Esto escribía en Diario de León en 2004. Y me apetece darle vida aunque la vida no valga nada en tantos sitios.
La vida no vale nada. Ni en León Guanajuato, como dice la canción mejicana, ni en Madrid. Y quizá no valga nada en ningún rincón de nuestro orbe asesino. Ya no tenemos seguridad en ninguna parte. Esto es lo que nos han estado enseñado durante estos días de infierno sangriento. Días de desconcierto y estremecimiento. Después de lo ocurrido en nuestra capital, ciudad por la que siento un gran cariño, uno está conmocionado. Vivimos en un mundo de tarados, fanáticos, capaces de dinamitar, en un quítame allá esos delirios carniceros, nuestros deseos de vida. Un canto a la vida, por favor. “Adoro la vida de cuanto crece al aire libre,/los hombres que viven con el ganado o saben a océano o a monte” (Walt Whitman). Adoro la vida como único bien. Y como tal bien debe ser respetado. No importa que los criminales sean de un bando o de otro, que maten por Alá, por Cristo bendito, por una bandera, o por vayan ustedes a saber qué soplapolleces. No se admiten disculpas. En ningún caso. Bajo ningún pretexto. Los pretextos, como me dijera un mejicano, se inventaron para los pendejos. No hay justificación posible. Nadie en su sano sentido puede quedar impasible ante estos atentados, que logran, al fin, meternos metralla en el cuerpo. Nos sentimos ametrallados, dinamitados. El alma se nos cae a los suelos. A algunos se les debería caer la cara de vergüenza. El comienzo del exterminio humano quizá ya nos está tocando. Y principia a mutilarnos con sus bombas. A lo mejor es muy arriesgado sostener esto. Mas el panorama que estamos viviendo, aquí y allá, nos hace creer que caminamos -cuando algunos así lo desean- hacia el corredor de la muerte. Es curioso: La muerte, que iguala a ricos y pobres, suele ensañarse más que nada con los pobres, ya sean estos trabajadores, estudiantes, inmigrantes, gente de a pie. Esta es nuestra mayor desgracia, que paguen los débiles por lo que hayan cometido acaso los peces gordos. Es la condena de los incautos, que acaban recibiendo hostiazos por todas las esquinas.
Desde este espacio-fragua queremos mostrar nuestro afecto y fraternidad con las víctimas y sus familiares porque todos estamos en la misma nave del olvido. Tiene que ocurrir un holocausto para que se tome conciencia del peligro en que vivimos. Tiene que ocurrir una bestial matanza para que se tengan en cuenta, al menos por unos días, los santos inocentes. Esperemos que a partir de ahora, debido a esta escabechina indiscriminada de seres, los inmigrantes, y aun otros, no se conviertan en chivos expiatorios.
Muy oportunas tus ideas. A veces la dualidad animal racional, se decanta por la primera, con el agravante de que la poca racionalidad restante se emplea en hediondos actos que carecen de la más mínima lógica zoológica. Los animales matan por hambre. Nunca por otra circunstancia. Llevan mucha verdad tus argumentos. Te felicito, Manuel.
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