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domingo, 19 de octubre de 2025

Tumbas vitales (la muerte administrativa), por Joaquín González Sancho

 (Manuel Cuenya. Composición de relatos y microficciones. Nivel Intermedio. UNED de Ponferrada)

https://www.lanuevacronica.com/lnc-culturas/tumbas-vitales-la-muerte-administrativa_181449_102.html

    Una vez, cuando era joven, leí la siguiente frase en unas letrinas de cierta universidad: “No tener donde caerse muerto es un seguro de vida”. El silencio administrativo es un concepto cuando menos sombrío, incluso sórdido. Sin embargo, la palma en este género se la lleva la muerte administrativa, ya que el estado alardea como benefactor de los vivos, con índole tétrica hacia los muertos, para con un desenlace que nos atañe a todos. 


“Todos vamos a morir, aunque no corra ninguna prisa”, decía con sorna humorística mi querido padre ya fallecido; no en vano, la muerte es una realidad existencial insoslayable. Ni siquiera muertos, papa estado deja descansar en paz ni a nuestros papás ni a nuestras mamás. Hace unos cuantos años, la grave crisis económica mundial azotó a Europa (Grecia incluida) de manera particular. La corrupción del estado griego hizo intervenir a la troika… Con ese nombre, que da miedo hasta al más feroz de los estados, se conoce en la Unión Europea a un equipo de tres miembros que se encarga de la coordinación y representación para poder intervenir en las decisiones de un estado asociado, por ejemplo, en asuntos económicos. Actualmente, la troika está formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional. Ahora entramos en el terror psíquico–económico. Uno de los muchos enredos que llevó a Grecia a la quiebra fue el hecho de que numerosos ciudadanos siguieran cobrando su pensión después de muertos. ¿Esoterismo o apócrifa picaresca? En España, la realidad de las pensiones es otra. Aquí, mucha gente muere en malas condiciones, teniendo un lamentable final de su vida, debido a que cobra una triste pensión, demasiado baja para sobrevivir de manera digna. Pero el colmo de morir siendo español reside en seguir sufragando gastos desde la tumba. Los nichos de los cementerios, sirvan de ejemplo, son un alquiler que se debe pagar post mortem. Las concejalías inmobiliarias, o sea, de urbanismo, recaudadores en vida de los excelentísimos ayuntamientos del territorio estatal o nacional (según gustos ideológicos), no dudarán ni un instante en desalojar a sus inquilinos por impago, como si fueran okupas del otro mundo. La caridad cristiana no existe dentro de este concepto institucional legal y normativo, aunque puede estar justificado, con extrema combinación contradictoria histórico costumbrista y sociocultural, por ser nuestro país un estado laico. ¿Laico? Entonces… ¿Por qué no se nos puede arrojar a una buitrera para alimentar a esta casi extinta especie, estando prohibida esta práctica aun en el caso de pagar un análisis clínico certificando que el cuerpo está en buen estado para el consumo avícola salvaje? ¿No sería buena opción, como español muerto de bien, servir como sustrato para la agricultura, tanto en cuerpo en descomposición, como con el espíritu del famoso abono natural orgánico: compost? ¿Sería, tal vez, un sueño idílico que nos arrojaran al mar, sea como fuere…? No, hay que llevar a los muertos al cementerio, aunque sean sus cenizas; ya que también está penado, con multas económicas por agresión al medio ambiente, lanzar esos restos al mar, al monte o a cualquier espacio natural… Protegido o desamparado e indefenso. Como los tiempos adelantan que es una barbaridad, sirva de muestra el gran progreso de la inteligencia artificial frente a la inteligencia natural, si es que esta última existe, existiera o existiese, quizás habiliten pronto un espacio artificial para este propósito. Aunque lo más inteligente, con el adjetivo o sustantivo anexo que se quiera poner detrás, sería dudar, ya empiezan a existir limbos virtuales para que los muertos sigan teniendo una existencia eterna con avatares artificiales de las personas fallecidas… En poco tiempo, nunca podremos descansar en paz. Claro está que los muertos no van a pagar los alquileres e impuestos varios por la estancia en sus tumbas, ni tampoco van a protestar o interponer querellas; esos gastos los tenemos que costear los herederos vivos de los muertos…Tampoco sabemos el precio de esos sustitutos de cementerios que serán, o ya son, los avatares virtuales de personas fallecidas. De una u otra manera, nuestros difuntos seguirán vivitos y coleando a nivel administrativo. ¿Se creará en el futuro próximo un impuesto de la renta para las personas no físicas IRPNF? Si a esto añadimos: el duelo por la pérdida personal, sumado al periplo burrocrático que supone dar fe de que tus seres queridos ya no están en el estado (vivo) español, la odisea que se nos plantea a los huérfanos terrenales no la creería ni Homero ni el mismísimo Valle-Inclán: ¡Señores, el esperpento está servido! Hablo del estado en general, aunque en este país se podría hablar de instituciones públicas, o púbicas, por las violaciones que de manera sistemática ejercen sobre sus ciudadanos. En este grupito podríamos englobar: ayuntamientos, comarcas, concejos, provincias, autonomías… Un sinfín de organizaciones legalmente mafiosas que nos golpean a diario y nos hacen vivir cual Cuasimodo: jorobados, marginados, campaneros recónditos, enamorados humillados y currantes golpeados; con el único privilegio de tener un carné de socio de España, DNI, además de otros documentos, NIF, de pertenencia a algo o a alguien… ¿Quién sabe a qué o a quién? En fin, nuestro último viaje será el más costoso y peligroso, no para nosotros, sino para nuestros descendientes administrativos. Admiro y respeto a las personas que creen que tienen alma, una o varias, aunque yo piense que carezco de ella o de ellas. Los creyentes sienten que irán a la otra vida… Cuanto sufrimiento debe originar la mera observación, desde el paraíso, del ahogo administrativo que padecen sus, o tus, familiares y/o amigos, costeando con tiempo, dinero y mucho sufrimiento, la estancia en aquel privilegiado lugar.

Mi conclusión, por otra parte inconclusa, estaría encaminada a pensar que las tumbas, amén de ser el colofón terrenal del rito funerario católico, son vitales, sobre todo para las instituciones, ya que éstas no sólo nos chupan la sangre en vida, también se comen nuestros gusanos después de muertos.

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