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domingo, 31 de octubre de 2021

The End, libro y exposición de Cecilia Orueta en Albares de la Ribera

 Las películas de Hollywood terminaban siempre con esa expresión: The end (Fin). Fueron, de hecho, las dos primeras palabras en inglés que muchos españoles aprendimos. En los poblados mineros, donde la realidad recordaba el ambiente de las películas del Oeste que tanto se proyectaron en la segunda mitad del pasado siglo, la expresión The end pasó al imaginario popular con el halo épico y crepuscular de aquellas películas que contaban historias no tan lejanas a las de los mineros españoles.

Este trabajo fotográfico emana de ese aroma cinematográfico, de derrota de una ensoñación, que el fin de la minería ha dejado en los pueblos mineros. Una historia de 150 años ha terminado y lo que quedan son las imágenes de una película que se va convirtiendo poco a poco en ruina y en memoria...

(Cecilia Orueta, The end)

Desde que descubriera la faceta artística de Cecilia Orueta -recuerdo que fue a través del libro Elogio de la distancia. Dos miradas a un territorio, cuyas fotos corresponden a esta artista madrileña-, me siento cómplice, como ella misma me escribe en la hermosa dedicatoria de su libro The End, de sus imágenes y sus palabras. 

Con Cecilia Orueta en Albares

Aquel libro me fascinó, al igual que lo hiciera el documental rodado por Felipe Vega -al que recuerdo con cariño como profesor de la Escuela de cine de Ponferrada-, con guión del gran escritor y amigo Julio Llamazares. Y la colaboración del intrépido Yuma, que por Espinareda andará. 

El documental también se titula Eloxio da distancia/Elogio de la distancia sobre la comarca gallega de A Fonsagrada, donde estuviera el pasado mes de julio en compañía de una persona que decidió desaparecer de mi universo afectivo. 

Recuerdo, eso sí con afecto, cómo nos acogieran el fenómeno Bolaño y su hijo Adrián en su restaurante Cantábrico. Y la felicidad que parecía mostrar la mujer con la que iba, que poco tiempo después saliera zumbando como alma que lleva el diablo. ¿Qué moscón le picaría, que aún no me he enterado a día de hoy? 

Antes de la presentación en Albares

Queda constancia de este venturoso viaje en esta entrada del blog:  https://cuenya.blogspot.com/2021/07/a-fonsagrada-directa-al-alma.html

En su día reseñé Elogio de la distancia porque me parece una obra bellísima, que nos adentra en los confines de la provincia de Lugo a través de las cuatro estaciones y cuatro personas, entre ellas el hospitalario Bolaño: https://cuenya.blogspot.com/2009/11/elogio-de-la-distancia-en-el-albeitar.html 


"La distancia no sólo como concepto geográfico, sino vital y hasta filosófico", señala Llamazares, que ayer mismo estuviera arropando a su compañera de viaje Cecilia en la presentación de su libro The End, con impactantes imágenes (entre otras una que emplea el minero y escritor Zana en su libro Relatos mineros: https://cuenya.blogspot.com/2020/01/la-fragua-literaria-leonesa-zana.html), acompañadas por algunos testimonios de mineros y textos de autores, entre ellos el propio Julio de Escenas de cine mudo, sobre el final de la minería en las provincias de León y Palencia. 

La presentación fue en localidad berciana de Albares de la Ribera, donde nacieran al padre de mi madre (Antonio Robles), cuna  asimismo del cineasta Chema Sarmiento, el director de la mítica El Filandón, y del actual alcalde del municipio de Torre de Bierzo Gabriel Folgado, cineasta formado en la Escuela de cine de Ponferrada y director, entre otros, del imprescindible Paisajes interiores sobre la minería, al que le hemos dedicado alguna reseña: https://cuenya.blogspot.com/2011/04/gabriel-folgado-en-tardes-de-cine-en.html  

"La distancia es un tiempo para pensar, decía la veterinaria que recorría los montes de A Fonsagrada por su trabajo en la película de Felipe Vega, sabedora de que el tiempo es a la vez un tesoro", escribe Llamazares a propósito de Elogio de la distancia. 

Beli, Raquel y Julio

En el año de 2012 tuve la ocasión de encontrarme de nuevo con la obra de Cecilia Orueta en La Cabrera, en concreto en Quintanilla de Losada, con motivo de un encuentro sobre documentales. Y allí exponía Cecilia imágenes llenas de verdad y belleza sobre esa comarca aun remota que se nos antoja La Cabrera: https://cuenya.blogspot.com/2012/09/ii-encuentro-de-cine-documental-en.html 

Y ayer mismo, nomás, pude asistir a la presentación de este libro de fotografías sobre el final de la minería (The End), que tan de lleno nos toca, porque la minería conforma nuestro pasado emocional: https://cuenya.blogspot.com/2010/09/mineros-la-historia-del-bierzo.html

Foto: Cecilia Orueta
Un libro editado por Héctor Escobar, que también estuvo presente en el acto, el cual acaba de aterrizar en León después de asistir a la feria del libro de Frankfurt, como él mismo dijera. 

Con Noemí y Héctor

Allí nos dimos cita gentes amigas, colegas del periodismo, de la literatura, del arte, entre ellos Noemí Sabugal, que ha publicado un libro sobre la minería, Hijos del carbón, el profesor e investigador taramundés bembibrense Jovino Andina, el fiscal y diarista Avelino Fierro y su mujer Mar Astiárraga, que acompañara a Cecilia Orueta en la presentación del libro y fuera su acompañante también, como apuntadora de datos y diarista, en su recorrido por los diferentes espacios mineros donde Orueta tomara sus fotos, o el artista Sendo (amigo de la amiga común Álida Ares). 

La presentación fue introducida, cómo no, por el alcalde y cineasta Gabriel Folgado, quien figura a través de un breve texto suyo en el libro de Cecilia, y por Melchor Moreno, el concejal de cultura, que ya avisó al público asistente que para allá del mes de febrero del 22 (aún queda trecho) también presentaré en alguna de las pedanías del municipio de Torre Desde las entrañas. Y que nuestra querida amiga Yolanda de la Puente volverá en enero del 22, a petición del público, a presentar su Última estación: https://cuenya.blogspot.com/2021/10/ultima-estacion-de-yolanda-de-la-puente.html

Thesa y su madre

Me gustó charlar, antes y después de la presentación, con la Cecilia Orueta. Y por supuesto con tanta gente amiga, como es el caso de Julio Llamazares. Y ver de nuevo a Thesa y a su madre, que es por cierto familia de mi madre. Qué tiempos aquellos del teatro en Albares, Thesa. 

Fue un gran placer. Gracias Beli por la invitación al acto y a la velada. Y a ti, Raquelina, por tu generosidad. 

         

sábado, 30 de octubre de 2021

Pérdidas y ausencias

 En llegando esta época de otoño escarchado, después de un verano a todas margaritas (como dirían en México), a uno le asaltan las pérdidas y ausencias de seres humanos, sobre todo de aquellos con quienes tuvimos contacto estrecho, afectivo. Y es que, a medida que uno va cumpliendo años, se encuentra con más pérdidas y ausencias. 

El uno de noviembre (inolvidable esta fecha) mi padre, si aún estuviera con nosotros físicamente, cumpliría 93 años. Pero ese cumpleaños ya no lo celebraremos, aunque sí lo recordaremos con todo nuestro cariño, con todo nuestro amor, porque los seres humanos que nos han dejado en la vida una profunda huella emocional, reflexiva, nunca se van del todo. Están ahí como un faro que nos ilumina en la noche cerrada y oscura, cuando los espíritus saltan de una a otra dimensión espacio-temporal. O algo tal que así. 

No es que uno crea ni quiera creer en otros mundos, que ya tiene uno bastante con este, sino que tranquiliza pensar que nuestros seres queridos nos acompañan en esta senda de la vida. 

Cuesta creer que ya no volveremos a verlos como eran, tal cual. Pero a través de los recuerdos, de los sueños, los tenemos presentes. Y mi padre sigue presente, con su ausencia física pero con su presencia espiritual, con toda su energía. Y ahora, más que nunca, siento que está cerca, que está aquí mismo conmigo, con toda mi familia, porque, cuando un ser es grande -tal vez un ser divino, un dios humano, como él-, entonces siempre estará. 

En llegando esta época otoñal, con sus brumas, el crepitar de los leños en la lareira y algún sollozo melancólico de fagots, resulta cuasi inevitable no arrojar la vista atrás, evocar a quienes nos han dejado, de una o de otra forma. Incluso a quienes se han escapado en estampida por la puerta trasera, como si fueran un doble, un sosias escindido en dos personalidades opuestas, dejándonos un regusto amargo.  


Pero la vida es como es. Como río que va a dar a la mar, que es el morir. Nuestra única certeza, la muerte. Lo demás, va y viene, como las olas del mar. Tan bonitas ellas. Tan entrañadas de salitre y algas. De repente, el mar me devuelve al útero, en este caso al útero de Gistredo, con su silueta amorosa. Como si fuera el centro del universo. Que cada ser humano sitúa donde cree hallar la energía para seguir explorando el mundo a la vez que buceando en el subconsciente. En busca quizá de respuestas que no encontramos en el consciente. 


En llegando esta temporada de castañas y magostos, sobre todo en el Bierzo, a uno le da por repensar en todo aquello que hemos vivido. A quienes amamos. Quienes están de verdad con nosotros. Y en ese estar, también en ese ser, caben algunas personas que siguen dándonos su luz, su  afecto, su amor, como es mi familia, con mi madre aún presente, por fortuna, y también con algunos buenos amigos y buenas amigas, a quienes les dedico estas palabras. 

jueves, 28 de octubre de 2021

El humo de una realidad evaporada

 Fue el filósofo alemán Nietzsche quien nos habló del humo de una realidad que se ha evaporado para referirse a la civilización occidental.  El humo que aun parece resurgir de las cenizas humanas. Occidente es también un inmenso cementerio.

Da la impresión de que Occidente estuviera llegando a su ocaso. El ocaso de los dioses y las diosas. Como en su día lo hiciera el Imperio de Roma. Occidente ya tocó fondo con el holocausto, con los holocaustos, aparte de sus guerras mundiales, etc. 

"Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie", según el filósofo Adorno. 

Muchas escalofriantes páginas se han escrito después del holocausto (entre ellas las de Primo Levi, Anna Frank o el propio poeta Paul Celan, entre otros) para dejarnos testimonio del horror, de la barbarie, que unos humanos bestiales, con un grado espeluznante de perversión y psicopatía, cometieran con y/o contra otros humanos. 


Negra leche del alba la bebemos al atardecer
la bebemos a mediodía y en la mañana y en la noche
bebemos y bebemos
cavamos una tumba en el aire no se yace estrechamente en él
Un hombre habita en la casa juega con las serpientes escribe
escribe al oscurecer en Alemania tus cabellos de oro Margarete
lo escribe y sale de la casa y brillan las estrellas silba a sus
mastines
silba a sus judíos hace cavar una tumba en la tierra
ordena tocad para la danza

...

(Celan, Fuga de la muerte)

Una conversación reciente con el amigo Juan Carlos, descendiente del útero de Gistredo aunque vive en Bilbao, me hizo tomar conciencia, una vez más, del mundo espantoso en que vivimos, donde se repite la historia universal de la infamia. Por emplear terminología borgiana. La maldad, la vileza de los seres humanos, al menos de algunos seres humanos, que antes son bichejos parlantes, que se comportan como genuinos psicópatas, que se regodean en el sufrimiento, a veces tras una máscara de sonrisas y carantoñas, es algo al borde de la calle. 

No se crean ni se fíen de nada ni de nadie. Que nada ni nadie es lo que parece. Y la doblez, la falsedad, incluso el desdoblamiento de personalidad, es frecuente, aflorando el yo perverso aun en el momento menos inesperado, pudiendo arrojarte al vacío, al abismo.  

La modernidad, que al sociólogo Bauman se le antojaba líquida, con una sociedad líquida, donde también el amor es líquido, o sea, nada,  ha acabado evaporándose, como a buen seguro nos diría el pensador Ramiro Pinto. De modo que no tenemos mucho a lo que agarrarnos, aferrarnos, porque no hay nada sólido. Todo se diluye, todo se esfuma. Y de este modo resulta complicado construir algo sobre cimientos, porque la realidad se desvanece.

Otrora podíamos asirnos a algo tangible, palpable, pero ahora todo es evanescente, virtual, digital. Y eso resulta harto preocupante, porque vivimos de modo artificial, siempre en la inmediatez. A una velocidad de vértigo. El vértigo de la angustia, de la incertidumbre. Y en esa inmediatez, que procura la tecnología, en esa vida apresurada, que se vuelve de infarto, nos movemos como marionetas. Y somos incapaces de quedarnos durante horas contemplando algo, por ejemplo, las estrellas o un amanecer, porque eso podría resultarnos tedioso. Y en vez de charlar con alguien, cara a cara, preferimos hacerlo a través de una cámara web. Incluso para decir que la relación se ha acabado. Una puta locura. Todo se resuelve por la vía telemática. También nuestras gestiones burocráticas. 

Crematorios de Auschwitz. Foto: Cuenya

Vivimos en un permanente vértigo, el que procura esta vida esclavizada asimismo a las redes sociales como el Facebook, el Twitter, el Instagram... o bien al WhatsApp. Ya hemos comprobado cómo cuando se caen las redes, aunque sólo sea durante unas horas, nos volvemos majaretas perdidos. Es como si ocurriera una hecatombe. Y hasta algunos rapaces y rapazas entran en pánico. Algunos llegan incluso a la depre, con las consecuencias que ello podría acarrear. ¿Qué ocurrirá cuando nos llegue un apagón tecnológico, que podría llegar, el cual nos sumerja en las tinieblas?

Sin Internet, sin dinero, sin nada... 

Vivimos generando una ansiedad descomunal, lo que podría desembocar en patologías varias. Nos bombardean con información, con ruido, que somos incapaces de procesar, de discernir, porque no somos robots, aunque todo apunta a que acabaremos deshumanizándonos tanto que nos convertiremos en puras máquinas, autómatas que ni piensan ni sienten, insensibles al horror que se cierne sobre nosotros. Dopados día y noche. Con algunas raciones de soma, acaso para disfrutar de la eternidad y un día en la cara oculta de la luna o en alguna reserva salvaje, que antes se asemeja a un parque temático de la factoría Disney. Pongamos por caso. Se nota que uno estuvo como cast member en esta multinacional, que trata a sus trabajadores como si fueran peones de un engranaje perverso, que lo es. 

Todo parece estar a nuestro alcance, creyendo incluso nuestras mentiras. Basta con darle a una tecla del ordenador o del móvil para activar nuestro cerebro preprogramado. Nos entusiasma engancharnos a las redes porque lo que ahí pongamos nos procura una satisfacción inmediata, un refuerzo, sobre todo cuando colgamos algo que a otra gente parece gustarle, entonces es cuando se ponen en funcionamiento algunos de nuestros neurotransmisores del bienestar. Y eso nos convierte en adictos. En unos trastornados. Nos ponen al alcance de la mano caramelitos, chutes psicodélicos, que nos jamamos sin repensar ni replantearnos nada. 

Vivimos en un mundo frenético, desequilibrado, de ahí que el personal se vuelva fuera de sí. Y las patologías de la psique sean tan frecuentes. Tan brutales en ocasiones. Y para más inri lo psíquico se acaba somatizando en cánceres y demás enfermedades.

Occidente, con todo su supuesto bienestar y sus quiméricas libertad e igualdad (la fraternidad está literalmente pulverizada), se está yendo a la mierda.  Y el resto del mundo tampoco va por buen camino, porque el miedo, la ignorancia y el poder omnipotente, que ejercen las clases ricas sobre las pobres, es vomitivo. 

La realidad se está evaporando. O ya está evaporada. Por fortuna, a uno le encanta la leche evaporada. Y cada vez que pienso en esta leche me entran ganas de viajar a los Países Bajos. 

Aris el niño, por Ana López

Aris el niño

A partir del cuadro de Rembrandt Lección de anatomía, la autora compone esta narración tomando como protagonista el punto de vista del muerto, que nos cuenta, como si estuviéramos en un cuento de Rulfo, algún fragmento de su vida al igual que sus impresiones sobre el presente ante una serie de forenses y aprendices que le practican una autopsia

(Relato del Taller de escritura que imparte Manuel Cuenya
en la Universidad de León)

ANA LÓPEZ

Ocho pares de ojos me observan. Dieciséis pupilas, con sus miradas penetrantes clavadas en mi brazo derecho. Algunos ojos parecen flipados, con el asombro propio de quien se enfrentara por primera vez a la muerte. Si es que la muerte siempre nos sigue impactando por más que nos hagamos los tontos. Algunos ojos me miran en verdad con estupefacción. Aunque alguno hay que también me mira como si no fuera con él la cosa. Si es que en la mirada se refleja el ser. Que ya me ven a mí como si hubiera dejado de mirar.

Dicen que son cirujanos, y encima famosos. No sé yo. Quien más me sorprende es el tipo del sombrero, creo es el más famoso de todos. Me parece fatal que no se descubra ante un cadáver. Vaya falta de respeto. Mientras yo estoy aquí, desnudo, sintiendo un frío atroz. Y eso que me han colocado sobre una cálida mesa de madera, que también podrían haberme puesto sobre una lápida de mármol de la morgue. Y allí sí que estaría bien refrigerado.

El cirujano del sombrero, al que sus colegas llaman el doctor Tulp, ha aplicado el bisturí y ha comenzado a diseccionar sin piedad mi brazo izquierdo. Me lo tiene hecho un asco. Ahora está mostrando al resto mis nervios y tendones, dándoles un montón de explicaciones a esos otros medicuchos, que parecen escuchar con gran solicitud.


Creo que en estos momentos me está subiendo el ego, porque nunca antes nadie me había dispensado tanta atención. La verdad es que están pendientes de mí, como si también fuera un famoso. He de reconocer que en cierto modo le estoy un tanto agradecido a este doctor, porque, en lugar de eviscerarme como suelen hacer siempre con los cadáveres en sus lecciones de anatomía, se ha dedicado a mi brazo, aunque podía haber tenido la delicadeza de preguntarme si eso me causaba dolor.

Ahora me percato de que voy a ser famoso. Con el rabillo del ojo veo a mi derecha a ese pintor jovenzuelo al que llaman Rembrandt, al que auguran un futuro prometedor. Recuerdo verlo por los barrios de mala fama que yo frecuentaba en Ámsterdam, pero no se inquieten, que no les contaré qué tantas cosas me traía entre manos. Bueno, sí deseo decirles que Ámsterdam es una ciudad que me apasiona, o me apasionaba, que ahora ni adentrarme puedo en los andurriales del barrio judío, y tampoco puedo rondar a las chicas que asoman sus encantos al puerto. Qué pena, ay, que no pueda moverme de este sitio.

Observo que Rembrandt –un pintor prometedor, perdón, esto ya lo dije, se me va la cabeza- está pintando un cuadro y supongo que me estará retratando también a mí. Eso desearía, en todo caso. A ver si a partir de ahora voy a pasar a la posteridad junto a estas eminencias. No estaría nada mal, sobre todo después de haber llegado aquí tras haber sido ahorcado, tras haber ejercido eficientemente mi profesión de ratero durante muchos años, sólo que en esta ocasión el atraco fue a mano armada y, desgraciadamente, me pillaron a aquel día en los alrededores de la plaza Dam. Atraco, detención, juicio, sentencia y ejecución, todo en el mismo día. Así de bien funciona la justicia en este país. Y eso que aseguran, algunos listos, que esta es una ciudad liberal.

Me habían contado algunos cofrades del hampa de la fechoría -algunos de los cuales me acompañaban de vez para robar cadáveres que luego son utilizados en prácticas médicas-, que este doctor Tulp hacía este tipo de disecciones con ejecutados en un teatro, con espectadores que pagaban por contemplar su exhibición. Yo nunca lo había creído. Pero sí, ahora percibo que, en medio de la oscuridad, se mueven y brillan unos puntitos que deben de ser otro montón de ojos curioseando. Me siento desconcertado. Eh, vosotros, mirones, voyeurs de medio pelo, que hacéis contemplando, con esos ojos desorbitados, a un pobrecito como yo, que lo único que hice en mi vida fue tratar de sobrevivir en este mundo hostil, terrible.

Creo que me ha llegado la hora de descansar y dejar que mis sueños se cumplan algún día. Mientras tanto, permítanme que me despida y me presente al mismo tiempo:

“Me llamo Aris Kindt, o sea, Aris el Niño”.

La fragua literaria leonesa: Cony Salomón

 

LA FRAGUA LITERARIA LEONESA

Cony Salomón: "La narrativa de Llamazares me cala por su sencillez casi poética, con cierta melancolía"

La autora, que estrena el libro 'La voz de la memoria', lamenta que "estamos perdiendo el sentido del humor, la chispa de la vida".

Cony Salomon escritora libro
La escritora Cony Salomón.
Manuel Cuenya | 28/10/2021 - 10:09h.

La narradora leonesa Cony Salomón, autora de libros como '(Des) enlaces' y 'La voz de la memoria', está en la actualidad trabajando en una nueva creación literaria. Y para finales de año está prevista la publicación de una nueva obra suya, que ya está rematada y prologada.

Niño ausente

Era un niño ausente, con la mente perdida en ninguna parte.

Un día recibió un beso.

En aquel momento, empezó a pensar con normalidad y su espacio se llenó de risas y juegos.

Cony Salomón, '(Des) enlaces'.

"Creo que estamos perdiendo el sentido del humor, la chispa de la vida... Hemos soltado de la mano ese niño que todos llevamos dentro, por eso mis relatos suelen tener un toque de ironía", precisa la narradora y actriz Cony Salomón, a quien conozco desde hace tiempo porque asistió a un curso de escritura creativa en la Universidad de León, uno de esos cursos de extensión universitaria que imparto desde hace años.

En este sentido, cree que los cursos de escritura son de una gran ayuda para adentrarse en la creación literaria, clarificar dudas, y pulir los textos, sobre todo cuando se comienza a escribir.

"El primer curso que realicé fue impartido por Sara Rosenberg en el MUSAC", matiza ella, convencida de que sus facetas como actriz y narradora oral están interrelacionadas de un modo estrecho con su labor como autora de libros.

(Puedes seguir leyendo esta fragua en ileon.com, en este enlace: 

https://www.ileon.com/cultura/conciertos/123244/cony-salomon-la-narrativa-de-llamazares-me-cala-por-su-sencillez-casi-poetica-con-cierta-melancolia)

miércoles, 27 de octubre de 2021

¿Qué es la literatura, la escritura creativa y para qué sirven?

 Plantearse estas cuestiones tiene su miga. Como si de un pan recién horneado se tratara. A uno le gusta indagar en el tema, aparte porque hoy mismo impartiré una clase. Y necesito aclarar las ideas. Lo cierto es que, cuando uno escribe, cuando uno plasma algo por escrito, resulta más fácil. 

La literatura, si es tal, podría convertirse en un arte. Porque una gran parte de la llamada literatura actual no es más que mercadería. O algo tal que así. Un entretenimiento. En el fondo, casi todo se ha convertido en un modo de pasar el rato. Todo se vuelve urgente, inmediato, para usar y tirar. Puro consumismo. 

Vivimos una época de pensamiento plano, ramplón, lo que obedece a que articulamos un lenguaje gastado, trillado, mediatizado. Y lo deseable sería darle vida a las palabras, revivir el lenguaje, lograr un pensamiento crítico a través de las palabras, del lenguaje. 

Jemaa el Fna

La literatura debería ser, sí, un arte, el de la expresión verbal, de la palabra no sólo escrita sino también oral, habida cuenta de que las primeras obras literarias fueron concebidas para ser cantadas y/o recitadas, dichas viva voz, poniendo en práctica la llamada prosodia, que nos enseña la pronunciación y la acentuación correctas. 

En este sentido, cobra importancia la literatura oral. Y en la provincia leonesa sabemos algo de esto a través de los filandones, que, con el transcurrir del tiempo, se han ido perdiendo, al menos como eran en su estado primigenio. Aunque sí recuerdo aquellos filandones que se hacían, por ejemplo, en la Facultad de Educación de la Universidad de León, que organizara el bueno de Justo Fernández Oblanca, que desafortunadamente falleció ya hace años. Aquellos filandones en los que el villafranquino universal Antonio Pereira era todo un maestro. Un excelente contador de historias, con su retranca galaica, con su precisión lingüística, con su memoria y su fabulación prodigiosas.  

Memorables son también los cuentacuentos que cada día se narran, al calor de unas lámparas de petróleo, como si estuviéramos en un cuento de las mil y una noches, en el corazón de la plaza Jemaa el Fna de Marrakech, que el escritor Juan Goytisolo, buen conocedor del mundo árabe, pusiera en valor hasta el punto de que esta increíble plaza fuera declarada por la Unesco Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. 

En la Jemaa el Fna

A menudo nos planteamos si la literatura debería hacer hincapié en la realidad o bien trascenderla de modo que pudieran crearse (verbo metafísico) o construirse mundos de ficción. Prefiero quedarme con el verbo construir, que nos aproxima más y mejor a lo tangible. Construir con palabras, que nos lleven a imágenes. Palabras que se conviertan en imágenes poderosas, imágenes bellas. La estética de lo sublime. 

En todo caso, lo que se cuente, aunque a priori pudiera resultar disparatado, tendría que ser verosímil, creíble. 

Cuenta el gran Julio Llamazares en su obra Escenas de cine mudo, que nos adentra en su mundo de infancia en blanco y negro, en concreto en Olleros de Sabero, que "toda novela es autobiográfica y toda autobiografía es ficción", porque a menudo uno escribe sobre lo que sabe o cree saber, sobre lo que conoce de primera mano, incluso sobre aquello que a uno le han contado (de ahí la importancia de la memoria no sólo individual sino colectiva). Y cuando uno desconoce algo, pues se lo inventa, lo fabula, lo transforma, como un mago, en ficción. 

En todo caso, la verdad no está reñida con la ficción. Sea como fuere, la memoria individual tampoco es fidedigna. Y uno recuerda sobre todo aquello que ha quedado grabado a fuego en su retina, en su alma. Por eso es tan importante la memoria afectiva.

La literatura debe contener vida, eso me parece esencial, aunque resulte harto importante la estética, el estilo, la forma, el modo en que se construye una historia, de forma que resulte inteligible a los posibles lectores/as. Y hasta pudiera llegar a emocionarles, incluso hacerles reflexionar. 

Según Aristóteles (volvamos a releer su Poética), conceptos como la mímesis (también la catarsis) están presentes en la literatura. Pues la mímesis es la imitación de la naturaleza que en la estética y poéticas clásicas conforman el núcleo del arte. Y la catarsis vendría a ser como una liberación de los recuerdos y aun una purificación de los sentimientos, de las pasiones. La función catártica, incluso terapéutica de la literatura, se me antoja clave. 

Haciendo un breve repaso histórico, cabe señalar que hasta el Siglo de Oro la literatura era designada como poesía, cuyo origen se halla en el término griego poiesis, entendido como proceso creativo o constructivo. Ese paso del no ser al ser, del que nos habla Platón en El banquete. Una forma de conocimiento y al mismo tiempo una forma lúdica. El mundo de la poesía, que es ritmo y musicalidad, se asemeja a la música y también al cine.

La literatura se convierte, a partir del siglo XVIII, en un medio de expresión. Y en el siglo XIX, con el Romanticismo, el literato se destapa como un visionario, tal vez porque se adentra en la condición humana para explorar ese mundo oscuro de la subconsciencia. 

Me apasiona tanto la idea del semiólogo Barthes como del premio Nobel Gabo acerca de la literatura. Para el francés la literatura sería la práctica de la escritura. Extraordinario. Y para el autor de Vivir para contarla un buen curso de literatura no debe ser más que una guía de buenos libros que se deben leer. De modo que la lectura y la escritura son esenciales a la hora de encarar la literatura.No hay, creo, otro modo de hacer una inmersión en este proceloso mar.  En este sentido, la escritura y lectura están íntimamente relacionadas. De modo que no se puede escribir sin leer. La lectura como algo activo, según nos cuenta Umbral en su imprescindible Mortal y rosa. 

La escritura podría ser una estupenda receta médica, psíquica, para nuestra mente, para nuestra memoria emocional, porque a través de la escritura, del arte, podemos entender más y mejor quiénes somos y en qué mundo vivimos. 

Tanto la lectura crítica, analítica, como la escritura, nos ponen en contacto directo con nuestra memoria, la semántica, la afectiva. Y podrían servirnos para combatir o atenuar las patologías de la memoria. Recordemos que la memoria también puede ser una fuente de placer y convertirse en caudaloso manantial de inspiración/transpiración literaria. Incluso, mediante el ejercicio de la memoria, pueden generarse nuevas conexiones sinápticas. 

Lectura y escritura nos sirven para entrenar la mente. Para comunicarnos mejor. Para vivir de un modo más intenso. Para recordar más y mejor. Para sentir más y mejor. Para potenciar nuestras emociones, nuestros sentimientos. Para desarrollar nuestra sensibilidad y percepción, para potenciar nuestra capacidad de observación, nuestro sentido intuitivo, una forma de profundizar en nuestra sensorialidad, plasmando con palabras los diversos sentidos: la vista, el oído, el tacto, el gusto, el olfato. Sentir a través de nuestros sentidos el mundo que construimos con palabras.

Vivir construyendo, con la escritura, con la lectura, es como una vuelta a la vida.


martes, 26 de octubre de 2021

Depresión, bipolaridad y otros trastornos

 Que vivimos en una sociedad desquiciada es un hecho palpable. Y la pandemia, que aún arrastramos, seguirá causando estragos entre nuestra población. Una modernidad líquida, como apuntara el sociólogo Bauman. O una sociedad incluso evaporada, como nos sugiere el bueno de Ramiro Pinto. 

El propio Erich Fromm nos habló, ya en los 50 del pasado siglo, de que la sociedad occidental estaba perturbada, y que este desequilibrio amenazaba a la supervivencia de la especie humana, humana-animal, me atrevería a subrayar.  

En cualquier caso, nos movemos entre el capitalismo, que es todopoderoso y pulveriza cualquier significado, y la esquizofrenia. Como ya pronosticaran los pensadores Deleuze y Guattari. En esas andamos. 

La esquizofrenia como escisión, como herida. Y una forma de interpretar la realidad a través de delirios (con pensamientos confusos y creencias irracionales) y alucinaciones (con falsas percepciones de los acontecimientos en ausencia de estímulos externos). Conviene aclarar lo de la ausencia de estímulos externos para no confundirlas con las ilusiones ópticas. 

Los delirios, de todo tipo, y las alucinaciones, en sus diversas apariciones, a veces terroríficas, nos presiden, incluso en situaciones de duelo. 

Esta misma semana me tocará hablar, a mi alumnado, de temas psicológicos. Y este es un buen tema para tratar habida cuenta de la encrucijada que llevamos viviendo a raíz de la pandemia, que tanto miedo e incertidumbre ha desatado entre nosotros, pobrecitos mortales. 

Aparte de la esquizofrenia, la depresión, que está íntimamente ligada a la ansiedad, es otro de los trastornos más frecuentes, que afecta a más de 350 millones de personas en el mundo. Y obedece a múltiples factores, entre ellos, personales, sociales y genéticos, aunque también interviene poderosamente la bioquímica de los neurotransmisores y hormonas (todo un capítulo apasionante).


La depresión, otrora conocida como melancolía, también resulta demoledora. Con su tristeza patológica. Y todos los síntomas asociados a la ansiedad. El vértigo de la angustia. 

Lo curioso y hasta sorprendente es que la depresión en ocasiones, cuando se trata de un trastorno depresivo mayor, se muestra asociada a síntomas psicóticos. Y ahí que entronca de lleno con un trastorno afectivo bipolar, antiguamente conocido como psicosis maníaco-depresiva, que se caracteriza por fluctuaciones notorias en el humor, en el estado de ánimo, el pensamiento y el comportamiento. Una bomba de relojería, o sea. 

La bipolaridad resulta brutal, no sólo en quien la padece sino en  quienes tienen un contacto directo y estrecho con quien la sufre, porque a menudo, salvo que a la persona afectada se le procure un tratamiento psicológico y aun farmacológico, no es consciente de ello y actúa como si nada ocurriera. A menudo, este tipo de psicopatías pasan desapercibidas, o permanecen enmascaradas, llevando vidas en apariencia normales, aunque sepamos que las apariencias a veces más ocultan que desvelan esencias. Se trata de una psicopatía que se ha dado en llamar integrada. Incluso este tipo de personas, tras su egolatría y narcisismo, podrían resultar encantadoras. 

No siempre es lo que parece. Por eso, conviene analizar una y otra vez la realidad, incluso la irrealidad o la ficción, con el fin de desentrañar lo que se esconde, lo que se oculta, lo que puede revelarse como algo horrible. ¡El horror, el horror!, del que nos hablaba Conrad en su El corazón de las tinieblas, a través de la voz del coronel Kurtz, que luego adaptaría a la gran pantalla Coppola bajo el título de Apocalipsis Now. 

El tema del doble en la literatura (además de en el cine) es abundante, desde Jeckyll y Hyde de Stevenson o El retrato de Dorian Grey, de Wilde, pasando por William Wilson de Poe hasta El Horla, de Maupassant o Aura, de Carlos Fuentes, entre otros muchos. O bien Vértigo, de Hitchcock, donde la protagonista es transformada en un doble de sí misma. 

Según Freud, el doble es uno de los grandes ejemplos de lo siniestro en la vida cotidiana. Y tema recurrente en la psique. Lo siniestro como algo que no logramos descifrar porque nos resulta incomprensible, fuera de toda lógica y racionalidad. 

65 y un sorpaso de nosequé, por Jose Fernández

 65 y un sorpaso de nosequé

 
El autor nos obsequia con este texto reflexivo, aderezado con el buen
humor, que tanto nos hace recordar al greguerístico Ramón Gómez de la Serna, como cuando nos dice que ‘sorpaso’ le suena a una monjita curvada por el dolor y la soledad paseando paso a paso, para adentrarnos en la política reciente de nuestro país, que, a tenor de lo que se nos relata en este ‘65 y un sorpaso de nosequé’, tiene mucho de sainete 

(Relato del Taller de escritura que imparte Manuel Cuenya
en la Universidad de León)

FRANCISCO JOSÉ FERNÁNDEZ


Envidia me dan aquellos que la noche del 20 de julio de 1969, pegados a los transistores o a las pantallas de aquellos primeros televisores, escucharon y vieron en blanco y negro cómo la misión norteamericana Apolo 11 colocó a los primeros hombres en la Luna: el comandante Neil Armstrong, tras pisar el satélite, dicen que dijo: “este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad”. Sin duda aquella noche -que yo no pude vivir ya que era muy pequeño- fue relevante para la humanidad y sin duda es comparable a lo acontecido esta pasada noche  en nuestro país: El escrutinio de las elecciones madrileñas. Todos estábamos pegados al televisor, dependiendo de nuestras preferencias en uno o en otro grupo mediático, los días anteriores nos habían bombardeado con encuestas y sondeos en los que ya daban como posible ganadora a esa jovencita de capital que mira por encima del hombro a los de provincia, y que llegó a los más altos peldaños de la comunidad madrileña poniéndole posturitas y voz al perro de su antigua jefa en las pestilentes urdimbres sociales. Atónitos quedamos cuando vimos cómo le daba una patada en los mismísimos a las empresas demoscópicas que le daban como máximo 61 escaños y al final se llevó de calle los 65 escaños.


 Esta señora, igual que los rebeldes el día 16 de octubre de 1793 en París, se subió al patíbulo colocado en la Grand Place y, aunque no tuvo que accionar la guillotina, como antaño ocurrió en las revueltas parisinas, para cortarle a María Antonieta la cabeza -si bien esa noche rodaron algunas-, desde lo más alto del tablao enarboló la bandera y gritó a los cuatro vientos LIBERTÉ. A diferencia de los gabachos, la EGALITÉ y la FRATERNITÉ  las guarda para cuando tenga que subir en el escalafón del comité ejecutivo de su partido político.

 Al 65% del escrutinio, en el programa que estaba viendo un paisano encorbatado con cara de pocos amigos y en la que plasmaba una semisonrisa de medio lado, dijo un “nosequé de un sorpaso” de los nuevos de izquierda sobre otros, los históricos de izquierda también. A mí el sor-paso me suena a una monjita curvada por el dolor y la soledad paseando paso a paso, lentamente por el lateral en donde da el sol en el pétreo claustro del convento en donde espera plácidamente reunirse con su creador, pero, por lo visto, es otra cosa, algo así como chincha rabincha, que viene a decirnos que he sacado más votos que tú, eso sí,  acompañada de una pedorreta y una peineta políticamente incorrecta.

 Por cierto, ¿habéis visto pasear por calles o plazas a alguien, supongo que vestido de negro, con un pasamontañas calado hasta los hombros y con un KalashnikovAK47 colgado del hombro? Porque sin duda es así como me imagino a la casta.

Algunos partidos se crearon para combatir esos estereotipos de “político caduco en blanco y negro”, parecían diferentes y hasta  ilusionaron a una sociedad que pensaba, que piensa, que las cosas pueden ser de otra manera porque lo que pasa en el mundo nos hace ver las cosas de otra manera. Uno de esos partidos, que emocionó a la sociedad, no fue capaz ni de vender una naranja, ni tan siquiera de colocar al líder de la zona, otro de los partidos hiperdemocráticos que emocionó con sus discursos de igualdad esa noche, antes de finalizar los escrutinios, sobre la media noche, su líder, tras un estético atril, con lágrimas en los ojos y mirando a cámara, escribió su epitafio con frías letras de mármol “ME PIRO VAMPIRO”, lo cual expuso al personal presente, culpando de la situación a la casta, al casto y al caste. A ese yo le diría, desde mi humildad, que la dimisión es una decisión como otras tantas que uno puede tomar cuando tienes las riendas de un proyecto y te sale torcido, pero lo de las lágrimas, como dice mi amiguete Matías:¡A la política y a la guerra hay que ir llorado de casa! Porque si no lo haces así, las lágrimas te empañan los ojos y no ves por dónde vienen los cañonazos.

 En una nueva conexión, un escuálido reportero nos muestra la sede de otro de los partidos que se había presentado a las elecciones, uno que va de verde, pero me temo que ese verde no es por la defensa incondicional del medio ambiente, ni por una lucha titánica contra el cambio climático, ni tan siquiera por salvaguardar los acuerdos de Kioto. Ante las cámaras, todos daban saltitos en la sede de su partido porque uno de los puntos fuertes de su programa electoral había sido luchar incondicionalmente para crear nosecuantosmil puestos de trabajo y ese mismo día habían empezado con esa ardua labor, colocando a uno más de los suyos en la asamblea madrileña, “España va bien y Madrid por encima de la media”, vino a decir.

 En fin, una noche que pasara a anales de la historia, unos ganaron, otros no perdieron, otros se perdieron, alguno que otro no llegó y otros no tenían que haber venido.

 Pero lo que nadie, nadie, nadie le puede criticar a esta señora es que la cerveza, como mejor sabe, es fría, en compañía de amigos y, como tapa unos berberechos de las rías gallegas.