Aparte de Tardes Literarias también tuve el placer de coordinar Tardes de cine (por ahí pasaron desde el sonidista Ricardo Steinberg (que ha trabajado en películas de Amenábar u Almodóvar, entre otros) y el camarada Julio Sánchez Valdés, que hizo la adaptación a la gran pantalla de Luna de lobos, la novela del autor de La lluvia amarilla, hasta la famosa actriz Macarena Gómez o el director de la filmoteca de Castilla y León, el entrañable y genial Pérez Millán, ya fallecido, por desgracia para nosotros, pobres mortales).
Con Silvia Cao (alcaldesa de Bembibre) y Belén Martín (concejala de cultura). Foto de Mario, bembibredigital |
Además de estas tardes de cine y literatura, también he podido presentar libros varios, propios y de otros autores/as. Y alguna que otra conferencia (recuerdo con cariño una sobre el gran Ramón Carnicer, maestro de la literatura de viajes, sublime su libro Donde las Hurdes se llaman Cabrera).
Y para finalizar este recorrido de actividades en la villa del Boeza y capital del Bierzo Alto, me apetece recordar aquellos ciclos de cine que hiciera en el Teatro Benevivere dedicados al maestro Hitchcock, los Hermanos Marx, Chaplin, el cine español de Berlanga y Bardem, o bien películas emblemáticas como El hijo de la novia, de Campanella, Lunas de hiel, de Polanski, o Las noches salvajes, sobre el Sida, del director y escritor francés Collard, entre otras muchas.
Un libro (en este caso Del agua y del tiempo) siempre es un pretexto, un buen pre-texto, para entablar conversación acerca de los temas que a todos/as nos conciernen. Y este librín va de eso, de la vida y la muerte, de Eros y Tánatos.
Quienes se acerquen a sus páginas encontrarán pasajes dedicados al amor y la memoria. El amor como gran tema universal.
"Acerca del amor preguntadle a los poetas", señalaba ayer en la presentación Eduardo Keudell (en clara alusión a lo que dijera el doctor Freud), a quien agradezco sus palabras acerca de mi persona y del libro en cuestión, pues nos une, como él mismo señalara, una amistad de hace años, siendo asimismo colegas en la ex Escuela de cine de Ponferrada, donde vivimos batallas miles. Y hasta compartimos charla y mesa y mantel con grandes del cine como Amenábar (soberbia Mar adentro, ahora tendré que ver la dedicada a la Guerra Incivil y Unamuno), Fernando Trueba (El año de las luces es una de mis pelis preferidas del cine español), Fernando León de Aranoa o Gonzalo Suárez (me sigue gustando Remando al viento, como nueva versión de Frankenstein), entre otros muchos.
Quienes se acerquen a Del agua y del tiempo podrán sumergirse en los ríos del Bierzo, en la Matria o útero de Gistredo. Pero también en la memoria como manantial literario, fuente de la que brota gran parte de la literatura. Como las fuentes curativas de Noceda del Bierzo, con sus cascadas, que tanto me hacen recordar el valle del Ourika en el Atlas marroquí. A lo mejor, es que uno acaba encontrando semejanzas con los paisajes con los que uno se va topando en su recorrido por el mundo adelante. Como le ocurriera al romántico Gil y Carrasco en su viaje por Europa en misión diplomática hasta arribar a la ciudad de Berlín. Y a su paso por La Borgoña (donde uno tuviera la ocasión de vivir), a Gil le parece que ese paisaje de viñedos y castillos le recuerda a su Bierzo natal. Grande el autor de El señor de Bembibre, novela ambientada en el Bierzo, en la que incluso aparece el paisaje de la serranía de Noceda, nuestro útero, nuestra memoria, porque el paisaje es memoria. Memoria afectiva.
La memoria como algo imprescindible en un ser humano, pues sin memoria no somos nadie, perdemos toda identidad. Qué cabronada cuando alguien, por Alzheimer, demencia senil, etc., pierde su memoria. Un modo, en todo caso, de alejarse del mundo en que vivimos, de pasar a otra dimensión, que tal vez facilite ese tránsito inevitable hacia la muerte, hacia la nada, hacia el vacío. Lamento ser tan explícito, tan nihilista, tan existencialista, en definitiva.
El existencialismo como corriente filosófica, entre otras corrientes y "aigres" (como diría un/a mexica), que me ha marcado definitivamente (Sartre con su Náusea, Camus con El extranjero, Sábato con El túnel..., entre otros).
Ayer mismo por la mañana, en conversación con el escritor y radiofonista Cano García Ordiz en la radio FM Bierzo hablábamos del existencialismo, porque, según él, Del agua y del tiempo es un libro existencialista.
Gracias, Cano, por esta entrevista. Por estar siempre pendiente de la cultura. De los libros. De la noble tarea de la escritura.
Ante un auditorio entregado y amable (con la presencia de la alcaldesa Silvia Cao y la concejala de cultura Belén Martín, y también con la presencia, entre otra gente, de la amiga Álida Ares, prologuista del libro, que ha venido desde el Trentino, en Italia, donde reside, para impartir algunas clases en la Universidad de la Experiencia en el campus de Ponferrada), hablamos del libro. Y por supuesto hablamos de la literatura (de esa literatura, de esa poesía que debe ser vida o contener vida, algo que también suscribe el gran poeta Gamoneda, porque de no ser así, la literatura sería un mero fuego de artificio, pura palabrería), del poder salvífico de la escritura, de la escritura creativa, de la escritura catártica, terapéutica incluso, del genio Artaud (que sigue siendo un desconocido en España, que tanto me hace recordar, salvando las distancias, al madrileño-maragato Leopoldo María Panero, recluido en psiquiátricos varios hasta su fallecimiento hace unos años), de la filosofía (ahí estuvo también el joven profe de filosofía y poeta Mario Llamazares, originario de Bembibre, que se atrevió a hacer alguna pregunta), del gran Umbral y su extraordinario Mortal y rosa, de La lluvia amarilla (obra cumbre de la literatura universal), de la fuerza dramatúrgica de Valle Inclán (con sus Luces de bohemia, Divinas palabras...) y Lorca (con sus Bodas de sangre, La casa de Bernarda Alba, Yerma...). Se me antojan o me laten dos prodigios tanto Valle como Lorca (enorme poeta, también).
Y en general charlamos acerca de la vida y la muerte. Cara y cruz de una misma moneda.
Mi agradecimiento a todos los presentes:
A las autoridades del Ayuntamiento, Silvia y Belén, que a buen seguro harán una buena gestión, ya la están haciendo.
A Eduardo Keudell, como presentador o introductor de la presentación.
A Álida Ares, por todo su ser y estar.
Al escritor Omar Alvarado, que vino desde Brañuelas (ya nos tomaremos el tiempo de charlar con calma).
Al propio Mario Llamazares,
A Elba Casado, alumna de los cursos de escritura en el campus de Ponferrada, creadora, dinamizadora cultural y ahora concejala del Ayuntamiento de Bembibre en la oposición.
A Fernando Fernández, alumno de los cursos de escritura, siempre generoso, y su mujer Carmen (ambos alumnos de la Universidad de la Experiencia).
A Toñi Escudero, por su apoyo y afecto (ella, que es maestra de Reiki y librera).
Con Toñi Escudero |
A mis hermanas y María José, por su cariño.
A Juan Garrido, por su gentileza (pronto espero que podamos hacer una entrevista).
A Melchor Moreno, por su buen hacer cultural.
A Nidia y Edmundo, a quienes conozco desde hace nada pero admiro su entusiasmo por la literatura, la escritura creativa, la cultura.
A Toño, de la casa de las culturas de Bembibre (ahora ya jubilado) y a Rafa Merayo (por su cercanía).
A David (por su chispa e interés por Del agua y del tiempo).
A Miguel Bermejo, por su pasión por la cultura.
Y a Mario, responsable de bembibredigital, por su reseña y sus fotos. Lástima, Mario, que no tengamos recuerdo fotero con Eduardo Keudell. Lo importante son los recuerdos.
https://bembibredigital.com/culturayespectaculos/39788-manuel-cuenya-presento-en-bembibre-su-nuevo-libro-del-agua-y-del-tiempo
A todas las personas, en definitiva, que me habéis arropado y mostrado vuestro afecto en una velada inolvidable (disculpadme que no os mencione a todos, entre otras cosas, porque no recuerdo vuestros nombres).
Hasta la próxima... presentación.
*Me gustó darme un paseo, antes de la presentación, por la Villavieja de Bembibre, en compañía de Fernando, Carmen y Álida. Treparme al palacio (castillo), del que apenas queda la huella imborrable de una historia una y mil veces escuchada a través de la voz de nuestros mayores, un espacio mítico en el que se celebraba el mercado de ganado, que nos invita a la fabulación, donde los tratantes, bajo los efluvios del vino de cosecha y el pulpo humeante en caderas de cobre, estrechaban sus manos cual si se tratara de un contrato en papel, irrompible. El contrato por la compra o venta de algún animal.
Arrojar la vista al horizonte de montañas (el Bierzo entero es una olla), pobladas de molinos modernos de viento (que, aun no siendo gigantes, o sí, rompen con la estética, con la belleza del entorno) bajo los cuales logran atisbarse (más bien, intuirse) algunas poblaciones aledañas a la villa del Benevívere.
El Palacio (que en verdad no tiene nada de palacio) es un mirador estupendo. Y me entusiasman los miradores, los miradouros (me sale en portugués, quizá porque otrora, no hace tantos años, Bembibre llegó a acoger a una población portuguesa, que llegó a la capital del Bierzo Alto en busca de trabajo en las minas. Ahí sigue en pie el monumento al minero.
También recuerdo haber paseado por la Villavieja con el escritor, periodista, traductor, editor y músico José Luis Moreno Ruiz cuando vino a Bembibre a darnos una charla a Tardes Literarias. Y a él (a mí también) le encantó este paseo, este paseo a través del tiempo o de los tiempos.
Con Fernando, Carmen y Álida también recorrimos las callejuelas de la Villavieja con la sensación de adentrarnos en un espacio de otro tiempo. Como si de repente nos hubiéramos introducido en una medina, una medina cristiana, con sus casas con balcones, con sus pozos, con su aire de pueblo (desconocido se me antoja este barrio incluso para la gente de Ponferrada).
Y nos llegamos hasta el Santo, o mejor dicho hasta el Hogar del Pensionista, en centro de mayores. A nuestra derecha queda el monumento al minero, como reliquia de un pasado que ya no volverá, como aquellas oscuras golondrinas becquerianas.
Ya no volverá la minería, me digo. Ya no volverá esa fuente de trabajo y riqueza, que a la vez quemó literalmente los pulmones de tantos mineros y mineras (habida cuenta de que fueron muchas las mujeres que también dejaron su piel en las entrañas negras de la tierra).
Y como preámbulo al paseo, acaso para hacer boca, a Fernando se le ocurrió comprar unas cestitas en la histórica confitería Mero Ferrero. Cestitas que nos hacen recordar a los pastéis de Belém (elaborados según una receta decimonónica del Monasterio de los Jerónimos) en Lisboa, aunque el sabor no sea el mismo (ambos dulces son extraordinarios, en todo caso).
Qué curioso, miradouros y pastéis de Belém nos hacen viajar a Lisboa, ciudad del fado. Punto de embarque hacia las Américas.
De la Villavieja al otro lado del charco.
Seguiremos soñando.
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