Vistas de página en total

viernes, 1 de mayo de 2020

Nutrientes espirituales en época de cuarentena



Durante toda esta cuarentena (en realidad, ya llevamos más de cuarenta días), la música me ha servido para sobrellevar esta carga vírica, esa que está en las noticias, en la información, y hasta en la sopa del ruido informativo, que antes es desinformación y griterío, esa carga vírica que han recibido muchos millones de personas en el mundo, incluido nuestro país de paisitos (ahora más que nunca se harán visibles nuestras provincias con sus fronteras, a resultas de esta nuestra situación en precario, en la que no podremos viajar, al menos durante las próximas semanas, fuera de nuestra provincia, de nuestros fueros), esa carga vírica que se llega a palpar en el ambiente, en su desapacible presencia, como si esta primavera no quisiera llegar de verdad, con su calorcito y su alegría floral. 

A lo peor es que uno, desde su caverna, no puede oler y saborear el pasto, con sus florecillas y el canto de los pájaros. 

Pero la primavera llegará, con le manine, los vilanos, como ocurre en la película Amarcord, esa belleza audiovisual, ese disparate maravilloso (la autobiografía fabulada de su director, que me sigue cautivando como si fuera la primera vez que la viera, con la magia de su banda sonora, a cargo del genial Nino Rota, quien también compusiera la primera y segunda partes de El Padrino, de Coppola). 

"Cuando los vilanos vuelan ya llega la primavera", dice el personaje del abuelete cachondo al inicio de este grandioso film de Federico Fellini, que es sin duda una de mis películas preferidas, aunque haya muchas que me han entusiasmado. 

"Vilanos errantes que vagan por aquí y vagan por allá", apostilla otro singular personaje de Amarcord.  


Curiosos y hasta extravagantes son por lo general los personajes que aparecen en el cine del mago italiano.

Confieso (acabaré volviéndome creyente, o confesado, después de este periodo de cuarentena) que me fascina el cine de Fellini, al que le gustaba rodar en Cinecittà, inmenso plató cinematográfico a las afueras de Roma, la città eterna, tan hermosa y colorida, que dan ganas de degustarla en todo su esplendor.  


Durante toda esta cuarentena, me ha acompañado no sólo la música, que es nutriente espiritual, sino el cine, la lectura, la escritura... tan esenciales en la vida de uno, que, a estas alturas del partido y de la partida, sería complicado prescindir de las mismas. Aunque, dicho sea de corrido y a la buena fe, el ser humano logra sobrevivir a las circunstancias más adversas. Y acaba por adaptarse al medio. No hay más que arrojar un vistazo a determinados países del mundo, a la mayoría, me atrevería a decir, que sobreviven como pueden.

Así que espero que uno también podría sobrevivir sin cine, música, lectura y escritura, contemplando extasiado, eso sí, el devenir de la Historia. La Historia universal de la infamia (un guiño a Borges), que se repite una y otra vez, en ese eterno retorno a la desgracia. 

Supongo que podría vivir o sobrevivir laborando en el campo, en la huerta (siempre que me dejaran, que tampoco es moco de pavo), que para eso fui educado como labriego, incluso como cuidador de ganado, cual si estuviera surcando, con arado romano, mis tierras y huertos (cualquiera diría que soy un terrateniente, pobrecito de mí, ya quisiera, ya), que eso me salvaría, quiero imaginar, de esta tempestad vírica, quiero decir del hambre que podría sobrevenirnos después de la tempestad. 

El cine, la lectura, la escritura y por supuesto la música son alimentos espirituales que nos ayudan a sobrellevar esta pesada carga (la pesadez ontolológica de la realidad). Y nos alientan cada día, dándonos el impulso necesario para seguir en el camino. No sé por qué, de repente me veo empleando el plural mayestático. 

Quería decir que a mí me ayudan la música, el cine, la lectura y la escritura (me faltan los viajes para ser plenamente feliz, porque el amor, el cariño, el afecto de mis seres queridos ya lo tengo) pues no sólo de pan y leche se alimenta el ser humano, sino de todo eso que se ha dado en llamar arte, o cultura (aquello que no es natura, algo difícil de exlicar esto de la cultura, tal y como está el tema, por eso recomiendo la lectura de El mito de la cultura, del maestro Gustavo Bueno). 
El ocio y la cultura son por lo demás los patitos feos de esta y otras crisis. Si hay que recortar en pastamen, al primero que le toca el Gordo (en realidad el flaco) es a la cultura...

Ahora que me da por pensar (a veces hasta pienso, qué cosas, pienso de que..., como dicen a veces algunos tuercebotas, el pienso para los animales) ya llevo algunas lecturas, escrituras, películas y músicas a lo largo de este encierro... taurino (perdón, que los toros y las vacas sigan campando a sus anchas en las dehesas salmantinas... y aun en otras dehesas; devesas, decimos en mi pueblo, y prados/praos del Bierzo Alto y Bajo). 
El útero de Gistredo

El cine nos entretiene, con esa finalidad se concibió (como barracón de feria), aparte de emplearse como medio de adoctrinamiento (poderoso, como la publicidad, se nos muestra en sus mensajes subliminales ), pero sobre todo me interesa el cine como medio a través del cual podemos emocionarnos, vivir o revivir nuestras propias vidas o las de otros, y reflexionar acerca de tantas cuestiones vitales, trascendentales incluso, sobre todo si nos adentramos en el cine de Bergman, por ejemplo (Fanny y Alexander es otra de mis películas preferidas). En este caso, el cine se convierte en ciencia humana, como diría el filósofo Pablo Huerga (buena persona y buen amigo), que es además discípulo aventajado de Gustavo Bueno. 


Y en algunas ocasiones el cine, como Amarcord, remite al mundo onírico, al mundo de la poesía. Entonces, las imágenes nos ponen en contacto directo con nuestra subconsciencia. 
Fanny y Alexander

La lectura también nos entretiene, aunque a decir verdad no tengo conciencia (ni siquiera cuando era un infante... sin realeza), de que la lectura fuera para mí un entretenimiento (para entretenimiento están los espectáculos, las ferias y las fiestas de guardar...) sino algo que me permitía viajar a otros mundos, adentrarme en otras dimensiones, explorar en definitiva otros espacios y otros tiempos. 

La lectura de los Artículos de costumbres de Mariano José de Larra, con once años, me dio una vuelta a la cabeza, y desde entonces ando con la sesera como de ida y vuelta.  

Vuelva usted mañana... y pasado... hasta que se le agrie el caracter y se le quite la paciencia. 

La Nochebuena de 1836 me dejó literalmente noqueado. 

El romanticismo del afrancesado Larra caló hondo en mí. Y me hizo tomar conciencia, creo, del mundo falsario en que nos ha tocado vivir. Qué pena, pues no hay más cera que la que arde en el cirio pascual. No hay más allá que valga sino en este más acá de los vivos y los muertos, de los muertos que seremos algún día, no tardando, aunque la vida se extienda más allá de un siglo, que ya es mucho decir. 

Los muertos que seremos, nos dice Umbral en Mortal y rosa, que es un libro escrito en prosa poética de altísima calidad, que me dio una vuelta a la chola cuando lo leyera por primera vez (suelo recomendarlo a mi alumnado de escritura). Y desde entonces sigo enganchado a sus reflexiones acerca de la vida y la muerte (el fallecimiento de su hijo Pincho, tan niño, a raíz de una leucemia). Y sigo enganchado a su poética filosófica acerca de tantos asuntos, como la lectura y la escritura, él que se pasó toda su vida en su celda monacal, en su dacha, manuscribiendo la vida, la suya (toda su obra es un inmenso y sustancioso diario, incluso sus artículos en prensa, que analizan como nadie lo que ha sido nuestra España con eñe de coña) y la de tantos personajes y escritores, entre ellos Larra, al que le dedica un maravilloso ensayo. 


Gran ensayista era Umbral, con imprescindibles obras dedicadas a Valle-Inclán (el manco glorioso de las letras gallegas, de las letras bohemias y universales, inventor a buen seguro de eso que los hispanoamericanos dieron en llamar Realismo Mágico), Lorca (uno de los más sublimes poetas y dramaturgos que ha dado nuestra historia), Ramón Gómez de la Serna (enorme humorista metafórico, con sus miles de gueguerías y su Automoribundia) o Cela (uno de sus maestros literarios, que yo también leía con devoción en la etapa del descubrimiento de la literatura). 

La lectura es más activa que la escritura, llegó a decirnos Umbral en su Mortal y rosa, que toma ese título de un verso de Pedro Salinas, otro gran poeta. Y lo dice este coloso de las letras, Umbral, que escribió muchos y buenos libros, con su estilo tan original como cautivador. 

Lástima que su imagen no fuera la mejor entre la población española, que no se correspondiera con su extraordinaria sensibilidad y capacidad para plasmarla en palabras, por escrito. 

Qué grande es la literatura, la escritura, que trabaja con la palabra (lo que nos obliga a poner en funcionamiento, a toda vela, el consciente). Y qué maravillosa es la música, que penetra directamente en nuestro subconsciente, también la música de las palabras, el ritmo, su melodía, su vibración en nuestro consciente y subconsciente, que es lo que hace que las palabras adquieran la categoría poética, su categoría de palabras vivas, animadas, como auténticos seres vivos que nos remiten a poderosas y sugerentes imágenes. 

La escritura como algo magnífico, que nos ayuda a entender quiénes somos y de paso entender, comprender, el mundo en que vivimos.
Henry Miller
La escritura como catarsis, que nos ayuda a expulsar el veneno que llevamos encima (algo así llegó a decirnos Henry Miller en Sexus) y a vez nos permite expresar nuestras sensaciones, nuestras emociones, nuestros gustos y disgustos, a comunicarnos, en definitiva, con los demás seres humanos. 


La escritura como terapia, conductual y psicoanalítica, también cognitiva. Y la música como un excelente alimento espiritual. Un arte sublime. Que en estos momentos actúa también como un bálsamo, porque la música calma, relaja, nos devuelve a nuestros primeros latidos. La música amansa a las fieras, se dice. 

La música amansa incluso a quienes son duros de oído. Y permanece en nuestro subconsciente como algo imborrable, incluso en trastornos de la memoria como el Alzheimer. Por eso la música (no hablo del ruido, que tanto daño hace) nos ayuda hasta en los momentos más terribles. 

Me entusiasma la música desde que tengo uso de razón. Lástima que no hubiera seguido ese camino, porque, siendo un guajín, me fascinaba cantar. Y por supuesto me extasiaba escuchar música. 

La música en vivo y en directo es un placer enorme. 


Lástima que este año se suspendan los festivales de música (como el Festival de Ortigueira, entre otros muchos, donde he tenido la ocasion, a lo largo de los años, de escuchar a grandes múiscos y muy buenas bandas, no sólo célticas, sino de otro tipo, incluso música balcánica o rumana... como los Taraf de Haidouks, por ejemplo). 


A lo largo y ancho de esta cuarentena he escuchado música, entre otros, a los Supertramp (recuerdo un viaje de instituto a Santander escuchando a este grupo del pop rock británico de los setenta y ochenta), a los Pink Floyd (sobre los que he hablado en diversas ocasiones, que sigue siendo uno de mis grupos preferidos), o a The Doors
Concierto en Pompeya. Pink Floyd

Pero también durante esta cuarentena he escuchado música griega (Alkistis, Elefthería o Haris Alexíou), música africana (Ismael Lo, Amadou et Mariam...), músicas minimalistas (Nyman, Glass, Mertens...), canciones de Manu Chao como Qué horas son mi corazón?... O conciertos de Jean Michel Jarre en el desierto marroquí de Merzouga, Santiago de Compostela o en Liébana (Cantabria), entre otros conciertos y estilos musicales... 


Pues eso, sigamos viendo cine, leyendo, escribiendo y escuchando música... que pronto, muy pronto, volveremos a la normalidad (lo de nueva normalidad me echa para atrás), que será una normalidad anormal impregnada por la incertidumbre al contagio vírico, que tendremos que ir normalizando, integrando en nuestro corazoncito, en nuestras entrañas, a sabiendas de que este o esta Corona del Reino Mayor ya forma parte de nuestras vidas, y hasta nos conforma como especie, ya que ha corrido como la pólvora por todo el Planeta, desde el lejano y exótico Oriente marcopoliano hasta el corazón mismo de la city londinense, que ahí sí que manca de lo lindo al sistema financiero.

Aunque, la verdad -para qué quieren que les diga lo contrario-, las penas con guita son menos penas. Y quienes acabaremos pagando los platos rotos, como siempre, seremos los de a pie, los de abajo (otro estupendo libro sobre la revolución mexicana, de Mariano Azuela). Un libro, el de Azuela, que tiene muchas cosas en común con Pedro Páramo de su paisano Juan Rulfo (obra cumbre de la narrativa mexicana, donde los muertos platican con los vivos en ese cementerio que es Comala, cuya antesala es Luvina, otro sobrecogedor cuento del maestro Rulfo. 


A este respecto, cabe señalar que otro de mis adorados libros es La lluvia amarilla, colosal poema en prosa desde el inicio al final (su estructura es circular), que me sigue sacudiendo las entrañas en sus relecturas. 
La lectura de este libro de Llamazares, tan emparentada con Pedro Páramo, también acostumbro a recomendarla a mi alumnado de cursos de escritura y aun estudiantes del campus de Ponferrada.


Por el momento, seguiremos nutriéndonos con estos honguitos psicodélicos, que nos procuran sanos y dulces viajes por la Tierra. Incluso viajes al magma de nuestra condición humana. 

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por seguir dándonos ánimos con tus relatos tan intensos y certeros. Hay vida más allá del virus!

    ResponderEliminar
  2. Buenas recomendaciones para este encierro que se prevé otra vez prolongado y sin poder disfrutar de los afectos físicos de nuestros seres queridos. Aún así no nos podemos quejar viviendo en un mundo de privilegios y con tantos medios y tecnología, nada que ver con lo que pasaron nuestros ancestros con la gripe de hace un siglo.
    Así pues, Manuel,a seguir viendo pelis y leyendo buenas lecturas y disfrutarlo

    ResponderEliminar