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sábado, 14 de diciembre de 2024

Casa Maruja, el templo del cocido maragato


Maruja
Hace años que, como un ritual, acudo religiosamente en el mes de diciembre al templo gastronómico de Maruja, situado en Castrillo de los Polvazares, en pleno Camino de Santiago, acaso el pueblo mejor conservado de la Maragatería en lo referente a la arquitectura, un conjunto histórico artístico de gran valor, con sus casonas tradicionales de piedra marrón, con blasones y grandes portones de madera en arco de medio punto, casas en torno a un amplio patio central empedrado. 


Un bello pueblo de finales del siglo XVI con las calles empedradas que permitían en otros tiempos el trasiego de los arrieros, que están emparentados con los gauchos argentinos, con sus animales y sus carros. En realidad, los arrieros maragatos viajaron a la Patagonia, y fueron los primeros pobladores de Carmen de Patagones, situada a 915 kilómetros al sudoeste de la capital argentina, -¿verdad, Eduardo?, tú que eres un gaucho que habitas en los valles del Bierzo. 
https://cuenya.blogspot.com/2016/05/desde-astorga-buenos-aires-violeta.html
Recientemente, tuve la ocasión de asistir a la comida de un cocido maragato con un grupo de personas, en su mayoría pertenecientes a la Universidad de León. Un grupo de habituales, entre los cuales estuvieron Roberto, Benjamín, Ezequiel, Ricardo, Ana, Víctor, Montse, Manolo, Pedro, José Luis (que nos habló maravillas de Dubái, donde vive Pablo, su hijo pequeño, y se halla el edificio más alto del mundo), Luis, Chema (un recuerdo entrañable para Justo), Eduardo, María José, Araceli…Y uno mismo. Espero no olvidarme de nadie.  
Manolo, Montse, Eduardo, Luis, José Luis, Ana, Chema

Con más de noventa años, que se dice pronto, Maruja recibe a los comensales con hospitalidad y la mejor de sus sonrisas. Y, aunque ella ya ha delegado la responsabilidad en su sobrino Cefe (alumno que fuera de Roberto), está pendiente de que los convidados se sientan a gusto en su casa, pues Maruja estuvo al frente de este negocio a lo largo de unas seis décadas.

Con María José y Araceli
                                                           
Y se le nota feliz saludando y charlando con nosotros. 

Maruja se vanagloria recordando que por su casa -una antigua casa de arrieros, con patio interior- han pasado gentes de bien, como ella misma diría a buen seguro, tanto del mundo noble, de la realeza, o bien del militar, como de otros ámbitos, entre ellos el de la alta cocina (por ahí anda la foto del cocinero José Andrés, entre otras muchas). Las paredes blancas del comedor están cubiertas de cuadros, medallas y fotografías de visitantes ilustres, también ilustrados. 
Araceli, Ana, Ricardo, Roberto, Benjamín, Ezequiel, José Luis 

La verdad es que da gusto ver a Maruja tan enérgica, tan vital, año tras año, como si por ella no pasara el tiempo, y también da gusto que algo a priori tan sencillo como un cocido se convierta en un auténtico manjar. Una vez más, Eduardo, como dijéramos en nuestra conversación a propósito de los grandes escritores (Rulfo, Borges o Gabo…), que elevan lo ordinario a la categoría de extraordinario, eso mismo hace Maruja, que, como una alquimista, también convierte el cocido -de carnes con chorizo, lacón, tocino, pata, oreja, morcillo, pollo, relleno, garbanzos (variedad Pico Pardal de la zona) con repollo y sopa- en una exquisitez, que, además, se toma al revés de como se hace en otros puntos de la geografía española, habida cuenta de que en casa Maruja se sirven en primer lugar las fuentes de carnes de cerdo y ternera acompañadas de ensaladas de tomate, luego los garbanzos con repollo aderezados con aceite y pimentón y para finalizar la sopa. 


Bueno, también está el postre, las natillas caseras con una galleta y un trozo de roscón, además del café de puchero. Se supone que esta tradición tiene su origen en las tropas de Napoleón, las cuales, ante la incertidumbre de tener que entrar en combate, comenzaban
 por las carnes, por si las moscas, porque, si sobrara algo, que fuera la sopa. “De que la barriga farta, que rebrinque Marta”, dicen en mi pueblo. 

El cocido en Casa Maruja es una apuesta segura. Y la compañía se me antojó excepcional. Entre risas, charleta y buenas vibraciones, sentí, una vez más, que, mientras pueda, seguiré asistiendo, como un ceremonial, a Castrillo de los Polvazares para darme cita con el cocido maragato.  

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