Desempolvo este artículo, que escribiera hace años para Diario de León.
Raúl Guerra Garrido
“El escritor supo que aquel sería su último viaje”, así
arranca esta espléndida novela, que transforma la velocidad/ficción en
realidad, y el recuerdo de la realidad en inventada memoria de la realidad. Es
algo así como el Voyage au bout de la nuit de L. F. Céline. Un viaje al fondo
de la oscuridad, al fin de la noche.
Un paseo en globo por el amor y la muerte.
“Le toqué un muslo y
la muerte sonrió”. Es éste un viaje de introspección, aunque el narrador nos
diga que el recurso memorialístico es un viaje interior que no va a emprender,
y lo autobiográfico es el primer síntoma de impotencia, algo que desprecia,
porque el protagonista de esta novela -insiste- no es su álter ego.
Sospecho
que no son necesarias tales justificaciones. Por lo demás, a este menda no le
parece que lo autobiográfico sea síntoma de impotencia. Sólo hay que pasearse
por algunas páginas de Automoribundia, de Ramón Gómez de la Serna, por ejemplo,
para darse cuenta de su potencia autobiográfica. O bien, uno puede
principiar recorriendo las sendas de Bukowski
y Henry Miller.
El otoño siempre hiere es un viaje
de reflexión, decía, en el que brotan las heridas de melancolía, y se
escucha el tañido de la añoranza,
temblor del arrechucho, campanadas de la Quinta Angustia, conmovedora misa de
difuntos. Es como si uno estuviera escuchando el Réquiem de Mozart en el
Catoute. Un viaje en el que aparece el Bierzo -según el autor- como un valle
donde toda irrealidad tiene su asiento.
“De haber propuesto la anexión de
Galicia al Bierzo -se refiere a Tarsicio Carballo- hubiera arrasado en todos
los comicios”.
Guerra Garrido nos muestra un Bierzo en el que todo es posible
-no es una geografía sino un estado mental-, un lugar donde la fantasía se
cotiza en bolsa y la realidad carece de valor. Un viaje que quizá le sirva al
autor para huir de sí mismo. La literatura como la huida de uno mismo. “Me fui
como quien se desangra”, así acaba esta novela, con un final antológico, que sabe a gaucho argentino y que deja un regusto a herida
otoñal, a tinta que es sangre...
Es sabido que el regreso es la reconciliación
con lo que la vida tiene de finito, y la morriña es el sufrimiento causado por
el deseo incumplido de regresar.
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