(Manuel Cuenya. Composición de relatos y microficciones. Nivel Intermedio. UNED de Ponferrada)
Ramón Grau
De repente, llamaron a la puerta.
Aquellos dos mandatarios, los hombres
más poderosos del mundo, se sorprendieron de que alguien osara interrumpir su
reunión: simulaban negociar la paz.
Con un gesto desdeñoso mandaron a un
ayudante para que averiguara qué ocurría.
Y siguieron repartiéndose, entre ellos,
los restos que quedaban del mundo.
El hombre, solícito, se acercó a la
puerta y la abrió.
Pero al otro lado no había nadie.
Entonces, como si el tiempo contuviera
el aliento, una voz profunda y solemne resonó por todas partes, penetrando en
la sala:
—Ha llegado la hora de acabar con este
experimento fallido.
Y la Tierra empezó a temblar.
Entre el deseo y el vacío
Ramón Grau
Entre el deseo y el vacío
Me gusta la
turgencia de tu cuerpo, la suavidad de tu piel, su tersura.
La sobriedad de tu
ser.
No me gusta tu
desgana, tu actitud indiferente, tu frialdad.
La escarcha en tu mirada.
Me gusta la curva
de tu cuello, la promesa de tus caderas, la placidez de tus pechos.
El peso ligero de
tu abrazo.
No me gusta tu
desdén, la lejanía creciente, el silencio que desgasta.
La distancia sin retorno.
Me gusta el timbre
de tu voz, la música lenta de tus palabras, el ritmo pausado de tu aliento.
El temblor de tus
suspiros.
No me gusta tu
ausencia, la sombra de tu recuerdo, el tiempo detenido.
El eco que no responde.
Me gusta pensar en ti, todavía.
No me gusta tener
que inventarte.
La mar es madre
Susana de Paz
Te
dirán que el mar es azul, pero es mentira, quizá sea solo ilusión óptica, eso
sí, con diferentes tonalidades. El mar es uno y mil diferentes. Puede ser
verde, color del cálido trópico o el anticipo de una gris y plomiza amenaza. A
veces, muchas veces, es del color de un inmemorial dolor.
Mi
mar es grande como la eternidad, con la que se besa en el horizonte, y también
es profundo cofre de abisales secretos.
A
veces, el agua te acoge con la suavidad de una bañera preparada con mimo,
perfumada de algas y marisco, cálida y serena, en la que olvidas el cuerpo, inmóvil,
dejándote mecer al punto de sal. Entonces, la mar es madre. Cuida, provee y
alimenta. Y como niños en sus manos, la amamos en total entrega.
Otras
veces es potro impetuoso que cabalgar. Te revuelca y azota con fríos látigos de
siete olas que cubren tu cuerpo de espuma blanca mientras disfrutas la alegría
de su galope.
Pero,
cuando se levanta iracundo y poderoso, duele. Se alía con nubes y vientos,
dando comienzo al juicio final. Todo lo engulle, todo lo destrozan sus
manotazos de agua y salitre, dejando mujeres solas buscando en sus playas y
llorando el pasado.
Y
cuando, por fin, de todo se ha saciado, y sus entrañas vomitan a la playa los
restos del saqueo, vuelven las aves a sobrevolarlo en libertad.
Cómo
es el mar
José Díaz de Argote
Marina, la hija de María del Mar, nació ciega. Hoy hemos ido los tres a Camariñas, para que Marina conozca el mar. Y vuelva a sentir el agua acunando su cuerpo.
Mamita, ¿cómo es el mar? Dame la mano, yo te sumerjo. Esta suavidad, que sientes ahora en los pies, es arena fina, la playa, el principio y el fin del mar.
¡Ay, qué frío mamá! Mi amor, es el agua, el líquido suave y salado del que está hecho el mar. Se te escurre entre los dedos si tratas de tocarlo, de pulsarlo con tus dedos.
¿Y este sonido tan crujiente, y esta
sensación tan refrescante y repentina, qué son?
Son las olas, Marina, la piel móvil y sinuosa que abarca todo el mar.
¡Anda, túmbate! Extiende los brazos y las
piernas, que mamá te aguanta. ¿Lo sientes?
Puedes flotar, estar tranquila, igual que
cuando estabas en mi tripa, bañada en mí. Casi, casi, como volver a nacer,
rodeada de agua, de movimiento, de temblores, y de luz.
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