En un día gris como hoy, por el clima y la desgracia familiar, necesito poner alguna nota de color y sabor a la vida, aderezarla con algo de pimentón, ya sea berciano, o traído mismamente de las Francias existencialistas, teñidas, cómo no, con el gris plomizo que procuran las angustias, que asimismo pintan ese París/Pari no apto para turistas que sólo atisban una ciudad elegante y monumental.
Joder, qué difícil resulta desprenderse del lastre grisáceo. Lo intentaré, no obstante. Una persona me ha recordado que "Simone (la Beauvoir, naturalmente), porque mi abuela, vía paterna, también era Simona, siempre buscaba vivir el presente, a través de los olores y sabores...", y estos olores nos han llevado por las veredas de la morbosidad y acaso de la sordidez.
Al parecer, Sartre y de Simone de Beauvoir disfrutaban mucho con los olores, digamos feromónicos y/o sexuales. Simone era bisexual, y gustaba compartir amantes jovencitas, qué listina, con su santo varón estrábico, o sea, Jean Paul. Muchas veces las seducía Simone con su verborrea de profesora y esa fascinación que, sin saberlo o sabiéndolo, a veces ejercen los profes y "maestras", incluso les maîtresses, en algunos pupilines, que hasta llegan a escribir poemas de amor para ganarse la confianza maestril.
La Beauvoir, tan echada para adelante -pa'lante, gritaba un personaje de la Zaranda-, le envió a su amantísimo una cruel descripción escrita acerca de su experiencia sexual con una alumna de 18 años.
Simone la invitó a casa, la sedujo e hizo el amor con ella, luego, además de relatarle la natural torpeza de la joven, le pormenorizó el increíble hedor que desprendía el sexo de la joven, algo auténticamente insoportable, brutal. Ambos se rieron sin piedad de ella, pues Sartre la sedujo (con ayuda de Simone, suponemos, porque él, con ese careto...) con el único propósito de comprobar si el aroma de su sexo era de un salvaje hedor, para compartirlo ambos y luego cachondearse.
Cómo se las gastaban estos dos fenómenos de la naturaleza y la vida literaria en su estado puro. Un poco de sexo, aunque sea con hedor, siempre viene bien para alegrar la vida. Bueno, si huele en exceso, a lo mejor no.
Cuenta Woody Allen que el sexo es algo sucio (intuimos oloroso) cuando se hace bien. Y a Pedro Juan Gutiérrez, el cubano milleriano, también le gustan las mulatillas de pelos parados y bollos chorretosos (perdón por las groserías).
Al final, me ha salido una vena un tanto salida de madre. ¡Lo que da el gris, a pesar de los esfuerzos realizados por dar color y sabor a la realidad!
Joder, qué difícil resulta desprenderse del lastre grisáceo. Lo intentaré, no obstante. Una persona me ha recordado que "Simone (la Beauvoir, naturalmente), porque mi abuela, vía paterna, también era Simona, siempre buscaba vivir el presente, a través de los olores y sabores...", y estos olores nos han llevado por las veredas de la morbosidad y acaso de la sordidez.
Al parecer, Sartre y de Simone de Beauvoir disfrutaban mucho con los olores, digamos feromónicos y/o sexuales. Simone era bisexual, y gustaba compartir amantes jovencitas, qué listina, con su santo varón estrábico, o sea, Jean Paul. Muchas veces las seducía Simone con su verborrea de profesora y esa fascinación que, sin saberlo o sabiéndolo, a veces ejercen los profes y "maestras", incluso les maîtresses, en algunos pupilines, que hasta llegan a escribir poemas de amor para ganarse la confianza maestril.
La Beauvoir, tan echada para adelante -pa'lante, gritaba un personaje de la Zaranda-, le envió a su amantísimo una cruel descripción escrita acerca de su experiencia sexual con una alumna de 18 años.
Simone la invitó a casa, la sedujo e hizo el amor con ella, luego, además de relatarle la natural torpeza de la joven, le pormenorizó el increíble hedor que desprendía el sexo de la joven, algo auténticamente insoportable, brutal. Ambos se rieron sin piedad de ella, pues Sartre la sedujo (con ayuda de Simone, suponemos, porque él, con ese careto...) con el único propósito de comprobar si el aroma de su sexo era de un salvaje hedor, para compartirlo ambos y luego cachondearse.
Cómo se las gastaban estos dos fenómenos de la naturaleza y la vida literaria en su estado puro. Un poco de sexo, aunque sea con hedor, siempre viene bien para alegrar la vida. Bueno, si huele en exceso, a lo mejor no.
Cuenta Woody Allen que el sexo es algo sucio (intuimos oloroso) cuando se hace bien. Y a Pedro Juan Gutiérrez, el cubano milleriano, también le gustan las mulatillas de pelos parados y bollos chorretosos (perdón por las groserías).
Al final, me ha salido una vena un tanto salida de madre. ¡Lo que da el gris, a pesar de los esfuerzos realizados por dar color y sabor a la realidad!
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