Yolanda de la Puente, que escribe para sentirse viva, tal vez porque la escritura resulta catártica en sí misma, incluso terapéutica, nos presentó en la tarde de ayer jueves su novela Última estación. Y uno tuvo el placer de acompañarla en la cafetería del amigo Suso, que se halla en el museo de la Energía de Ponferrada. Comenzamos un poco más allá de las 19h, aún con un sol espléndido.
Mereció la pena estar presente en la mesa con esta narradora leonesa, porque se merece todo el apoyo habida cuenta de que nos ha obsequiado con una obra escrita con alma y técnica, de una forma cinematográfica, cuya escritura es muy visual, según ella misma. Sea como fuere, creo que la escritura debe contener vida. Y, en la medida de lo posible, hay que devolver vida a la literatura. De lo contrario, podría quedarse en algo artificial, sin sustancia.
A través de un narrador en tercera persona del singular, un narrador digamos que lo sabe todo, Yolanda nos cuenta una historia trágica, como fuera el accidente de tren acaecido un 3 de enero de 1944 en la localidad de Torre del Bierzo, en concreto en el túnel número 20, que el régimen franquista intentó ocultar por todos los medios.
"El dictador había censurado la noticia más brutal e impactante ocurrida jamás en la historia del ferrocarril del mundo", escribe la autora de esta Última estación.
Partiendo de esa realidad, pues su autora realizó una gran labor de documentación e investigación, construye, con destreza, la psicología de diversos personajes como la berciana María Encina e Ignacio (que son en verdad los protagonistas de la historia), aunque la novela sea coral porque también tienen peso personajes como Almudena, Mercedes, Emilio (el juez de Ponferrada), el Coronel Briz, el sacerdote Antonio Romo... el Teniente Buendía, entre otros, adentrándonos en los bajos fondos de la condición humana, en la que aflora el lado más oscuro, sobre todo en circunstancias adversas. Y eso es lo que, en mi opinión, se me hace extraordinario, al tiempo que nos hace reflexionar acerca de las grandes cuestiones que nos preocupan: "La flexibilidad... reside en dejar atrás todo lo que nos empeñamos en mantener a pesar de no estar reservado para nosotros"... "La costumbre es el mayor enemigo del hombre; y no todos los cambios tienen por qué ser a peor"... "Nadie es dueño de su porvenir, sino de sus actos"..."El amor no es solo follar, también es dormir ahogado en el aliento del otro..."... "El problema no está en Nueva York o en Ponferrada, sino en nosotros mismos. Hemos vivido cosas demasiado terribles como para poder ser felices en alguna parte. ¡La felicidad, otro cuento chino como la democracia! Dime: ¿a quién conoces feliz? ¿Y libre?", escribe Yolanda, que emplea el recurso de Ana Karenina, de Tolstoi, como hilo conductor de lo que ella misma nos relata en su novela, acaso como un paralelismo entre el personaje de Almudena y la propia Karenina.
Última estación se nos revela como un viaje de ida y vuelta -un viaje también iniciático, sobre todo para María Encina, un personaje redondo en el sentido de que experimenta una transformación-, ambientada en una “España de posguerra, de miseria y negrura, donde los niños morían de hambre”, un país con frío y miedo (se palpan en el ambiente), donde aparece el Bierzo como "un lugar especialmente oprimido por el nuevo régimen", por esa comarca leonesa refugio de maquis (un recuerdo especial para Ferradillo), ese régimen que no permite otra cosa que ser fascista y católico, como nos aclara Yolanda de la Puente. Inolvidable la magnífica novela Luna de lobos, de Julio Llamazares, sobre los combatientes republicanos que tuvieron que esconderse en las montañas leonesas en los años inmediatamente posteriores a la Guerra Incivil.
Yolanda nos contó varios entresijos de su novela sobre todo después de que algunos asistentes al acto, entre ellos Fernando y Carmen, el paisano y amigo Luis Nogaledo y el escritor Ruy Vega, intervinieran haciendo algunas preguntas.
Última estación, que está estructurada en tres partes, nos habla de este terrible accidente pero también nos introduce en dos mundos, claramente diferenciados, por una parte, un mundo de posguerra frío y miseria, como ya había dicho, y por otra en un Madrid glamuroso, ese que nos muestra con sus restaurantes, cafés y hoteles míticos como el Lhardy, el Chicote o el Ritz.
En la primera su creadora nos presenta horas y minutos antes del accidente, además del accidente, en toda su brutalidad, y después del accidente. En una segunda parte muestra ese Madrid de 1948, que "olía a violetas y a churros, a Varón Dandi mezclado con café...", además de una Ponferrada en la que proliferaban los burdeles y también algunas referencias a Nueva York, "en Nueva York, todo aquel que se precie de ser alguien, debe hacer terapia con un psiquiatra. Son unos snobs". Y, para finalizar, nos relata una tercera parte breve e intensa, que resulta conmovedora, impregnada por el amor/desamor entre María Encina e Ignacio, que Yolanda de la Puente dedica al viaje de vuelta de la berciana María Encina el 3 de enero de 1949 en el tren correo 421 de Madrid a Torre del Bierzo, su tierra natal.
Y ahora os invitó a que hagáis un recorrido por las páginas de Última estación. Me alegra compartir con vosotros, y por supuesto con Yolanda, esta tarde otoñal, que da la impresión de que oliera a primavera.
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