Cabrera Infante, creador entre otras de La Habana para un infante difunto, también tuvo que exiliarse en Londres por motivos políticos, al igual que Zoé Valdés escogió París por idéntico motivo. Por su parte, Lezama Lima (Lamama Mima en clara alusión a su sexualidad, suponemos) escribió la monumental Paradiso, un canto a lo sensual y sexual.
Me sigue gustando el sentido del humor con que emplea el lenguaje, musical, boleril, plagado de expresiones cubanas, así como los diversos narradores o puntos de vista, desde el cadáver -por excelencia cinematográfico, aunque es un recurso también utilizado por Rulfo, por ejemplo-, hasta la propia Cuca, el Uan (que nos narra el capítulo 5, Un cubano en Nueva York) o Pepita Grilleta (la voz de la conciencia). Curioso resulta el último capítulo en el que se establece, o parece entablarse, un diálogo entre Cuca y la voz de la conciencia, digamos de la Revo (la Revolución). (Ay, sí, tú, dale, resucítala, mira que ella no se merece esta muerte, en un derrumbe de un solar, nada poético…). Es lo que más yo quisiera, pero recuerda que debo pedirle permiso. No olvides que es ella quien me dicta este libro (se refiere a la hija de Cuca, María Regla). El nombecito de María Regla, dicho de paso, también se las trae, y es que a Zoé Valdés le encanta jugar con las palabras, los nombrecitos, que acaricia y mima hasta devolvérnoslos llenos de pasión desmedida como la vida misma.
La Habana que nos muestra la autora está perfumada con el olor/sabor de lo marino y lo salitroso, con la carne de puerco asado y los efluvios de halitosis del Uan, un chuloputa de quien se enamora perdidamente Cuca, y a quien vuelve a reconocer, pasados unos años, por su característico olor/hedor. Lo único que necesita Cuca, a pesar de su vida desgraciada, es pan, amor y chachachá, porque la “vida es así, un novelón… un culebrón venezolano”. Y esta novela “es el dramón de una mujer enamorada de un solo hombre, que no es lo mismo que de un hombre solo…”. Una mujer castigada por la vida, como un héroe dickensiano, en su versión femenina, apasionada y con una resignación infinita.
Me sigue gustando el sentido del humor con que emplea el lenguaje, musical, boleril, plagado de expresiones cubanas, así como los diversos narradores o puntos de vista, desde el cadáver -por excelencia cinematográfico, aunque es un recurso también utilizado por Rulfo, por ejemplo-, hasta la propia Cuca, el Uan (que nos narra el capítulo 5, Un cubano en Nueva York) o Pepita Grilleta (la voz de la conciencia). Curioso resulta el último capítulo en el que se establece, o parece entablarse, un diálogo entre Cuca y la voz de la conciencia, digamos de la Revo (la Revolución). (Ay, sí, tú, dale, resucítala, mira que ella no se merece esta muerte, en un derrumbe de un solar, nada poético…). Es lo que más yo quisiera, pero recuerda que debo pedirle permiso. No olvides que es ella quien me dicta este libro (se refiere a la hija de Cuca, María Regla). El nombecito de María Regla, dicho de paso, también se las trae, y es que a Zoé Valdés le encanta jugar con las palabras, los nombrecitos, que acaricia y mima hasta devolvérnoslos llenos de pasión desmedida como la vida misma.
Cómo me gustaría conocer a Zoé Valdés. Y qué envidia -sana, claro está- me da Idoia Arbillaga, que tuvo el gusto de conocerla en El Escorial hace años hablando de la "Generación del chícharo", de cómo sobrevivir en la isla a base de guisantes, o sea, chícharos.
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