Panorámica de Rotterdam desde la torre Euromast |
Entre los crímenes cometidos recientemente en Barcelona (una monstruosidad, ya no podemos estar seguros en ningún lugar) y las quemas nauseabundas por doquier, parece que regresáramos a la Inquisión, a la infernal inquisición, a la que le entusiasmaba prender fuego a todo bicho viviente que se saliera del redil, y por ende darle estopa a la libertad de expresión, de pensamiento.
Hacer arder la naturaleza es un modo de quemar nuestra vida.
Vivimos, es obvio, en un mundo de tarados, aunque evidentemente siempre nos quedará gente buena, como Catherine, a quien conociera a finales del 91 en la ciudad francesa de Dijon, a la que uno fuera a parar a resultas de una beca Erasmus.
Erasmo de Rotterdam |
Qué curioso. El genial humanista Erasmo de Rotterdam, cuya estatua puede visitarse en su ciudad natal, es quien ha dado nombre al estupendo programa Erasmus. Y Erasmo (Erasmus) me llevó hace más de un cuarto de siglo a la ciudad de la "moutarde". Y ahora me ha vuelto a llevar a la ciudad del autor de 'Elogio de la locura', que espero releer en breve porque cuando lo leí, hace muchos años, me pareció extraordinario.
A Catherine hacía más de veinticinco años que no la veía. Cómo pasa el tiempo. Y qué magnífico reencuentro, después de tantos años.
Leiden |
Los 90 se me antojan tiempos de descubrimiento y en cierto modo de felicidad, o al menos de ilusiones a flor de piel. Siendo un jovencito uno se come el mundo, luego, transcurrido el devenir existencial, ya nada es lo mismo, porque, entre otras razones, uno se da cuenta de que la existencia es finita, brevísima, como un suspiro, aunque uno llegara a vivir cien años o más, porque serían necesarias mil vidas (y aun así) para poder ver, conocer, entender este universo de despropósitos, este tiempo fugaz y escurridizo, en medio del caos, el azar y el corrimiento al rojo.
Con estatua de Spinoza en el jardín de su casa de Rijnsburg |
Delft |
Estación central de Den Haag |
A lo mejor todo quisque debería viajar más (el viaje como materia imprescindible), acaso para espantar nacionalismos, dejar de mirarse al ombligo, intentar comprender al otro, que en verdad no es tan diferente, como quieren vendernos los impostores, empatizar con la gente, que también sufre, llora, ríe, tiene miedo... Por eso a uno le gusta viajar. Y encima este reciente viaje a Holanda ha resultado hermoso.
Leiden |
Sobre todo esto daré cuenta en próximas entradas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario