Jueves 12, proyección y comentario de La casa de Bernarda Alba, de Mario Camus, en el campus de Ponferrada, a partir de la obra homónima del genio Lorca.
"Un infierno mudo y frío bajo un sol africano, sepultura de gente viva”, así definió Lorca su obra La casa de Bernarda Alba, subtitulada Drama de mujeres en los pueblos de España, escrita en tres actos en 1936, un par de meses antes de ser asesinado.
Una obra teatral que no pudo estrenarse ni publicarse hasta 1945 en Buenos Aires gracias a la actriz y directora teatral Margarita Xirgu. En aquel momento, Lorca -a quien le gustaba jugar a decir misa cuando era pequeño- sentía la necesidad de hacer un nuevo teatro en el que predominaran "la severidad y la sencillez: el artista debe llorar y reír con su pueblo; hay que meterse en el fango hasta la cintura", expresó el gran poeta y dramaturgo granadino.
La casa de Bernarda Alba ha sido traducida a muchos idiomas y representada en escenarios de todo el mundo. En la actualidad, sigue siendo una obra relevante para explorar temas universales como la opresión de la mujer, el ámbito familiar, la hipocresía, la envidia, la lucha por la libertad y la identidad.
Se basa en la historia real de una mujer llamada Frasquita que, tras enviudar de su segundo marido, decide vivir los siguientes ocho años bajo el despótico imperio del luto, sometiendo a sus cinco hijas solteras (Angustias, Magdalena, Amelia, Martirio y Adela), a un encierro y una vigilancia tiránicas. Además cuenta con los personajes de María Josefa (que está demenciada, es la madre de Bernarda) y Poncia ("A vosotras, que sois solteras, os conviene saber que el hombre, a los quince días de boda, deja la cama por la mesa y luego la mesa por la tabernilla").
La Casa de Bernarda Alba (posteriormente Sartre hizo A puerta cerrada y Buñuel El ángel exterminador) nos adentra en una España profunda y fanática a través de un lenguaje realista poético, sinestésico (el teatro de Lorca es poético y su poesía es dramática), con un simbolismo cromático entre el negro del luto (la muerte y el fanatismo) y el blanco de la pureza (la vida), el blanco de las paredes de la casa, que acaba transformándose en un blanco ligeramente azulado en el patio interior de ésta, perdiéndose la pureza inicial. Con el simbolismo no sólo de los colores (también está el verde, que simboliza la esperanza y rebeldía de Adela), sino de la naturaleza (el agua, las estrellas y el caballo), el pueblo no tiene río que fluya como la vida, pero sí pozos (oscuros símbolos de muerte). Se habla del agua estancada/envenenada de los pozos y de las olas del mar (María Josefa), el caballo garañón representa la energía sexual; la noche con las estrellas y la luna como símbolos de erotismo y libertad; el bastón como símbolo del poder tiránico de Bernarda, el silencio como represión (silencio es la última palabra que se oye de Bernarda), los nombres de los personajes (Bernarda, con fuerza de oso, porque es mandona); Angustias (oprimida, hipócrita y débil), Martirio (atormentada, "un pozo de veneno", deforme en el aspecto físico), Magdalena (llora como una Magdalena, bondadosa y resignada, crítica), Amelia (amable, ingenua), Adela (carácter noble), María Josefa (María, la madre de Jesús y José, el padre de Jesús), La Poncia (en referencia a "Poncio Pilatos", que mandó crucificar a Jesús), Prudencia (una de las cuatro virtudes cardinales) y Pepe el Romano (de la Romilla).
Película de Mario Camus
El consagrado director Mario Camus ya había demostrado tanto en La colmena (ganadora del Oso de oro en 1983) como en Los santos inocentes (ganadora de la mención especial del jurado en el festival de Cannes en 1984 y, por sus interpretaciones, Alfredo Landa y Paco Rabal recibieron ex aequo el premio de interpretación masculina) su talento a la hora de adaptar magníficas obras literarias plasmando en ellas el espíritu de sus autores. Y, después del éxito logrado con Los santos inocentes, se lanzó a adaptar La casa de Bernarda Alba (1987), consciente del difícil reto de trasladar no sólo el espíritu del teatro lorquiano a la gran pantalla, sino el de reconstruir todo su universo simbólico: el bastón (símbolo de poder), Pepe el Romano, como el hombre al que desean las mujeres encerradas en la casa, la sombra de Pepe el Romano cubriendo por completo a Angustias, su prometida; el calor (abrasador, corporal, el deseo insatisfecho), el caballo (excitado, de color blanco), los segadores, que sólo se oyen, como personificación del deseo y el anhelo de una vida fuera de las paredes de esa casa; los colores (el negro es la represión), el blanco (el color de la pureza y la juventud), el verde (la rebeldía de Adela), el pozo (agua estancada, muerte); la lentitud del tiempo, el miedo a la vejez (simbolizado en la figura de Angustias, la hermana mayor), el espejo (el reflejo se machita y lo que se ve reflejado es el paso del tiempo en el cuerpo, y las esperanzas perdidas); la luna llena en la oscuridad de la noche (presagia que algo ocurrirá), la cual tiene mucha presencia sobre todo en la obra de Lorca.
Sea como fuere, Camus realiza una adaptación fiel al texto original de Lorca, manteniendo su esencia teatral y simbólica, aparte de añadir elementos como el espejo, que aporta esa sensación del paso de tiempo, y ofrecernos, como espectadores, la ocasión de ver cómo el calor irradia del lugar donde están esas mujeres encerradas.
Contaba Camus que esta obra teatral es la más emocionante de las obras de Lorca. "Nunca he tenido el más mínimo reparo en llevar al cine una obra de teatro... En el teatro domina fundamentalmente la palabra y en el cine, en cambio, es la imagen la dueña y señora".
La clave en la adaptación es la de "reestructurar la acción dramática en forma de narración con una consiguiente transformación de los diálogos, de forma que estos suenen naturales sin que se pierda toda carga significativa que tenían en la pieza teatral... ".
El comienzo de la película remite, simulando el movimiento de un telón, a una película teatral. Después de esa subida de telón la película sigue con la escena del entierro de Antonio María Benavides, el marido de Bernarda (añadido en la película, porque no está en la obra de Lorca). A continuación Bernarda con el bastón (fría, hierática, masculinizada) y luego la presentación de las hijas: Angustias (la más vieja, que será objeto de envidias, encarnada por Enriqueta Carballeira); Magdalena (la que dice las cosas como las piensa, que interpreta Aurora Pastor), Amelia (Mercedes Lezcano, la maternal que cuida a su hermana Martirio); Martirio (Viky Peña simbolizando lo que hace la represión, la locura), y Adela (interpretada por Ana Belén, la pequeña, que es símbolo de la rebeldía y el espíritu de la juventud). Ya sabemos quien manda y quien obedece.
A pesar de la fidelidad a la obra de Lorca, Camus altera el orden de algunas escenas y suprime algunos versos con respecto a la obra teatral, a la vez que introduce elementos que favorecen la creación de un clima opresivo, como el ritmo aletargado de las escenas, que dejan traslucir la psicología de los personajes filmados en primeros planos, con miradas fijas a cámara, o bien la falta de intimidad de las hermanas, constantemente vigiladas unas por otras, que llega a su clímax cuando Martirio -que vela cada noche amargada por las relaciones de Pepe con su hermana pequeña-, presencia cómo Adela abraza y besa a éste entre las rejas, ante la mirada atónita de la hermana. Algo que resulta impactante gracias al silencio que inunda la escena así como a los tonos oscuros y azulados de la composición de la imagen que auguran simbólicamente el trágico destino de la obra, que resulta inevitable. Ni siquiera Bernarda, por el orgullo de casta y su obcecación, ni las hermanas podrán impedirlo pese a los continuos anuncios de María Josefa (Rosario García) y la Poncia sobre las terribles consecuencias que acarrearán sus comportamientos. En este sentido, María Josefa y la Poncia cumplen una función similar a la del coro en el teatro clásico grecolatino, puesto que auguran el destino trágico de las hijas sin que nadie les haga caso.
Desde el inicio de la película asistimos al primer plano de la mano de Bernarda aferrada a su bastón (interpretada de un modo magistral por Irene Gutiérrez Caba, Goya a la Mejor actriz en 1988); de esta imagen del bastón, como signo de autoridad, la cámara nos muestra una a una, a través de primeros planos, a las hijas de Bernarda, con sus rostros llenos de lágrimas por la reciente muerte del marido de Bernarda, cuya imagen de espaldas, con su vestimenta negra (el riguroso luto) y su bastón, contrasta con la imagen de sus hijas, ofreciéndonos un contraste entre el autoritarismo de Bernarda y la sumisión de sus hijas.
La obra lorquiana nos sobrecoge por la ausencia de amor en esta familia de la primera mitad del siglo XX en el ámbito rural, donde predomina el odio y la represión; características no solo de la vida rural andaluza, que definen a la despótica Bernarda, sino de la vida española a lo largo de toda su geografía.
Sólo Adela, la hija menor de Bernarda, se rebela (vestida de verde) contra el autoritarismo, la dictadura de su madre (color negro), que impera como norma social en la casa durante el luto.
El conflicto entre el principio de libertad, que encarna Adela, y el principio de autoridad, encarnado en la figura de Bernarda, es el gran tema y el eje vertebrador de esta obra, así como de toda la dramaturgia lorquiana, sobre todo en la llamada trilogía trágica del campo andaluz, compuesta además por Bodas de sangre y Yerma. Este conflicto se plasma gracias a la pausa del ritmo dramático en escenas en las que queda claro el autoritarismo de Bernarda, como, por ejemplo, cuando Bernarda, sus hijas y el resto de mujeres del pueblo se encuentran en la casa de ésta después del funeral de su marido, donde el silencio y el rostro impertérrito de Bernarda y del resto de mujeres contrasta con los gritos de María Josefa, madre de Bernarda, que se encuentra enclaustrada en una de las habitaciones de la casa.
Este clima opresivo se va acrecentando cuando las hermanas comienzan a sentir envidia unas de otras: cuando a Martirio, Magdalena y Adela les llega la noticia del interés de Pepe el Romano por Angustias, en lugar de alegrarse, todas se quedan en silencio y con el rostro desencajado; o la escena en la que las hermanas están cosiendo el ajuar y Magdalena le dice a Angustias que quizá no salga de este infierno como ella cree. El ambiente opresivo en que se encuentran las hermanas, logrado a través de la iluminación y la composición de la imagen, les impide alegrarse cuando una de ellas mantiene una relación amorosa con un hombre. Este recelo entre las hermanas es evidente en la película de Camus cuando Martirio no aparta su mirada de Adela.
La casa representa una extensión física de la personalidad autoritaria de Bernarda dentro de las convenciones sociales que impone el ritual del luto ("en ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa el viento de la calle", dice la propia Bernarda).
En los diálogos entre Bernarda y La Poncia también podemos vislumbrar toda una conciencia clasista, de la que deriva no solo el odio que sienten las hijas hacia su hermana Angustias por la herencia recibida, sino el odio que siente la Poncia (extraordinaria Florinda Chico) hacia Bernarda.
A Bernarda lo único que le preocupa es la opinión pública, la reputación de ella y de sus hijas, por encima de todo: "... quiero buena fachada"; y no tolera ninguna falta en contra de las convenciones sociales respecto al luto, lo que le llevará a arremeter contra sus propias hijas, cuando golpea de modo reiterado a Angustias con su bastón. Este clima de represión desembocará en un trágico final inevitable. Únicamente, a través de las ventanas embarrotadas, las hijas podrán tomar contacto con el mundo exterior, como cuando Adela mira desde su ventana a Pepe el Romano a lomos de su caballo trotando en la calle, o cuando Martirio mira entre las cortinas el coro de los segadores y repite el estribillo de la canción mientras la cámara, en un primer plano, enfoca la mirada perdida de ésta mientras llora por sus ansias de libertad refrenadas.
En la segunda parte de la película las conversaciones giran en torno a Pepe el Romano. Y el ambiente de encierro saca a flote lo peor de cada una de ellas: Poncia lanza cada vez más indirectas a Bernarda sobre lo que se avecina, las hermanas achacan a Angustias que Pepe solo la quiere por el dinero; y los celos de Martirio hacen que se convierta en la sombra de Adela vigilándola noche y día. La tensión dramática va en aumento. La ausencia de libertad, que impone Bernarda con su moral patriarcal, consigue que Adela acabe rompiendo el bastón de su madre: "¡Aquí se acabaron las voces de presidio!".
La actriz Gutiérrez Caba nos ofrece una última escena extraordinaria, cuyo rostro impasible contrasta con los gritos de dolor de sus hijas al descubrir el cuerpo de Adela colgado en el techo (con su suicidio muere la esperanza de las hermanas de salir de su encierro), porque lo único que le preocupa a Bernarda es defender la virginidad de Adela conforme a la normal social. “¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como una doncella. ¡Nadie diga nada! Ella ha muerto virgen. Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas. (…) Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! ¿a callar he dicho! ¡Las lágrimas cuando estés sola! Nos hundiremos en un mar de luto. Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!”.
La casa de Bernarda Alba de Camus sobresale por la fotografía y su ambientación, que nos trasmiten ese clima de opresión y tensión dramática, además de las magníficas interpretaciones de sus actrices.
La dirección artística corresponde a Rafael Palmero, que fue ganador de un Goya. También recibió dos Goya en 1990 al vestuario y dirección artística por ¡Ay Carmela! de Saura y un premio por la producción Blasco Ibáñez. Recuerdo que impartió clases en la ex Escuela de cine de Ponferrada, donde uno mismo ejerció como coordinador y profesor (en realidad, fui uno de los cofundadores de esta titulación adscrita a la Facultad de Educación de la ULE, cuyo decano de la misma era el entrañable Justo Fernández Oblanca y cuyo director honorífico fue el cineasta Gonzalo Suárez) https://www.diariodeleon.es/bierzo/31218/942404/director-artistico-rafael-palmero-elogia-instalaciones-centro.html
La casa de Bernarda Alba es una obra de cabecera, tan inspiradora que algún día me gustaría reescribirla y adaptarla.
Una obra ya universal que trasciende las fronteras de los países y del tiempo.
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