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martes, 11 de julio de 2023

Madrid, antes y después


 La ciudad de Madrid luce espléndida. Casi siempre luce espléndida bajo un sol embotellado. Me gusta darme una vuelta por la capital del Reino de España siempre que viajo fuera del país. Irme un día o dos antes de coger vuelo y quedarme otro par de días, incluso más, a la vuelta. Y en esta ocasión así lo hice, tanto a la ida como a la vuelta de mi viaje a Cuba.

Madrid ha sido por tanto el punto de partida y de regreso de mi viaje allende el océano. Ni que decir tiene que me ha resultado estimulante, instructivo, partir hacia otros horizontes para luego regresar a la tierra de uno, donde está la belleza de los afectos. Me ha gustado viajar a Cuba, como he escrito en varias en entradas en este mismo blog, aunque eché de menos quedarme mucho más tiempo en La Habana. Por fortuna, he tenido la ocasión de estar en la capital cubana tres veces, con ésta, que se me hizo breve como un suspiro. Aunque la saboreé con intensidad.

Me gustó, una vez más pasear por Madrid, que, aunque caluroso, nada que ver con el calor húmedo, asfixiante de Cuba. Madrid se me hace calor seco, saludable, lo cual agradezco, aunque a la noche, en pleno verano, se concentre el calor más de lo que a uno le gustaría.

Sea como fuere, merece y mucho darse una vuelta o dos o tres por el barrio de Lavapiés, que es tanto como estar en el multiculti barrio de Barbès, en París, aunque Lavapiés también conserva su aroma a tasca, a pueblo, a aldea, en este caso global y habitada por hindúes y africanos.

Después de darme un garbeo por la antesala/plaza de Tirso de Molina, donde había despliegue de Got Talent en el Teatro Apolo (pues acostumbro a alojarme en la calle Vélez de Guevara) me acerco a este barrio multicultural, que, al igual que el parisino de Barbès, está habitado por los camellos y los yonkis, tanto es así que hasta un rapaz, con aires y acento latinoamericano, me preguntó si yo era algo así como un poli camuflado, porque en un rato estuvo trapicheando con otras dos rapazas colgadas.

Tirso de Molina

La verdad es que, después de un tiempo observando el tejemaneje en una plaza aledaña al restaurante Mandela, decidí adentrarme en este restaurante, donde he estado en mis últimas visitas a Madrid.
Buen nombre Mandela para un restaurante senegalés regentado sobre todo por chicas hispanoamericanas. Una mezcla todopoderosa. Hay que seguir apostando por el mestizaje porque eso de la raza pura que lanzara furibundo el capullo de Hitler y sus secuaces (tan malvado es el que mata como el que tira de la pata) es una gilipollez supina.

Cabe recordar que también por la plaza de Tirso de Molina pulula una fauna harto singular.

Madrid es ya una ciudad hispanoamericana, porque hay cada vez más hispanos viviendo en la misma. Creo que se ha puesto de moda y todos los extranjeros ansían visitarla, incluso quedarse a vivir en ella. A los franceses y los alemanes también les gusta mucho. Disfrutan de su gastronomía, de la fiesta... del alcohol, que sigue siendo mucho más barato que en sus países, aunque Madrid se ha puesto por las nubes, empezando por el alojamiento. Se necesita mucha guita para vivir en Madrid si uno desea disfrutar de lo mucho que ofrece esta ciudad de ciudades, el Madrid de los madriles.


En esta ocasión disfruto del Retiro, que es un pulmón verde que resulta refrescante y animado. Y por supuesto de la Gran Vía y la terraza del Corte Inglés de Callao, que me obsequia con unas vistas maravillosas precisamente a la Gran Vía y aun a otros espacios de la ciudad.
También me entusiasma pasear por la Calle Mayor, donde vivieran Calderón de la Barca y Lope de Vega, y dónde se halla la histórica casa Ciriaco; o por la Plaza Mayor, que es una belleza, también con el arco de Cuchilleros, o la calle Arenal, con el Teatro Eslava (inolvidables recuerdos de la Joy Eslava), y el pasadizo y la chocolatería de San Ginés (escenario de Luces de bohemia, de Valle-Inclán) o la zona del Palacio de Oriente, que tanto me hace recordar a Buckingham, con sus jardines de Sabatini y los del Campo del Moro.

Y disfrutar del trasiego de gentes por Sol, donde tuve la ocasión de toparme con el actor Pepe Viyuela. Y unos metros más lejos, como a la altura del Museo del Jamón de Sol (donde me gusta tomar cañas y bocadillos de jamón, entre otros) con Gurruchaga, que reconocí al instante bajo su figura gótica, tanto que casi nos chocamos caminando, aunque no le dije nada, qué iba a decirle, si me quedé como sorprendido. En todo caso, no creo que le hubiera hecho gracia que le dijera nada. Caminaba como con cara de pocos amigos.

Madrid es una fiesta, como dijera Hemingway acerca de París. Una fiesta maravillosa para quienes, cada cierto tiempo, nos adentramos en la misma para disfrutarla como se disfruta de algo la primera vez, aunque no sea la primera vez.

Madrid es una ciudad que a uno le sienta bien tanto a la ida como a la vuelta de un viaje al otro lado del charco, como en esta ocasión, que viajé al "caimán dormido", al "lagarto verde".


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