París, Texas es una de mis películas
preferidas, entre otras muchas, claro, pero ésta tiene algo que me
cautiva, que me deja pegado a la pantalla, cada vez que la veo.
Me gusta la historia (el guion es de Sam Shepard), sus personajes (y sobre todo la
interpretación), su bella y pictórica fotografía (cuyo autor es Robby Müller), que imprime un estilo visual
único, aunque en cierto modo remite a los cuadros de Edward Hooper sobre
individuos solitarios, en ocasiones vagando hacia ninguna parte (una constante por lo demás en el cine de
Wenders, el viaje, la errancia), la música desgarradora de Ry Cooder, al
que recordamos también por Buena Vista Social Club, también
dirigida por el alemán Wenders, en este caso en Cuba, y sobre todo me apasiona
cómo está filmado el reencuentro del prota (Travis) con su mujer (Jane, que
interpreta de un modo conmovedor la diosa Nasstassja Kinski)
en un legendario peep show.
Una secuencia que, por sí misma, ya sería suficiente para hacer de esta película una gran obra. Una fusión perfecta de la imagen y la palabra, lo visual (o su representación) y lo narrativo (la historia, el relato). En esta larga y portentosa secuencia vemos a Travis y a Jane hablando de su pasado y de los motivos de su ruptura. Un rodaje realizado en pocos planos, sin interrupciones en el diálogo, que es revelador, definitivo, en esa recuperación de la palabra (de la palabra incluso sanadora), por parte de Travis, mientras vemos a Jane escuchando atenta y emocionada a su ex-marido -el cual abandona a su mujer y su hijo-, con la consiguiente evolución interpretativa de Jane, que va desde la sonrisa al llanto. Una secuencia con una fuerza dramática hipnótica, que nos ayuda a identificarnos con los protagonistas de la historia, y en la que tanto las imágenes como las palabras adquieren un gran sentido. El rodaje de toda la cinta se hizo en orden cronológico, algo que no suele ser habitual en el cine, salvo en casos como éste, porque se trataba de una producción independiente, que les permitió tanto a los actores como al director una enorme libertad creativa, algo que se transluce en el metraje.
Avalada por la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1984, París, Texas es una obra maestra del cine, que nos cuenta la historia de un tipo perdido en medio de la nada, en mitad de ninguna parte, o sea bajo el sol de una América desértica, un hombre desaliñado, aunque con traje y corbata, provisto de una gorra roja, que no habla, ensimismado, autista, huido, tal vez, en busca de algo o de alguien. A lo largo del film lo sabremos. Un personaje extraño y extrañado, un vagamundo desfallecido (interpretado de un modo magistral por el actor Harry Dean Stanton), en un mundo que parece no reconocer, ni siquiera se reconoce a sí mismo, cuando se ve reflejado en un espejo. Clave el espejo, el cristal o lo acristalado, en la peli. Un personaje que se asombrara del mundo, como si lo estuviera mirando por primera vez con la inocencia salvaje de un niño (figura esencial es también el niño, su hijo).
Se trata de una road
movie con aires de película del Oeste. En cierto sentido, recuerda
mucho a un clásico de Ford como es Centauros en el desierto, algo
que reconoce el propio Wenders. En el
fondo, el director alemán aborda el clásico tema de La Odisea,
el viaje iniciático, el viaje físico por el desierto y el viaje de
auto-conocimiento que emprende Travis en busca de sí mismo, en busca de su
mujer, en busca de su hijo. La vida misma como camino infinito hacia la
búsqueda de sentido y nuestra propia aceptación o rechazo.
Más apuntes acerca de París,
Texas y Lisboa Story
París, Texas es un relato portador del mito,
puesto que habla de un personaje que adquiere la palabra portadora de sentido.
Al inicio, vemos a un personaje que no habla o se niega a hablar, tampoco
recuerda. Por tanto, carece de palabra y memoria. Sólo se encuentra cómodo en
movimiento, en su deambular. Luego descubrimos que camina en busca de su
familia, de su mujer y de su hijo, donde la palabra adquiere poder curativo.
La escena clave es la que se desarrolla en el peep show, el encuentro del protagonista con su mujer, a través de un cristal, que permite ver sin ser visto, escena de gran intensidad dramática, acentuada por la proximidad espacial y la distancia temporal que existe entre ellos.
El discurso, la narración como algo útil, el poder de la palabra en boca del marido. Y por otra parte, el poder de la imagen, que nos muestra la evolución psicológica de la mujer, en este caso interpretada por la siempre genial y hermosa Nastassjia Kinski, prodigio de actriz, que en esta película llega a bordar su papel.
En cierto modo, esta road
movie o película de carretera, cuya banda sonora corresponde al
músico Ry Cooder, es como una versión posmoderna de Centauros del
desierto de John Ford.
En Lisboa Story, Wenders se plantea un ejercicio arriesgado y “original”: ver la capital portuguesa a través de los sonidos que el protagonista registra en su recorrido por las calles de la ciudad, para incorporarlos en una película muda, y su preocupación por filmar imágenes puras. La música de Madredeus como espejo en que debiera mirarse el cine.
“Escucho sin mirar y así veo” (Pessoa).
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