(Manuel Cuenya. Composición de relatos y microficciones. Nivel Intermedio. UNED de Ponferrada)
https://www.lanuevacronica.com/lnc-culturas/despues-agua-dana-nada_179347_102.html
Cuando Lorena llegó al pueblo, no reconocía la calle donde creció. El barro había cubierto las aceras, los coches estaban volcados y las paredes de las casas dibujaban zócalos de barro marrón a más de un metro del suelo, la altura que alcanzaron las aguas y los lodos. Su madre se refugiaba en casa de una vecina, sana, pero asustada.
—No ha venido nadie del Gobierno —le dijo—. Nos ha dejado
solos, como siempre.
La dana arrasó media comarca. Las noticias hablaban de
promesas, de fondos, de ayudas que ya estaban en camino. Pero los únicos que
llegaron a tiempo fueron los vecinos, los voluntarios con sus botas de goma, sus
furgonetas viejas, los termos de café caliente y sinceras palabras de consuelo.
Víctor apareció al segundo día. Lorena no lo conocía. Víctor
era uno de los que llegaron y no se fueron. Se quedó achicando agua, rescatando
a gente mayor atrapada en sus casas, prestando sus dos manos donde hacían falta
cuatro.
—He visto que necesitas ayuda con esa viga —le dijo—. Y allí
comenzó todo.
No hablaban demasiado, no les hacía falta. Cada cubo de
barro, cada caja de libros arruinados, que sacaban juntos, pesaban menos cuando
estaban uno al lado del otro. Víctor dormía poco, apenas comía y trabajaba sin descanso
a cambio de nada, o tal vez de mucho, de gracias sinceras, de lágrimas
agradecidas de madres o abuelas llorando frente al televisor sufriendo una tras
otra rueda de prensa, queriendo creerse las promesas de esas ayudas inminentes
que nunca llegan, mientras el frigorífico seguía roto, la luz se iba y algunas
veces, las menos, volvía.
Lorena le preguntó por qué lo hacía, y él respondió con
otra pregunta:
—Si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo hará?
Ella lo miró a los ojos, como se mira a alguien que dice
la verdad más simple y a la vez más dura.
Se besaron mientras barrían lodo y cristales rotos en la
trastienda del pequeño supermercado, que tal vez no era mejor escenario, pero
si un rayo de luz en medio de la desolación y el miedo.
Fueron pasando los días. Los gobiernos, las instituciones,
llegaron tarde y mal, más preocupados en hacer daño al adversario político que
en prestar ayuda a los damnificados. Las indemnizaciones se retrasaron, las
ayudas fueron escasas, puede que esperando que como casi siempre las promesas
se las lleve el viento y la gente olvide las palabras incumplidas.
Lorena y Víctor siguieron. Los vecinos siguieron. Los
voluntarios siguieron. Porque el pueblo, cuando los gobernantes fallan, se
salva a sí mismo. A veces, de entre los escombros, de la desolación, de la
soledad y el olvido, surgen nuevas esperanzas, nacientes ilusiones y motivos
para quedarse.
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