un venero de inspiración. Los días iluminados invitan a estar en mejor estado de forma. Por eso es tan importante la luz solar, que además embellece los sitios. Y procura asimismo que uno pueda hacer foticas, que siempre se agradecen como recuerdo. 

Biarritz

Este verano, como casi siempre (aun a pesar de la pandemia), se me está antojando hermoso. Y me ha permitido viajar a diferentes lugares y encontrarme con gente que realmente merece la pena. Que los afectos es lo verdaderamente importante en un ser humano ya lo había descubierto. Los afectos y la salud física, psíquica/emocional. Lo demás resulta secundario, incluso en este mundo en el que el tener está muy por encima del ser.  

A ver si algún día invertimos el tanto tienes, tanto vales, y logramos pasarnos al: tanto eres, tanto vales. Porque uno acaba siendo todo aquello que vive, que siente de verdad, todo aquello que aprende y comparte con los demás, todo aquello que ama, con lo que se emociona. 

La vida es tan breve, lo sé ahora más que nunca, que conviene sentirlo todo y de todas maneras posibles, que así es como le gustaba viajar al deslumbrante Pessoa. Viajar para sentir. Viajar para posteriormente recordar. Vivir para contarlo o contarla. Para contárselo a uno mismo y al tiempo contárselo a los demás. Qué a todos nos sirva el viaje, sea éste al interior o al exterior. Pues el interior también será exterior para quien sepa mirarlo, verlo, observarlo con detenimiento.  

Bahía de Santander

El mes de julio me ha permitido por ejemplo viajar a Asturias, Galicia y Cantabria, donde también estuviera el pasado verano pandémico, aunque en esta ocasión pude volver a Santander después de tantos años. Después de tantos años pude viajar a aquella ciudad marítima que visitara por vez primera, creo recordar, siendo un tierno adolescente. Un viaje que me permitió acercarme a la Santoña anchoera y a Laredo (poblaciones que se miran a través del espejo marino frente a frente), algo sobre lo que profundizaré (no sé si este es el término más adecuado, porque creo que no voy a hacer una inmersión marina, o sí, ya veremos) en una próxima entrada. 

Santoña

No obstante, algo conté en su momento a través del Facebook a este respecto, aunque fuera algo breve. También en el mes de julio visité el poniente astur, con Tapia de Casariego a la cabeza, que ya se ha convertido en un mapa afectivo, entre otros lugares, con el encanto suficiente como para que uno vuelva a ellos, porque, como nos recordara el Nobel Saramago, convendría visitar en verano lo que se visitara en invierno, de día lo que se hiciera de noche, etc. Y así en este plan. "En plan...", como dicen ahora, a modo de muletilla, los guajes de nuevas hechuras.  Lugares, decía, como Ribadeo, Taramundi, A Fonsagrada, Navia de Suarna... en los que uno se siente en casa.  

Castro Urdiales

Y llegó agosto, ferragosto, en esta ocasión con menos frío en el rostro, que me permitió adentrarme en el País Vasco, en concreto en la costa, incluso en la corniche y la costa francesa, a partir ya de la bella Castro, Castro Urdiales, que, aun siendo cántabra, se toca con Euskadi. Qué belleza, la costa. En realidad, las costas, la costa, que se me antoja universal, con su aroma a algas y salitre, a mar que bate sus olas. Sobre todo esto tengo intenciones de escribir largo y tendido, o breve y distendido. Ya iremos viendo, porque el verano, aun siendo lírico, también llega a su fin. Y los recuerdos comienzan a amontonarse. Y a diluirse. 

La corniche francesa

El encuentro literario en el útero de Gistredo, que celebráramos recientemente, también fue un momento memorable para compartir emociones, memoria afectiva, en torno al amor sagrado de la palabra, de esas palabras que dicen y piensan, como bien sabe la filóloga y escritora Margarita Álvarez, que estuvo presente en el evento. Gracias, Margarita, por tu buen hacer, con tus textos que rescatan la memoria de la lengua, de nuestras palabras, de lo ancestral que forma parte de nuestro acervo cultural. De esa tu Omaña  hermanada con el Bierzo. 

Duodécimo Encuentro literario. Foto. Jesús Madero

Y mi agradecimiento por supuesto al resto de participantes en este encuentro (el duodécimo), a saber, Alicia López, poeta y narradora astur-leonesa de alto voltaje, que nos dejó con un nudo en la garganta, sobre todo con la lectura de uno de sus relatos; Marisé Prieto, a quien agradezco su cariño, su hospitalidad y por supuesto su profesionalidad como profesora y escritora;

Foto de Álvarez
Dionisio Álvarez por amenizar el encuentro con sus letras poéticas y su música, con sus canciones y ese sabor a vendimia de otros tiempos en los que éramos felices y tal vez no lo sabíamos, y Camino Pastrana, joven y luminosa periodista y narradora que se metió al auditorio en el bolsillo con la magia y la emoción de sus palabras, con su presencia escénica absolutamente extraordinaria. Sin olvidarme, claro está, de la poeta y narradora Lidia Fos que estuvo arropando el acto en todo momento.

Encuentro en Noceda

Mi gratitud y todo mi cariño para ti. Para quienes estuvieron presentes y ayudaron a crear un clima que sentí realmente entrañable, entre ellos Jesús, que hizo un excelente reportaje fotográfico (te agradeceré mucho, Jesús, que me lo pases), Antonio y Benjamín, que incluso nos acompañaron en la velada, Ana y Javi, Alberto, Carlos y José Manuel, Marta y Emilio, algunos familiares, etc., etc. Siento que, gracias al afecto de tanta gente, el encuentro literario tendrá su continuidad. Ojalá. 

Los Montes de la Ermita
El verano es para viajar y encontrase con amigos. Para salir al monte, a la Naturaleza, en busca de aire puro, de sol. Tan importante la vitamina D para la salud. Y volver a aquellos lugares de infancia tatuados en la retina de la memoria. Esos mapas afectivos como Urdiales de Colinas y Los Montes de la Ermita, incluso Igüeña, que se ha convertido ya en lugar de peregrinación, o mejor dicho en un sitio de relax, en un punto gastronómico (ahí están Roberto y su hija Estefanía, los dueños del bar restaurante Sabugo, que sirve unas viandas exquisitas y abundantes). También en Igüeña están Casa Aníbal y La playa como templos gastronómicos. güeña, con su río Boeza y su playa fluvial y su valle de Bubín, donde otrora hiciéramos un encuentro literario dedicado al Tío Perruca, me late cercano, familiar. 
Los Montes
Los Montes de la Ermita, que he podido visitar recientemente en entrañable compañía, me invita a la fabulación, como le ocurriera al director de Albares de la Ribera Chema Sarmiento, que le dedicó un mediometraje que se mueve entre lo real y lo surreal, como si nos adentráramos por la puerta del realismo mágico. 

Los Montes
"Los Montes ya no figura en el mapa como pueblo", dice un oriundo, que está pasando unos días en su casa. "Sigue sin luz, aunque sí tenemos agua corriente gracias a nosotros mismos", añade. 

De repente, me asalta la ocurrencia de que no existe un pueblo así en ningún otro país, al menos de la Europa Occidental. Con lo cual es un privilegio estar en este espacio sagrado y remoto, un escenario novelesco, como la Luvina o Comala de Rulfo. O bien el que nos muestra Julio Llamazares en La lluvia amarilla.

El Bierzo Alto, tan desconocido incluso entre los habitantes del Bajo, es un ejemplo de lo que se ha dado en llamar la España vacía y vaciada, la España desatendida, la España olvidada. Por fortuna, un rebaño de vacas con sus xatines cruzan por la vereda y colman de placer al excursionista (y por supuesto a la excursionista). Antes de alcanzar la aldea, se divisa el pico Catoute al fondo, que es todo un mirador a la hoya berciana y aun a otras tierras.

Urdiales
Por su parte, Urdiales de Colinas, al que se puede acceder desde el mismo punto al que se va a Los Montes -Urdiales a la izquierda y Los Montes a la derecha, a unos tres kilómetros antes de alcanzar el pueblo de Colinas del Campo de Martín Moro Toledano yendo desde Igüeña-, es otra aldea enclavada en las estribaciones de la Sierra de Gistredo, a la que en tiempos de infancia y adolescencia íbamos los rapaces de Noceda después de coronar el alto del Xafra. Una experiencia mística inolvidable, en alguna ocasión amenizada con la música psicodélica de los Pink Floyd. Si bien en esta reciente ocasión, realizamos la excursión en coche en compañía de Benjamín y Jesús. 
Iglesia de Urdiales

Benjamín, aun siendo nocedense, nunca se había allegado a Urdiales. Y Jesús, con su potente cámara fotográfica, tampoco había puesto los pies en esta aldea deshabitada, o mejor dicho poblada por un rebaño de vacas, aunque esta vez sólo vemos una que parece ensimismada. 

La pista de terracería hasta Urdiales no está en el mejor de los estados, salvo para todoterrenos. Y uno se pregunta, una vez más, que si Urdiales estuviera en la Europa verdaderamente desarrollada, entonces tendría un camino asfaltado o algo similar que permitiera un buen acceso. Y en manos alemanas, francesas o suizas, por ejemplo, sería un lugar conocido en el mundo entero por su singularidad, como un museo al aire libre.

Urdiales

El tan cantado turismo rural es una milonga. Aunque es cierto que algunos pueblos como Bárcena Mayor, enclavado en la Cantabria profunda, se conserva estupendamente, porque el acceso al mismo, una vez más, es estupendo. Y es que todos los sitios más visitados del mundo tienen las mejores comunicaciones del mundo... también (valga la redundancia rebuznante). 

La visita a Urdiales, en compañía de Benjamín y Jesús, resultó estupenda. Y a uno le encantó volver a esta aldea, que podría ser un magnífico escenario novelesco. Como lo es Los Montes de la Ermita. Su iglesia, restaurada, no da la impresión de que fuera la de un pueblo deshabitado y en cierto modo en ruinas en al menos una parte, porque sí que existen casas recuperadas, incluso hermosas. 

En Urdiales no encontramos ni a un alma, tal vez sólo las almas de los difuntos, que vagaron entre nosotros sin que nos percatáramos de ello. 

Urdiales

Lástima que al regreso nos topáramos con que el vehículo estaba pinchado. "Esta rueda parece que tiene poco aire". "Estas ruedas no pinchan", aclaró Benjamín.  Pero no tardaríamos en confirmar lo que suponíamos en cuanto comenzamos el descenso hacia Igüeña por la pista. La rueda delantera de la parte derecha, a medida que se iba desinflando, comenzó a dar problemas, incluso un tufo a quemado. Pero era necesario llegar a Igüeña como fuera, porque, entre otras razones, los móviles, ninguno de los tres, tenía cobertura. Y no era posible dar señales de emergencia. Ni siquiera los coches que nos seguían, ya en la carretera asfaltada, que va de Colinas a Igüeña, parecían darse cuenta de nuestro entuerto. Y acabamos llegando a Igüeña echando humo... por las orejas, es un decir. La idea inicial de acercarnos a Colinas había quedado desbaratada. 

Igüeña

Al final, sin entrar en detalles, se resolvió todo. Disfrutamos de una suculenta comida en el Sabugo, gracias a Roberto y su hija Estefanía. Y uno incluso logró echarse una breve siestecica en el mismo exterior del ayuntamiento mirando hacia la playa fluvial y el grafito del minero. Un sueñecito reparador. El pasado minero de esta tierra sigue presente. Y las ganas de este viajero por seguir recorriendo lugares continúan intactas. 

4 comentarios:

  1. Precioso y entrañable relato de tus andanzas viajeras, Manuel, por tantos lugares tan bonitos y emotivos que yo también compartiera en Urdiales de Colinas, lugar que me dejó cautivo y con ganas de volver a visitar, pero esta vez andando desde Noceda, así que ahí queda la invitación para que el próximo año se haga.

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  2. Sigue viajando que, así, lo hacemos todos contigo.

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  3. Mi agradecimiento también para ti, Benjamín. Seguiremos recorriendob espacios y tiempos.

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