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miércoles, 25 de octubre de 2023

Vagalume, de Julio Llamazares

 Vagalume (luciérnaga en gallego) es la reciente novela del paisano, amigo y también maestro Julio Llamazares, porque Julio es un maestro de la literatura, un modelo a seguir, eso creo. Y lo creo desde que descubriera su escritura, su literatura, su forma de entender este oficio que a veces puede convertirse en arte, como es su caso, cuando nos ayuda en definitiva a reflexionar y entender quiénes somos y en qué mundo vivimos, porque nada de lo humano ni de lo animal, incluso de lo bestial, nos es ajeno. 

El alma humana es un pozo. 

Como podemos comprobar, una vez más, a resultas de las barbaridades que se están cometiendo en el Planeta, de todo tipo, en todos los lugares, en unos más que en otros, como por ejemplo entre rusos y ucranianos, palestinos e israelíes... que son todos unos, seres humanos que sufren al vaivén frenético del poder psicópata y asesino de unos pocos iluminados, por citar los más candentes ahora, al menos los más mediáticos... porque poco o nada sabemos de las atrocidades que se cometen en África, América, el resto de Asia (no sólo en Oriente Próximo). 

Decía que la literatura puede ser arte, como en el caso de la obra de  Llamazares, porque nos ayuda a reflexionar y además nos emociona, léase por ejemplo ese relato titulado Pulmones de piedra, incluido en su libro Escenas de cine mudo, al cual hice mención, incluso leí y comenté este pasado lunes en una clase de escritura en la UNED de Ponferrada.  

La lectura de Vagalume también me ha cautivado, aunque creo que tendría que releerla, porque Julio nos habla de periodismo y literatura, dos caras de una misma moneda, ya que ambos trabajan con palabras, el poder de la palabra escrita, a través de la cual articulamos gran parte de nuestro pensamiento. La escritura como respiración... La necesidad de escribir aunque nadie te vaya a leer, si bien  a todos nos gusta que nos lean, que nos quieran... Porque "escritor es aquel -recordé las palabras del propio Manolo Castro un día ya remoto en el periódico- que continuaría escribiendo aunque no publicara... hay gente que no para de escribir sin ser escritor y, al revés, otra que no deja de serlo aunque no escriba una sola línea en su vida", leo en esta novela. 

En Vagalume (no sólo alumbra sino que vaga en la oscuridad como los cometas) se nos habla del "humo de los recuerdos", de la memoria -memoria de la nieve-, del paso del tiempo ("-A partir de una edad todos somos ya supervivientes"), una constante en la obra de Llamazares. Y también se habla de la vida privada, la vida pública y la vida secreta de los escritores, en realidad de todos los seres humanos, porque todos tenemos estas tres vidas, que son vidas paralelas a las oficiales. 

La vida secreta es la que se encargan a menudo los escritores de plasmar, con cual deja de ser secreta para convertirse en pública. Y de este modo los lectores, las lectoras, podemos asomarnos a ella. 

Vagalume se sitúa en una ciudad que logramos reconocer, ¿tal vez León? Una ciudad "enmarcada por un cielo azul topacio". Una ciudad tocada por la nieve, tan presente en la obra de Llamazares. 

En realidad, Julio nos habla de su ciudad y de sí mismo, porque, como él mismo dice en Escenas de cine mudo: "toda novela es autobiográfica y toda autobiografía es ficción". Y en este sentido Vagalume es autobiográfica, no porque todo lo que en ella se cuente podamos identificarlo con su autor, pero sí en el sentido de que es un reflejo de su alma, de su espíritu. 

Julio Llamazares en la feria del libro de Ponferrada con Vagalume

"Yo había llegado desde Madrid, donde estudié la carrera, a trabajar en aquel diario por recomendación", escribe el narrador en primera persona que aparece bajo el nombre de César (César fue también un excelente futbolista originario de Noceda del Bierzo, mi pueblo). 

En todo caso, lo importante es contar algo que resulte creíble, que sea verosímil, que tenga, esto es, apariencia de verdad. Y Julio lo logra una vez más. Consigue que nos metamos de lleno en la historia, en su historia, que además, en esta ocasión, tiene un punto de intriga, que se va desgranando mediante sorpresas y personajes que nos cuentan sus puntos de vista sobre el fallecido periodista Manolo Castro, maestro del narrador de esta historia, que ha ocultado durante su vida su faceta de escritor. Y es que es el propio César el encargado de desentrañar el misterio. 

Ya, desde el inicio, Llamazares introduce una cita tomada de Las palmeras salvajes, de Faulkner, que dará mucho juego en la novela. La cita en cuestión dice así: Entre la pena y la nada elijo la pena, la cual aparece asimismo como frase en un libro que ha escrito el personaje principal llamado Manolo Castro. Recuerdo que esta magnífica frase se menciona también en una película de Godard, À bout de Souffle (Al final de la escapada). 

"... ¿a qué pena se refería en concreto? ¿A la de haber renunciado a intentar realizar sus sueños? ¿A la que le producía haber dejado voluntariamente de escribir...? ¿A la de quedarse a vivir en una ciudad que a mí me aconsejó dejar si quería ser algo en la literatura?". 

Con Llamazares en Ponferrada

Pues entre una y otra, eligió la pena. Otra cosa es cómo se logra vivir, más bien sobrevivir, con esa melancolía, con esa tristeza existencial, sobre todo si ésta es permanente y termina por convertirse en depresión. En verdad, la vida no tiene ningún sentido sin otra vida soñada, otra vida que consuele de la propia. 

"-...El destino no existe, César, somos nosotros los que lo inventamos.

-¿Y la vida?

-Igual". 

Pues eso, somos nosotros quienes inventamos nuestra vida, al igual que los escritores inventan vidas a través de personajes en sus novelas, sus vidas secretas. 

Enhorabuena, querido Julio, por seguir haciéndonos soñar a través de las palabras. 

martes, 24 de octubre de 2023

¿Acaso el viaje no es vuelo en libertad?

Quiero mostrar mi agradecimiento en este espacio bloguero a la escritora y profesora Margarita Álvarez Rodríguez por la reseña que me dedica, que le dedica a El verde aroma del Noroeste. 

https://ileon.eldiario.es/cultura/verde-aroma-noroeste-manuel-cuenya_1_10625058.html

Margarita Álvarez Rodríguez

"En fin, que Manuel Cuenya no traza rutas para que vayamos a un lugar, nos introduce de lleno en él con la magia de las palabras y  la belleza  que habita en el  sentimiento que les añade.  Ve lo que captan los ojos y observa lo que ve el espíritu.  Este “rompesuelas y “ vagamundo”, como le gusta llamarse, ─quizá mejor, “vagamundos”─ nos arrastra tras sus pasos, sus vivencias, sus reflexiones, sus descubrimientos… Sus quereres y saberes. Camina, vive, disfruta, elabora literariamente y cuenta. Y lo hace con la misma plasticidad con que lo hicieran los maestros Azorín  y Unamuno, en su visón de la  Historia y de la  intrahistoria. Cuando doblamos la última página de  El verde aroma del Noroeste, podemos  asegurar que hemos disfrutado de buena literatura y  que somos más “viajados” y más sabios.  Además, hemos aprendido  a valorar más todo lo que nos rodea. ¡Gracias, Manuel, por este hermoso libro que has puesto en nuestras manos!", escribe Margarita en el último párrafo de su reseña a propósito de El verde aroma del Noroeste. 

Su reseña me parece maravillosa, de una gran belleza, y es que Margarita es una grandísima profesional y una excelente persona, con grandes valores, que trabaja con rigor. Y eso es de agradecer en una época, la nuestra, donde cada cual va a lo suyo. Y no importa mucho o nada lo que hace el vecino, el prójimo, el próximo. Así nos luce el pelo. Pero Margarita es buena amiga de sus amigos. Y además se implica al cien por cien en lo que hace. Por eso ha conseguido hacer una obra magnífica, reflejo sin duda de quien es ella. Y continuará haciéndola. 

Mi agradecimiento sincero y sentido, querida Margarita, por ser y estar, por tu tiempo, por tu afecto. Por todo lo que ofreces, por todo lo que das, que es mucho y sustancioso, lo que recibo como un impagable aguinaldo. 

Ojalá existieran en el mundo más personas como tú. Entonces, el mundo sí sería un sitio magnífico, porque el mundo, obvio es, lo hacemos las personas. Y tú eres grande. 

Me lo dice la amiga Beatriz, que vive en Gijón: "Caramba, qué bien escribe Margarita". Y lo dirá todo aquel que te lea, que asista a tus presentaciones, que te siga en tu estupendo blog De la palabra al pensamiento: http://www.larecolusademar.com/

Si os apetece y andáis por la ciudad de León, este jueves 26 de octubre, en la sala Región del ILC, presentaré el libro en compañía del escritor, periodista y director de La Nueva Crónica David Rubio y la escritora Marta Muñiz. 

Os esperamos, a las 20 horas. 



viernes, 20 de octubre de 2023

En busca de sentido a través de un viaje iniciático

¿Qué os parece este título En busca de sentido? 

Playa de Luaña, Cóbreces

Pues está tomado de un archiconocido libro del psiquiatra y filósofo austriaco Viktor Frankl, que en mi opinión debería ser una obra de cabecera, donde el autor nos cuenta su terrible experiencia en campos de concentración nazis, entre ellos el espeluznante campo de Auschwitz (que visité hace años), de donde pudo salir vivo por fortuna para relatarnos en primera persona lo que allí sintió, sufrió... y cómo logró descubrir el sentido de la vida en una situación tan adversa como ésa. 

En busca de sentido, tal vez en busca de espiritualidad, a través de un viaje iniciático, es lo que viví y sentí el puente del pasado fin de semana en el monasterio cisterciense de Cóbreces, Cantabria, adonde he ido en diversas ocasiones desde que era un tierno adolescente. 

Un viaje magnífico, en el que se viaja no sólo al exterior sino al interior de uno mismo, en un viaje introspectivo que resulta del todo saludable porque ayuda a conocerse más y mejor, a darse cuenta, como en una sesión psicoanalítica o mismamente de psicoterapia existencial y/o logoterapia (por seguir recordando al fundador de la misma, esto es el doctor Frankl) de quién es uno. 

Cóbreces, al fondo, a la derecha, la abadía

Tarea complicada, en todo caso, que requiere de mucha reflexión, de autoconocimiento, cual si se tratara de un viaje iniciático. Como ocurre por ejemplo en la Odisea, de Homero, o bien en El Quijote, de Cervantes, entre otras grandes obras no sólo literarias sino también cinematográficas, véase asimismo la obra del cineasta alemán Wim Wenders, por ejemplo París, Texas

https://cuenya.blogspot.com/2013/11/paris-texas.html

Me apetecía mucho venir hasta Cóbreces, donde se halla el monasterio de Santa María de Viaceli, porque aquí está el padre Leoncio, originario de Losada, al que consideramos familiar, tío, un hombre bueno de verdad, un ser espiritual, un auténtico monje, al que le tengo cariño, todos en la familia le tenemos mucho afecto, incluso aparece como personaje en El verde aroma del Noroeste.
Este es el tercer año consecutivo que vengo hasta aquí. Una experiencia espiritual magnífica, porque uno se siente espiritual, aunque no religioso (no resulta contradictorio, ¿verdad?). El arte genuino es en sí mismo una suerte de espiritualidad. Estoy pensando por ejemplo en el Réquiem de Mozart o mismamente en el Salve Regina de Completas que se puede vivir y sentir en esta abadía cisterciense. Un chute de energía y buenas vibras sí estoy teniendo aquí, donde además respiro el mar Cantábrico desde el acantilado de El Bolao, que se ha convertido, desde que lo viera por vez primera siendo casi un niño, en un santuario de peregrinación, un lugar de culto. Por fortuna, aún sigo deleitándome con la belleza como si me asomara a ella, desde este acantilado, por primera vez.
Os dejo esta entrada al blog de hace dos años:

(estas palabras escribía en mi muro de Facebook con motivo de mi reciente visita al monasterio de Cóbreces)

En busca de sentido o viaje iniciático al corazón de Cantabria, visitando una vez más ese espacio cinematográfico que es Llanes, en las Asturies de los míos amores (me gusta más que decir de mis), que ya forma parte de mis mapas de los afectos, donde estuve nomás a finales de agosto, de lo que doy cuenta en otra entrada en este blog:

https://cuenya.blogspot.com/2023/09/la-belleza-infinita-en-el-oriente-del.html

Me fascina pasear por estos callejones con sabor a Medievo como si de repente el tiempo fuera otro. Y uno mismo se convirtiera en personaje de época.
Llanes
Me fascina volver a aquellos lugares donde he sentido la belleza que procura sanas vibraciones.

(esto escribía en mi muro de Facebook cuando visité recientemente Llanes)

Con tiempo también para dar un voltio por San Vicente de la Barquera, que es un sitio resplandeciente; Santillana del Mar, que siempre ofrece al visitante su rostro de villa medieval, y Comillas, con su belleza exótica, su monumentalidad, impregnada toda ella por el espíritu del genial Gaudí, quien también nos dejó una obra extraordinaria en León y en Astorga, aparte de sus creaciones en Barcelona. 

https://cuenya.blogspot.com/2010/03/gaudi-en-el-bierzo-en-astorga-en-leon.html

https://cuenya.blogspot.com/2019/08/de-la-ciudad-de-leon-la-barcelona-de.html

Su misterio, su fluidez, el encanto de la luz reflejada en un amanecer ensoñado, cautivan al viajero, que se siente en éxtasis, acaso místico, en este mundo polvorín donde, tras máscaras religiosas, étnicas... -cualquier pretexto pendejo sirve-, se desata la barbarie una y otra vez.
San Vicente
Ya hemos tocado fondo como especie humana-animal en varias ocasiones.
Mientras, uno sigue en pos de la belleza del mundo contemplándola con ojos de asombro, consciente por supuesto del Planeta en que vivimos...
San Vicente de la Barquera es una bendición para los sentidos, con su colorido y su aroma a marisma, con su gusto a marisco y sus barcas varadas en medio de un oleaje de ilusiones. Y también con su temperatura de otoño estival. Una belleza comestible, porque la belleza será comestible o no será, como dijera el paranoico crítico Dalí, que logró hacer una obra divina, todopoderosa.

(estas palabras escribía en mi muro de Facebook con motivo de mi reciente visita a San Vicente de la Barquera)

Sobre Cóbreces y su monasterio he escrito en más de una ocasión. Y por supuesto aparece en El verde aroma del Noroeste, que tendré el placer de presentar en la ciudad de León el próximo jueves 26 de octubre. 

En el monasterio de Viaceli de Cóbreces lleva desde que era un crío el bueno de Leoncio, originario de Losada, en el Bierzo Alto, al que toda la familia llamamos tío. Un ser espiritual, además de religioso, que también aparece en El verde aroma..., con buena salud a sus ochenta y nueve años, aunque él se siente ya muy cansado. Creo que anda algo deprimido. A ver si ahora, que vendrá al monasterio de Carrizo de la Ribera, logra elevar el ánimo. 

San Vicente

La experiencia en Cóbreces en esta ocasión ha sido estupenda. Allí he conocido a varias personas con quien entablé conversación, cada cual con su historia de vida, comenzando por Lucía, una mujer de Valladolid, con quien compartí mesa y mantel en el monasterio. Una chica de cincuenta y muchos años, según me dijera, que se mostró amable, buena conversadora a la vez que algo enigmática. 

Se me ocurrió preguntarle a qué se dedica -la curiosidad mató al gato- y ella contestó que eso qué más da. Y razón que tiene. Con lo cual me quedé como un tontín. Eso te pasa por preguntar. No se pregunta. Vuelve por otra. Quizá algún día, quién sabe, volvamos a reencontrarnos. Así es la vida. "Antes de un mes te llamaré", me dijo. Da como penita conocer a personas con las que a lo mejor nunca más volveremos a ver. 

En el Bolao

Con Lucía fui hasta el mítico acantilado de El Bolao, que es un sitio cargado de buenas vibraciones, donde algún día, tal vez, podría convertirse en el espacio idóneo para que depositaran mis cenizas. ¡En qué cosas piensa uno! Será la edad. A lo mejor me está ocurriendo como al tío Leoncio, que recordaba, acaso con nostalgia de un tiempo que fue, sus estancias en Roma, en Alemania... cuando era joven. 

¡El tiempo, el tiempo!

https://cuenya.blogspot.com/2013/08/el-tiempo-de-los-asesinos.html

Además de Lucía entré en contacto con otras personas hospedadas en el monasterio como un médico de Madrid, con quien tuve una charla harto sustanciosa, eso creo, un hombre de sesenta y pocos años, que se mostró descreído con el mundo en que vivimos, un mundo que dijo no entender. 

"Para lo que me queda aquí", llegó a decirme. "Bueno, seguro que aún te quedará mucho tiempo", acerté a responderle. Eso me hizo recordar a la enfermera que tuviera asignada en Ponferrada hace un tiempo en mi centro de salud, la cual me dijo -ella que ahorita debe andar por los cincuenta y poco-, que de vida activa tampoco le quedaba mucho (eso creo recordar, a lo mejor no fue exactamente así, ella me dirá si lee esto), lo que me llevó a una reflexión profunda acerca no sólo de la vida, cuánto vive uno sino cuánto vive uno de modo activo, con capacidad para manejarse por el mundo adelante solo, solito, solo. Ya sabes, Beatriz, que charlar contigo, aunque ahora estés en Gijón, tu tierra, es realmente estimulante. 

Asimismo, en el monasterio me encontré con Noelia, una chica entrañable de Toledo a la que a buen seguro siempre recordaré. Creo que algún día volveremos a vernos. Agradezco mucho, en todo caso, tu invitación para ir a Toledo, donde hace tiempo que no estoy y la verdad que tengo ganas de volver. 

Y al final de mi estancia en Viaceli puede charlar brevemente con algunas personas de Andalucía que se hospedaban en el monasterio porque habían viajado para asistir a la presentación -en otro lugar de Cantabria-, de un libro sobre un cura, Un cura de una vez, cuya autora es Francisca García Guirado, con quien he mantenido contacto telefónico. 

abadía cisterciense

Tampoco quiero olvidarme de Nieves, una profesora de Valladolid, quien dice sentirse sola en el mundo, porque, aparte del amor de Dios, no encuentra el amor en los seres humanos. Y, como el médico madrileño, no entiende este mundo. Amar y ser amados, lo mejor que pude ocurrirnos. Quizá no haya que entenderlo sino vivirlo y a ser posible disfrutarlo. Disfrutar de la playa de Luaña, por ejemplo, aunque sea bajo la llovizna. Y de todos los manjares y placeres, como el queso de esta abadía, que nos ofrece la vida. No me olvido ni de ella, quien se ofreció hospitalaria para que vaya a Valladolid, ciudad donde he estado en diversas ocasiones y donde viven amigos y amigas, ni de Mari Cruz, que se encarga con soltura de la hospedería, en realidad de toda la gerencia del monasterio, porque casi todos los monjes ya tienen una edad avanzada y necesitan de cuidados. Cada vez quedan menos. No en vano, Mari Cruz ejerció como enfermera durante años. 

Santillana, esto es Santillana del Mar, huele a sobao y quesada, sobre todo a quesada. Y eso abre el apetito al visitante, que se siente a su vez como en un decorado de cine, que lo es, con sus calles empedradas y toda esa monumentalidad medieval de casas y casonas solariegas, palacios, torres y la archiconocida colegiata, que es símbolo de esta villa cántabra, cada día más atestada de turistas.
Aunque uno haya paseado por este espacio en varias ocasiones, siempre alegra la vista, en realidad todos los sentidos, volver a la misma. Incluso descubrir que algunas de sus pastas o cremas de orujo llevan nombres curiosos, por decirlo de algún modo, supongo que como reclamo turístico.
(estas palabras escribía en mi muro de Facebook con motivo de mi reciente visita a Santillana)

Mari Cruz cuenta asimismo con la ayuda de Cristina, que se ocupa de la limpieza. "Ya me dijeron que tú eres profesor", me dijo la joven Cristina. Bueno, hago lo que puedo. Aunque lo que me gusta es aprender, sentir, sentirlo todo. Pero no se lo dije. ¿Qué tal estás aquí?, me atreví a preguntarle. Cristina sonrió y tras su sonrisa azul intuí que se encuentra bien en el monasterio. También lo expresó con palabras, en un buen castellano/español con acento. "Es que soy ucraniana", aclaró ella. 

Antes de dejar Cóbreces volví yo solito a El Bolao, tal vez en busca de sentido, el sentido de la existencia a través de un viaje iniciático que jamás olvidaré. Mientras, recordé a las amigas Piedad (Maripi) y Carmen, que conociera precisamente el pasado año en el monasterio cisterciense de esta localidad cántabra, donde los monjes cantan el Salve Regina en Completas, de modo que uno se queda literalmente en éxtasis místico. 

https://youtu.be/N-FQHA9ndYg

Y eso me hizo volar. 

Antes de regresar a la tierruca, a la matria, Comillas me esperó con la luz marina de la hipnosis, y es que esta villa arzobispal y pontificia (se nota que el monasterio de Cóbreces ejerció gran influjo en mí) es hipnótica. 

Paseé por el entorno del palacio Sobrellano (del marqués), de estilo neogótico, y el Capricho de Gaudí, que me trasladó directamente a las chimeneas de las hadas del valle de Göreme (Capadocia), que visité hace años. 

Recorrí el casco histórico, deteniéndome en la fuente de los Tres Caños. 

Subí hasta el mirador de Santa Lucía para arrojar los sentidos al puerto, al mar. Y entablé breve charla con un operario con acento cantabrico (cantábrico también), el cual echó pestes contra el expresidente Revilla, el cual, según este oriundo, fue nefasto para Cantabria y sobre todo para los ganaderos. No será para tanto, quise decirle. Pero el hombre parecía ensimismado y muy enfadado con la política ejercida por Revilla, quien por lo demás está casado con una berciana de los Ancares llamada Aurora. La verdad es que no le dije que Revilla me cae bien.  

Fuente Tres Caños

Descendí varios peldaños hasta el puerto. Y desde ahí me encaminé al cementerio gótico, presidido en lo alto por el ángel exterminador. Con vistas al mar Cantábrico. Y entonces rememoré mi visita en julio de este año al cementerio de Luarca, también con vistas al mar, donde están enterrados el Nobel Severo Ochoa y el doble premio Óscar Gil Parrondo, al que recordaré siempre con cariño, porque era un tipo entrañable. 

https://cuenya.blogspot.com/2016/12/un-garbeo-por-el-nilo.html

https://cuenya.blogspot.com/2023/07/de-ortigueira-las-asturies-de-los-mios.html

Tiene algo el viejo cementerio de Comillas que me hace recordar el camposanto de Santa Mariña de Cambados, donde están enterrados la actriz leonesa Josefina Blanco Tejerina, quien fuera la mujer del gran Valle-Inclán, además de un hijo de ambos llamado Joaquín. https://cuenya.blogspot.com/2023/09/en-tierras-valleinclanescas.html

Concluí la visita de Comillas yendo hasta el parque donde se alza el monumento al marqués de esta villa, que desde la distancia ya atrajo mi atención. Con la mala pata, nunca mejor dicho, de que, después de trepar como un cabrito campo a través, con el móvil en el bolsillo derecho del pantalón y a punto de aproximarme al monumento de marras, me di cuenta, cuando eché mano al móvil para sacar alguna fotina, de que la pantalla se había estallado, tal vez porque algún movimiento brusco lo había dejado fuera de juego. Así que me quedé sin móvil, que es como quedarse incomunicado. ¡Tanto dependemos de estos aparatos! Por fortuna, también llevaba cámara en ristre. Así que pude hacer algunas foticas. 

Monumento al marqués de Comillas

Lo cierto es que me quedé atolondrado. Y recordé que, otrora, la gente vivía sin móvil, sin ordenador, incluso sin cámaras. Sin nada o casi nada. Y vivían igualmente, sin generar ansiedad, sin prisas, porque lo deseable es encontrar el sentido de la vida, que ésta sí que es un genuino viaje.  

*He de confesar, como buen feligrés, que a estas alturas ya tengo teléfono móvil nuevo.

martes, 10 de octubre de 2023

Composición de relatos y microficciones

A partir del minuto 30 os dejo esta entrevista en la televisión de Ponferrada con la periodista María de Miguel.

https://www.youtube.com/watch?v=lZEa9l0LS70

Siempre es un placer charlar con ella, en este caso sobre lo humano y lo divino, porque, aunque el motivo esencial es el curso de composición de relatos y microficciones que impartiré en la UNED de Ponferrada a partir del lunes 23 de octubre hasta el 27 de noviembre, siempre surge la reflexión sobre el mundo en que vivimos, incluida la Inteligencia Artificial, un tema harto importante en esta época. No en vano, hace años que caminamos por mundos virtuales. Y esto se impone como una apisonadora.

Una vez más, para lanzarse a escribir convendría leer y releer, analizar textos, aplicar el espíritu crítico, el pensamiento fuerte, repensar la realidad, la ficción.

Ahora necesitamos el pensamiento crítico frente al pensamiento débil, la debilidad de pensamiento, que se ha vuelto ramplón, uniforme, unidimensional.

https://www.lanuevacronica.com/el-bierzo/uned-acoge-curso-escritura-impartido-por-manuel-cuenya_144779_102.html

Escribiendo articulamos la palabra, que es pensamiento. Recuperemos la palabra escrita.

Os animo a inscribiros en este curso. Aún estáis a tiempo. Lo disfrutaremos.

https://ileon.eldiario.es/actualidad/manuel-cuenya-imparte-curso-composicion-relatos-microficciones-aficionados-escritura_1_10587420.html

El curso se podrá seguir de modo presencial o bien online, incluso en diferido.




viernes, 6 de octubre de 2023

El músico cubano Elíades Ochoa en Lugo

 Desde hace años suelo ir al San Froilán de Lugo porque, entre otras cosas, aparte de una estupenda gastronomía, siempre hay algún concierto que merece la alegría. Y la música es un excelente nutriente del espíritu. 

¿Qué haríamos los seres humanos sin música?  Es quizá la música el arte más sublime de todos, eso he llegado a escribir alguna vez y lo sigo pensando. Al menos la música despierta nuestras emociones y nos hace bailar, algo realmente sano y divertido. 

En esta ocasión actuaba el músico cubano Elíades Ochoa y su banda. Y no quise perdérmelo. Pues es una de las estrellas del Buena Vista Social Club, que fuera en tiempos un club popular en la ciudad de La Habana y a la vez un grupo musical creado en los años noventa del pasado siglo, con músicos de la talla de Compay Segundo, Ibraim Ferrer, Omara Portuondo (aún viva, por fortuna) o el propio Ochoa, entre otros.  

Este club inspiró una grabación del genial guitarrista Ry Cooder, que además es el compositor de la banda sonora de París, Texas, cuyo director, el alemán Wim Wenders, se embarcó en la aventura de filmar un documental maravilloso titulado Buena vista social Club,  donde asistimos a conciertos de este club o grupo de legendarios músicos cubanos en ciudades como Ámsterdam o Nueva York. 

El documental de Wenders nos pasea además por La Habana, de la mano de Ry Cooder y su hijo, el músico, Joachim Cooder adentrándonos en la capital cubana, en la que estuve este verano y donde espero volver pronto. Eso me gustaría. 


Por tanto, el concierto de Elíades Ochoa y su banda ayer mismo en Lugo, con temas entrañables como Chan Chan o A caballo vamos pal monte, me hizo rememorar La Habana, Buena Vista Social Club y la música cubana en directo, en todo su esplendor. Un concierto emocionante ante un buen puñado de seguidores, entre ellos algunos cubanos. Sorprende que, aun siendo fiesta en Lugo, no hubiera mucha gente en el concierto. 

Los teloneros, Abya Yala, también me gustaron porque en su repertorio incluyeron canciones clásicas e inolvidables como Oye cómo va, del músico estadounidense de origen puertorriqueño Tito Puente (el mejicano Carlos Santana también hizo una versión potente de esta canción) y Bésame mucho, de la mejicana Consuelito Velázquez, una canción que se ha quedado grabada en nuestra memoria colectiva. 

Incluso tuve tiempo, antes de los conciertos, de darme un garbeo por la muralla lucense y por el casco histórico de la ciudad, con una visita al santo Froilán, que para eso es patrón de Lugo y de la diócesis leonesa, el cual anduvo de retiro espiritual, como buen eremita, por las montañas del Curueño, el río del olvido, y también por el Bierzo, que son espacios literarios que me entusiasman. 

La música nos hermana a cubanos, bercianos y a gallegos. 

*Como en este espacio no me deja subir vídeos de las canciones que grabé, Chan chan y A caballo vamos pal monte, las subiré a mi muro de Facebook. 

lunes, 2 de octubre de 2023

Lagos y lagunas que entrañan romanticismo

 Este verano, a finales de agosto y comienzos de septiembre, tuve la inquietud por acercarme a los lagos de Covadonga. 

Desde Arenas de Cabrales, de lo que ya hablé en otra entrada en este mismo blog, queda cerca. https://cuenya.blogspot.com/2023/09/el-latido-de-la-naturaleza-en-picos-de.html

Y tenía ganas de volver a ver estos lagos porque hacía, creo que unos treinta años, que se dice pronto, que no estaba en esta zona lacustre, plena de belleza romántica, máxime si el clima se vuelve brumoso, como me ocurriera con este aún reciente viaje, que ahora vuelvo a rememorar.

Y digo belleza romántica porque el mito de Frankenstein lo creó la escritora Mary Shelley a orillas del lago suizo de Lemán, en Ginebra, una noche tormentosa de verano, en concreto en el verano frío y lluvioso de 1816. Hace ahora algo más de doscientos años. Sobre esta apasionante historia he escrito en varias ocasiones. 
https://cuenya.blogspot.com/2010/01/versiones-cinematograficas-de.html

https://www.diariodeleon.es/articulo/filandon/laquo-frankenstein-raquo-mary-shelley-versiones-cinematograficas/201005230600001104334.html

El propio cineasta astur Gonzalo Suárez, a quien sigo recordando con cariño después de su paso como director honorífico por nuestra Escuela de cine de Ponferrada, hizo la película Remando al viento donde aborda la creación de este mito, que se me antoja fascinante.

https://cuenya.blogspot.com/2022/12/remando-al-viento-de-gonzalo-suarez.html Tal vez por eso nos ha quedado grabado en la memoria colectiva de que de los lagos brotan los monstruos. Como también se dice del lago Ness, situado a unos pocos kilómetros al suroeste de Inverness, que tuve la ocasión de visitar hace años en un viaje Inter-Raíl por Europa. Maravilloso tiempo de viajes no sólo por Escocia sino también por Gales (bueno, este fue otro viaje, ya que en aquel tiempo allí vivía el amigo Abel, en concreto en la bella población de Aberystwyth). 

Gales es asimismo una tierra hermosa de lagos y castillos, que también recuerdo por esa película emocionante de John Ford titulada ¡Qué verde era mi valle! sobre la minería. 

Los lagos de Covadonga me han llevado hasta las Altas Tierras escocesas y Gales. Recuerdo asimismo el lago y la población de Fort William, en Escocia, donde después de un tiempo en busca de alojamiento -era verano pero con clima frío-, logré alojarme en un hostel gracias a la amabilidad de un tipo que me llegó a decir que en Escocia a nadie se le deja durmiendo al raso. Me dio la vida porque todos los alojamientos allí estaban hasta los topes.

Una experiencia inolvidable. Entonces, uno, que era jovencito y valiente, viajaba por el mundo sin ningún tipo de angustia, con muchas ganas por descubrirlo. 

Ahora que lo repienso, el paisaje de esta parte de Asturias, donde se hallan los lagos glaciares de Covadonga a más de mil metros de altitud, tiene un gran parecido con los que viera y sintiera en Gales y en Escocia hace años. Y por supuesto este grandioso paisaje astur nada tiene que envidiar a otros lugares del mundo. Eso me dijeron, más o menos, dos mujeres hispanoamericanas con quienes coincidí un rato, que estaban entusiasmadas con la visita a este espacio montañoso y lacustre en los Picos de Europa.

A decir verdad, me encontré con mucha gente, plagado que estaba el sitio de visitantes a pesar de esa bruma que hizo que los lagos de Enol y la Ercina quedaran casi sepultados bajo la misma como si fuera invierno. Esto me hace pensar en volver a los mismos, tal vez en la próxima primavera, cuando se tercie, en todo caso, porque hay que volver a ver en verano lo que se vio en invierno, y de día lo que se vio de noche, como nos dijera el Premio Nobel portugués Saramago en su maravilloso libro Viaje a Portugal. 

Esto dejé escrito en mi muro de Facebook en su día, en este hasta ahora mi último viaje a los lagos de Covadonga, como así se les conoce a los lagos de Enol y de la Ercina: 

De los lagos y lagunas, en vez de monstruos, brota la niebla, que compone cuadros vaporosos y espejismos con aroma a verde que te quiero verde.
Y es que los lagos y lagunas entrañan mucho romanticismo, lo que enciende la imaginación del visitante.

Los lagos de Covadonga, así son conocidos, porque el santuario de Covadonga queda cerca. Aunque en esta ocasión no lo visité. Y me quedé a comer en un garito, atestado de visitantes, a los pies del lago Ercina, que hasta me parece que desprende más encanto que el lago Enol.

Poco más de veinte kilómetros separan los lagos de Cangas de Onís, población donde se cuenta que el rey Don Pelayo creó el Reino de Asturias, conocida asimismo por su exquisita gastronomía, entre la que está el queso Gamonéu, el descenso internacional en canoa del río Sella, que, como ya he apuntado en alguna ocasión, por ejemplo en El verde aroma del Noroeste, nace en la Fuente del Infierno, en Oseja de Sajambre, provincia de León.
Cangas

Resulta agradable, incluso bajo el orbayu, caminar por el centro histórico de Cangas, acercarse al edificio de la Oficina de Turismo, aunque no se necesite información, pues se trata de una bella casa, la casa Riera, de estilo indiano, que está en las inmediaciones del Puentón, al que los oriundos llaman puente romano, aunque sea un puente medieval.
Conviene subirse al Puentón, que es todo un símbolo de Cangas, para contemplar el discurrir del Sella.
En un próximo viaje estaría bien visitar alguno de los miradores como el conocido mirador de El Fitu. Siempre hay un motivo para volver a aquellos lugares que a uno lo han dejado cautivado.
Asturies siempre en el corazón del viajero, que se despide de su viaje dando una vuelta por Oviedo, la ciudad donde estuviera en los años ochenta como estudiante universitario.
El Puentón
Años que te dejan huella, sin duda porque comienza una vida de descubrimientos, de aprendizaje.
Y me despido con estas palabras que dejara escritas en su momento en mi muro de Facebook, que ahora le sirve a uno como diario de bitácora, cuaderno o libreta donde se anotan impresiones, recuerdos... todo aquello que al final nos hace ser quienes somos:

Sueño que regreso a la Vetusta de Clarín. Y lo hago desde el presente para encontrarme con el pasado, cuando aún era un joven estudiante en su universidad, con las ilusiones intactas y todo un porvenir. Qué dulce la juventud.
Sueño que vuelvo a Oviedo a estudiar, como cuando era un rapaz, con todo el futuro por delante. Y eso me produce desasosiego, porque ya tengo una edad -la edad de la madurez-, y no me apetece volver a estudiar, aunque uno siempre ande entre libros.
De repente, despierto y me hallo literalmente delante de la estatua de Ana Ozores, la Regenta, con el fondo de la catedral. Y desde aquí, como en los sueños, donde se produce una ruptura espacio-temporal, también puedo ver casi toda la ciudad, por la que deambulo en busca tal vez del mozo que fui y ya nunca más seré.

Callejeo por aquellos sitios que tan familiares me resultan, incluso sigue en pie el letrero del Tsaciana, aquel garito del Antiguo regentado por Pío -qué será de este hombre-, al que solía ir en fines de semana y alguna fiesta de guardar. Dicho así, parece que estuviera todo el día de farra. Nada de eso. Había que estudiar. Y uno se lo tomaba en serio.
Estaba soñando con la Vetusta de Clarín y de repente sonó el himno de Asturias y las campanadas de la media tarde.
Pasado y presente en un mismo plano de realidad.