Arca de Noé en el río Maas |
Un viaje apasionante, el de Gil (editado por el escritor y periodista Valentín Carrera bajo el título 'Diario Madrid-París-Berlín. Último viaje'), que ya en aquella época, mediados del siglo XIX, hiciera uso de transportes varios, entre ellos la diligencia, el barco de vapor o el tren.
Cuenta el autor de 'El señor de Bembibre' que "por fin llegamos a Rotterdam, que no ofrece cosa particular, exceptuando su fisonomía, verdaderamente holandesa, sus infinitos canales, sus innumerables barcos, su gran comercio y su prolijo aseo. De esto debe de exceptuarse, sin embargo, la estatua de Erasmo, gran amigo y compañero de Luis Vives".
La verdad es que, cuando uno hace su entrada en barco a la ciudad de Rotterdam, ésta muestra un perfil de metrópoli americana, cual si fuera Nueva York, con sus rascacielos y sus puentes de diseño, como el Erasmusbrug, también conocido como puente del cisne, símbolo de una ciudad moderna. No en vano, Rotterdam fue destruida casi en su totalidad durante la Segunda Guerra Mundial.
Al fondo la Witte Huis |
Nada más desembarcar y echar la vista al entorno, tuve la impresión de trasladarme al área metropolitana de Bilbao, en concreto a esa zona, por lo demás hermosa, que se extiende, a través de la ría, desde Santurce (Santurtzi), pasando por el muelle de Portugalete, bajo el puente colgante, hasta alcanzar Sestao (la ciudad en la que viven mis amigos Ana y Javi).
Casas cúbicas |
Sorprende Rotterdam por su arquitectura vanguardista, por sus espacios verdes, por su multiculturalidad (su propio alcalde es de ascendencia berebere), por su animación, sobre todo si uno coincide con algún festival veraniego, como me ocurriera con uno, a orillas de las famosas casas cúbicas (kijk-kubus), todo un ejemplo de arquitectura posmoderna, singular, atrevida, que merece una visita a su interior. Al menos una casa cubo, al módico precio de tres euros, se muestra al turisteo andante como museo. Estas casitas me hacen recordar, salvando obviamente las distancias, a aquellas cabañas que contruyéramos, siendo unos guajines, en lo alto de algunos árboles en el útero de Gistredo. Que ingeniosos éramos.
Rotterdam, como todas las ciudades y pueblos de Holanda, amerita de ser visitada en bicicleta, que es el medio que utilizan los oriundos (por algo será), ya sean ejecutivos de altos vuelos o gente de a pie, que en Holanda el clasismo no es un vicio perverso como en España.
Panorámica de Rotterdam desde Euromast |
Cuando viajas en este vehículo resulta harto cómodo porque puedes pararte casi en cualquier lugar, si deseas hacer alguna foto, pararte a contemplar el discurrir cotidiano, regodearse en lo que a uno le parezca interesante.
Monumento picassiano |
Uno aprende, en todo caso, que, aun siendo un país tranquilo, conviene candar la bici, no dejarla a libre valer, porque podrían afanártela. Te la pueden robar y te la roban, me aclara Catherine, sobre todo si se trata de una buena bicicleta.
Torre Euromast |
Merece la pena, pues, darse una vuelta en bici por la ciudad, se gana tiempo, te permite ver sitios que de otro modo te llevaría demasiado tiempo, y el tiempo es oro, la sangre con la que uno escribe, nomás.
En mi recorrido en bici por la ciudad pude en efecto visitar muchos espacios y monumentos. Me resultaron curiosos uno de corte picassiano y otro, cuyo símbolo supuestamente fálico atrae a propios y extraños. Y por supuesto me atrajo la Estación de trenes, con aspecto de buque varado en medio de una costa de rascacielos, y me entusiasmó la Euromast, la torre más alta de la ciudad, desde cuya altura se tienen unas vistas espectaculares, incluso se podría llegar a atisbar en lontanza, en días despejados (cosa harto difícil) Den Haag (en realidad queda cerca, hasta se puede viajar en metro a esta capital desde Rotterdam) o Amberes (un poco más alejada, a algo menos de cien kilómetros). Un ascensor te eleva en segundos al piso-restaurante desde donde puedes quedarte contemplando la ciudad con sus rascacielos, su puente Erasmus y ese verdor que contrasta con el forjado de edificios industriales, y ese puerto, enorme, el más grande de Europa (se dice) y sin duda uno de los más grandes del mundo.
Si eres un intrépido, puedes practicar ráppel, lanzarte por una cuerda, desde la Euromast. A prueba de infarto.
Estoy presto para continuar recorriendo en bici la ciudad en busca de churros españoles.
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