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lunes, 16 de diciembre de 2024

Fundido a negro

Os dejo este relato sobre la minería, que escribí para un concurso. Espero que os sacuda, al menos un poco, las entrañas. Está ilustrado con algunas fotos que hice en su día del monumento al minero en Bembibre y en Tremor de Arriba, además de las recientes fotos del artista ponferradino Álvaro Caboalles, que estuvo recientemente con su performance Carbón.negro en Noceda del Bierzo, mi pueblo. 

Me llamo Zaffar y me gustaría contaros mi historia, aunque no sea agradable, lo anticipo. En realidad, podría deciros que soy el cadáver de esta historia, qué terrible, ya lo sé, aunque también sé que a partir de ahora me reuniré definitivamente con los míos en mi región de Punjab, en mi país. Y eso me hace sentir bien, tal vez feliz.

Llegué al Bierzo a principios de los años ochenta del siglo XX. Me habían prometido que en esta tierra encontraría un buen trabajo. Y lo encontré, he de confesarlo, pero también hallé un trágico final. De haberlo sabido ni siquiera habría salido de mi país, porque además tuve que abandonar a mi familia, a mis padres y hermanos, a los que me sentía muy unido. Un primo mío, Iqbal, que ya había llegado al Bierzo un año antes, me aseguró que estaría bien, que además le haría compañía y ganaría suficiente para mantenerme y mandar incluso dinero a mi familia. Y de este modo acabó convenciéndome. 

Álvaro Caboalles- Carbón.negro 

A veces, casi siempre o siempre, las cosas ocurren porque tienen que ocurrir. Ni más ni menos. No me imaginaba, en todo caso, que acabaría llegándome este terrible destino tan pronto. Eso no. Bueno, en realidad uno no se lo imagina nunca, aunque sé que a partir de ahora gozaré de algo maravilloso. Será el comienzo de otro mundo. También soy consciente de que mi familia y mi primo Iqbal me echarán de menos. Y me llorarán, sobre todo mi madre, que no quería por nada del mundo que me fuera de casa, porque además ella era mi gran pilar en la vida. Y espero que ahora lo sea en esta nueva etapa. Pero como uno no elige la vida que quiere vivir, eso creo, o eso me decían en mi ciudad, pues tengo que aceptar con resignación lo que me ha llegado: este accidente en una mina del Bierzo Alto, pues a lo mejor, eso creo también, podría no haber sido mortal, porque cuando llegaron a rescatarme mis compañeros aún no estaba muerto del todo, pero no lograron, ni ellos ni después en el hospital de Ponferrada, reanimarme.

Monumento al minero en Bembibre

Me fui como quien se desangra... desangrado, eso quería decir, que a veces me trabo con el idioma, porque ésta, como ya os habréis dado cuenta algunos, no es mi lengua materna. Hago lo que puedo. Siempre he hecho lo que he podido. “Haces más de lo que puedes, Zaffar”, solía decirme mi madre, que es una mujer excepcional, con una gran belleza interior. 

Ahora estoy intentando recordar lo que ocurrió, lo que me sucedió aquel día de finales de diciembre bajo un costero, como le dicen los mineros a esas rocas que a veces se desprenden en la mina. Resulta difícil recordar porque, cuando quise darme cuenta, ya no podía moverme, me quedé atrapado, aún consciente, eso creo, pero sin posibilidad de quitarme de encima aquel pedrusco que me dejó sepultado. 

Intenté por todos los medios gritar para que me sacaran de allí pero no podía ni hablar. Lo intenté, querida madre, porque hace más el que quiere que el que puede, pero no pude. No tenía fuerzas. Sentí que la vida, tal como la conocía, llegaba a su fin.  Entonces pasaron muchas imágenes a una gran velocidad por mi mente. Algunas imágenes me llevaron al primer día que llegué a Bembibre, donde mi primo me recibió en el barrio de la Estación con alegría y cariño; otras imágenes, en cambio, me hicieron volar hasta Pakistán, mi país, donde veía a mi madre abrazándome con ternura y a mi padre alegre porque había vuelto a casa a festejar el Ramadán. También, en ese revoltijo de imágenes, se aparecieron mis hermanos. 


Mi hermana Aisha, envuelta en un velo de color fucsia, me miraba con sus grandes ojos negros azabache como el carbón. Tuve la impresión de que quería decirme algo importante, aunque no lograba descifrar sus mensajes ni siquiera leyendo sus labios, que parecían pintados de color rojo. Qué guapa estaba, eso sí lo recuerdo. Y mi hermano Amir, el pequeño de la familia, se puso a llorar como si nunca antes lo hubiera hecho. ¿Por qué llorará?, me pregunto. 

Mi hermanito también estaba muy guapo. Lo quiero mucho. Siento algo helado en mi barriga. Y húmedo. Me gustaría abrir los ojos, pero no puedo porque me pesa todo. Sin embargo, sigo escuchando llorar al pequeño Amir. Para él parece no haber consuelo. Me gustaría poder decirle que no llore, que estamos juntos. Pero no puedo hablar. Necesito respirar, salir… Qué alguien me ayude… por Alá. De repente, percibo una luz. Mi madre se acerca con lágrimas en los ojos. Me pesa todo. Y ahora el frío y la humedad son insoportables. Tengo la boca llena de carbón, me sobresalto, algo me está martilleando la cabeza. Aisha también se acerca a mí y se queda petrificada. Sus labios se han teñido de color negro. 

Mi padre, que es un hombre vitalista, con un excelente sentido del humor, sigue con el festejo del Ramadán, como si nada malo hubiera ocurrido. Me llega el inconfundible aroma a shawarma. Y eso parece reanimarme. ¡Qué alguien me reanime, por favor! 

Mi primo Iqbal, que es un chico apuesto y enérgico, me tiende su mano. “Estás herido, Zaffar, pero te curarás”, me dice él sudoroso y con la cara tiznada de carbón. 

¿Y mi novia, dónde está mi novia Yasmin?, acierto a preguntarle. Mi primo Iqbal, que para mí es un hermano, no responde. Quizá yo ya no pueda oírlo. No sé. Otra ráfaga de luz me deja completamente ciego. Siento ganas de vomitar y de orinar. Estoy sudando. No lo entiendo, si hace un instante estaba helado. Qué nadie me toque. Me duele la barriga. Qué nadie me toque. Siento algo extraño en mi cuerpo. Ahora lo sé. No tendría que haber venido a este país y dejar el mío. No tendría que haberme desprendido de mi familia ni de mi novia Yasmin, tan risueña, con su cabello ondulado como una duna en el desierto. ¿Dónde está Yasmin? Quiero verla. 

Estoy helado. Y húmedo. Un olor a azufre me deja sin respiración.

“Se nos está yendo”, logro escuchar a duras penas estas palabras.

Intento por todos los medios abrir los ojos en medio de la oscuridad. Lo intento, madre, porque hace más el que quiere que el que puede. Pero no puedo. Lo siento.

Creo que mi vida ha comenzado a fundirse a negro. De momento aún no lo sé, pero pronto lo sabré, cómo será mi otra vida.

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