Enhorabuena, Noemí, por este relato, cuyo título nos hace hace pensar inevitablemente en la película del maestro Fernán-Gómez, aunque nada tenga que ver con la misma, sino con otro maestro del relato breve como es el mexicano Juan José Arreola.
Publicado el pasado domingo 20 de agosto en la Nueva Crónica, corresponde a los cursos de escritura que imparto en la ULE.
Con
la inspiración de ‘El guardagujas’, del maestro Arreola, Noemí Montañés compone
este singular relato, cuyo título también resulta cinematográfico, que nos
invita a reflexionar acerca de cuál es nuestro auténtico viaje, incluso nuestro
destino preferido, aquel que uno elige, ese “paraíso nómada”, en el que lo
único realmente importante son los afectos.
(Manuel Cuenya)
El viajante se
acercaba a su jubilación, en dos meses se acabaría la actividad
laboral y le pesaban en exceso todos los kilómetros recorridos, con sus
enormes maletas de demostración. Había
empezado su oficio con apenas dieciséis años, entonces iba en el coche de
línea o en el tren, ya que sólo trabajaba en su provincia.
Aquel día se había levantado gris y gélido; sus huesos tan
trabajados se resentían, lo cual le provocaba una amargura anti ventas, así que,
tras las dos primeras visitas, decidió acercarse a la cafetería de la estación,
que servía el mejor chocolate con churros de la ciudad. Disfrutando del exquisito
almuerzo, y sintiéndose mucho mejor, se acercó a
la zona de las taquillas y se sentó en
los únicos bancos antiguos que quedaban en la sala de espera, que tenían vistas a los andenes y al muy tecnológico
y nuevo panel de horarios, destinos y salidas.
Luego observó las taquillas, había varias: en la número uno se podía leer: “salida inmediata”, en la dos: “venta anticipada”, en la tres: “Destino de los indecisos” y en la cuatro: “Destinos sorpresa”. Releyó los carteles con
asombro y se dirigió a “Destino de los indecisos” porque si tuviera que viajar
en ese momento le costaría decidir un destino.
-Buenos días, quería un billete.
El
dependiente, un tanto seco y desganado, retiró la vista del ordenador y le preguntó:
-¿Tiene usted alguna preferencia?
-¿Qué destino me sugiere?
-Pues tenemos en la oferta de hoy tenemos
dos únicos posibles
destinos: “Viaje al paraíso elegido” y
“Viaje a ninguna parte”.
-¿A ninguna parte? Y para eso, ¿hay que
sacar billete? -dijo curioso el viajante.
-Pues sí, caballero, porque esa opción,
que es un viaje no geográfico, sino temporal, usted puede viajar a su pasado.
El
viajante se quedó pensativo y fantaseó con lo que sería un recorrido nostálgico
por sus sesenta y cuatro años y diez meses. A sabiendas de que esa mañana no
haría venta alguna, porque era uno de esos días de trámite, se decidió a hacer
ese viaje. No obstante, para que su mujer Manuela no se preocupase por su
tardanza, le preguntó al vendedor:
-¿Podré
estar de vuelta a la hora de comer?
-Por supuesto, dura lo que usted quiera, recuerde que es
su pasado.
Le
sedujo la idea de perderse durante una mañana, así que sacó un billete y
se encaminó al andén infinito, siguiendo las indicaciones del vendedor.
En
unos minutos apareció un tren, que tenía una
curiosa forma de reloj, y el revisor lo invitó a subir. Desde ese momento
perdió la noción del tiempo y el espacio,
cuando se dio cuenta se convirtió en divertido espectador de su infancia
y adolescencia, de sus primeros amores,
de sus primeras ventas, de su mujer Manuela embarazada de los gemelos … Todo
rezumaba la placidez de los buenos recuerdos. Por fortuna, su memoria, en
efecto generosa, no hizo presentes ninguno de los malos momentos de entonces, como
la temprana muerte de su padre, la venta de la casa y algunas otras vivencias
relevantes.
Con
cierta inquietud revivió los años duros de crisis en el trabajo, la merma de
ventas, las horas extras para los estudios de sus hijos, el cambio de coche...
Pero a pesar de esos momentos menos propicios , su percepción era que su vida había
sido buena y completa, que ahora, ya terminado su periplo laboral, se iniciaba una
etapa de generosidad temporal no sujeta a horarios, y eso le causó aún más
regocijo.
Acercándose
a su edad
actual, y dado que en su casa se comía a
las dos en punto siempre, decidió concluir la excursión, se sintió pleno y se prometió
repetir ese viaje con más tranquilidad
cuando el tiempo, en modo jubilado, diera más de sí.
Se
bajó del tren y se dispuso a reservar un viaje al paraíso elegido, este sería para hacerlo junto a su mujer Manuela y así
poder celebrar la nueva vida, pero la taquilla estaba ya cerrada.
Pensó
entonces en volver por la tarde, al terminar la visita al ultimo cliente y así lo hizo cuando
se acercó a la taquilla, y ante su
petición la amable dependiente le dijo: “Lo siento caballero pero no hay plazas
disponibles, cuando se ha viajado
previamente a ninguna parte, como hizo esta mañana, los paraísos dejan de ser
destinos y pasan a ser formas de vida, así que desde hoy es usted el titular
del tiempo y el destino, puede organizarlo como desee.”
El
viajante, atónito por sus palabras, cogió
sus bultos y se dirigió a su casa, donde
Manuela lo esperaba para cenar. Caminando hacia casa, absorto en las palabras de la vendedora de billetes, se percató de que los destinos paradisiacos se llevan en
la maleta, que los eliges tú: destino, tiempo, compañía…, y que sólo eres tú, el titular de la decisión de vivir en un
paraíso eterno; se imaginó un viaje
iniciático de su vida jubilar, y se encaminó
a comprar los billetes a ese destino, siempre soñado por
Manuela, que sentía una gran fascinación por África.
Desde
entonces, cada año, por estas fechas del estío, él y su mujer Manuela se marcan
un periplo fantástico. Siempre recordará aquella mañana, en la que el destino se conjuró para que su
desgana por trabajar y la diosa fortuna
le regalaran una oportunidad de
oro de ser feliz de un modo permanente. Y empezar así
a hacer de su vida un paraíso nómada, con la única referencia de los
afectos.
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