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martes, 3 de noviembre de 2009

Umbral (Diario)

Releo algunas páginas de un Diario aparcado en el baúl de los apolillamientos, y me encuentro con esto:

El Umbral de Retrato de un joven malvado es maravilloso, aunque se parece muchísimo a Mortal y Rosa, y a Las Ninfas. En los tres aparecen similares frases y sentencias. Hacía siempre el mismo libro, escribe Umbral, desde el útero materno, más allá de la muerte, en el despachito apañado de la tumba. Yo escribía en tardes de patio y menstruación. Construir día a día un absurdo de prosa y miedo, qué afán de escribirlo todo, manuscribir el mundo, mecanografiar la vida... Llegar arriba es cuestión de aguante. Esta frase podría suscribirla Cela. La mujer es un ser de lejanías, llena de trastornos menstruales. Nos lleva por una parte a los bosques líricos del puro sexo y por otra a las murallas viejas de la mediocridad más provinciana. Hay que asesinarla en el bosque, después del amor, para liberarse de la mediocridad. Esto no lo suscribe este menda, quede claro. Toda España es una provincia. España es un conjunto de pueblos. Esto también lo decía Baroja, y Ortega. A Toledo le quitas la catedral y se queda en un poblachón. A Ávila le derrumbas la muralla y se queda en nada. Y así casi todas las ciudades. Buscaba a la mujer intemporal, la ninfa del presente absoluto. Gárgolas de la mediocre catedral de la cultura. Silencio espeso de mayonesa cortada. España, eñe de cuña y puñal. España de coño. Cielos de temple y escayola. Proust escribió enfermo y enclaustrado, amortajado en vida. Veía al hombre pequeño en el espacio, pero inmenso en el tiempo, tocando con sus pies y la cabeza el pasado más remoto y todos los futuros imaginables. El escritor de raza era el que escribía mucho. Envenenado de tinta. Al final sólo se salvan cincuenta páginas. Y eso con mucha suerte. El idioma es la única manera de fornicación con el universo. Sólo la palabra entra a fondo en las cosas, desvalija, fornica, roba. La palabra es predatoria y fornicatriz. El idioma nos habla, nos expresa. El lenguaje es el depósito del pensamiento, todo está en él y no hay más que dejarle hablar. Estoy convencido de ello. Palabra: poder subversivo. Incendio de los matorrales de la palabra. Lírico es lo que no se consuma. Se hace estilo al escribir. Estilo como traje. Hay que arrugarlo, hacerle algunos rotos. El pasado es siempre de color sepia. Dinero: subterráneo, catacumbal, sufre de mala conciencia. Olvidar la pintoresca necesidad de triunfo, la neurótica afirmación de la personalidad, y dedicarse a la contemplación de los amaneceres, la rotación de las verbenas y la pasión de los crepúsculos. Esto último es a lo que deberíamos dedicarnos con más esmero Había llegado a Madrid dispuesto a corromperme. Eso me recuerda a mi amigo Javier Morales, el tipo que conociera en Disney en el año de 1996. Yo vine a Disney a destruir mi personalidad, me dijo, categórico. Javi, como le gustaba llamarle su amada Rosa, era un fenómeno. Y Disney se transformó en escenario de las orgías. Orgías de alcohol y coca y sexo en el Reino mágico de Mickey. El escritor en crisálida anhela ser desgarrado, exigido, para dar todo su talento, como la adolescente llena de dones terrestres anhela ser poseída, desgarrada, abierta, disfrutada, ultrajada y vuelta del revés. Esto me recuerda al divino marqués de Sade cuando escribe que una doncella, sobre todo si está buenorra, no debería preocuparse más que por "forniciar", "baiser" sin parar. El reino burocrático de la mediocridad: Pequeñas colaboraciones (periodísticas). Pequeñas miserias. Pequeñas putrefacciones. Dedicar artículos a pedantes insufribles cuya halitosis intelectual me hedía aún en el alma, grita Umbral cuando no era quien llegó a ser. Ejercer un cinismo reaccionario y un terrorismo verbal. Profanar los cielos, esos cristales “tras los que nadie escucha el rumor de la vida” (Vicente Aleixandre). No tengo otra fortuna que mi firma (Larra). Empezar burlándose de uno mismo, con la mueca lívida del escepticismo. Hay que saber reírse de uno mismo (verdad como un templo). La risa como terapia a las angustias. La risa como estética que viste... y calza. La risa que se eleva como una Diosa en el Monte de Venus. La risa como filosofía de vida (Bergson). La realidad es irónica. La burla: traje de máscara, de carnaval. Uno tiene que disolverse a sí mismo en su propia ironía. Hablar y escribir desde la nada, desde la indiferencia, desde la ironía. Resurección de la carne con olor a crema bronceadora y a mujerona. Siempre en la calle, a veces inhóspita, a veces acogedora como una madre incestuosa. Cuando uno vive mucho en la calle, lo que escribe... tiene viento de esquina y pregón de mercado. Eso se nota en Baudelaire y en los grandes flâneurs. La calle: mi madre madrastra. Nueva York, la ciudad más poetizada del mundo, un puro arranque lírico hacia el cielo. El Quijote, la mayor burla de España, el libro de la sonrisa, la Biblia del escepticismo, el desengaño y la sonrisa. El que empieza de niño siendo crítico será siempre un estreñido como creador. Hay que gastarlo todo. La realidad hay que inventarla (Machado). La literatura sobra. Por eso es excelsa, trágica, inútil, irónica. La cultura es la gran Penélope que teje y desteje. Periódicos, esa mezcla de mentira y metáfora, de urgencia y lirismo, de imagen y sueño, de tinta y sangre, de información y sorpresa, de noticia y erudición. Está latiendo el mundo, está sangrando la vida. Aquí Umbral se erige como un Karl Kraus de las letras españolas. En el libro está ya todo fosilizado, panteónico. Mis entrañas no son más nauseabundas que las de cualquier otro. Poesía: estado casi salvaje de la cultura. Los autodidactas tendemos al lirismo. La literatura es siempre aristocratizante por superflua, aunque trate del pueblo. Desolación de haber triunfado. Al día siguiente habría que empezar de nuevo, en la redacción triste. Cené de mala gana, en la pensión, y me acosté llorando.
Estas son sólo algunas de las reflexiones del gran Umbral.

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