(Manuel Cuenya. Composición de relatos y
microficciones. Nivel Intermedio. UNED de Ponferrada)
El 4 de abril los periódicos y las noticias radiotelevisivas nos informaron del desalojo del gaztetxe Etxarri, un centro social ocupado en un barrio de Bilbao desde el 2014.
Durante los
incidentes de la noche anterior, pudimos ver a los jóvenes lanzando botellas y
otros objetos a la policía y prendiendo fuego a contenedores. A las nueve de la
mañana, después de derribar varios muros que habían levantado los ocupantes,
la Ertzaintza consiguió entrar en
el interior del inmueble y procedió al desalojo. Parece ser
que el incidente se saldó con cuatro detenidos y 15 ertzainas heridos.
Ayer por la noche, revisando
películas de culto, volví a visionar La
estrategia del caracol del colombiano Sergio Cabrera, estrenada hace más de
treinta años. La temática totalmente actual: un desalojo en la Bogotá de 1976,
esta vez de una casa de vecinos que llevaban viviendo allí más de cincuenta
años. El motivo, el mismo: el “pelotazo urbanístico”.
Desde el gaztetxe
defienden que era un lugar de encuentro para numerosos colectivos del barrio y
denuncian además que, a pesar de que la nueva edificación no comenzará hasta
dentro de unos años, los promotores prefieren tener el solar vacío. En el caso
colombiano viene a ser el mismo: de un lado el burgués que heredó la propiedad
y la ve como un medio más para aumentar su riqueza y, de otro, el grupo de
personas conformado por gente trabajadora y marginada que ha construido sus
vidas en torno a este lugar, con el que tiene un vínculo afectivo.
El procedimiento de
desalojo se puede decir que es similar, aunque la proporción entre policías y
desahuciados sea exponencial en el caso de Bilbao: un centenar de ertzaintzas,
numerosas furgonetas antidisturbios rodeando el gaztetxe y
repartidos por las manzanas de alrededor, un helicóptero de la Policía
autonómica y dos drones.
Lo que contrasta totalmente es el planteamiento de los
desalojados: del enfrentamiento cuerpo a cuerpo de los bilbaínos, a un ejercicio
de imaginación que cuestiona la lucha armada e invita a pensar en procesos de
acción colectiva defendiendo los valores de la justicia y la dignidad. El
método que se utiliza es una quimera narrada,
al mejor estilo del realismo mágico, pero sin perder por ello su potencia
política. Esa empresa irrealizable en la que se trabaja con convicción es
metáfora del carácter utópico de las ideas revolucionarias. “Lo único que vale
es lo que hagamos de ahora en adelante”, dice Jacinto, el paradójico líder
anarquista de la estrategia.
Me pregunto qué hubiera pasado si estos chavales del gaztetxe
hubieran visto la película colombiana. Quizás hubieran construido un artificio
similar y habríamos podido observar el espectáculo magnífico de ver pasar por
el aire todas sus pertenencias, puertas, baldosas, muros incluidos, al otro
lado de la ría, para comenzar de nuevo con su proyecto. Los colombianos lo
hicieron porque no sabían que era imposible. Tendría que haber más Jacintos
para que esto cambiara.
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