Ayer estuve en la Casa de la Cultura de Ponferrada viendo/escuchando al amigo Pedro García Trapiello, cuya disertación versó sobre el vasto, increíble y en realidad “desconocido” mundo de las setas, quizá el más fascinante de todo el planeta, porque los hongos existen antes que los dinosaurios, y es probable que sigan existiendo después de la extinción de la especie humana.
Y porque, además, han aguantado unas doscientas transformaciones climáticas a lo largo del tiempo, y cuya inteligencia biológica les ha permitido, incluso, adaptarse a sitios no demasiado favorables. Lo asombroso es que una espora puede elevarse hasta la estratosfera, dar la vuelta a la tierra, varias veces, y luego caer en cualquier lugar, por ejemplo en Namibia.
La charla de Trapiello, en verdad interesante y divertida, no dejó indiferente a nadie de entre el númeroso público asistente, porque nos habló, aparte de otros asuntos, de sus propias experiencias como buscador de setas. “Las primeras que atropé fueron senderuelas, aunque mi preferida es la seta de cardo”. “No sólo hay que buscarlas, sino conocerlas y compartirlas en la comida”, añadió. “Buscar setas es buen motivo para salir al campo, estar en contacto con la naturaleza”. Algo que empezamos a echar de menos en este mundo urbanita y plastificado en el que nos movemos habitualmente. Aunque el Bierzo, por fortuna y a pesar de la contaminación de ríos y aire -que nadie se engañe-, aún goza de una espléndida naturaleza, de un impresionismo pictórico en otoño y una variedad forestal, con peculiaridades micológicas.
Hasta hace bien poco, “en España –asegura Trapiello– no ha habido cultura de setas”. La explicación de esta falta de cultura hacia las setas, y aun desprecio por las mismas, puede encontrarse en nuestra propia historia. Desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII se consideraba cuando menos sospechoso quien era conocedor de hierbas y plantas, porque la iglesia asociaba las setas con los ritos de brujería. Hay una abundante literatura acerca de esto. Y sabemos que determinados hongos, por su toxicidad y poder alucinógeno, se utilizan por parte de chamanes, gurús, artistas y aun determinadas etnias, como es el caso del peyote mexicano, considerado por los indios Tarahumara como un dios, y que tanto encandiló a músicos, véase el líder de los Doors, Jim Morrison, y hasta los componentes de los Beatles, entre otros muchos amantes de la psicodelia y la contracultura. Por esto, los hongos no han sido bien vistos por parte de la Iglesia católica, lo que ha calado hondo entre la sociedad. Por su parte, tanto judíos (devotos de hierbas alimentarias y medicinales) como los islámicos (aficionados a las especias) sí los han visto con buenos ojos.
Algo parecido ocurre entre la España del Norte (gustosa de la berza, el pan y el cerdo) frente a la España del Sur, que gracias a la influencia arábiga, sí siente amor hacia las hierbas y las especias.
La charla de Trapiello, en verdad interesante y divertida, no dejó indiferente a nadie de entre el númeroso público asistente, porque nos habló, aparte de otros asuntos, de sus propias experiencias como buscador de setas. “Las primeras que atropé fueron senderuelas, aunque mi preferida es la seta de cardo”. “No sólo hay que buscarlas, sino conocerlas y compartirlas en la comida”, añadió. “Buscar setas es buen motivo para salir al campo, estar en contacto con la naturaleza”. Algo que empezamos a echar de menos en este mundo urbanita y plastificado en el que nos movemos habitualmente. Aunque el Bierzo, por fortuna y a pesar de la contaminación de ríos y aire -que nadie se engañe-, aún goza de una espléndida naturaleza, de un impresionismo pictórico en otoño y una variedad forestal, con peculiaridades micológicas.
Hasta hace bien poco, “en España –asegura Trapiello– no ha habido cultura de setas”. La explicación de esta falta de cultura hacia las setas, y aun desprecio por las mismas, puede encontrarse en nuestra propia historia. Desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII se consideraba cuando menos sospechoso quien era conocedor de hierbas y plantas, porque la iglesia asociaba las setas con los ritos de brujería. Hay una abundante literatura acerca de esto. Y sabemos que determinados hongos, por su toxicidad y poder alucinógeno, se utilizan por parte de chamanes, gurús, artistas y aun determinadas etnias, como es el caso del peyote mexicano, considerado por los indios Tarahumara como un dios, y que tanto encandiló a músicos, véase el líder de los Doors, Jim Morrison, y hasta los componentes de los Beatles, entre otros muchos amantes de la psicodelia y la contracultura. Por esto, los hongos no han sido bien vistos por parte de la Iglesia católica, lo que ha calado hondo entre la sociedad. Por su parte, tanto judíos (devotos de hierbas alimentarias y medicinales) como los islámicos (aficionados a las especias) sí los han visto con buenos ojos.
Algo parecido ocurre entre la España del Norte (gustosa de la berza, el pan y el cerdo) frente a la España del Sur, que gracias a la influencia arábiga, sí siente amor hacia las hierbas y las especias.
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