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martes, 17 de diciembre de 2024

El ultramundo de las redes sociales y el individuo flotante

Tumba de Baudelaire. Foto. Cuenya

Vivimos en el ultramundo de las redes sociales. Las redes, como las drogas, son adictivas. Y todos o casi todos estamos enganchados en este ciberespacio, con su retroalimentación continua, aunque algunos creamos que no somos absolutamente dependientes de las mismas. Que no tenemos mono si no estamos conectados a las mismas durante algún tiempo. Sea como fuere, las redes sociales son nuestros paraísos artificiales, por utilizar terminología propia del poeta Baudelaire acerca del hachís y el opio, psicotrópicos con los que se chutaba el autor dandi de Las flores del mal, contagiado de sífilis, el cual está enterrado en el cementerio parisino de Montparnasse. 

Después de la lectura de El individuo flotante, de Marino Pérez Álvarez, quien fuera mi profesor de Psicoterapia en los años ochenta en la Universidad de Oviedo, me apetece adentrarme en este mundo/submundo/ultramundo de las redes sociales, que por lo demás está emparentado con el narcisismo, sobre el que escribiera en este blog hace tiempo. 

https://cuenya.blogspot.com/2021/11/personalidades-narcisistas.html

El asunto es que el concepto de ultramundo de las redes sociales aparece en la obra The game, del polifacético escritor italiano Baricco (ultramundo virtual del hombre-teclado-pantalla), que es algo novedoso, lo que está generando adicciones a las nuevas tecnologías, con los consiguientes malestares psicológicos y patologías, como el propio narcisismo. Cabe recordar que todas las plataformas son egocéntricas. Y el narcisismo es toda una lacra en la actualidad. 

Sí al narcisismo le sumamos las angustias existenciales, la soledad y las depresiones, tan íntimamente relacionadas todas ellas, el cóctel molotov está servido. 

Marino Pérez en el centro, en el homenaje a Gustavo Bueno (Oviedo, octubre)

A menudo las interacciones se dan en solitario y son prefabricadas, sin presencia corporal (cara a cara), con una puesta en escena también prefabricada (basada en la apariencia de realidad en vez de en la realidad misma), con los selfis como una búsqueda de atención, aprobación y autopromoción. No en balde, la práctica de los selfis está relacionada con la autoestima y el narcisismo. Asimismo, los selfis están relacionados con problemas de alimentación y síntomas de bulimia y anorexia a través de la imagen corporal que proyectan. Esos trastornos dismórficos corporales que resultan obsesivos en el sentido de una percepción de defectos en la apariencia física. 

La bulimia y la anorexia, además de la vigorexia (que sería una anorexia invertida o complejo de Adonis, algo que me recuerda una buena amiga psicóloga) requerirían de un análisis. Podría dejarlas para otro momento. 

Vivimos en una época en la que ponemos al individuo en el centro del universo, como otrora estuviera reservado al dios creador, porque ahora cualquiera se siente y se cree dios mismo, un narciso, o sea, dueño de sí mismo, con el yo inflado como un pavo, mirándose el ombligo (“soy especial”, “todo está en ti”, y frases por el estilo) en esta nueva religión hipercapitalista, en esta divinización del yo, de ese yo interior al que tanto se alude, que por lo demás es un yo engañoso, porque ese supuesto yo interior, nutrido por el consumismo de nuestro tiempo, no está dentro de uno mismo, sino que deriva de la sociedad, como nos recuerda el psicólogo Marino Pérez en El individuo flotante, una obra absolutamente reveladora. Ese yo interior que ya está presente en el Romanticismo, como fuente originaria de deseos, sentimientos y fantasías. Un yo que consigue que acabemos enajenados de nosotros mismos y por ende de los demás. Un yo que vaga a la deriva, que flota en el ciberespacio de las redes sociales, por eso el concepto de individuo flotante, que fue acuñado en los años ochenta del pasado siglo por el filósofo Gustavo Bueno. 

Un individuo flotante que remite tanto a la levedad del ser como a la falta de horizonte u horizontes que den sentido a la vida. 

En realidad, la falta de horizonte u horizontes, característica del individuo flotante, tampoco se debe a su carencia -explica Marino Pérez- sino a un exceso de sentidos de la vida posibles, lo que procura un miedo a la libertad, por decirlo a lo Erich Fromm (el miedo a la libertad por la responsabilidad que implica decidir). Como ocurre también con el ruido informativo al que nos vemos sometidos la ciudadanía. Es sin duda esta sobreabundancia la que hace que el individuo esté aún más indeciso y atormentado, vacío, en definitiva. Esta sobreabundancia acaba dando lugar a la levedad del ser, en concreto la insoportable levedad del ser, por decirlo en palabras de Kundera. Magnífica esta novela cuyos protagonistas son Teresa y Tomás. Incluso existe una adaptación fílmica de la misma, realizada por Kaufman, que me resulta estupenda. 

Esta ligereza del mundo tiene su particular referencia en el consumo, en todo. Esta ligereza hedonista en busca del placer inmediato, del goce urgente, no invita al anclaje en la vida, porque está vacía a pesar de estar llena de cosas, porque nada es sólido, todo parece líquido (la metáfora de la liquidez, según Bauman). Todo en verdad es transitorio, fugitivo, contingente, azaroso. Ni siquiera las relaciones sociales son duraderas. Ni tampoco lo son las relaciones amorosas. 

La gente narcisista, como ya había adelantado, pulverizan estás relaciones amorosas. Cabe recordar que las relaciones interpersonales son igualmente flotantes, líquidas, porque el individuo flotante supone una sociedad ella misma flotante, líquida o ligera. 

A menudo las relaciones y el amor se gestionan a través de las redes sociales como una relación mercantil que pone en juego el capital erótico de los usuarios (Amar imágenes, consumir personas). Hasta el cuerpo está perdiendo peso como base de la identidad en favor de la identidad sentida con independencia del cuerpo biológico, como apunta Marino Pérez. Tema que también requeriría de un análisis. Y que el propio Marino Pérez y el psicólogo Errasti llevan a cabo en un libro titulado Nadie nace en un cuerpo equivocado, cuyo título nos invita a la reflexión, y cuyo prólogo corresponde a Amelia Valcárcel, quien fuera mi profesora de Ética en la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de Oviedo. 

"Los derechos de todas las personas habrán de sostenerse en el marco de libertades universalista, sin distinciones ni privilegios de ningún tipo, y necesitarán de un fundamento jurídico más sólido que la intensidad de los deseos que presentan los individuos dentro de una sociedad consumista. Afortunadamente, la visibilidad, el respeto y la aceptación de las personas que disienten de las normas del sexo y de género tradicionales se pueden sostener por sí mismas, con nobleza y rigor, y sin necesidad de tergiversar la ciencia...", concluyen Pérez y Errasti en su libro Nadie nace en un cuerpo equivocado. 

“Es el cuerpo sexual, con su dimorfismo varón-mujer, el que se trata de suplantar por la identidad sentida: la identidad de género (transgénero, ni varón ni mujer, ambas, ninguna u otra)”, escribe Marino Pérez en El individuo flotante. 

La disforia de género (o sea, la profunda sensación de incomodidad y aflicción que puede ocurrir cuando el sexo biológico no coincide con la identidad de género) sería una forma, según Marino Pérez, del individuo flotante de nuestro tiempo, en la medida en que implica flotar (fluir) sobre el propio cuerpo. La disforia de género y el género fluido, sin dejar de ser experiencias reales, quizá tengan más que ver con la sociedad líquida que con la presunta afloración de alguna esencia que estuviera ahí reprimida por la sociedad. 

También el fenómeno de los influencers, aclara Marino Pérez, condensa la figura del individuo flotante. 

“Los seguidores participan de una eucaristía digital. Los medios de comunicación son como una iglesia: el like es el amén. Compartir es la comunión. El consumo es la redención… Los influencers hacen que los productos de consumo parezcan utensilios de autorrealización… El consumo y la identidad se aúnan. La propia identidad deviene una mercancía” (Chul Han, Infocracia).

Ahora “el poder que mantiene el sistema no es represivo, sino seductor, tentador. No es tan visible como en el régimen disciplinario. No se tiene enfrente ningún enemigo que oprima la libertad… El neoliberalismo convierte al trabajador oprimido en un empresario de sí mismo… Todo el mundo es señor y siervo en una misma persona” (Chul Han, Capitalismo y pulsión de muerte). 

Ante tal panorama, tal vez deberíamos recuperar las filosofías helenísticas en busca de un equilibrio (cognitivo-conductual, emocional...), entre ellas el cinismo, el estoicismo y el epicureísmo.

Necesitamos equilibrio en un mundo convulso, desequilibrado y vuelto del revés, con la epidemia del narcisismo, amén de otras patologías y desdoblamientos de personalidad. Así que podemos agarrarnos al cinismo en términos estrictamente filosóficos, echándole humor y risas a la vida, en busca en todo caso de una vida sencilla, un cinismo que nos libere de prejuicios e influencers. 

Quizá también podríamos tirar del estoicismo, viviendo de acuerdo con la razón y el deber, con serenidad o ataraxia. O bien podríamos ampararnos en el epicureísmo, con el cultivo de la amistad y de los recuerdos en el huerto o jardín del que nos hablara Epicuro, así como la moderación de los placeres y deseos. Busquemos y encontremos en la medida de lo posible el justo medio, que es asimismo un concepto aristotélico. La posición intermedia entre el exceso y el defecto, el equilibrio entre las pasiones y las acciones. 

Lo deseable en todo caso sería encontrar el equilibrio psíquico-físico-social (atencional, cognitivo-conductual, emocional) en nuestra época, qué difícil, estando como estamos flotando en el ciberespacio, en el metaverso, en este mundo virtual, en el ultramundo de las redes sociales porque todos o casi todos somos en cierto sentido individuos flotantes. 

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