MANUEL CUENYA 19/06/2006
Mientras uno permanece encerrado, "laburando", Eduardo Díscoli está recorriendo el mundo en compañía de sus caballos criollos. No tuve demasiado tiempo para conocer a este gaucho intrépido, que salió de su país natal, Argentina, hace ahora varios años, siete u ocho, y tiene previsto seguir en ruta, al menos, hasta llegar a Marruecos.
Creo que ahora anda por Bruselas. Llegó hace tiempo al Campus de Ponferrada, y ahí tuve la suerte de saludarlo. Dejó sus caballos en el césped, a la entrada del Campus, y nos tomamos un café con él. Uno no se encuentra todos los días con un personaje así.
Creo que ahora anda por Bruselas. Llegó hace tiempo al Campus de Ponferrada, y ahí tuve la suerte de saludarlo. Dejó sus caballos en el césped, a la entrada del Campus, y nos tomamos un café con él. Uno no se encuentra todos los días con un personaje así.
Díscoli es originario de San Pedro, como nuestros amigos Eduardo Keudell y Talita, y no tiene ningún inconveniente en entrar con sus caballos en Nueva York, Ciudad de México o París cual si estuviera, suponemos, en la pampa. Ni tampoco fue impedimento que él y sus compañeros criollos viajaran en avión desde USA hasta Amsterdam. Ataviado con una bandera argentina, y luciendo patillas de hacha, es como un Don Segundo Sombra dispuesto a vivir a lo largo y ancho de este mundo, sin prisas, sin angustia, tal vez, porque para emprender un viaje tan largo no conviene andar apresurado. Recorre cada día entre treinta y cuarenta kilómetros, nomás, porque la prisa trastorna e infarta. “La prisa mata”, según reza un proverbio marroquí. Y la angustia da la dimensión del vértigo y provoca el horror. Por eso los existencialistas y surrealistas están tan trastornados. A este gaucho simpático y desenvuelto, con el pelo largo y la nariz abultada, no se le pone nada por delante. Vive el día a día “en el camino”, como Kerouac, porque lo importante del viaje no es la llegada, sino el propio viaje, y él es un viajero con mucho coraje y entereza. A uno, en realidad, le encantaría lanzarse al camino, que es vida, y desprenderse de todo aquello que resulta inservible y pesado. Lo importante no es lo que uno tiene, sino lo que se es, y eso sólo se llega a saber cuando nos confrontamos con la realidad y no con el artificio, cuando recorremos el mundo como lo hace Eduardo. A menudo somos esclavos de nuestras propias miserias y convenciones.
Uno admira a este gaucho, que un buen día llegó al Bierzo, y se fue, no como quien se desangra, sino como alguien que tuviera toda la vida por delante. Procuraremos seguirte, estimado gaucho, a través de tus notas y escritos, mientras soñamos con la música de Wim Mertens y nos imaginamos en la isla de Ithaca, que es también el nombre de un entrañable grupo musical berciano.
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