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viernes, 26 de febrero de 2010

María José Rubio en Tardes de Autor


La cita será, como siempre, en la Casa de las culturas de la capital del Bierzo Alto, el 2 de marzo, a las 20 horas.


La próxima invitada a Tardes de Autor, en Bembibre, será la escritora madrileña María José Rubio, historiadora por vocación y estudios, cuyas investigaciones con motivo de su tesis doctoral, en un principio, y suponemos que una gran curiosidad por el tema, la llevaron hasta los archivos del Palacio Real en busca de reinas – a las que considera como imágenes más populares que los reyes, y con más capacidad de acercarse al pueblo (supongo que está pensando tanto en Sofía como en Letizia)-, y monarcas de España, como Fernando VII, al que la autora describe como mujeriego, o Alfonso XIII, que al parecer pasó algunas penurias, lo que definitivamente la han convertido en una auténtica experta en estas figuras de la alta realeza.
Nuestro país –asegura María José Rubio en una entrevista- es esencialmente monárquico, aunque el pueblo haya sido a menudo ingrato y tirano con la monarquía. Algo que a uno, sinceramente, no le parece así, porque el pueblo es siempre quien sufre los sinsabores de las clases altas, y no digamos cuando se trata de una realeza, aunque la nuestra actual esté bien mirada, por lo general y salvo excepciones, tanto por unos como por otros, incluso quienes se dicen republicanos, y tiene buena proyección internacional (véase, por ejemplo, a Obama recibiendo a nuestro monarca Borbón).
Pero es que tampoco queda de otra. Es lo que hay, como suele decirse ahora. No estoy seguro de que el nuestro sea un pueblo al que le gusta la monarquía, sin embargo, creo que el nuestro sí es un pueblo muy clasista, que adora a los grandes e intenta pisotear a los pequeños. Por eso, y por nuestra idiosincrasia particular, han fracasado las repúblicas, y seguirán fracasando, en caso de que se intentaran llevar a cabo. Ni el socialismo ejerce como tal, en un país hiper-capitalizado, como el resto de Europa y Norteamérica, donde manda el dinero, la banca (que nos tiene agarrados y bien agarrados), las empresas potentes y las multinacionales, porque la crisis -¿qué crisis, para quién?, si tenemos un déficit público bestial, por vivir, claro, por encima de nuestras posibilidades- no la para ni dios, salvo que el pueblo, ahora sí, se ponga las pilas, y los políticos de turno se dediquen a gestionar comme il faut los intereses ciudadanos, y no sus propios intereses, los de sus amiguitos y arrimados, y los de los empresarios enganchados a las siglas de marras. Menos corruptela, menos salarios estratosféricos y más reparto de sueldo y trabajos.
Un mundo éste (el de la monarquía), que quienes lo desconocemos por completo, debe ser fascinante, en lo que tiene de enredos y teje manejes que uno ni siquiera podría imaginarse, y que en el fondo obedecen a las mismas pasiones, incluso bajas, que cualquier otro ser humano, con sus debilidades y deseos varios. Eso sí, con muchas más posibilidades de “realización” que el resto de mortales.
La propia autora dice que el archivo del Palacio Real, bien desconocido para el gran público, es uno de los mejores del mundo y está estupendamente organizado, algo que a ella le encanta, habida cuenta de que se confiesa como una persona muy ordenada, y sobre todo el hecho de poder insuflar vida a unos documentos, que de otro modo se quedarían perdidos en el baúl de los fantasmas.
María José Rubio, que dice aborrecer la mentira y la demagogia, cuenta, asimismo, con un gran número de publicaciones, relacionadas sobre todo con la historia y el arte, entre las que cabe destacar el monumental Diccionario biográfico español, La Chata (dedicada a la Infanta Isabel de Borbón) o las Reinas de España, desde Gabriela de Saboya hasta nuestra Letizia Ortiz. También ha escrito varios guiones para series culturales de televisión. Y es colaboradora habitual de algunos programas radiofónicos.Su próximo proyecto será una novela con argumento histórico, a saber, El cerrajero del rey.

jueves, 25 de febrero de 2010

El verdadero Carnaval

Vaya aquí esta Tribuna, que tuve a bien escribir para el diario El Mundo, durante mi corta temporada como colaborador del mismo, aunque ésta nunca se publicó, y ahora aparece con algunos añadidos y correcciones.

Aunque la Cuaresma se nos echó literalmente encima, en el Bierzo seguimos pegándonos atracones de botillo, ay, nuestra seña de identidad gastronómica, y luciendo Carnaval pimentero y picantón. Que todo sea por la fiesta y por llenar la andorga, que mientras haya pan y circo, todo se andará. Y que continúe el sainete, que tan bien nos caracteriza, que para eso vivimos en el teatro del mundo o la representación de la pasión, en el que cada cual interpreta el papel que nos dejan los directores de escena, los tiburones, los mandamases.


En el Bierzo Alto el Carnaval proseguirá, al menos hasta finales de este mes de febrerito, como en Noceda, y hasta podría tener cabida bien entrado el mes de marzo marceador en su desfloramiento primaveral. Como el pasado año. Bueno, no estoy seguro de esto. Y llegará la Semana Santa, con sus vistosas procesiones de los pasos y sus papones “tamborreadores”, y seguiremos “embotillándonos” y vistiendo disfraz. 


Que a los españolitos nos encanta mostrar máscara cual buenos hidalgos y “fijosdalgo”. Que lo importante, por lo que se ve, son las apariencias antes que las esencias, porque quien no sale en televisión es que no existe, como nos ha dicho el maestro Gustavo Bueno en su libro, Televisión: Apariencia y Verdad.

No nos engañemos, aunque hagamos la vista gorda. Pues el verdadero carnaval no es el que intentan clavarnos aquí y allá, ni siquiera el de Río de Janeiro, con sus sambas y ritmos explosivos, capaces de hacer saltar por los aires cualquier norma o reglamento convencionales y bien establecidos, sino aquel en que se invirtieran los roles, ahora te toca a ti ir “pallá” y a mí “pacá”, al menos de vez en cuando, como ocurrió en el País Vasco y en terra galega con sus políticos, porque no resulta estimulante cargar siempre con la misma figura, sobre todo si ésta desentona y uno además está en las bajas escalas de la sociedad, comiendo o malcomiendo el pan que el diablo amasa, con sus uñas negras de voracidad. 

El verdadero carnaval debería apuntar a la verdadera igualdad de los seres humanos. Nada nuevo bajo la capa de las estrellas de nuestra Vía Láctea, que procura leche casi siempre a los mismos, porque los otros siempre se verán como enemigos. De ahí el miedo al otro, el pánico a ponerse en el lugar del otro, la xenofobia, el clasismo, la desigualdad, el miedo a la libertad, en definitiva. Convendría volver a releer la monumental obra de Erich Frömm para entender tantas y tantas cosas que nos están ocurriendo. Libertad, igualdad y fraternidad son hermosas y líricas palabras que se proclamaron en la Revolución francesa, la revolución que nunca tuvimos en nuestro país, mas siguen formando parte de la utopía. Lo único que podría quedarnos, como nos diría el poeta José Luis Puerto, sería la fraternidad, y ni siquiera, porque somos unos fratricidas, esto lo digo yo mismo, de mi puño y letra, unos canibalines, caníbales y reyes, como la obra de Marvin Harris (no dejéis de leer a este magistral antropólogo americano, que al menos en una ocasión estuvo en Oviedo, invitado por el filósofo Bueno). 

La libertad guiando al pueblo es un cuadro de Delacroix, por el que siento fascinación, y en el que vemos a una mujer, despechada, sensual y atrevida, portando la bandera tricolor en la mano derecha y en la izquierda un fusil, mientras parece caminar sobre algunos moribundos. 

Como dice Orwell en Rebelión en la granja, todos somos iguales pero unos más que otros. He aquí el meollo del cogollo de la berza. La igualdad, por lo que sea, siempre será desigual. O eso parece. Y a pesar de los intentos para que todos seamos iguales, la realidad lo desmiente, y el mundo en que vivimos está hecho un asquito porque los humanos, demasiado animales, por cierto, nos empeñamos en que cada cual salve su pellejo, aunque sea a costa de la sangre del otro. Y las mujeres siguen esclavizadas, en tantas sociedades y culturas o inculturas, al servicio de los hombres, como ocurre en todos los países islámicos, y otros, donde impera la ley del hombre por encima de todo, menos de Alá, que todo lo puede y lo sabe. ¿Y si Alá fuera una Diosa? ¿Qué ocurriría? Y si existiera de veras la fraternidad, ¿habríamos sufrido una Guerra Incivil y seguiríamos odiando o menospreciando al vecino, al hermano, al del pueblo de al lado? Tantas preguntas que ameritan respuestas varias. 

Mientras tanto, celebremos, por adelantado, el Día Internacional de la Mujer, de la mujer luchadora, como esa que vemos y sentimos guiando al pueblo. O aquella bisabuela, Vicenta, que nunca conocí, pero que se ha quedado grabada en la retina de la memoria, de tanto que me ha hablado de ella mi madre, o sea, su nieta. Y dejémonos de tanta “antrojada” y “zarramacada”.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Entre la obesidad y la anorexia

Hace tiempo que, en esta sociedad de gente sobrealimentada -algunos más que otros, es obvio- habitamos el reino que se sitúa entre la obesidad y la anorexia, como es propio de nuestro vivir/sin vivir (vivo que no vivo en mí) desdoblado, bipolar, zumbadísimo. Y ambos trastornos alimentarios/mentales forman parte del sistema capitalistaloide al que pertenecemos (y que hemos elegido o siemplemente nos han impuesto, por qué quién es capaz de elegir si ya lo hacen otros por nosotros), donde el consumismo y las apariencias nos traen por la calle de la amargura.
La tasa de obesidad entre los niños, y supongo que entre adultos bercianos, es “preocupante”, como en otros lugares del país, ¿de qué país? Más o menos. Nos alimentamos como gorrinos, y a veces comemos como descosidos para calmar nuestra ansiedad, ese no saber qué hacer con nuestras vidas, huecas de contenido y rellenas de basura, cómo no vamos a estar obesos o gordos como albóndigas rellenas de pimientos morrones.
Por otra parte, el escaparate social, en que nos reflejamos, nos pide que tengamos una figura modélica, y ahí nos estrellamos contra la realidad hecha de fantasmas y por fantasmas de libertad (que diría el surrealista Bueñuel, don Luis). Porque la obesidad, con el consiguiente colesterol, corresponde a una sociedad sobrealimentada de grasas saturadas, y un estarse quieto delante de un “ordenata”, una televisón, una nintendo, cualquier videojuego... A los nenes les encanta, y los adultos no le hacen ascos.
Supongo que un nómada no tiene ni colesterol ni obesidad, y si no que se lo pregunten a los bereberes, a quienes por lo demás no les gusta hincar el diente a la grasaca, salvo un corderito bien rostizado a la brasa.
Los cubanos tampoco tiene nada de colesterol, bueno no estoy seguro, porque o bien no comen o se alimentan con mierdas, y los bercianos de hace cincuenta años, que trabajaban en el campo o en la mina, ni tenían obesidad ni colesterol, aunque le dieran al tocinamen y las “patacas”. Entonces, casi nadie se miraba mucho, porque las revisiones médicas eran para los señoritangos y madamas.
En cuanto a la anorexia, que es una patología cerebral y familiar, rechaza la alimentación como rechazo a las falsas apariencias y convenciones, esto es, rechaza la vida misma, tal como nos la sirven enlatada, artificial. Vean esas modelos, pobreciñas, que no comen porque tienen que dar imagen de pitiminís de cara a la pasarela, y acaban en la tumba. No hay nada peor como caer en las garras del dinero fácil, y ser víctimas de un sistema que las somete a la tortura de la imagen, porque las anoréxicas tienen una percepción distorsionada de su imagen corporal, se ven gordas aunque estén como esqueletos, y su autoestima está por los suelos, o sea, que no se quieren nada, porque en verdad rechazan a su familia, que se ha preocupado en exceso por su éxito y aspecto externo, y por ende rechazan a la sociedad en que viven, como culpable de sus males. Utilizan el autoengaño en exceso como mecanismo defensivo, y acaban matándose al declararse en huelga de hambre. He conocido a alguna anoréxica. En Dijon, por ejemplo, conocí a una gallega, que luego de hablar con ella largo y tendido, le solté, así a bocajarro, ¿tú no serás anoréxica o habrás sido anoréxica? "Pero cómo lo sabes", me dijo ella. Pues sí, aquella gachí lucía, por lo demás, buena figura, estaba guapita, aunque sus palabras la delataban.
Cuba es un buen lugar para curar la anorexia, como me contara mi estimado Mario Gaviria, un sociólogo navarro afincado en La Habana. Hace algún tiempo el señor Gaviria vivía gran parte del año en la capital cubana. Ahora no sé qué será de él. Pero sobre esto debería volver en otro momento.
En nuestro Bierzo, más que anorexia, lo que está a la orden del día es la obesidad. No se extraña uno, con tanto chorizo y botillo.

martes, 23 de febrero de 2010

Algunos recuerdos ovetenses

Durante los cinco cursos que permanecí en la Universidad de Oviedo, disfruté con la enseñanza de tres profesores, nomás. O eso creo recordar. A veces los recuerdos se difuminan, se trastocan, pero uno intenta darles vuelo de la mejor manera posible. ¿O no? Quién sabe. 


Gustavo Bueno, sobre el que alguna vez he escrito algo, era mi maestro, incluso mi ídolo. Su oratoria, aderezada con un pensamiento lúcido y humorístico, me encantaba. "¿No saben quién fue Mariana Pineda?", creo recordar que nos soltó en una de sus primeras clases. "¿No me digan que no han leído Mariana Pineda?", debió insistir sin respuesta alguna. Allí, en la clase, estábamos una serie de pardillos a verlas venir. Entonces, no conocíamos de verdad la obra de Lorca, ni nada. En el fondo, éramos jóvenes e ignorantes. Y no me da ningún pudor confesarlo. Qué se le va a hacer.


Manuel Fernández Lorenzo, mi tocayo, y Marino Pérez fueron mis otros maestros o profes en la facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación. Así se llamaba. Manuel, o Manolo, como quería que le dijéramos, era un discípulo muy posmoderno del señor Bueno. Manolo daba clases de Filosofía Contemporánea en tercer curso, y yo asistía a sus clases con legañas en los ojos (solían ser a las nueve) pero casi con reverencia. Este tipo tenía la gran cualidad de emparentar la filosofía con el cine de Buñuel, Visconti, Bergman y otros grandes, además nos hablaba del marqués de Sade, para muchos, quizá para todos a tenor de lo visto y vivido, desconocido. Nos hablaba con devoción de muchos grandes personajes de las artes y las letras. Manolo nos enseñaba filosofía clásica (a Kant por ejemplo) visto a través de una óptica más cercana a nosotros, pobres cuitadines, incluso más literaria y vivalavirgen. Este docente estaba muy interesado en el cine, incluso decía haber rodado algunos cortometrajes. Nos explicaba la filosofía de Kant a través de Thomas de Quincey, un autor calificado como maldito pero de una exquisita sensibilidad literaria, vital. No hay más que leer Confesiones de un Opiómano, El Asesinato, considerado como una de las Bellas Artes, o bien Los últimos días de Kant, para darse cuenta del talento de De Quincey. Manolo es uno de esos señores que te hace amar la filosofía aunque te resistas. ¿Qué será de él? ¿Seguirá impartiendo clases en la Facultad? 


Me descubrió el buen cine, la buena literatura... y eso es muy de agradecer. Aquel hombre, de trato afable, era calvo, alto, siempre iba elegantemente vestido y lucía unas pequeñas y redondas gafitas. Parecía un dandy, provisto de su paraguas en los siempre "orvayantes" días vetustenses.
Recuerdo que incluso nos habló de una película magnífica de aquellos años, La leyenda del santo bebedor, de Olmi.

Marino Pérez era mi profesor de Psicoterapia, también discípulo de Bueno. Marino me hizo entender la Terapia Conductual (el Autocontrol, etc.) a través de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola y Las Moradas de Santa Teresa de Jesús. Marino manejaba el discurso con gran poder hipnótico, como buen psicólogo. Hay que leerse a los clásicos literarios franceses (Balzac, Flaubert, etc), a los clásicos vieneses (Musil, etc), a los clásicos en general (Platón, Aristóteles...) para entender la psicología, nos aconsejaba. A propósito de Platón, en El Menón, Sócrates plantea el siguiente enigma a Menón: “Tú arguyes que un hombre no puede inquirir acerca de lo que sabe, ni acerca de lo que no sabe; porque si sabe, no tiene necesidad de inquirir; y, si no sabe, no puede, porque no conoce el verdadero tema acerca del cual tiene que inquirir”. 

En aquella época comencé a comprar y a devorar literatura con voracidad. Descubrí una librería de ocasión cerca de donde vivía, en el Campillín, a la que iba con frecuencia. Me apasionaba buscar libros que me habían sido sugeridos. Un libro que recuerdo con cariño fue El Hombre de Apulia, de Stern, éste nos lo había recomendado otro antiguo discípulo de Bueno, a saber, Tomás R. Fernández, quien tiene una excelente traducción y comentario del libro de Darwin, Las expresión de las emociones en los animales y el hombre.

Al final, me doy cuenta de que sale a relucir alguno más, incluso un inepto, con un acusado retraso mental. Se trataba de un gallego, a quien le decíamos, a sus espaldas, Es Dicir, porque el mentecato no sabía ni hablar, y decía mucho estas palabrejas. Adolfo y este meda lerenda nos carcajeábamos de él a mandibula batiente.


Adolfo era mi mejor amigo en la facultad, y con quien he conservado amistad a pesar del paso del tiempo. Ahora Aldolfo es profesor en la Facultad de Psicología de Almería.

Almería, qué buenos recuerdos y qué cielos tan despejados y azules.

Es Dicir era un patán, mostachón y gafoso. El gachó más imbécil que haya visto en mi vida. Era incapaz de discernir entre cosas fácilisimas. Debía tener un cociente intelectual inferior a 20, lo cual es indicativo de una oligofrenia profundísima. Pero el hijoputa se permitió el lujo de suspenderme en Psicodiagnóstico, en segundo curso. Mejor dicho, suspendió a muchísima gente, alumnos que estaban mucho más capacitados que él, naturalmente. 
Al final, luego de una reclamación de examen y del trabajo entregado, hecha en toda regla, se vino a razones y me puso aprobado. “Me jodiste, porque ahora tengo que cambiar las actas”, me dijo el capullo. Impresentable, inadmisible a todas luces, cómo se puede tener a un tarado impartiendo clases en una universidad, en una facultad, por mala que esta sea. 

Con el paso del tiempo, y mi familiaridad con el entorno, me he ido dando cuenta de las miserias humanas que pueblan el, a veces, envidiable ámbito docente y universitario. Esto da para mucha tela que cortar. 


En quinto curso y en la asignatura de Psicología Diferencial volvió a tocarme -qué espanto- aquel esperpento apodado Es Dicir, pero para entonces las cosas habían cambiado, aunque él siguiera casi igual de obnubilado, y logré un sobresaliente en su asignatura. Ya había aprendido a manejar a tipos de su calaña, y encima, para colmo de los colmos, el examen final que Es Dicir nos tenía preparado vino a parar a mis manos, por mediación de uno de nuestras colegas, amigo de Adolfo y mío, otro especimen de cuidado.
A., a quien también le decían S., era un rapaz barbón y con el cabello alborotado y en forma de escarola. Parecía un Jesucristo orondo, o sea, una albóndiga, que diría el amigo Abel. A. se me parecía, creo recordar, al farandulero de moda y cine, el chistosín Torrente, esto es, Santiago Segura (bueno, ahora este individuo luce mejor perfil).


A. fue compañero durante los cinco cursos de Psicología. Durante los primeros cursos nos llevábamos bien, pero a medida que fue transcuriendo el tiempo, el A. comenzó a encabritarse, se creía más listo que los demás, y chuleaba a una panda de pijillas, las cuales le seguían el rollo, alimentando su bien nutrido narcisismo. Las lerdas éstas eran tres maripuris, de cuyo nombre no me acuerdo, o sí, no importa. 


El pobre y cabroncete A. era tan feo que no sabía que hacer para acaparar la atención de ellas y de los demás. Nuestra supuesta amistad empezó a deteriorarse a raiz de algo que prefiero no contar. Un día de estos volveré a autoanalizarme para así poder desvelar la genuina verdad de esto, y de tantas cosas. En el mejor de los casos, y aunque A. y yo estuviéramos escaldados el uno con el otro (no corría la sangre al río, esa es la verdad, y ahora que lo pienso, con la distancia que dan los años, el roce no era para tanto), tuvo la gentileza y el detallazo de pasarme el examen final de Psicología Diferencial, un examen para matar a un caballo, pero que en casa y con muchos libros y apuntes logré descifrar y hacer con bien. En el examen parcial yo había obtenido un sobresaliente o un notable, no recuerdo muy bien, con lo cual la asignatura estaba chupadita. Hace falta ser tarugo para que te roben un examen del ordenador y no te enteres de la vaina. Hace falta ser muy zote, pero Es Dicir era mucho más que todo eso que acabo de Dicir, valga el pleonasmo.
Recuerdo que el examen también se lo pasamos a nuestro estimado Adolfo.


Mi otra Facultad de Psicología y de vida fue el programa de Rosa de Sanatorio (sobre el que ya he hablado en alguna ocasión, pero que quiero volver a mencionar porque viene al caso), que a altas horas de la madrugada yo escuchaba religiosamente, primero de tres a cuatro, creo recordar, y luego sufrió un cambio de horario de dos a tres (más o menos). 

José Luis Moreno-Ruiz, al que años más tarde llegaría a conocer personalmente, me deleitaba y enseñaba con las lecturas de sus poemas, versículos, versos satánicos y malditos, con las lecturas de textos tan entrañables como muchos de los que escribieran Valle-Inclán, César Vallejo, Buñuel, Artaud... 

Rosa de Sanatorio fue para mí un gran descubrimiento literario, un complemento perfecto a las bien llevadas clases de Manolo el Filósofo.

Manolo y José Luis me estaban inyectando adrenalina reflexiva, flexión neuronal, vida estimulante, sustancia impulsiva, que a la larga me abrirían las puertas de la percepción. Yo nunca he necesitado mescalina, ni LSD, ni siquiera peyote para entrar en trance y ver más allá del horizonte. Manolo y Jose Luis fueron las drogas que me impulsaron a recorrer espacios-tiempos infinitos, sendas expansivas y abiertas a otras galaxias. 

Y en las noches, mágicas y sensuales, me acompañaba, cómo no, mi amiguita del alma, mi musa, mi amigovia, mi novia astur-galaica, cuyo nombre es... No lo diré, que no se vaya a ofender mi niña y estas memorias o recuerdos dejen de tener continuidad. 


Oviedo fue para mí como un universo de radio, bibliotecas, liírerias y algún que otro tugurio nocturno: como el Tigre Juan, el Tsaciana, etc. 

De repente me he acordado de otro, H., el profesor de Etología, con pinta guay, aunque no lo era tanto. Se creía un Gorila en la Niebla. Este gachó pretendía ir de chachi y colega por la vida, ocultando quizá una profunda tristeza, un resentimiento expresado en sonrisas forzadas, gestos exageradamente histriónicos, puro teatrillo ambulante.

H. se la pasaba de a muertito, o sea, que con el mínimo esfuerzo quería conseguir grandes logros. No, amigo H., no siempre salen bien los tiros, si uno no echa toda la carne en el asador.



No en balde, H. se había chapado la Sociobiología de Wilson y Dawkins. Sí, H. era como un gen egoísta que aspiraba, en sus sueños infantiles, a ser dueño y señor de la jungla de asfalto. Por más veces que lo intentara y se examinara, al parecer nunca lograba sacar la plaza de profesor titular, pero tampoco había quien a echarlo del cosmos universitario, un cosmos cerrado y con fueros internos bien implantados. “Disculpad, pero esta pregunta no me la he chapado”, osó decirle al tribunal de oposición, como si fuera un bebé desvalido, que además contara con la protección, siempre maternal y bondadosa, del jurado examinador.



Después de todo H. me caía bien. Era un ecologista, preocupado por las especies en extinción, y siempre iba a la facultad en bicicleta. Le gustaba mucho viajar y siempre nos estaba contando anécdotas de cuando había estado en Nueva York, que si lo habían mirado mal por cruzar las piernas en el metro, que si había estado en el Parque de Doñana, en Las tablas de Daimiel, en el paraje natural de Somiedo estudiando a los asturcones... haciendo observaciones para su tesis doctoral... 



H. era algo amanerado y quizá le gustaran tanto unos como otras. A lo mejor estoy rayando la raya. No sé. Que cada cual sea lo que quiera ser. Sólo faltaría. 

Un día lo encontré en el cine con unas pintas risibles. Tenía puestas unas gafas de mosca o de abeja Malla o Maya, que le daban un aspecto más rocambolesco que el habitual. Tenía como cierto aire, sólo aire, con uno de aquellos cantantes estrafalarios de la movida. Ahora no recuerdo su nombre, ya me vino a mientes: Paquito Clavel, el del guarripop y cutreLux y aquella canción del Twist del autobús. Me parece que H. era oriundo de León.

Recorría las calles del Antiguo de Oviedo cuando me atacaba la morriña, o sentía que mi ánimo estaba por los suelos; me detenía en la plaza de la Catedral mientras mi imaginación volaba a Francia, al norte de Europa. Quería ver en esta plaza un lugar en Edimburgo, una plaza de Bélgica... Quería evadirme de aquella realidad que principiaba a asfixiarme; tenía hambre de estímulos, como un niñito hiperactivo y con la noradrenalina por las nubes. Quería volar, viajar fuera de Asturias, fuera de España... Necesitaba respirar otros aires. 



Algunos domingos, teñidos por el hastío y quizá por la resaca, bajaba por La Tenderina, que me producía cierta desazón injustificada, quizá porque me sentía algo solo y desamparado (mi musa solía irse los fines de semana a casa de sus papás, que vivían fuera de Oviedo), hacia Ventanielles en busca de mi amigo y paisano Emilio (Milín), para estirar mis neuronas abotargadas, compungidas... Era entonces cuando recuperaba fuerzas y olvidaba por un momento mis obsesivos pensamientos de viajes al final de la noche. La náusea, como a Sartre, no me abandonaba. 
Aquel primer curso en Oviedo me sentía como zafado del mundo, y era entonces cuando la ciudad se transformaba en una gran universidad. Sólo quería asistir a las clases de Gustavo Bueno, que me transportaban a un lugar más placentero que el que estaba viviendo fuera, en la calle, en aquella siniestra pensión de la calle Asturias, que abandoné por fortuna no bien acabado el primer curso. 

Sólo el profesor Bueno, en el primer curso, lograba romper mi absurdo vital. El resto de monigotes, llamados docentes, no me decían nada interesante, o me decían gilipolleces y gueyadas, como el hijoputa de Pedagogía, que se rumoraba era del OPUS.


“No se crean que estudiar es deleitarse, estudiar es hincar los codos”, nos había dicho aquel don nadie el primer día de clase. Con aquella frasecita de marras me había dejado para el arrastre. “Conmigo no valdrán cuentos, tendrán que trabajar duro... si quieren aprobar la materia”, insistía el sacerdote de secta y disciplina castrense, espartana. A mí me tenía acojonado. No lo soportaba. 


A mi amigo Adolfo también le caía como una patada en los huevos. ¡Vaya desgracia nos ha caído!, pensábamos. Y buen trabajo que me costó aprobar la materia de Pedagogía en junio, porque a Adolfo se la dejó, incluso, para septiembre. Un día, en el transcurso de una clase, digamos "magistral", puso a parir a La Naranja Mecánica, qué indecencia, qué aberración... yo en aquella época aún no conocía la película de Kubrick ni el libro de Anthony Burgess, con lo cual desconocía por donde iban los tiros, pero presto me pondría al día y sabría a qué se refería aquel Opusman.

Una compañera de clase, en aquel primer curso, me visitó hasta en dos ocasiones en la pensión, con el pretexto de que le dejara apuntes, pero yo, que estaba en las nubes, no le entendí o no le seguí el juego, y nunca supe si quería algo más que mis cochambrosos apuntes. Esta chavala no era precisamente una modelo, pero tampoco estaba nada desmerecida. Vestía de negro su rellenez. Su cara era ovalada e infantil. Una noche me la topé en la discoteca La Real y entablamos charla, me sugirió la posibilidad de ir a otro garito, pero yo, estúpido e ingenuo, le dije que estaba cansado y me fui a dormir como un panfilón. Entonces aún era joven y atolondrado. Qué tiempos aquellos, y cuántos recuerdos. 



El paso del tiempo a menudo se torna duro y sabio consejero, y comprendí que tendría que echarle agallas al tema si quería seguir sobreviviendo. El paso del tiempo ayuda a espabilar... incluso te invita a resarcirte de bromazos de mal gusto, de amores adolescentes y bobalicones, de amores que nunca fueron tales, porque no hubo correspondencia, situaciones ridículas, aparentemente desbordantes... cuando uno es joven y poco espabiladín se expone a que le corten la cabeza y encima lo apaleen sin haberlo comido ni bebido...

Al maestro Juan Carlos Mestre


¿Cuándo fue la primera vez que oí hablar de Juan Carlos Mestre? No lo recuerdo con exactitud. Lo que sí recuerdo es la impresión, la conmoción que me causó escuchar a este poeta villafranquino recitando alguno de sus poemas, acompañado, tal vez, de su acordeón. Y luego sus libros, Antífona de otoño en el valle del Bierzo y La tumba de Keats...

Hijo espiritual del maestro Antonio Pereira –tal vez el mejor narrador oral que ha dado el Bierzo, León y probablemente todo el país-, Mestre es a buen seguro el mejor recitador de cuantos haya visto y ecuchado nunca.

Su voz, poderosa y envolvente, te invita a volar, a traspasar cualquier muro, a saborear la palabra, esa que logra encarnarse y habitar la casa del ser, la casa roja, porque su corazón, y puede que su alma, es una casa roja, bajo la fibra de un rayo y la beldad de una isla.

Mestre, aparte de Premio Nacional de Poesía –un accidente, nomás, como él mismo diría-, es un ser sublime, un alma luminosa que irradia luz sonora por donde quiera que va, tanto en sus poemas como en una conversación cotidiana, porque él es capaz de transformar, cual mago de las palabras sin dueño en la república de los borrados, algo común y corriente en puro arte.
Mestre es como un ángel generoso que aparece en los momentos más inesperados y se revela cual maestro de ceremonias.

Nunca olvidaré, querido Juan Carlos, aquel día de enero, bajo la escarcha, acaso fuera bajo la niebla ponferradina, que brotaste de algún lugar, siempre misterioso y lírico, para hablarnos, al final, sobre Viajes sin mapa, sobre el espantoso holacausto de Auschwitz, porque tú si eres un genuino viajero, más allá de toda realidad física, más acá de cualquier espiritualidad, un trovador, un judío errante (como te dijera otro poeta leonés), que va de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, de país en país, recitando, siempre magistral, sus poemas.

Me alegra, y aun me emociona, que haya poetas como tú, capaces de devolvernos el gusto por la vida, esa que en ocasiones se torna arte, como en tu caso.

viernes, 19 de febrero de 2010

La Soledad del farero y otras historias fulgurantes


El cacabelense Fermín López Costero, que tuvo el privilegio de nacer encima de una bodega, nos ofrece, en esta ocasión -y diría que nos obsequia, porque es un regalo de lujo-, un espléndido libro de relatos o microrrelatos, entretejidos de una forma hábil y certera, ingeniosa y humorística, que acaban enganchando al lector de un modo irremediable.



El autor nos sorprende en cada uno de estas microficciones, con arranques y finales antológicos, casi todos ellos. Cuentos o microcuentos aderezados con un humor, en ocasiones negro, y cuyos personajes adolecen, en su mayoría, de algún trastorno o bien son muertos que nos hablan desde un más allá. Como en los mejores relatos de Juan Rulfo.



Fermín nos adentra en galerías y espejos, y aun en circos, por donde pululan almas, zombis, espíritus, incluso licuados, fantasmas, monstruos, bestias y animales fabulosos, entre los que se encuentran sirenas y unicornios, voces singulares, en definitiva, que nos trasladan a otros mundos y universos fantásticos, donde no todo es lo que parece. Pasen y lean.

La soledad del alfarero es, en verdad, un libro de historias fulgurantes hilvanadas como si fuera un solo cuento en el que tanto objetos, personajes o situaciones están relacionados, y se repiten de manera velada, lo que confiere unidad y coherencia al conjunto de esta obra editada por el club cultural Leteo, bajo la batuta del siempre enérgico Rafa Saravia.
www.clubleteo.com

Léanse, por ejemplo, los cuentos Mi hermano Quique y Problema de abastecimiento, cuyo nexo común son los armarios roperos; La soledad del farero y La huida, unidos por los faros; Barcos que arriban al amanecer y Un comienzo difícil, con la presencia en ambos de las sirenas; Los fantasmas y Susto, en los que descubrimos la presencia de fantasmas.


Con este Bestiario, donde también tiene cabida un Diplodocus disfrazado de suegra, López Costero nos devuelve una suerte de literatura que entronca con lo mejor de los grandes de la narrativa breve como Arreola o Tito Monterroso.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Gil y Carrasco




Entre los grandes villafranquinos, olvidé incluir a Gil y Carrasco, en anterior texto sobre Villafranca, tierra de vino y de poesía, ciudad de poetas. Y que siga rulando la fiesta de la poesía, que el pasado año la echamos en falta. 
Antes de que algún lector se dé cuenta y me lo reproche, vayan aquí estas palabras para este ilustre e ilustrado berciano, viajero y romántico, que escribió, entre otras, una de las mejores novelas españolas del Romanticismo, El señor de Bembibre, emitida en televisión, llevada a la radio, adaptada al teatro en varias ocasiones, entre otros por el grupo berciano Conde Gatón, liderado por Ovidio Lucio Blanco, y que ahora pretende llevar al cine el amigo Valentín Carrera. Grande y atrevida ambición la tuya, estimado Valentín, que espero logres realizar... y la veamos. Hay una versión cinematográfica de esta novela, hecha por José Luis Cuerda, que no he visto.

La figura de Gil y Carrasco, tal como nos cuenta Valentín Carrera en su Viaje interior por la Provincia del Bierzo, resulta controvertida y a la vez fascinante. Dice Carrera que Gil y Carrasco, quien también hizo su viaje interior, es modelo e inspiración de sus propios viajes. Pues nuestro escritor romántico fue un viajero ilustrado como Jovellanos o Borrow.

Amigo de Zorrilla, Larra y Espronceda (este último le ayudó a conseguir un puesto de ayudante en la Biblioteca Nacional), Gil y Carrasco fue, como su poeta protector: que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, un progresista y agnóstico. Tísico y diplomático, quizá masón, homosexual y templario, Gil pudo vivir incluso de sus colaboraciones periodísticas pues escribió, en su corta existencia, un centenar de artículos de crítica literaria y teatral en varios periódicos y revistas, además de relatos de viajeros, o el conocido Bosquejo de un viaje a una provincia del interior, que sirve de inspiración tanto a Valentín Carrera como a Raúl Guerra Garrido, que también escribió Viaje a una provincia interior. El Bierzo.
 
En Berlín -donde murió y se enterró a nuestro romántico- entabló amistad, incluso una afectividad más allá de lo diplomático, con el científico y explorador Alexander Von Humboldt. "¡Qué hermoso: morir en Berlín sin olor a sacristía!", escribe Carrera en Viaje interior por la provincia del Bierzo.

Aunque los restos de Gil y Carrasco no pudieron identificarse en Berlín, una embajada berciana dice haber rescatado sus "cenizas", que ahora figuran como depositadas en la iglesia villafranquina de San Francisco. El olor a clarigalla, en todo caso, no debe ser obstáculo para visitar la villa franca del Bierzo.

Un paseo por Villafranca, tierra de vino y de poesía







El martes de Carnaval me fui a dar un garbeo por Villafranca, en busca quizá de algún espíritu literario, porque acaso, ay, ya sólo quedan espíritus, almas errabundas, en esta monumental villa, que con el paso de los años ha ido perdiendo fuelle, lo cual que nos entristece. Cómo un lugar tan hermoso como éste y que tantas glorias ha nacido y dado, se ha venido abajo con el paso del tiempo. Un tiempo devorador y asesino, que ha hecho mella en este pueblo decadente aunque tocado por la varita mágica de las musas, de lo contrario no se explica que sea cuna de tantos y tan buenos artistas, escritores, poetas como Pereira, Mestre, Gilberto Núñez Ursinos, Ramón Carnicer, Llano y Ovalle; fotógrafos como Robés o Cela, y algún que otro vividor, incluidos los personajes singulares, como Perjuicios o bien Pedro Mamparo, un tipo que decía hablar francés -aunque se lo inventara y chapurreara, nomás- y que salía de casa, trajeado, a pasear a su cerdo por el jardín o Alameda, según me cuenta Santiago Castelao, otro ilustre de Villafranca.

A decir verdad, fue pura casualidad que diera con Santiago Castelo porque -si bien sabía de él, incluso siempre he tenido ganas de conocerlo- no se me había ocurrido que pudiera verlo en Villafranca. Ni squiera me daba cuenta de que podía vivir en esta villa del Valcarce y el Burbia. Al preguntarle a una chica -qué bueno es preguntar- por el legendrio barrio de La Cábila (el barrio de Antonio Pereira, Cuentos de La Cábila), ella me dijo que si quería saber la historia de este sitio, se lo dijera a Santiago. ¡Santiago, no será Castelao!, se me iluminó la neurona. "Sí. este mismo", debió responder o respondió ella, que me acompañó en su búsqueda. Muy amable la chica. Si alguna vez nos reencontramos, te daré las gracias.

Y allí que me presenté, en la ferretería del Sr. Catelao, el padre de Santiago, que en tiempos fuera el negocio del maestro Pereira. "Qué suerte -dijo mi cicerone- está Santiago". Pues, sí, allí estaban Santiago y sus padres, ah, y un "viajante" de Galicia, que se quedó como impresionado de que un ferretero, como Santiago, fuera además escritor y fotógrafo. Un artista, o sea.

Me presenté -al decirle mi nombre, él me identificó de inmediato, 'sí, te he leído'-, y aunque nos viéramos por primera vez, nos saludamos y hablamos sobre varios temas, en una conversación breve pero harto sustanciosa, sobre todo porque Santiago Castelao se mostró abierto, hospitalario y transparente (algo que me sorprendió).


"Esta era la ferretería de Antonio Pereira", comenzó diciéndome. "Y el nombre de La Cábila es por los moros, que estuvieron aquí, ya en 1934", lo que asintió su madre. "Incluso había una cárcel, en tiempos en que Villafranca fuera Partido Judicial... Los cabileños siempre fuimos obreros, mientras que al otro lado del río vivían los señoritos".


La primera vez que supe de Santiago Castelao fue a través de su Refranero berciano, que me sirvió para familiarizarme más y mejor con los refranes que, a lo largo de la vida, me ha ido contando mi madre, y que luego incluí en Las edades del Bierzo.

Alumno de matemáticas y de francés del tristemente desaparecido Gilberto Núñez Ursinos, Santiago Castelao es un buen conocedor de la historia de la prensa berciana y un experto en castaños, de ahí su obra, Castaños monumentales del Bierzo, con espléndidas fotografías, hechas por él mismo. "Zarampalladas", suelta él, como si no fueran importantes estas labores.


La breve charla aún nos dio para hablar sobre alguna peli que se rodó en Villafranca como El bordón y la estrella, de Klimovsky. Una cinta, al parecer difícil de conseguir, según me dice Santiago, y en la que intervino el Perjuicios.. O El alcalde de Zalamea -alguna versión, supongo- que se filmó en las pallozas de Paradaseca, población relativamente cercana a Villafranca.

La visita a la "pequeña Compostela", con Puerta del Perdón y pulpo y callos para aguantar el Camino, continúa hacia el otro lado del río, donde se halla la primera conservera berciana, Ledo (bueno, lo que queda de ella, una chimenea donde figura inscrita la marca y un edificio que no puede visitar por estar cerrado). En el trayecto, me encuentro, también por azar, con el fotógrafo Robés, quien me dice que lo avise para que otro día, con tiempo, pueda acompañarme a visitar la conservera. Si es que todas son amabilidades en esta villa donde también vive otro grande, el compositor y músico Cristóbal Halffter. Confieso que siempre me ha llamado la atención que uno pueda vivir en un castillo. Y Halffter lo ha conseguido.

Volveré a Villafranca, una y otra vez, para sentir, tal vez, la inspiración lírica que procura o puede procurar un paseo por esta tierra de vino y de poesía.


*La Puerta del Perdón es también un resturante al lado del Castillo.


Il faut être toujours ivre, tout est là ; c'est l'unique question. Pour ne pas sentir l'horrible fardeau du temps qui brise vos épaules et vous penche vers la terre, il faut vous enivrer sans trêve
Mais de quoi? De vin, de poésie, ou de vertu à votre guise, mais enivrez-vous!
(Baudelaire).


Aquel poeta se llamaba Gilberto Núñez Ursinos, y yo decidí aquella mañana, ante la luz de su joven resplandor, parecerme en algo a su sombra. Yo tenía doce años, junio de 1969, y fui su amigo hasta la primavera de 1972, en que decidió, voluntariamente, abandonar la republica de la imaginación donde vivía, cuando al otro lado del río sólo había pequeñas casas blancas llenas de palomas, gatos y flores que algún día fueron las semillas del paraíso. Fue el primer poeta que conocí, era amado por mucha gente de este pueblo, no menos que lo que él quería a los humildes, a los soñadores, a los que hablaban solos por la calle y pensaban que la vida carecía de sentido sin resistencia al mal. Vivía sólo, con un gato al que llamaba Parsifal, y un aparato de radio con el que aprendía idiomas sintonizando emisoras extranjeras. Un milagro que sólo sucede una vez cada cincuenta años cuando pasa sobre los valles el cometa de la iluminación y convierte en vino de dulzura la amargura de los pozos (Juan Carlos Mestre).

martes, 16 de febrero de 2010

Carnaval botillero

Estamos en pleno Carnaval botillero, botillos aquí y allá: Losada, Turienzo Castañero (enhorabuena Olano), San Pedro Castañero (felicidades Luis Amigo), etc. El convite berciano por excelencia, el festival de las carnes condimentadas con pimentón. Con Valentín Carrera como gran pregonero de Bembibre. 
El invierno berciano es propicio para organizar festivales y convites botilleros. A otros les da por montar festivales de cine y Olimpiadas (véase Vancouver, cuántos recuerdos). Cada cual a su bola... de nieve. En el Bierzo, en todo caso, es época de botillo. Salta a la vista que a los bercianos nos fascina zampar. Y zampar, a ser posible, bien. A lo grande. Nada de pijadinas. A un berciano no se le engaña el estómago con cualquier mariconada. La comida es algo que nos hace sentir a gusto. ¿A qué tontuelo le amarga un dulce? Me da la impresión de que los bercianos somos como los romanos clásicos de la postmodernidad. 
Si bien en la Roma actual no tengo noticias de que se “jante” botillo. ¿O sí, estimado Curiel? ¿Qué se cocina por ende en bajo, Miguel?

El invierno, que suele ser algo crudo por estos pagos bercianos, sobre todo por los altos, se sobrelleva metiéndole mano y boca a las carnes picantes, sazonadas con pimentón. Es ésta una buena forma de entrar en calor. No hay más que comer un botillo para que te salgan los fríos del pellejo y se te curen los resfriados, aseguran algunos entendidos en la materia. 
Al final, va a resultar que el botillo es el remedio casero a nuestros males sagrados, medicina infalible, terapia eficaz a nuestras ansiedades existenciales. Mientras a nuestros cerdos no se les boten las tuercas y les patinen las encefalinas en el charco helado de las chifladuras, el berciano seguirá comiendo botillo, su manjar preferido. O al menos eso parece. 
Aunque, a partir de ahora, también podríamos ir pensando en celebrar algún festival gastronómico en honor a esos inmigrantes de patera que intentan cruzar el estrecho en busca de una ilusión, una esperanza que en ocasiones se tuerce y revienta como una granada. La ensoñación de la tierra prometida. Una tierra en la que Mahoma no es profeta. Y el cerdo es una divinidad hecha botillo.
El Bierzo ha sido y aún es tierra de inmigrantes: caboverdianos, pakistaníes, portugueses, etc. Seamos solidarios con ellos. Hagamos que se sientan como en su casa. Invitémoslos a degustar cuscús, por ejemplo. Organicemos un festival gastronómico en el que el plato rey o príncipe o faraón sea un “tajine” berebere, cuyo sabor y olor nos sitúe más allá de nuestra frontera, y nos ayude a comprender la importancia del mestizaje cultural y/o gastronómico en una época, la nuestra, en la que se sigue hablando de la extranjería, como si un extranjero fuera un bicharraco a aniquilar, cuando en realidad deberíamos hablar de integración. Qué se lo pregunten a algunos "ayuntamientos" en boca de todos.

lunes, 15 de febrero de 2010

Mylène Farmer, diva de la música francesa

Alguien, en Francia, me habló de Mylène Farmer, y me enganché a su música, aunque nunca he tenido la ocasión de estar en un concierto suyo. Ya me gustaría, ya. 
Aunque de padres franceses, esta femme fatale pelirroja, con vocación de actriz libertina y poliédrica en su aproximación a la poesía y la filosofía, nació en Canadá, en concreto en Québec, aunque regresó, jovencita aún, a París, la ciudad de la luz y las posibilidades... artísticas. 

Sus poses, un tanto transgresoras y su música harto pegadiza, la han convertido en una artista de masas, en un fenómeno social, que ha despertado pasiones convulsas. 

Conocidas son, al menos en Francia, algunas de sus canciones como Tristana, Sans contrefaçon o Désenchantée (esta última con un éxito arrollador en todo el mundo): https://www.youtube.com/watch?v=X03vY9afNbo

Las letras de sus canciones, poperas y con marcada tendencia electrónica, están impregnadas de sexo y de muerte (algo bien psicoanalítico), lo que nos remite a algunos escritores como Poe, Wilde, Virginia Woolf o Baudelaire (escúchese, por ejemplo, el poema musicado, L'Horloge). https://www.youtube.com/watch?v=LSiNdwmjJhA

Ahora que recuerdo, en una obra de teatro que representamos en Dijon (la capital de la Borgoña francesa), La voix, incluimos también algunos versos de este poema baudelairiano. 

Consciente de su conquista y poder de seducción... musical (pues prefirió no morirse de éxito), decide largarse a California, en busca quizá de otros aires y ritmos, hasta regresar a Francia con una gran fuerza escénica, a tenor de quienes la han visto en directo y pueden dar fe de ello. 

Esperamos que en algún momento dé una gira por Europa, y podamos verla en todo su esplendor, atrevida, cargada de sensualidad y malditismo musical.

El hombre que murió dos o tres veces

El hombre que murió dos veces es un documental sobre el maquis berciano Manuel Girón, que tendremos la ocasión de volver a ver este jueves en Ponferrada. Será proyectado en la Obra cultural de Caja España, con motivo del centenario del nacimiento de este insigne guerrillero antifranquista, y gracias a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica.
Escrito y codirigido por Iñaki Pinedo y Daniel Álvarez, a partir de la documentación proporcionada por Santiago Macías (Vicepresidente de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica) y el asesoramiento histórico de Secundino Serrano, este documental nos adentra, a través de testimonios, en la vida de este guerrillero echado al monte, el monte o la muerte, como el libro de Macías, cuyo prólogo firma Julio Llamazares, que también escribió una novela de referencia, Luna de lobos, y adaptada al cine por Julio Sánchez Valdés, que estuvo recientemente en Tardes de Cine en Bembibre.
“Hasta tres veces, antes de morir realmente, la Guardia Civil le dio por tal, teniendo que desdecirse públicamente después”, escribe Llamazares en el prólogo de El monte o la muerte.
El monte o la muerte, de Macías, es una obra necesaria, donde también se nos dan referencias varias acerca de otros muchos documentos sobre los maquis.
El maquis es una figura que se me hace apasionante, porque tuvo la valentía de enfrentarse al poder imperante. “Y volvería a hacer lo mismo”, dicen con rotundidad algunas personas entrevistas en un documental de Corcuera, La guerrilla de la memoria.
En realidad, la Guerra Incivil, la cruzada de liberación, que dijera el macabro Caudillo, comenzó de verdad en el 39, y se prolongó hasta principios de los cincuenta. Es lo que tienen las guerras, que sabemos cuando comienzan pero casi nunca cuando terminan. Como sigue ocurriendo, pasados varios años, en Irak, y en tantos otros sitios de Asia, África, incluso América, de los que nos llegan noticias sesgadas, o bien no tenemos noticias de lo que ocurre de verdad.
Los fachas, después de finalizada la guerra, decidieron por sus santos huevos cargarse aquellos que no comulgaban con su ideología, y a los que consideraban bandidos, terroristas o demonios rojos.
La historia española resulta escalofriante, fratricida. Somos un pueblo bien peculiar. Por eso no conviene silenciar ni olvidar nuestra historia. Se han escrito varios libros, incluso se han realizado algunas películas y/o documentales acerca de este asunto, que estuvo prácticamente silenciado hasta que se acabó la dictadura.
En el Bierzo Alto, y en concreto en la Sierra de Gistredo, se sabe, porque así lo dicen quienes pueden dar fe de ello, que también hubo algún huido o antifranquista que fue enterrado en lugares como el Sardonal de Noceda del Bierzo.
A alguno de estos pobrecitos lo llegaron a enterrar vivo. Se cuenta que le rajaron la panza, y antes de agonizar, lo metieron en una fosa, cubriéndolo con piedras y tierra. Qué terrible. Se me revuelven las tripas cada vez que oigo algo parecido. Y lo curioso de esto, es que algunos matarifes fachorros lograron sobrevivir, aunque fueran vecinos de familiares de maquis asesinados por ellos. En el fondo, los familiares de estos guerrilleros antifranquistas asesinados tuvieron aceptar la cruel realidad.
No os perdáis este documental. Y gracias, Santiago, por la invitación.

Zarramacos

También por estos lares bercianos, tanto en el Bajo como en el Alto Bierzo, hay zamarrones, zamarracos, zafarrones o zarramacos, que así es como les llaman mis paisanos a las criaturas que se disfrazan en días de Carnaval. “¿Este año piensas enzarramacarte?”, te dicen. "Pues, la verdad, cada día creo menos en las fiestas, porque han perdido su sentido primigenio". “No sé si merece la pena ponerse otro careto, pero podemos intentarlo, ya rebozados en harina”, podrías responder.
Tres días, dicen que libertinos, antes de comernos la borralla, ceniza o salvado -aunque me parece que no va a ser exactamente así-, nos están esperando con la espetera o espitera abarrotada de carnes embutidas, ahumadas, curadas a la sazón.
Tres alegres y jolgoriosos días (aseguran las lenguas), en que intentaremos darle vuelo a la chicha y rueca al lino, porque son éstos momentos para hincarle el diente a doña cecina, o a lo que se tercie. A cocho regalado no deberíamos mirarle el bandubio, o la andorga. Lunes y martes, qué nos aproveche, deliciosos, comestibles... y miércoles corvillo, ya se sabe, ni cesta ni canastillo. Puro costumbrismo.
También esperamos sacar los pies de las alforjas. De este modo, podremos liberarnos de la esclavitud que a veces impone el ritmo habitual, chabacano, ramplón, esa nada cotidiana que obsesiona a la cubana Zoé Valdés, esa rutina de creerse deudores (el autoengaño sigue haciendo estragos) de un sistema antojadizo y jodedoramente acaparador, permitidme estas licencias lingüísticas, ya que estamos en antroxu, así dicen los bablistas, y don Carnal está a punto de cómeme cómeme, con ganas de hacernos la boca chichi, chachi, pirulí, porque el Carnalín que tengo el gustazo de conocer es amigo de la pugna y pariente directo de la transgresión, y la gula es mucha, y el hambre voraz.
Por fortuna, los pecados, qué pecados, dejan de serlo durante las Carnestolendas. A lo mejor nunca hubo pecados y sólo es un invento judeocristiano, que nos jode la vida.
Se cuenta que a lord Byron le encandilaba el carnaval veneciano por aquello de las aventuras y devaneos amorosos. A qué lelo le amarga un andullo o andolla o androlla. Antrojémonos, nosotros también, donde no pille -que se haga gorda y repolluda- en Río, de Janeiro por supuesto, en el alto del Jafra, bajo un castaño milenario, donde podamos, pero antrojémonos, porque acaso tenga razón Nietzsche cuando nos recuerda que “todo espíritu profundo tiene necesidad de un disfraz”. Y es que en el fondo, y bien mirado, no somos más que máscaras de carnaval.
Calderón de la Barca, Antonin Artaud y Shakespeare, entre otros, así lo vieron, luego hagamos un último esfuerzo y apuntémonos a la farra, a la farsa. Entroido, en el Bierzo, es máscara, así como persona mal vestida o estrafalaria, según Julio Caro Baroja, experto en carnavales, como queda de manifiesto en su monumental obra dedicada a esta fiesta.
Prolífica y achispada es la literatura en torno al antrojo, antroido, antroxo, antruejo, entrudo, intrudio, introido, entroido… que de estas maneras, y muchas más, se conoce el carnaval.
Quevedo, Mateo Alemán o el Arcipreste de Hita son sólo algunos de los ejemplos a seguir en su hacer carnavalesco, adobando carnes que a otros aún nos vuelven locos. El carnaval o la locura. A vuestra elección.

domingo, 14 de febrero de 2010

San Valentín a cuerno pasado


Os invito, lectoras y lectores enamorados del amor, ya que estamos en fiestas (San Valentín y Carnavalitos), a que os deis un paseíto por las ciento veinte "cornadas" de Sodoma, del intrépido Sade, y os dejéis empapar por los efluvios del psicoanálisis, acaso el freudiano.


Aitana Sánchez Gijón


Y si os sentís con ganas también podéis echarle un ojito a El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, la peli de Greenaway, con música de Nyman. 

A decir verdad, hoy, en vez de darme una vuelta por algún libro o peli, he preferido ir al apacible pueblo de Corullón, una especie de huerto epicúreo desde el que podemos contemplar la belleza del mundo o simplemente la belleza del Bierzo, que tampoco es cuestión de exagerar o hacer lírica de los paseos por nuestra comarca.
Corullón


San Valentín enamora a aquellos que ansían enamorarse, ni más ni menos, pues el amor es quizá una cuestión de ganas, con una fuerte base bio-neuro-química, que luego se potencia o se merma en términos, digamos cognitivos, o algo así. A veces el amor da cornadas de placer, y en ocasiones el cuerno se vuelve de odio para quienes que se tiran los trastos a la cabeza

La cornada del amor, sobre todo cuando toca y soba los contornos del frenesí y el desenfreno suele acabar en herida letal o en muerte. Véase, aunque no deje de ser una ficción, Lunas de hiel, de Polanski, ese explorador del subconsciente humano, a quien ahora tienen bajo llave por supuestos abusos... Pero esto es otro cantar, jodido, sin duda. Que a uno le coarten la libertad, ese bien preciado e imprescindible para la buena salud mental, es un putadón.

El deseo, que en cierto modo es una suerte de amor, muere automáticamente cuando se logra alcanzar en todo su esplendor, agoniza al verse satisfecho. Por eso, el llamado amor se vuelve a veces carnicería sentimental, melodrama almodovariano, charcutería Delicatessen, martirio mortal.

El canibalismo como instinto de supervivencia y amor sabrosón. Luego sale a relucir eso tan chistoso y macabro de: "la o lo maté y me la o lo zampé porque era mía o mío y la o lo quería". Algo que desafortunadamente ocurre con frecuencia. En el Bierzo y en el resto de globo. Si es que hay que andarse al quite en este mundo antropófago.

Hoy es Día de San Valentín y noche de Goyas. Le mando por adelantado mis felicitaciones a la actriz Maribel Verdú, nominada al Goya como mejor actriz por
Maribel Verdú
Tetro, y a quien tuve la ocasión de ver y escuchar ayer noche en el teatro Bérgidum, junto a su compañera de batallas, Aitana Sánchez Gijón, en Un Dios salvaje.

Pero regresemos al amor, a nuestro amor, y a esa cinta de Greenaway en la que el ladrón, Albert Spica, se nos muestra harto violento y macarrón con su mujer infiel, Georgina, porque ¿qué festividad no avinagra el estómago con la noticia de unos cuernos? Como le ocurre a Mister Spica.

Habida cuenta de que el amor –como ya he dicho- es un asunto de buena voluntad, se enamora quien está por labor. ¿O no es así? Luego sarna con gusto no pica, o pica que se jode (que enamora). Así se muestra San Valentín en un día, hoy domingo, que me está sabiendo a amor, a hipnosis, a levitación.

Es lo bueno del amor, que nos ayuda a viajar de un modo intenso y fascinante al magma de las emociones (qué cursilón me quedó esto). Hay días en que uno logra respirar amor por todos los poros del alma bajo este escarchado sol de invierno, lo que me hace sentir un delicioso calor, un bienestar corporal. Como si estuviera tumbado en las blancas arenas de Tulum. Hay días en que uno, ay, se siente fuera de sí y fuera del mundo. Como un inmigrante o emigrante en tierra de nadie. Como un sin papeles, fuera de todo sistema burocrático y castrador, alejado de leyes y reglamentos inquisitivos, al aire libre, saboreando la libertad que procura el trance, el amor puro engendrando belleza: el amor capaz de mover el sol y las estrellas. Encantado en este vaivén, movido y moviendo, recorriendo el mundo.

Se me hace, me late que San Valentín es como un toro de raza, acaso sea una vaca a la que le diera por embestir al capote rojo de las pasiones pimentonadas, mientras el torero enamorado –el toreador, que dicen los gabachines-, ejecuta eróticos y suaves pases de mano. La mano (inteligente, anaxagórica) siempre presta para hacer su trabajo.