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jueves, 10 de octubre de 2019

Nostalgia de la materia

Nostalgia de la materia es el reciente libro del periodista y escritor Eduardo Keudell, que lo presentará el próximo miércoles 16 de octubre en Sierra Pambley, en la ciudad de León. 
Nostalgia de la materia (editada por la Universidad de León en su colección de Creaciones literarias) es una novela ensayística o un ensayo novelado. Breve e intenso. 
Distribuido en capítulos cortos, con títulos bien literarios, lo que favorece la lectura, ahora que tan poco se lee de verdad en papel, aunque no pare de editarse. Y por otro lado, sí se consuma mucha escritura comercial, mercantil, hecha ex profeso para una sociedad consumista, algo sobre lo que se nos habla este volumen, que nos abre diversas vías al pensamiento, a la reflexión, siempre desde la filosofía y el psicoanálisis, "sólo para gente apta para elaborar las afloraciones del inconsciente", como se dice en el propio libro. Que sería como decir que el psicoanálisis funciona en sujetos que son capaces de darse cuenta, de ser conscientes de la realidad/irrealidad/fabulación que están viviendo, tanto en el plano del subconsciente (espacio del que brotan los sueños y fantasmas) como en el plano del consciente. 
En realidad, deberíamos retomar el psicoanálisis, la filosofía, el pensamiento fuerte, crítico frente a la debilidad de pensamiento, el llamado pensamiento único o débil (os recomiendo asimismo la lectura de La derrota del pensamiento, del filósofo francés Finkielkraut. Y por supuesto la obra del genial maestro Gustavo Bueno, a quien también cita Keudell en su obra). 

Con Keudell en la Casa de las culturas de Bembibre en unas Tardes Literarias

Nostalgia de la materia (acaso en alusión al materialismo gnoseológico de Gustavo Bueno), y hasta podríamos decir nostalgia de la matria, es un libro sobre todo para iniciados en cuestiones psicoanalíticas y filosóficas, eso creo, aunque convendría que lo leyera mucha gente, con el noble fin del cultivo mental, que es algo así como cultivar la tierra en espera de que salgan los pimientos (pimentera que es Ponferrada y por ende el Bierzo) y tomates. O lo que uno tenga a bien plantar, incluso sembrar (como se hace con las patatas). Del intelecto nos vamos a lo agrícola, que es un buen modo, un modo excelente (me atrevería a subrayar), de estar en la vida, en permanente contacto con la Natura, la madre Naturaleza, la tierra que nos sustenta y nos da de comer, esa tierra, esas "urdimbres primigenias" que deberíamos cuidar con todo el mimo del mundo, esa Naturaleza que nos hace sentir saludables, cada vez menos, porque nos la estamos cargando en todo el orbe con la contaminación, incendios, desmanes varios.  
"Tiré a la basura el libro de Schopenhauer, porque el trabajo intelectual no es "el cenit de la vida feliz" sino una puta mentira del filósofo", escribe Keudell hacia el final de su libro. 
Por desgracia, los urbanitas (no me apetece incluirme, soy un rapaz de pueblo) viven en un mundo artificial de hormigón y fierro (sobre todo inundados de basura), aunque todos o casi todos vivimos enganchados al móvil (whatsApp incluido), al Internet, a las redes del Face, Twitter..., a los tentáculos del Gran Poder, de la Telepantalla, del Gran Hemano orwelliano que nos vigila en todo momento, de la Gran Mentira, como en principio iba a titularse, creo recordar, este libro Eduardo Keudell. 
https://www.ileon.com/cultura/047639/eduardo-keudell-el-nacionalismo-se-cura-viajando
Pues sí, vivimos en una Gran Mentira (el gran filósofo Sócrates murió por decir la verdad, la alétheia: la armonía del ser con la cosa, nos recuerda Keudell), en el teatro del teatro de la vida o del mundo (aquí resulta imprescindible volver a Calderón y aun a Olga Guillot, a quien cita el autor). 
Vivimos en un absurdo existencial (no nos olvidemos del dolor de existir) repleto de mentiras y milongas (término bien argentino, como argentino de la provincia de Buenos Aires es Keudell, aunque con raíces alemanas y españolas: por el libro aparece también su abuelo Mariano: "ateo, republicano, comunista y librero"), que en realidad es el abuelo de Arturo, el prota de esta novela-ensayo, acaso un alterego del propio Eduardo.

Vida que se vuelve comedia para quienes piensan y tragedia para los que sienten, como se apunta en este libro.
Nos han engañado desde el poder establecido y nos siguen engañando con la religión (el opio del pueblo, con su culpa, su culpa judeo-cristiana en nuestra sociedad, opio o adormidera en la que también se ha convertido el fútbol como gran negocio para unos y desperre para otros, por ejemplo), con la culpa judeo-cristiana de la religión, por eso el doctor Freud, que era judío, inventó el psicoanálisis, para soportar la culpa original. 
"La historia criminal de la Humanidad es la historia de la iglesia", con su Inquisición y todas sus barbaries. 
"Los dioses cristianos son dioses alcohólicos, que convierten el agua en vino". Como ocurre con el llamado milagro de San Bartolo, que hacemos en el barrio de Río (donde se hace la archiconocida carrera de burros), en el mismísimo útero de Gistredo. 
Pero también nos han engañado (el sistema es perverso y antropófago) con la moral (la moral de rebaño, como diría el filósofo Nietzsche), porque "la moral es un invento burgués, una promesa laica, una asquerosa mentira como la religión", con esta sociedad bobalizada y cropófaga, "comemierda", como diría un cubano, porque para el psicoanálisis el dinero son las heces; con el capitalismo, que es "la forma judeocristiana de la economía, basada en la deuda... la deuda con los bancos, todos endeudados"; hipotecados hasta las cejas, hipotecados hasta la tumba.
Nos han engañado, sí, con la podredumbre política y su corruptela ("España como madre patria de la corrupción... los gobiernos son marionetas de las multinacionales"); con el odioamoramiento y el amor ("un modo de suicidio", según Lacan, "el amor es la sublimación del deseo, un hecho cultural... el amor es la tumba del sexo", escribe Keudell).  
Sí, nos han engañado, una vez más. Y encima nos dejamos engañar. Pues el autoengaño, la falsa conciencia, incluso la mala fe, funcionan como mecanismos defensivos. 
Uno tiene que soportar el dolor de existir, la angustia vital, por eso conviene que salgamos del seno materno, para no ahogarnos. La angustia como afecto. Y los afectos como algo que nos mueve de verdad, aunque no queramos darnos cuenta (y a veces, las más de las veces, nos mostremos fríos como témpanos, exentos de ternura, como dice Keudell, sobre todo en el páramo, cegados como estamos, inmersos en esta sociedad del tener, del mercantilismo, donde todo se compra y se vende. 
La ternura, ay, es un bien preciadísimo, que no se estila ni en el páramo (el lado de acá) ni siquiera en el lado de allá, por decirlo a lo Cortázar, tan presente en este libro, al igual que Borges y otros pesos pesados de la literatura argentina, gauchesca, como Güiraldes. 
Hasta Carmen de Patagones, la ciudad más austral de la provincia de Buenos Aires, aparece religada a la Maragatería, habida cuenta de que los arrieros maragatos (ellos que viajaron cual nómadas bereberes a la Argentina) son como los gauchos de la pampa. 
Eduardo Keudell, que vive en el lado de acá y en el lado de allá, ambienta Nostalgia de la materia en ambas orillas, a un lado y otro del charco, mostrándonos el lado oculto de la realidad, aquella que preferimos pasar por alto, o simplemente no logramos ver, porque nos han manipulado, nos han bobalizado (en vez de globalización, sería mejor decir bobalización, término empleado por el autor). Y los árboles no nos dejan ver el bosque, la belleza de la Naturaleza, la belleza de un amanecer en Baltimore como le ocurriera a Lacan. O la belleza que se desprende cuando estamos ante el aroma universal del mar o un firmamento tachonado de estrellas, sólido y protector, como en el desierto o en una noche veraniega en Noceda del Bierzo. Busquemos y encontremos belleza/bondad/verdad. Equilibro. El justo medio. La armonía del ser con la cosa. Sólo así la vida tendrá algún sentido. Y sobre todo vivamos y bailemos, samba, por supuesto, como se nos sugiere en el libro. 
He de decir, como Keudell, que si tuviera que optar entre  la vida o la literatura, siempre elegiría la vida. En todo caso, la literatura debería ser como una prolongación de la vida.  
Devolvamos vida a la literatura, como quisiera el coloso Henry Miller. Y busquemos, en la medida de lo posible, decir lo esencial de un modo sencillo. 
En lo esencial y la sencillez está la belleza. 

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