Marzo ventoso y abril lluvioso sacan a mayo florido y fermoso, reza un refrán, de esos de toda la vida. Y a uno le hace más que nada gracia el refranero popular, que a veces es sabio. Así que me apetece ponerlo por escrito aquí, sacarlo a relucir del arcón de los recuerdos, darle vuelo y rueca. Eso mismo. Rueca para hilar las hebras finas de la lana. La artesanía convertida en arte. El arte de tejer y entretejer.
Foto: Cuenya |
Hoy he salido a dar un voltión por mi pueblo, por mi útero, con el deseo de respirar aire puro. Y es que en mi aldea da la impresión de que el virus no hubiera llegado nunca. En mi aldea y en muchas otras aldeas del Bierzo Alto.
Tal vez el virus ha sido sólo una pesadilla, uno de esos sueños pesados que nos sacan de nuestra zona de confort. De nuestra cotidianidad. Como hiciera el maestro del suspense con esos pájaros aterradores, que atacan y matan a las personas.
Pero en el útero de Gistredo los pájaros son animalitos mansos que interpretan partituras llenas de colorido tonal, musical. Como si estuviéramos inmersos en una sinestesia perpetua.
No en vano, vivimos hechizados, como si nos hubiéramos adentrado en un cuento bucólico, tocados por la varita mágica de la belleza, esa belleza natural que nos envuelve y nos protege. Y aun nos arrulla con sus sones a nana.
De un modo inevitable, regreso a la infancia, que es la única patria y/o matria verdadera, la genuina, pues en la infancia se vive, luego sólo se sobrevive, como nos dijera el poeta, pues los poetas que en el mundo son siempre andan tras imágenes y ritmos que nos devuelven a nuestros orígenes.
Volver al origen es como darse un baño de luz y calor, adentrarse en un espacio hospitalario impregnado de ternura.
Hoy me he sentido acariciado por una suerte de bienestar, de felicidad, tal vez, caminando por senderos de otro tiempo, por lugares que me siguen fascinando, sobre todo por su poder evocador, por los recuerdos que se producen en mí.
Resulta delicioso dejarse arrullar por los sonidos naturales. Por esa música que brota de las entrañas mismas de la tierra, de los árboles, del verdor que asoma balsámico de entre las sendas que surcan el pueblo.
Noceda del Bierzo. Foto: Cuenya |
Me ha encantado caminar como un peripatético tras la sencillez, que siempre esconde verdad y belleza.
Se cuenta que el filósofo Aristóteles solía pasear (peripatêin) por un jardín mientras reflexionaba sobre la vida. Y a uno le parece que, a través de los paseos, se logra reflexionar acerca del mundo en que vivimos. Quiénes somos. De dónde venimos. Adónde caminamos. Eternas preguntas universales.
Volver a los orígenes, que es manantial de todo ser, resulta un ejercicio fascinante.
Dejarse ir por entre los campos floridos es una actividad maravillosa, saludable, reflexiva o genuflexiva, que atrae como un imán.
Respiro Naturaleza por doquier, me dejo fluir, me detengo a contemplar la Sierra de Gistredo, tan humana, al tiempo que escucho, con verdadero deleite, el cántico de los pájaros, que entonan una melodía armoniosa. Como nunca antes lo había hecho. Me dejo llevar, arrobado, por la llamada silvestre y lírica del cucú-cucú.
En medio del verdor se elevan unos castaños en cuyas ramas han colgado sus nidos las cigüeñas.
Desde su atalaya, seguras en la altura, estas aves migratorias siguen clavando sus picos, o su mirada, en el horizonte.
Una estampa memorable, que me invita a volar.
Algún día volaré, volaremos.
Mejor no salir del útero. Mejor no nacer, jeje
ResponderEliminarQué maravilla, un paseo por esas praderas y tierra llenas de hiervas aromáticas y flores contemplando esa panorámica de la sierra del Gistredo y la Silva y con los nidos de las cigüeñas en los castaños y en la iglesia de las Chanas. Como para escribir un poema dando gracias a la madre naturaleza que nos brinda está esta hermosura en la desescalada, aúnque ahí, sin tener apenas casos del dichoso bicho, no os dejas ir a la capital del reino leonés y, si los vascos y otros enchufados.
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