Después de leer y aun releer ese relato titulado “Luvina”,
cuyo autor es el extraordinario Juan Rulfo, a uno la da la impresión de estar
oyendo el silencio sepulcral de los muertos en el útero de la Sierra de
Gistredo, cerca, muy cerca de las colinas y los montes del Catoute. Escribe de
tu pueblo y lograrás ser universal, nos dijo Cervantes, que sin duda hizo que
La Mancha fuera universalmente conocida.
Luvina es, pues, tan universal como lo
pueda ser La Mancha. Y el Bierzo Alto es probable que algún día se parezca aún
más, si cabe, a Luvina. “-Por cualquier lado que se le mire, Luvina es un lugar
muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde
anida la tristeza...”.
Luvina se nos presenta como un lugar en el que uno puede
ver la tristeza a la hora que quiera. Un lugar en el mundo, que bien podría ser
cualquier pueblo o aldea del Bierzo Alto. Un lugar fantasmagórico habitado por
las ánimas y los viejos a los que ya no les queda ni una pizca de esperanza en
la mirada, en ese mirar vago e impreciso, que parece querer decirnos que la
vida no es interesante ni intensa, ni siquiera hermosa, una vida acaso
malograda, una vida de silencio, un silencio que se puede cortar con el
cuchillo de matar los gochos, un silencio que hasta se puede probar cual si
fuera un trozo de carne, una víscera en medio de la desolación y el páramo
apagado de las tinieblas.
Luvina tiene ese aire que semejan tener todos esos pueblos
del Alto berciano en los que el tiempo es muy largo, casi eterno, y donde nadie
parece estar dispuesto a llevar la cuenta de las horas, ni a nadie le preocupa
ya cómo van amontonándose los años, uno tras otro, como si el tiempo se
estirara más allá de cualquier agujero negro en la negrura espacial de todas
las dimensiones conocidas. Los días transcurren sin más, y las noches
invernales se vuelven eternas. Y durante el verano, esa estación que colorea el
ambiente y hace que nos sintamos un poco menos tristones, los viejecitos se
sientan en el umbral de la puerta, debajo del corredor, a la sombra, y se
quedan contemplando la quietud, como si estuvieran viviendo siempre en la
eternidad. “Porque en Luvina, como en casi todos los pueblos del Bierzo Alto,
viven los puros viejos... y los niños que han nacido allí se han ido...”. Ya no
nacen niños. Y los que nacen, apenas les clarea el alba y ya son hombres.
Los místicos solían (y aún lo hacen) retirarse a "lugares muy tristes". Lo hacen para encontrar respuestas donde nadie las busca. Pero hay ciudades y comarcas infinitamente más tristes que el Alto Bierzo. Por lo menos en tu tierra la gente es hospitalaria y comunicativa con el forastero. Eso nunca podrá generar tristeza.
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Amo mi tierra, claro, pero sólo trataba de reflejar una percepción.
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