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viernes, 22 de octubre de 2021

Qué queda de aquella vendimia…

Un placer el poder prologar este libro del poeta y cantautor berciano Dionisio Álvarez, que estuvo en el Encuentro literario que hicimos en el útero de Gistredo este mismo año, en agosto.  

Conozco a Dionisio Álvarez, el autor de Qué queda de aquella vendimia… desde hace tiempo, aunque no nos hayamos visto en tantas ocasiones.

Recientemente, con motivo de su libro, hemos vuelto a vernos. Y Dionisio me ha parecido una persona que transmite calma, serenidad, esa ataraxia, tan propia de los filósofos estoicos, y tan esencial para vivir en este mundo frenético.

Dionisio transmite esa ataraxia, que también se deja traslucir en los versos de su poemario, porque acaso uno sea nomás el reflejo de lo que escribe. La escritura como un modo genuino de conocerse a sí mismo y por ende al resto de congéneres. Dime qué escribes y cómo escribes, y te diré cómo eres. Dionisio, en su reciente libro, nos transmite serenidad y bondad en medio de este tiempo de soledad en que vivimos los seres humanos, cada cual en su compartimento estanco, como a buen seguro nos diría el filósofo Ortega y Gasset, o bien en nuestra caverna, como quizá nos dijera el filósofo Gustavo Bueno, porque Dionisio, que también compone canciones, nos invita a compartir lo bueno, “haciendo la vida fácil” en un tiempo otoñal que nos devuelve a la época de la vendimia, habida cuenta de que este creador berciano siente querencia, incluso añoranza, por otra estación, “en que los valles se cubren de una amplísima paleta de colores, cual arcoíris cromático”, esos valles del Bierzo por los que transitan los peregrinos con destino a Compostela.


“¿Qué queda de la vendimia/ aquella que realizábamos/ entre familia, amigos y vecinos?”, se pregunta él, que aboga por lo esencial, desechando lo inútil, lo innecesario, dispuesto a cantarnos, con su guitarra, bajo una luna llena que alumbre nuestro camino. Dispuesto, por supuesto, a cantarnos una alegre melodía, con la esperanza de que la paz se haga realidad en el mundo, con el ferviente deseo de que cesen las luchas y acabe imperando la fraternidad. Ojalá así fuera. En todo caso, ilusionémonos leyendo esta obra, que nos alienta con su canto a la vida, esa vida que se nos ha dado como regalo, qué vaya obsequio tan estupendo. Esa vida que nos enseña, asimismo, el valor del amor, tal vez ese “que brota/ con una dulce sonrisa”, porque “solo cuando amamos desde el latir del alma,/todo se magnifica y hasta se hace más grande”, poetiza Dionisio.

Después de la lectura de Qué queda de aquella vendimia… uno siente unas ganas inmensas de salir al campo, a la naturaleza, a darse un paseo por entre ese vergel que asoma bajo el monte Pajariel, contemplando al tiempo, como en un estado de extasiada felicidad, la belleza universal que fluye a través del río Sil.

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