Ha llegado la hora de darle luz a este Diario, que comenzara en el 1996, pero en aquel tiempo escribía a mano. Y me da pereza ahora pasarlo todo a cristiano. En todo caso, algunas cosas seguirán quedando en el baúl, y otras procuraré re-elaborarlas, darles un nuevo vuelo, aunque sólo sea algo, porque un Diario siempre compromete, resulta revelador, al menos acerca de uno. Y así en este plan de planes. Pues vaya aquí:
23 de febrero de 1999
Ha llegado la hora de comulgar con mis
recuerdos. Hacía mucho tiempo que no sobaba las palabras del diario. Hace un
año que abandoné este hábito de teclear el ordenador todos los días.
Escribir un diario íntimo es una necesidad de
refrescar la memoria el día a día, saber qué está ocurriendo en el entorno,
cómo se vive, en mi caso arropado en el útero materno,
con la nieve en la punta de mis montes y delirios. Escribir para matar el
tiempo. Escribir como quien juntara letras con el noble fin de que en algún
momento sirvieran para algo. Qué ingenuidad. Al menos que sirvan para uno. Siempre pensando en el futuro. Un futuro inexistente. Siempre
prisionero, enclaustrado, como viviera el marqués de Sade, esclavo del tiempo, tal como
sintiera Baudelaire, poeta de modernidades.
Tumba de Baudelaire en Montparnasse |
Esclavo de un más allá que se pierde en la lejanía de las promesas. El
aquí y el ahora tendrán que ser exprimidos como naranja en el lagar del
lenguaje, hasta la última gota.
En realidad, deberíamos someter el aquí y el ahora al lagar de los mostos afrutados, para así poder prensar las uvas que florecen
en los sarmientos del presente, un presente que tocamos en toda su plenitud.
Es difícil vivir, sin ataduras, sin complejos, sin
remordimientos. Es fácil vivir como un vegetal. Pero resulta jodido tener que
plantearse esta existencia como algo finito. La finitud me atormenta. El día
menos pensado dejaré de existir, y eso me parece una putada. Tengo miedo a
morir. No quiero morir. ¡NO quiero!
Aunque la vida a veces sea tormentosa,
quiero continuar esta andadura utópica hacia no se sabe dónde. No quiero
pudrirme. No quiero que me entierren y los gusanos se apoderen de mis huesos y
mis carnes. Tampoco quiero ser incinerado en un horno cual si fuera churrasco
argentino. Necesito sacar a la luz lo que me preocupa.
Hoy ha sido un día como cualquier otro, sin nada especial que anotar, al menos por ahora: escucho Radio 3,
que es la radio de la modernidad y la transición a la democracia. Escucho la
voz sensual de Pilar Arzak, que me invita a volar cual pajarito en busca de otros horizontes. Estudiar una opo no me hace feliz. Es una gran cabronada.
El ser humano es más estúpido de lo que algunos creen. Nos pasamos la
vida dándole vueltas al coco, pensando en un futuro aún no recorrido,
complicándonos con gilipolleces varias, mientras deberíamos vivir a todo dar.
Rimabaud |
Necesitaría ser un rentista, como lo fuera el poeta Baudelaire, o el propio Rimbaud, que se dedicó a vivir y viajar, después de abandonar la poesía. Aunque un poeta de verdad, como lo fuera él, nunca abandona la poesía, aunque deje de escribir. Ser poeta es un modo de estar en el mundo, y de ser, por supuesto. NO estaría mal que pudiera largarme a la Polinesia. Me gustaría recorrer el mundo. Ser un aventurero. Así
tendría mucho que decir y contar. Al menos, viviría de un modo más intenso, al menos como lo
estoy haciendo ahora. Quiero volar.
Tengo moquera y los ojos como un lago lacrimoso. Vaya estado. Me echaré al
monte y venga, dale que te pego.
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