Sostiene Alfredo, alias El Kojo de Kalamokós, que el pueblo de Calamocos proviene del griego Kalamós. Es la suya una ocurrencia bien entamada, aunque no exista una teoría que justifique esto. Si bien Alfredo, oriundo de Calamocos, está convencido de que el nombre de su pueblo es de procedencia griega. Lo cual viene a confirmarnos que estamos ante un lugar fantástico dentro de la geografía berciana. Ahora va a resultar que también los bercianos, además de romanos y celtas, tenemos orígenes griegos. Cierto es que hay una isla llamada Kálamos, y aun una aldea con el mismo nombre. Mas esto no es suficiente para confirmar la premisa de partida. Como quiera que Calamocos es un nombrecito no muy agraciado, Alfredo ha buscado la forma de convertir lo feo en hermoso, de transformar lo mal parecido en piedra filosofal, y es que Kalamokós, dicho así, con K y con una tilde en la última o, ya nos va sonando a algo exótico. Un nombre que invita a adentrarnos en la mitología griega. Según la mitología, Cálamo es hijo del dios fluvial Meandro, de Frigia. Al parecer, Cálamo se convirtió en una caña que creció al lado del río. Proviene del latín Calamus y del griego Kálamos. Y hace referencia, como ya se dijo, a una caña, que era utilizada en la antigüedad para escribir sobre papiro o pergamino. El origen del nombre de Calamocos resulta, cuando menos, curioso, y ha habido mucha confusión al respecto. Uno de los significados más aceptados en la actualidad es el que deriva del latín “Calamaucum", que viene a ser algo así como una gorra en forma de montera o mitra. Mas en este espacio quiero reivindicar la teoría de Alfredo, que se me antoja extraordinaria en lo que tiene de poético. Es Alfredo un hombre ocurrente y simpático, al que tuve la suerte de conocer en la llamada Universidad de la Experiencia, que es una universidad a la que acuden quienes aún aspiran a aprender, a aprender y a enseñar, claro está, pues estas personas tienen mucho que enseñarnos. Y la prueba está en el Kojo de Kalamokós, que con su admirable sentido del humor, me ha enseñado que el nombre de su pueblo es, en esencia, un nombre apolíneo, por decirlo a la griega. No estaría de más, sin embargo, realizar una investigación con el fin de aclarar si su hipótesis es correcta, aunque bien mirado a uno le sirve la conjetura en sí misma, como algo válido, y sobre todo como algo fabuloso. La realidad no es sólo como nos la pintan, sino como uno la siente, imagina o transfigura.
Y Calamocos, a partir de ahora, se ha convertido para mí en un pueblo legendario.
Y Calamocos, a partir de ahora, se ha convertido para mí en un pueblo legendario.
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