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martes, 25 de julio de 2023

De Ortigueira a las Asturies de los míos amores

 Una vez acabado el Festival Internacional de música de Ortigueira, decido poner rumbo a las Asturias o Asturies, aunque en un inicio pensara en regresarme al Bierzo o bien quedarme al menos un día más en Ortigueira para saborear el silencio de este bello pueblo marinero y disfrutar de los placeres gastronómicos en el mesón Río Sor. 

Puerto de Navia
Al final, las Asturies atraen como un imán y me apetece darme un voltión por las mismas, porque son muchas y variopintas, matria y patria queridas de los míos amores. No en vano, siempre lo digo, me pasé cinco cursos universitarios de mi vida en Oviedo, que me dejaron inevitablemente huella. Qué tiempos aquellos. Juventud, divino tesoro/ ¡ya te vas para no volver! Aunque en aquel entonces uno deseaba también conocer otros mundos, salir fuera de Asturias, salir fuera de España. 

Recordar para seguir viviendo, sin quedarse anclado a los recuerdos, la memoria como manantial de inspiración para seguir componiendo la sinfonía de la vida. Creo que esto último me ha quedado algo cursi. 

Ortigueira, finalizado el festival de música, me lleva hasta Navia, en las Asturias, donde ya había estado como animador a la lectura a través de la empresa Serviocio, del gran José, que a su vez ha sido alumno de los cursos de escritura que imparto en León.
Playa de Navia
Recuerdo sobre todo el Palacio Arias y el casino.
Y ahora la plaza del ayuntamiento, que es Ágora donde se reúnen los paisanos a charlar, la plaza de abastos, el mesón Antolín -excelente sitio gastronómico-, el puerto, el paseo marítimo y su luz, hoy deslumbrante.
Navia conforma de algún modo El verde aroma del Noroeste. Un sitio tal vez poco conocido, que resulta agradable, con la brisa de su ría y su playa o sus playas y marismas.
Campoamor

Aquí nació también el escritor, filósofo y político Ramón de Campoamor, que cuenta con una estatua.
(Tomado de mi muro de Facebook)

Pues eso, que, finalizado el festival, me encaminé a Navia, donde ya había estado, aunque en esta ocasión tuve como una percepción distinta de este lugar, habida cuenta de que pude acercarme al mar, a la playa. Y eso tiene, en mi opinión, un plus. La propia amiga Raquel, que es de origen astur, me decía que no recordaba la playa en Navia. Cada viaje es en sí mismo un descubrimiento. Por eso hay que seguir viajando, abriendo la mente, abrazando nuevos horizontes. 

casino Navia

Lo que sí se me quedó grabado de Navia es su situación junto a la ría que forma en su desembocadura el río Navia, además de su casino o el Palacio Arias, donde llegué a estar alojado en una ocasión. 

En este viaje disfruté de un clima extraordinario, con un cielo despejado, azul, brisa y sol, algo que no suele ser tan frecuente en Asturias, ni siquiera en verano. 

Ría Navia

Navia, aunque sea una desconocida en el occidente astur, me entusiasmó, tal vez porque descubrí o redescubrí con nuevos ojos, con un sentir renovado, también, otra Navia. 

Y, como no podía ser de otro modo, me acerqué a Puerto de Vega, Pueblo Ejemplar de Asturias, que queda cerca de Navia. Bueno, pertenece a su concejo. 

Puerto de Vega aparece en mi nuevo libro El verde aroma del Noroeste. Me prestó recorrer su puerto, con un intenso olor a pescado, sus callejuelas estrechas y empinadas, con sus casas nobiliarias, como ya apuntara en el muro de Facebook durante el transcurso del viaje. Y sobre todo asomarme a los acantilados del Cantábrico, que fue toda una experiencia mística. 

Desde la Atalaya de Puerto de Vega

En un mundo tan mercantilizado como el nuestro, donde todo es susceptible de comprarse y de venderse, creo que conviene recuperar la espiritualidad, lo intangible. Lo dice un no religioso ni creyente en dioses absurdos, porque las religiones, todas ellas, son por lo general sectas que intentan por todos los medios coartar la libertad de los individuos, meterlos en vereda, apriscarlos, aborregarlos con el miedo al infierno y toda esa sarta de pendejadas. 

Estoy convencido de que en el siglo XXI hay que apostar deliberadamente por la espiritualidad, que es lo que podría convertirnos en mejores personas de lo que somos, más empáticas, o simplemente empáticas, solidarias, hospitalarias, amorosas, de verdad, porque cada cual va a su puta bola en este mundo desalmado. Y por supuesto apostar por la racionalidad, por la ciencia, por el logos, por el equilibrio mental, por la templanza, la ataraxia, como ya señalara en la entrada reciente que hiciera sobre Ortigueira. 


Puerto de Vega, que es un sitio chulo y tranquilo, me lleva por estos derroteros. Y me hace pensar en el ilustre e ilustrado Jovellanos, que terminó sus días en este pueblo del occidente astur. Ahí sigue en pie su casa, la casa mortuoria, del siglo XVII, con una placa que nos recuerda este "homenaje a la buena memoria de este esclarecido asturiano", además de una estatua de él -en el II centenario de su muerte- en la parte más alta del pueblo, a saber, la Atalaya, desde donde me dejo hamacar por la brisa marina. 

Casa mortuoria de Jovellanos

Ye prestoso, Puerto de Vega, préstame la de Dios, si es que parezco astur. No es de extrañar porque los bercianos del Alto, del útero de Gistredo, miramos desde La Silva a la patria y/o la matria de Asturias, o sea, que somos y nos sentimos en cierto modo asturianos. Y ahí que me siento como en casa en este occidente que goza de un entorno privilegiado, con su hechizo cantábrico, remoto, blanco.
Puerto de Vega, que aparece como mapa de los afectos en El verde aroma del Noroeste, es muelle donde a principios del siglo XIX llegó un Jovellanos a punto de fallecer, como se recuerda en una placa de la casa donde vivió sus últimos momentos.
Resulta agradable recorrer las callejuelas de su coqueto centro histórico y dejarse ir hasta el mirador de la Atalaya para sentir la brisa marina, las olas que vienen y van en ese mar embravecido que me invita a sumergirme en sus procelosas aguas.
Puerto de Vega está impregnado con el espíritu de Jovellanos y huele a pescado por todas las esquinas.
(Tomado de mi muro de Facebook)

El polifacético Jovellanos recorrió la comarca del Bierzo a finales del siglo XVIII. Estuvo en Villafranca y en el Monasterio de Santa María de Carracedo, entre otros lugares. 

"El Bierzo se dejó acariciar por la cultura y el buen hacer del ilustrado y las gentes de la comarca leonesa, de carácter fino, de trato alegre y noble recibieron al ilustrado junto a mantos floridos de paisajes románticos y variados", nos recuerda el escritor Pedro Villanueva en un texto publicado en La Nueva Crónica a propósito de la incursión de Jovellanos en el Bierzo https://www.lanuevacronica.com/el-bierzo-de-jovellanos

El viaje continúa por la vecina Luarca, una villa que ya me gustaba antes de poner los pies en la misma, y que he tenido la ocasión de visitar varias veces. Otro mapa de los afectos, como señalo asimismo en algo que escribiera en el muro de Facebook y que recupero aquí. 

Luarca también forma parte de El verde aroma del Noroeste, como no podía ser de otro modo. 

Me sorprende que la Oficina de Turismo ya no esté en el Palacio de los marqueses de Gamoneda, que es un sitio con mucha solera situado en la plaza del Ayuntamiento de Luarca o plaza de Alfonso X el Sabio. La han cambiado y ahora está al lado de Correos. 

Construida como si fuera anfiteatro en torno al puerto, con sus embarcaciones coloridas, y el cauce del río, Luarca se perfila como una postal desde alguno de los muchos miradores con los que cuenta esta villa blanca de la costa verde, con sus singulares casas de indianos, que son grandes mansiones de migrantes españoles que viajaron a las Américas, y su histórico barrio de pescadores de Cambaral, con sus callejuelas estrechas y empinadas. Y desde este barrio subirse hasta el promontorio, donde se halla el faro y la ermita de la Atalaya al borde del acantilado, con vistas de ensueño. 

La villa blanca de la costa verde también conforma el verde aroma del Noroeste, un espacio afectivo al que uno siempre vuelve, con ilusión, como si fuera la primera vez, como un niño asombrado, ese niño que viaja por el mundo dejándose sorprender en todo momento, con inquietud por saber y sentir.
Me suena Luarca desde que era un rapacín porque en mi pueblo había un hombre, bien pintoresco, que decían que provenía de este pueblo, villa del occidente astur.
Entonces imaginaba que aquel lugar era un territorio mítico como Macondo o Comala.
Tumba de Severo Ochoa
Aunque aun no había leído ni a Rulfo ni a Gabo, dos maestros de la literatura.
Deseaba conocer Luarca, donde decían también que había surgido ALSA, la compañía probablemente más poderosa de autobuses de España.
El hombre al que me refería se llamaba como uno mismo. Lo conocían por Murias, su apellido.
Con el transcurrir del tiempo he podido visitar Luarca en diversas ocasiones. Y siempre encuentro estimulante recorrer este lugar tocado por la magia de la belleza marina, con un cementerio que es un auténtico museo al aire libre, donde reposan dos grandes, uno de la ciencia, Severo Ochoa -gran peso tiene este científico en el pueblo-, y el otro de las Artes, Gil Parrondo, premio Óscar en dos ocasiones, al que tuve la ocasión de conocer con motivo de mi etapa en la Escuela de cine de Ponferrada.
Gil Parrondo
Un hombre entrañable Gil Parrondo, al que recuerdo con cariño. Le gustaba que comiéramos en La Fonda de Ponferrada. "Este pan es bíblico", me decía antes de tomar su gin tonic como digestivo.
Ahora me da nostalgia al estar delante de su tumba. Me pone triste. Pero siento que su espíritu me acompaña en este periplo por "la su tierra luarquesa" en este bello cementerio marino. Por fortuna, el faro seguirá alumbrándonos en el recorrido.
Ah, en una ocasión también viajé a Luarca con motivo de una animación a la lectura que hice en esta villa blanca de la costa verde.
(Tomado de mi muro de Facebook)

Faro de Luarca
Y por supuesto, pues queda al ladito mismo, la visita al cementerio, a las tumbas del Premio Nobel Severo Ochoa y el Premio Óscar Gil Parrondo, de los cual también hablo en El verde aroma del Noroeste. Aunque no exista nadie que lo indique no resulta complicado dar con estas tumbas o panteones, una cercana a la otra. Las vistas desde el cementerio al mar son también espectaculares. A Severo Ochoa no tuve el placer de conocerlo, pero a Gil Parrondo sí, y eso me llena de satisfacción. Además, era un hombre sabio y entrañable, al que siempre recordaré: https://cuenya.blogspot.com/2016/12/un-garbeo-por-el-nilo.html 
Ermita y faro de Luarca

Luarca es una villa a la que espero seguir volviendo mientras tenga unas gotas de sangre en las venas. Qué la ilusión no desaparezca nunca. 

Unos treinta y seis kilómetros separan Luarca de Cudillero, el alfa y omega de una ruta plena de encanto, con un paisaje de acantilados y playas inolvidables como la playa del Silencio.

Cudillero es otro de esos pueblos que cautiva al visitante porque es como un sitio de cuento, con sus casas arracimadas y coloridas, como una estampita, eso sí, atestada de turistas. 

Si bien he estado en varias ocasiones en Cudillero, me apetece respirar, una vez más, el ambiente de este pueblo marinero, casi siempre atestado de turistas y viajeros tal vez en busca de esa estampa que tanto cautiva, porque Cudillero atrapa por sus casas coloridas y sus calles empinadas. Una Medina Cristiana, como digo en El verde aroma del Noroeste. Qué atrevido.
Me gusta charlar con la chica de la Gijonesa, en la plaza de la Marina, un local donde puede tomarse desde un café hasta una fabada o una tabla de quesos. Me gustaron el Varé de cabra con leche cruda, el ahumado de Pría y por supuesto el Gamonéu.
Es madrileña pero ya se siente asturiana, aunque lamenta que en invierno Cudillero es algo triste. Y húmedo y frío, pienso. Porque incluso ahora en verano ni siquiera hace calor. Y suele llover a menudo.
Cudillero es como una postal o mejor dicho como un gran decorado de cine. No en vano, el entrañable decorador Gil Parrondo, al que hacía referencia en la entrada a Luarca, se encargó de la dirección artística de la famosa película Volver a empezar, dirigida por Garci, que también se rodó, al menos una escena o secuencia, en Cudillero, porque he vuelto a ver esta peli no hace tanto tiempo y se reconoce Cudillero.
Me sorprende toparme con la librería 221b Baker Street, en referencia al detective Sherlock Holmes, como si estuviera en Londres.
(Tomado de mi muro de Facebook)

Ahora todos nos hemos convertido en turistas dispuestos a zamparnos cual si fuera una tarta de boda (¿y eso es un manjar?) cualquiera de esos lugares que se ponen de moda. Somos caníbales. Y el turismo, no nos auto-engañemos, acaba por restar encanto a aquello que una vez lo tuvo.

Pulverizamos la sacralidad, el sentido primigenio. No obstante, Cudillero sigue conservando su aroma de pueblo pesquero, en esta ocasión bajo un cielo plomizo, con amenaza de lluvia, con lo cual no dan muchas ganas de treparse a los diversos miradores que existen para conseguir bellas panorámicas. 

El visitante prefiere darse una vuelta por el pueblo, por los llanos, lo que resulta harto complicado, porque el Cudillero está literalmente colgado de la montaña, y quedarse, mientras toma un café y alguna cosilla más, a darle al palique con la rapaza de la Gijonesa, que se muestra hospitalaria y conversadora. 

La amiga Conchita, que vive en Valladolid -a quien conociera, a ella y a su pareja Alfredo, en un viaje semana-santino a Extremadura-, me cuenta una historia novelesca de los Selgas, una familia ilustrada, noble, de espíritu libertario, que en la actualidad se ha convertido en una Fundación con sede en El Pito, un pueblecito del concejo de Cudillero. La próxima vez habrá que visitar este lugar. 

El correcaminos tiene ganas de acercarse a Gijón.

Puerto de Gijón
Piensa que también podría darse una vuelta por Avilés, que es un lugar como de paso, porque no podría decir que conozco esta ciudad. Bueno, en realidad uno no conoce nada. Sólo sé que no sé nada. Y cada vez creo que sé menos. Tengo la impresión de que necesitaríamos mil vidas para conocer o medio conocer algo,  dejémoslo en al menos otra vida exclusivamente dedicada a viajar por el ancho mundo. Eso de la vuelta al mundo en ochenta días queda como algo deslumbrante pero no deja de ser una ficción de Verne.

Ahora la vuelta al mundo sería en un mes. Otra ficción aún menos verosímil que la anterior. O hagamos como el bueno de Cortázar, una bestia literaria, dando la vuelta al día en ochenta mundos. ¿Por qué mundo empezamos? En cuanto al día, podríamos elegirlo al azar. 

En algún próximo viaje creo que debería adentrarme en las entrañas de Avilés. Ahí vive además mi sobrino Rodrigo. Y también las poetas Esperanza Medina y Natalia Menéndez, que son buena gente. 

De momento, tiro para Gijón -la tierra de las poetas amigas Alice y Marta, donde también vive el amigo filósofo Pablo, la amiga Beatriz y la también amiga y en tiempos musa Valle-, que es una ciudad a la que cada vez le tengo más cariño, donde me siento a gusto. 

En esta ocasión Gijón luce radiante, aunque el amigo gijonés Abel, que vive y trabaja desde hace años en la ciudad holandesa de Leiden, dice que en Gijón el clima no es bueno. A decir verdad, Abel hace tiempo que no para mucho o nada por Gijón, porque se ha pasado la mitad de la vida fuera de España: Gales, Inglaterra, Alemania, Países Bajos. Y cuando viene a España suele quedarse en Berrocalejo, Extremadura, la tierra de su padre. 

Disfruto de su clima, de su gastronomía, de su bahía, del colorido y animado barrio de Cimadevilla, con sus chigres y sidrerías, sin olvidar la casa natal de Jovellanos, ya que también hice referencia a su casa mortuoria de Puerto de Vega. Y hasta le hago una fotica al monumento al fundador del Reino de Asturias, Don Pelayo, que es asimismo considerado como el iniciador de la Reconquista.  

Siempre resulta agradable pasear por Xixón. Me gusta escribirlo así, con equis, porque eso le da cierto exotismo y mucha sensualidad. Pasear, además, procura buenas vibras, es saludable y se me hace una actividad inspiradora.
Pasear, meditar, leer y ocasionalmente escribir, saboreando el silencio, como me dice el amigo médico, psicoanalista y escritor Luis Salvador López Herrero.
Por eso hay que pasear las ciudades, los lugares, como si uno los aprehendiera, impregnándose de su aura, de su olor, porque todos los sitios, como las personas, huelen a algo, tal vez a sí mismos. Y Xixón huele a mar y a sidra, con su árbol de la sidra como emblema y los muchos chigres y sidrerías que existen en toda la ciudad, sobre todo en el colorido y animado barrio de Cimadevilla, que asoma al mar con una sonrisa.
Pasear por este barrio es una delicia, dejándose fluir como fluyen las corrientes marinas, subiendo al cerro de Santa Catalina en busca del Elogio del Horizonte, con vistas al Cantábrico, entre el sueño y la realidad.
Ese Elogio que parece acogernos con sus brazos y su cuerpo sólido a la vez que liviano, en cuyo interior suena la música del viento, cual si se dispusiera a volar, como alguien ha señalado de forma poética.
Xixón huele a mar y a sidra y sabe a fabes y cachopo de cecina, sabor que remite a León.
Como la visita fue breve aunque sustanciosa no avisé ni a la amiga Beatriz ni al amigo Pablo. Ni siquiera a mi sobrino Rodrigo, que vive en Avilés, tampoco a la prima María, que vive en Luanco. A nadie.
Otra vez será porque sí me gustaría presentar El verde aroma del Noroeste en esta ciudad, ya que figura en este libro.
Hasta la próxima.
(Tomado de mi muro de Facebook).


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