Este pasado fin de semana lo disfruté en Cuenca, en compañía de poetas y amigos. Nunca había estado en esta ciudad, conocida por sus casas colgadas, como dicen allí, o casas colgantes, como diríamos los del noroeste.
De la mano del amigo Curiel -como suele decirse- me encaminé a Cuenca en busca de gente con quien compartir buenos momentos, momentos poéticos quizá, y encontré a seres con mucha sensibilidad artística.
Fue un encuentro divertido en el que uno, al menos, aprendió mucho y bien de la mejor poesía. No en vano, estuvimos en la tierra del maestro poeta Diego Jesús Jiménez, originario de Priego, pueblo donde habitualmente se celebran encuentros poéticos. Y este año, aunque no se celebró nada en la cuna del maestro Jiménez, sí tuvimos la ocasión de charlar, recorrer en pueblo -gracias María por hacer de cicerone-, comer en buena compañía, incluso tomar una siestecita a orillas del río, una siesta aderezada con la poesía del siglo de oro español, y así en este plan de lo más lírico.
En Cuenca conocí a poetas tan singulares como Idoia Arbillaga, José Ángel García, Rafa Escobar, Ángel Luis Luján, Miguel Mula, Paco Mora y Víktor Gómez. Continuará.
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