Me hallo en mi caverna. Con ganas de comer y beber, como a buen seguro diría mi padre, que en estos momentos estará sorprendido, incluso sobrecogido, con esta situación vírica, que nos ha noqueado a todos. Bueno, a unos más que a otros (unos más iguales que otros, como nos cuenta Orwell en su Rebelión en la granja, ¿os acordáis?).
Aunque el virus seguirá. Ha venido para quedarse. Para jodernos la vida. Para nuestra desgracia, pobres mortales de carne y hueso, expuestos a todo tipo de adversidades. Uno más en la familia. Un sobrante, como diría el entrañable Antonio Pereira.
Qué nadie se crea divino. Ni divina. Divinos de la muerte, como se dice ahora. De la muerte, sí, porque la vida hay que lucharla, ahora y siempre, lucharla con uñas y dientes, como fierecillas. Que nadie nos regala nada de balde.
Esa es la lección, una de ellas, que podemos entresacar de este asunto. Tantas lecciones de vida necesitamos, que una sola vida no da para tanto aprendizaje.
En constante aprendizaje, en con cierta alerta debemos estar, porque, en cuanto uno baja la guardia, te atizan por doquier. "Por eso me noquearon aquella vez –escribe Pedro Juan Gutiérrez en Trilogía sucia de La Habana-. Por bajar la guardia". Es lo que suele ocurrir, cuando te relajas en exceso, que te expones a que te las metan dobladas hasta en el corvejón del espíritu. Aquí y allá.
Me hallo en mi caverna, con salud, eso creo. O eso siento, lo cual es motivo más que suficiente para festejar por todo lo alto la vida. Estamos bien. Me refiero a mi familia.
La vida es un puro milagro (no lo digo en términos religiosos) pues convivimos con todo tipo de virus y bacterias, con toda suerte (mejor dicho desgracia) de contratiempos y enfermedades. La vida es un milagro, como el título de una película de Emir Kusturica, el Fellini de los Balcanes, como ya lo he definido, uno de los directores de cine más originales de los últimos tiempos.
Vivir, como me dijera mi exenfermera Beatriz Sixto (que regresó ya hace un tiempo a su tierra natal, Asturias) es casi casi un milagro, rodeados como estamos de agentes patógenos, todo tipo de virus, bacterias, enfermedades varias... y como dijera, más o menos, el escritor Juan Goytisolo hace años: "cuando uno llega a los 70 años tienes que aceptar cada día como un regalo. Y yo así lo hago yo. Vivo con quien quiero, en el sitio que quiero, escogiendo la familia o los niños que quiero. Vivo al día".
https://www.ileon.com/cultura/074762/a-juan-goytisolo
Sí, hay que vivir al día, en el presente, en el aquí y ahora. Carpe diem.
¡Oh, Capitán, mi Capitán! Nuestro azaroso viaje ha terminado; El barco capeó los temporales, el premio que buscamos se ha ganado; Cerca está el puerto, ya oigo las campanas, todo el mundo se muestra alborozado, la firme quilla siguen con sus ojos, el adusto velero tan audaz.
(Whitman, Hojas de hierba)
Desde esta caverna, en verdad confortable, puedo ver el discurrir del mundo (ya somos al menos dos, amigo Javier Sotuela, pues tú también me has dicho que estás muy a gusto en la tuya).
En realidad, puedo ver lo que quieren mostrarnos a través de los medios, a través de las redes, de la Gran Red-Gran Hermano. No obstante, procuro ir más allá, aunque sea desde este más acá, en un intento por vislumbrar aquello que no se dice, aquello que se silencia, aquello que aparece sumergido en los mares (los témpanos de hielo flotantes), aquello que acaso sea esencial aunque invisible a los ojos, como nos dijera Saint-Exupéry en El principito, que es una hermosa obra que nos permite reflexionar acerca del amor, de la amistad, de la vida, en definitiva.
Una obra cuyo escenario es el Sáhara, el desierto, ese espacio fascinante que nos invita a fabular. Y nos da alas para volar. Algún día, aspiro a hacerme tuareg, convertirme en un hombre azul, con la sonrisa de la placidez dorada y el nomadismo en las entrañas. El ideal del viajero, que traspasa fronteras, que nomadea, siempre ha estado presente en mi persona, eso sí.
Sáhara. Foto: Cuenya |
Mares y desiertos logro visualizar desde esta atalaya cavernaria, si tal puedo decir, con la serenidad que me procura estar a salvo de las posibles marejadas y vendavales a los que podría estar expuesto en el exterior.
"La desdicha de los seres humanos se debe a no saber permanecer en reposo en una habitación", decía el filósofo francés Pascal.
Si supiéramos quedarnos en casa con placer -viene a contarnos el pensador-, no saldríamos de casa más que para embarcarnos o para vivir el asedio de una plaza.
Por tanto, permanezcamos a buen recaudo mientras el virus ande pululando por doquier, que luego todas son lamentaciones. Que no quisiera verse uno en una UCI. Ni ver a ningún ser querido. Ni por virus ni por nada.
Esperemos al menos a salir cuando el tsunami vírico haya escampado, porque de lo contrario nunca acabaremos con esta plaga, que ha llegado con fuerza, con virulencia. Eso ya lo sabíamos, pero conviene recordarlo.
Ya sé, ya, que no podemos permanecer eternamente en casa, que también hay vida más allá de nuestra caverna. No seamos egocéntricos. Y pongámonos, intentémoslo al menos, en el lugar del Otro. Seamos solidarios.
Qué difícil, cuánto cuesta empatizar, hacer las cosas con buena intención. Requiere un esfuerzo, sin duda, porque a los humanos rápido nos sale nuestra vena irracional, por no decir cabrona. Qué nadie se rasgue las vestiduras.
Lo cierto es que me hallo confortable en mi caverna. Y desde aquí puedo leer y escribir y escuchar música (ahora estoy con música árabe, que me hace soñar con las mil y una noches bajo un cielo refulgente de estrellas) y ver cine.
Desde mi caverna también puedo estar en contacto con el mundo, aunque sea vía guasap, mediante videollamadas o videoconferencias... He de confesar (deseo confesarme) que, a pesar de mi eremitismo (obligado ahora, por lo demás) soy un ser social que gusta de encontrarse con gente, o mejor dicho, con gente que uno quiere. El contacto real es insustituible.
En todo caso, no quiero autoengañarme. Y soy consciente (recuerdo ahora más que nunca el mito de la caverna de Platón, de su libro La República, cuya lectura se me antoja esencial) de que permanecer siempre en la caverna tiene sus inconvenientes, pues uno acabaría siendo prisionero de sí mismo, de sus sombras, de sus apariencias. Y la liberación de las cadenas cavernarias tiene su aliciente. Nos permite pasar acaso del mito al logos. De la oscuridad a la luz. A la luz en todo su esplendor. Y la luz es vida.
Nunca olvidaré aquello que me dijera el maestro Gustavo Bueno en su Fundación de Oviedo, en su Academia Filosófica, luego de contarle algunos pasajes acerca de mi vida. Entonces usted salió de la caverna -vino a decirme-, y ha vuelto a regresar a la misma. Pues sí, querido maestro, salí de la caverna de mi útero de Gistredo (también para asistir a sus magistrales clases en la facultad), trotamundeé durante un tiempo por el mundo adelante, y regresé al fin a mi morada, a mi matria, que es mi república de los almendros del Bierzo, como diría el profesor y escritor Suárez-Roca, a quien hace tiempo que no veo, por cierto.
Me encuentro bien en mi caverna, en mi habitáculo, en mi jacalito, en mi cabaña (La cabaña del tío Tom, esa novela que nos habla de la esclavitud y la separación de las familias, aunque no sea por coronavirus)... pero siento que la luz de afuera me atrae como un imán irresistible. Y deseo respirar aire (no sé si también el aire estará contaminado a resultas del virus).
No obstante, no tengo prisa por salir (las prisas no son buenas consejeras, la prisa mata).
No tengamos miedo a salir. No tengamos miedo. Pero tampoco tengamos prisa.
El Bierzo es una hoya-olla protectora, mi útero es un espacio protector. Pronto llegará el momento de religarnos con nuestros seres queridos, con aquellas personas que nos divierten y nos hacen sonreír, con quienes nos sentimos a gusto.
Es viernes y comienza un fin de semana aderezado con templanza y afecto.
Salud, compañeros, compañeras.
Buena caberna para estar en estos tiempos de reclusión, Manuel, peor estuvo Miguel de Cervantes Saavedra y no fue por el coronamiedos este y creo la gran novela moderna el Quijote, quizás si no hubiera sido así con tanto tiempo para pensar confirmado en una mazmorra de Argel, es posible que no la hubiera escrito, dicho por él. Así pues en ese útero del Gistredo es ideal para imaginar, soñar y crear dando rienda suelta a los sueños y emociones que llevamos dentro viendo desde las ventanas esos paisajes y esas puestas de sol. Benjamín Arias
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